Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Darwin, el genio apacible


Cambió el modo de pensar que tenemos sobre nosotros mismos y todo el mundo vivo, y desafió creencias milenarias armado sólo de datos, hechos y pruebas.

El mundo en el que nación Charles Robert Darwin en 1809 en Shrewsbury, Inglaterra, quinto hijo del médico Robert Waring Darwin y su esposa Susannah Wedgwood apenas se preparaba para el esplendor inglés bajo la férrea mano de la reina Victoria. Retratado en 1816 abrazando una maceta de flores amarillas, no mostraba ser el genio que celebran la ciencia y el conocimiento, ni el adversario odioso de algunas tendencias religiosas. Después de abandonar la carrera de medicina con el disgusto de su padre, cuando en 1828 empezó a estudiar para ser ministro de la iglesia anglicana, se hizo claro que su vocación sacerdotal tampoco era abundante y tomó otros caminos, como amigo y alumno de John Stevens Henlow, profesor de biología, y luego con Adam Sedgwick, profesor de geología. No deja de ser curioso que, con Henlow, estudiara entusiasta los escritos de William Paley, defensor del argumento del diseño divino en la naturaleza, y que el propio Henlow fuera quien le consiguiera el puesto de "naturalista de a bordo sin salario" en el bergantín de diez cañones HMS Beagle, cuya misión era levantar los planos hidrográficos de la parte sur de la costa sudamericana para luego realizar una circunnavegación planeada para dos años que, al final, se prolongarían hasta cinco.

Aunque ya Anaximandro, en el siglo VI antes de nuestra era, habló de la transmutación de las especies y de ancestros comunes, las ideas religiosas predominaron y sólo a fines del siglo XVIII hubo suficientes evidencias, en el registro fósil, en la geología y en la clasificación de los animales, como para plantearse de nuevo que las especies no permanecían, sino evolucionaban, que en el pasado hubo seres que hoy no existen y no se encontraban rastros de los que hoy sí conviven con nosotros. La idea de la evolución requirió, por supuesto, una explicación, y la más conocida anets de Darwin fue la de Lamarck, que consideraba que las experiencias vitales se reflejaban en la herencia, y así un animal que estire mucho el cuello para comer hojas de los árboles tendrá hijos de cuello cada vez más largo, hasta que sean jirafas.

Darwin fue al viaje del Beagle como geólogo, botánico, zoólogo y científico en general, algo que no era muy común en los barcos de la época, y realmente había sido invitado para acompañar al capitán, que temía que la soledad y la compañía de los marineros lo llevaran al suicidio como a un colega suyo. En el largo viaje, Darwin encontró, describió y recopiló fósiles, distintas especies de animales y plantas, anotando sus variaciones y, sobre todo, haciéndose preguntas sobre el "misterio de misterios", el origen de las distintas especies. El material que llevó consigo al volver a casa en 1836 fue estudiado por Darwin paciente y cuidadosamente hasta que en 1842 se "atrevió" a especular sobre los mecanismos de la evolución, hizo el primer boceto de sus conclusiones en 1844, consciente de las implicaciones que tenía el rumbo de sus estudios, y siguió confirmándolas y sometiéndolas a prueba con los datos de la realidad hasta que en 1859 finalmente publicó El origen de las especies por medio de la selección natural. Darwin no era el único que trabajaba sobre el tema. Como en otros casos, el conocimiento de la biología estaba maduro para llegar a una explicación científica y comprobable de la evolución de las especies, y Alfred Russell Wallace llegó a la misma idea de modo independiente y se lo escribió a Darwin a principios de la década de 1840. Pero aunque Wallace tuvo la inspiración genial, no tenía lo fundamental, las pruebas de las que disponía Darwin. La teoría que planteaba era muy sencilla: en cada generación nacen más individuos de los que sobreviven, y tales individuos son ligeramente distintos unos de otros, de modo que hay una competencia para sobrevivir, en la que los mejor adaptados a su entorno serán seleccionados naturalmente para tener más probabilidades de prevalecer y reproducirse, y al paso del tiempo los cambios se pueden acumular para dar origen a nuevas especies más aptas para sobrevivir en su entorno.

La publicación de El origen de las especies fue una descarga eléctrica en el mundo de mediados del siglo XIX, y especialmente en la Inglaterra natal de Darwin pese a que éste prácticamente no usa la palabra "evolución" en toda la obra y menops aún a los orígenes del hombre. No importaba, los datos del libro implicaban la evolución de todos los seres vivos, incluido el hombre, y los ataques vinieron incluso de sus antiguos profesores Henlow y Sedgwick. La personalidad tranquila y conciliadora de Darwin no le permitía entrar en la liza. Pero su libro había reclutado para la causa del conocimiento científico de los procesos biológicos del cambio a un defensor que se alimentaba del enfrentamiento dialéctico, Thomas Henry Huxley, biólogo que se ganó el título de "el bulldog de Darwin" después de su debate con el obispo de Oxford, Samuel Wilberforce, al que dejó en ridículo al decirle que prefería descender de un mono que de un hombre que no supiera usar su inteligencia.

Abierta la "caja de Pandora" de la evolución, y con el respaldo de Huxley en la arena pública y personal, Darwin siguió ampliando sus conclusiones en libros como El descenso del hombre, La expresión de la emoción en el hombre y en los animales y otros libros, artículos y obras breves que dieron forma a una teoría sólida, cuyos detalles han sido afinados desde 1859 por sucesivas generaciones de biólogos evolutivos sin que aparezca ningún hecho que haga dudar que se trata de una explicación esencialmente correcta de los mecanismos del devenir de la vida en la Tierra.

Charles Darwin se casó con su prima Emma Wedgwood y tuvo diez hijos, de los cuales sobrevivieron ocho, y murió en Kent, el 19 de abril de 1882 y está paradójicamente enterrado en la abadía de Westminster, cerca del astrónomo John Herschel y de Isaac Newton. Entre ingenios de su nivel, sin duda.

Lo que es una teoría

Al hablar de la "teoría de la evolución" de Darwin, vale recordar que "teoría" no significa lo mismo en el habla popular y en la ciencia. A nivel cotidiano, una "teoría" es una especulación, una conjetura más o menos imaginativa. En ciencia, "teoría" denota a una serie de leyes que relacionan determinado orden de fenómenos. Así, la "teoría de la gravitación universal" no es una ocurrencia de Newton, sino las leyes que relacionan la masa, la distancia y la velocidad con la gravedad. La "teoría de la evolución" de Darwin relaciona la presión de selección, la mutación y la variabilidad de los seres vivos con la evolución, y está debidamente demostrada y validada. No es, por tanto, "sólo una teoría".

¿La sensación más poderosa?

En ocasiones irresistible y omnipotente, el miedo nos recuerda que