Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El recuento del tiempo

Los distintos calendarios usados por nuestra especie han sido una mezcla del conocimiento del universo y los deseos o creencias, de deseos y de la necesidad de saber para sobrevivir.

Saber en qué momento del año estamos no es nada trivial. ¿Se acerca el frío y hay que reunir leña? ¿Es el momento de prepararse para la caza pues viene la migración de los animales que son la base de la alimentación del grupo? ¿Se aproxima el fin de la temporada de pesca? ¿Debemos preparar ya los campos para sembrar? Sin conocer los ciclos de nuestro planeta, esas y otras actividades nunca hubieran podido ser realizadas con eficacia.

El ciclo del día y la noche es lo bastante breve como para percibirlo sin problemas, pero un ciclo largo como el año requiere de un registro preciso del paso de los días, una observación atenta y una memoria transmitida mediante el lenguaje para poder ser comprendido. Fenómenos como los solsticios, los días más corto y más largo del año, o los equinoccios, cuando el día y la noche tienen igual duración, dividen el año en cuatro partes identificables, las estaciones. Los cambios en la temperatura media, las precipitaciones de lluvia y otros elementos durante esas estaciones rigen la vida en la Tierra y, por tanto, las humanas. No es extraño por ello que el pensamiento mágico atribuyera a los solsticios y los equinoccios propiedades preternaturales, tanto que aún hoy muchas celebraciones se dan en esos cuatro momentos, incluida la Navidad, en el solsticio de invierno, como San Juan marca el solsticio de verano.

Además del ciclo solar, el hombre observó los ciclos lunares y emprendió un largo esfuerzo por conciliarlos. ¿Cuántas lunas llenas forman un año? Se creyó durante largo tiempo que ambos ciclos eran reconciliables matemáticamente, y como los ciclos lunares eran más fácilmente observables, no es extraño que los primeros calendarios fueran, precisamente, lunares. Así, los babilonios intentaron identificar ciclos de 8, 27 y 19 años como aquéllos en los que coincidían los años solares y las fases lunares (la mejor aproximación es la de 19 años, con 235 meses lunares). Pero así como el año no dura un número exacto de días o meses lunares, sino una media de 365,24219 días, un mes lunar o sinódico tiene una duración media de 29,53059 días, dificultando la reconciliación del año solar y lunar.

El primer gran esfuerzo calendárico humano conocido se realizó en Babilonia, cultura que por alguna causa aún no claramente determinada decidió usar una base "60" para sus cálculos del tiempo. Nuestra cultura, que utiliza la base 10, sigue sin embargo la tradición babilónica en numerosas mediciones con base 60, como los minutos de una hora, los segundos de un minuto, las subdivisiones en grados de un círculo o, incluso, los 12 meses del año. Por su parte, fueron los judíos los que crearon la semana de siete días, la duración de cada una de las cuatro fases lunares, probablemente con base en el mito del génesis bíblico.

Como cada ciclo (día, mes lunar, año solar) es independiente de los otros, cosa que el ser humano tardó en aceptar debido a la creencia en un orden perfecto basado en los designios de unos u otros dioses, los intentos por conciliarlos llevaron a errores en los distintos calendarios utilizados a lo largo de la historia, errores que se hacían evidentes únicamente al paso de muchos años, cuando se observaba que se desfasaban respecto de la realidad y había que realizar algunos ajustes y revisar las matemáticas. El ejemplo clásico es el del calendario romano, que para tiempos de Julio César estaba ya desfasado en dos meses respecto del año solar verdadero. En Egipto, además de conocer a Cleopatra, César conoció al astrónomo Sosígenes, quien le explicó los ajustes calendáricos que los egipcios habían hecho a lo largo de 3 mil años y que les daban un año medido según las estrellas que era sumamente preciso (además del calendario lunar religioso y un calendario "civil" de 365 días). El ajuste realizado a instancias de Julio César, y que incluía un año bisiesto cada cuatro, fue útil hasta la edad media, cuando los desfases se hicieron nuevamente evidentes y exigieron un nuevo ajuste, el promovido por el papa Gregorio XIII y llevado a cabo por un equipo de científicos dirigidos por el matemático alemán Cristoph Clavius a medidados del siglo XVI para desarrollar el calendario gregoriano que se emplea actualmente en casi todo el mundo. Algo similar había ocurrido ya en 1079 con el calendario Persa, cuando el sultán Jalal Al Din Shah puso en vigor el ajuste calendárico encargado a un grupo de sabios entre los que se contaba el poeta, matemático, astrónomo y bon vivant Omar Al Khayyam, cuyo cálculo del año solar es incluso más preciso que el del propio calendario gregoriano.

Actualmente, las observaciones astronómicas precisas que permite el instrumental tecnológico y los conocimientos científicos resultado de miles de años de observaciones y estudios nos permiten conocer con enorme exactitud la duración del día, del año solar y del mes lunar, así como numerosos otros ciclos del universo. Y, sin embargo, hay tradiciones que se rehúsan a desaparecer. Así, por ejemplo, la Semana Santa, que corresponde a la Pascua judía, se calculó primero según el antiguo calendario lunisolar hebreo, pero desde el siglo IV se calcula de modo independiente, utilizando métodos enormemente complejos que parten de que el año tiene exactamente 365 días y que utilizan las fases de la luna y los días de diferencia entre el año solar y el lunar.

Los antiguos no eran ignorantes


El conocimiento de las civilizaciones antiguas no es "increíble" si conocemos la historia y la importancia que para ellas tenían sus observaciones astronómicas. Construcciones como Stonehenge, las pirámides de Giza o los observatorios mayas no eran sólo ejercicios intelectuales o desarrollos religiosos, sino respuestas inteligentes y razonadas al desafío que implicaba saber el momento en el que se estaba viviendo. Por ello, siendo conocimientos admirables, difícilmente se puede decir que estuvieran "fuera del alcance" de las civilizaciones que dependían de las estaciones, las heladas o, como en el caso del antiguo Egipto, de la inundación anual del Nilo, y que estudiaban el universo para sobrevivir. Así, el calendario estelar egipcio que funcionó durante dos mil años antes del fin de ese imperio y que consiguió predecir con gran precisión dicha inundación, estaba formado por las interrelaciones de un sistema de 36 estrellas, la principal de las cuales era Sirio, que marcaban la duración del año con notable exactitud. Como le dijo Sosígenes a Julio César al explicarle la sabiduría astronómica egipcia, la Luna es un buen dios, pero no sabe cuándo ocurren las cosas.

Pasado y futuro del cáncer

No es incurable, no es una sentencia de muerte y no es ni siquiera una sola enfermedad, pero "cáncer" sigue siendo fuente de poderosas emociones y en general un desconocido.

Conocido al menos desde tiempos de Hipócrates, el cáncer ha sido sin embargo entendido y estudiado apenas desde el siglo XIX, cuando el descubrimiento de las células y las teorías científicas de la enfermedad sustituyeron al empirismo vago de la medicina precientífica y a teorías como la de los "humores", que afirmaba que las enfermedades eran producto de desequilibrios entre los cuatro humores que se creía que conformaban el cuerpo humano (bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre), y que prevaleció durante milenios sin aportar nada a la curación de los enfermos con sus procedimientos de sangrías, laxantes y dietas en ocasiones peligrosísimas. Igualmente, abundaron las creencias erróneas sobre el origen, desarrollo y características del cáncer. Para algún profesor holandés del siglo XVII, por ejemplo, el cáncer era causado por un fluido linfático demasiado ácido, mientras que otro concluía que era un veneno y que, además, era contagioso.

Pero el siglo XIX vio cómo los científicos alemanes Theodor Schwann y Matthias Jakob Schleiden descubrían que el cuerpo humano no era una mezcla de cuatro humores, sino el asombroso agregado de millones y millones de células especializadas. Esta teoría habría de cambiar todo el conocimiento de la biología y, por supuesto, de la medicina, sentando las bases de la patología que conocemos actualmente, sustentadas adicionalmente por el trabajo de Louis Pasteur. Pronto se descubrió que el cáncer era precisamente un desarreglo de la multiplicación de las células del cuerpo, que al sufrir daños en su ADN se dividían descontroladamente debido a mutaciones en los genes que se encargan de la división celular. Se entendió igualmente cómo las células cancerosas podían invadir otros tejidos cercanos o incluso lejanos (mediante la metástasis o migración de las células cancerosas por medio del sistema circulatorio o del linfático).

Distintas formas de cáncer que afectan a distintas células se comportan de maneras igualmente diferentes, y son susceptibles de diversas formas de tratamiento. Es decir, a diferencia de una enfermedad claramente delimitada como podría ser la hepatitis o la ateroesclerosis, el cáncer es en realidad una clase de enfermedades que tienen relación entre sí pero no son iguales ni en su origen, ni en sus riesgos ni en su tratamiento.

En general, el cáncer es producto de la exposición de las células a agentes capaces de provocar mutaciones (mutágenos), excepto en el caso de algunas formas de cáncer que son producto de fallas genéticas hereditarias. Los agentes que provocan mutaciones causantes del cáncer son llamados cancerígenos, y pueden ser muy diversos: sustancias que emiten radiaciones (principalmente beta o gamma, radiación solar ultravioleta y rayos X), diversas sustancias y compuestos, el tabaco, el alcohol, ciertos microbios como el hongo Aspergillus flavus (por producir la la aflatoxina B), y virus que inyectan directamente su ADN en las células que atacan. Pero la presencia de un carcinógeno no es necesariamente suficiente para causar cáncer, sino que es necesario además que haya cierta predisposición del individuo, ya sea por el medio ambiente, su propia composición genética y la presencia de otras sustancias.

Precisamente por su diversidad, es muy difícil, y poco aceptable, hacer generalizaciones sobre el tratamiento del cáncer y su posible mortalidad. El tratamiento eficaz del cáncer depende, primeramente, de una detección temprana de la enfermedad, del tipo de cáncer de que se trate y dónde esté situado, además del estado general de salud y edad del paciente. Las opciones al alcance del médico van desde la extirpación quirúrgica del tumor, la quimioterapia, la radioterapia, la inmunoterapia, la terapria de anticuerpos monoclonales, la supresión hormonal y otras menos conocidas, y generalmente se utiliza una combinación de más de una terapia para conseguir la curación o el control del avance de la enfermedad. A ello deben agregarse opciones preventivas como la vacuna contra los tipos 16 y 18 de cáncer causado por el papilomavirus humano (PVH).

Pero por todo lo dicho, no hay, ni puede haber una cura contra el cáncer, sino que hay y habrá diversas curaciones posibles según el tipo de cáncer y el tipo de paciente. Pero aún sin que se haya hecho realidad esa mítica cura, la mortandad por cáncer ha bajado notablemente respecto del pasado, y las opciones siguen desarrollándose y aumentando la calidad y cantidad de vida de quienes sufren algún tipo de cáncer. De hecho, no pasa ni un día en el que no se haga algún anuncio sobre nuevos descubrimientos en numerosísimas áreas relacionadas con la lucha contra el cáncer: prevención, mejores medicamentos para reducir los efectos colaterales de otras aproximaciones como la quimioterapia, procedimientos quirúrgicos novedosos o perfeccionados, descubrimientos sobre genética y división celular, pruebas más eficaces para detectar el cáncer, recomendaciones sobre cambios en la dieta y la forma de vida para evitar la exposición a carcinógenos, vacunas y, sobre todo, nuevas terapias.

Hoy en día, la terapia más prometedora es la terapia concentrada. Disponible desde fines de la década de 1990 y en estudio constante, utiliza agentes específicos para las proteínas desreguladas de las células del cáncer. Utilizando pequeñas moléculas y anticuerpos monoclonales, así como estructuras químicas específicas que pueden buscar las células cancerosas o el tejido no celular que rodea a los tumores llevando a ellos sustancias radiactivas en cantidades muy inferiores a las de la radioterapia común y matando a las células malignas con mínimos daños a los tejidos sanos adyacentes.

No causa cáncer, aunque lo diga el vecino


El temor que sigue latente respecto de esta clase de enfermedades permite que periódicamente aparezcan afirmaciones sensacionalistas que afirman que ciertos elementos o fenómenos causan cáncer pese a que haya numerosos estudios que lo niegan. Es el caso de la telefonía móvil, que ha provocado escenas de histeria colectiva basadas en afirmaciones vagas, reportes imprecisos en los medios de comunicación, conclusiones apresuradas y llamamientos de personas poco informadas. Apenas el 6 de diciembre se publicó un nuevo estudio realizado en Estados Unidos sobre más de 400.000 personas que se suscribieron al uso de teléfonos móviles entre 1982 y 1995, y a los que siguió hasta 2002, concluyendo que el uso de móviles no tiene ninguna vinculación con el riesgo de cáncer, ni siquiera el del cerebro o la leucemia, frecuentemente citados por quienes animan la histeria.

Ulises en el Sol

El sol domina nuestro planeta y es responsable de la vida en él, y sin embargo aún estamos conociendo nuestr estrella, en parte gracias a largas misiones espaciales.

Fue Anaxágoras quien propuso en el siglo V antes de nuestra era la idea de que el sol era una bola gigante de metal muy lejana y más grande que el Peloponeso, y no precisamente la carroza de Helios, lo cual le ganó la prisión por hereje, premio destinado a más de un pensador científico enfrentados a las creencias irracionales e incontrastables. Se dice además que doscientos años después, Eratóstenes, quien midió con notable precisión la circunferencia terrestre, calculó que el sol estaba a una distancia de unos 149 millones de kilómetros de la Tierra, cifra muy cercana a lo que conocemos actualmente.

Pero fue Galileo Galilei el primero que, con espíritu estrictamente científico, se dedicó a una observación sistemática del sol. Su labor astronómica le costó la vista casi totalmente, pero dejó constancia de que el sol no era, como se creía, una esfera perfecta, sino un globo con manchas que Galileo consiguió elegantemente demostrar que no eran satélites o lunas, sino características de la superficie.

El sol es un reactor nuclear de fusión formado en un 74% por hidrógeno, un 25% por helio y rastros de diversos elementos más pesados. En su interior, los átomos de hidrógeno se fusionan formando helio y liberando luz y calor. El sol tiene bastante hidrógeno como para seguir funcionando durante unos 5 mil millones de años, cuando comenzaría, dicen los cosmólogos, la fusión del helio y el sol pasará a ser una estrella gigante roja. En su interior no hay ningún elemento sólido, sino que toda materia está en forma de gas y de plasma, el cuarto estado de la materia. Pero todo lo que la ciencia ha descubierto sobre el sol hasta hoy es poco comparado con lo mucho que aún ignoramos, además de los misterios nuevos que nuestro conocimiento nos ha enseñado que existen, como la aparente paradoja de que la superficie del sol tiene una temperatura de 6.000 grados Kelvin, mientras que su atmósfera o corona solar alcanza un millón de grados de temperatura, o los problemas que presenta su campo magnético.

Los cambios que sufre el sol no son en general perceptibles directamente en la Tierra, pero además del interés científico sobre nuestra estrella, que nos permite saber más sobre el universo, estos cambios han adquirido relevancia debido a que son capaces de afectar algo tan esencial como las telecomunicaciones. En su ciclo de actividad de 11 años, el sol tiene momentos de grandes "tormentas" solares y llamaradas que pueden alterar gravemente las comunicaciones inalámbricas, y lo han hecho en el pasado. Además, el campo magnético solar se invierte cada 11 años, dando como resultado un segundo ciclo de 22 años.

En 1990 el transbordador espacial Discovery lanzó la nave espacial robótica Ulises con objeto de conocer los polos norte y sur del sol, en especial su atmósfera y el llamado "viento solar", un flujo de partículas cargadas, principalmente electrones y protones, que expulsan las estrellas y que son responsables, entre otras cosas, de las tormentas magnéticas que afectan nuestras telecomunicaciones, y de las auroras boreales y australes. Las sondas enviadas anteriormente habían estudiado principalmente el ecuador solar, pero los polos de nuestro astro se habían mantenido fuera de nuestro alcance. Para poder estudiar los polos, la nave Ulises, dotada con instrumentos científicos aportados tanto por la NASA como por la Agencia Espacial Europea, fue lanzada hacia Júpiter, con objeto de utilizar la atracción gravitacional de ese gigante gaseoso para salir de la eclíptica (el plano más o menos coincidente con el ecuador solar en el que orbitan los planetas) y lanzarse hacia las más altas latitudes. Así, Ulises pudo observar al sol en la porción más tranquila (o de mínimas manchas solares) del ciclo de 11 años entre 1994 y 1995, y en la porción de mayor actividad de manchas solares entre 2000 y 2001. En noviembre de este año, la nave Ulises nuevamente pasó bajo el polo sur del sol, precisamente en los momentos en que se invirtió nuevamente el campo magnético solar, aportando numerosos datos sobre los efectos de este cambio en el viento solar, los rayos cósmicos galácticos y otros elementos del espacio. La observación iniciada en ese momento continuará sin cesar durante más de un año, con la pequeña nave de 370 kg haciendo una órbita alrededor del sol, de sur a norte, llegando al polo norte solar en noviembre de 2007 y terminando su observación en marzo de 2008.

Hasta hoy, Ulises nos ha enseñado mucho sobre el comportamiento del viento solar, la fuerza del campo magnético solar, las diferencias entre el viento rápido y lento y la difusión de los rayos cósmico sen la atmósfera solar. Además, la curiosa órbita perpendicular a la eclíptica de Ulises permite que esta nave haya recorrido áreas del espacio interplanetario en las que nunca había habido un aparato humano. Este hecho fue aprovechado por los diseñadores europeos y estadounidenses par realizar una serie de observaciones adicionales. Así, el paso de Ulises por Júpiter para salir de la eclíptica en 1991 y su segundo paso por el planeta en 2003-2004 fueron aprovechados para utilizar los instrumentos de la nave con objeto de estudiar el campo magnético de ese enorme planeta y su relación con el viento solar, obteniendo abundantes datos, además de conocer mejor la composición del planeta y confirmar algunas predicciones realizadas matemáticamente sobre el plasma cerca de Júpiter y de su luna Io.

Conducción y uso de una nave interestelar


Durante 16 años, de modo casi silencioso, de científicos y técnicos en Europa y Estados Unidos se han ocupado de seguir y guiar a la Ulises, de resolver los problemas inesperados de la misión y de recibir, procesar, decodificar e interpretar la enorme cantidad de datos que la misión ofrece de manera prácticamente continua. Sólo el sitio de la Agencia Espacial Europea (ESA) dedicado a la Ulises muestra una lista de más de 150 científicos implicados en el proyecto, además de los técnicos que dirigen la nave cotidianamente y cuyo trabajo ha permitido que la misión se prolongue mucho más allá del primer tránsito por el sol en 1995, que estaba marcado como el objetivo después del cual la misión terminaría. Su trabajo exige controlar una nave a gran distancia para que, por ejemplo, sus retrocohetes estabilicen y corrijan su trayectoria. Cuando la nave está en las cercanías de Júpiter, tales órdenes tardan en llegar unos 43 minutos y medio, de modo que los cálculos deben hacerse con asombrosa precisión para que durante más de 16 años una nave haya estado exactamente en el lugar del sistema solar que necesitaban los científicos, lo cual no es poca hazaña.

Aceleradores de partículas

En un túnel cerca de Ginebra, los científicos se preparan para enfrentar algunos de los más asombrosos misterios del universo.

Algunos de los aparatos más complejos, grandes y potentes que ha producido el hombre, los aceleradores de partículas, pueden llevarnos a resolver grandes misterios reales, como el de la materia que, según las matemáticas, existe pero no podemos ver (llamada por ello "materia oscura") y que formaría la inmensa mayoría de la masa del universo, o por qué la gravedad es tan débil comparada con las otras fuerzas de la naturaleza que conocemos: el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil, o cómo complementar el Modelo Estándar que hoy es la teoría fundamental de la física.

En 1993, una decisión del Congreso de los Estados Unidos suspendió la construcción del Supercolisionador Superconductor, un acelerador de partículas formado por un anillo con una circunferencia de 87 kilómetros, a lo largo de los cuales unos imanes superconductores acelerarían un flujo de protones. Con 2 mil millones de dólares ya gastados del presupuesto original de 4.400 millones (y que se había duplicado desde los inicios del proyecto) y una tercera parte del túnel que lo albergaría ya excavada, los legisladores estadounidenses optaron por su cancelación incluso ante las protestas del entonces presidente Bill Clinton. A ojos de muchos, esto se debió, al menos en cierta medida, al hecho de que no todos esos legisladores entendían claramente qué es un acelerador de partículas y para qué sirve.

La investigación en el mundo de las partículas elementales de la materia es mucho más compleja de lo que alguna vez se creyó. En lugar de un simple mundo formado por electrones, protones y neutrones, los físicos han ido descubriendo una variedad de partículas distintas, más de 20, divididas en grupos de bosones, leptones, mesones y hadrones, además de que la exploración matemática propone la existencia de diversas partículas cuya existencia aún no se ha podido corroborar experimentalmente, como el bosón de Higgs. Los neutrones y protones resultaron no ser elementales, sino estar formados por otras partículas llamadas "quarks". Existen además partículas tan peculiares como los neutrinos, cuya masa es tan pequeña que hicieron falta mediciones de gran precisión durante mucho tiempo hasta que pudieron detectarse finalmente este mismo año.

Para explorar este mundo, Ernest Rutherford descubrió que el bombardeo de materiales o partículas con otras partículas (bombardeo atómico) nos permitía conocer experimentalmente el interior de los átomos y las partículas. Para perfeccionar y controlar el bombardeo atómico nacieron los aceleradores, que utilizan una fuente emisora de partículas o iones que aceleran por medio de electroimanes cuya polaridad se alterna a gran velocidad. Esta aceleración puede usarse para producir rayos X, para ciertas formas de terapia con radiación contra el cáncer o bien para hacer chocar las partículas o iones contra determinados materiales o entre sí. Para obtener resultados, los físicos requieren de aceleradores cada vez más precisos y potentes. El supercolisionador cancelado por Estados Unidos hace 13 años pretendía ser el más potente del mundo, generando 40 TeV (teraelectronvoltios, es decir, 40 billones de electronvoltios, medida utilizada para designar la energía cinética o de movimiento que gana un electrón al pasar por un campo magnético de un voltio).

Este año se han llevado a cabo las primeras pruebas del acelerador de partículas europeo, perteneciente al CERN (siglas en francés de la Organización Europea para la Investigación Nuclear), llamado Gran Colisionador de Hadrones, o LHC por sus siglas en inglés (los hadrones son un tipo partículas entre las que se incluyen los protones y los neutrones). Se espera que inicie operaciones a un nivel de energía reducido en 2007 para alcanzar en 2008 una capacidad de 7 TeV, que lo convertirán en el acelerador más grande y de más energía del mundo.

Los experimentos previstos en el LHC podrían ayudarnos a resolver algunos de los grandes misterios reales que mencionamos al principio. Los haces de protones acelerados por el LHC se utilizarán en 6 experimentos principales especializados en distintas actividades diseñadas para explorar distintos aspectos de las colisiones de partículas. Alice: utilizará las colisiones de iones de plomo para intentar generar una nueva fase de la materia, el plasma de quarks-gluones (las fases que conocemos son: gaseosa, líquida, sólida y condensado de Boise-Einstein). Atlas: Utilizará las colisiones de protones contra protones para explorar la naturaleza básica del universo y las fuerzas que dan forma, para lo cual cuenta con 1800 físicos de 150 universidades y laboratorios procedentes de 35 países. CMS: entre otras cosas intentará producir el hoy hipotético bosón de Higgins y encontrar pruebas de la "supersimetría", un modelo físico que permitiría, de ser cierto, resolver muchas de las aparentes contradicciones de la física cuántica. LHCb: Explorará por qué hay una violación de la simetría CP, es decir, por qué el universo está hecho principalmente de materia y no de cantidades iguales de materia y antimateria, asunto de esencial importancia para reconstruir el Big Bang, el proceso de nacimiento del universo, en el cual se creó toda la materia. Totem: Medirá la forma en que los protones se difractan y dispersan en sus colisiones. LHC Forward: Aprovechará que los protones en el acelerador se mueven a velocidades similares a las de los rayos cósmicos para simular la forma en que éstos se comportan al entrar a la atmósfera terrestre.

Si bien algunos de los conceptos de la física de partículas resultan prácticamente incomprensibles para los no especialistas, el LHC nos permite participar de la investigación europea por medio de LHC@Home (LHC en el hogar) un proyecto vía Internet que utiliza tiempo de ordenador donado por personas que descargan y ejecutan un programa especial para hacer simulaciones de cómo viajarán las partículas por el acelerador y ayudar así colectivamente a la calibración de los miles de imanes que deben actuar conjuntamente para el buen funcionamiento del LHC.

El LHC en números


Físicos participantes: 2.000, procedentes de 34 países. Ubicación: 46º 14' 00" N, 6º 03' 00" E, cerca de Ginebra en la frontera franco suiza y ocupando espacio en ambos países. Datos del túnel: 27 kilómetros de longitud y 3 metros de diámetro, a una profundidad de entre 50 y 150 metros. Electroimanes superconductores que usará: alrededor de 9.300. Presupuesto original: 2.600 millones de francos suizos (1.600 millones de euros) más 210 millones de francos suizos (132 millones de euros) para el costo de los experimentos. Costo final real calculado: 6 mil millones de euros.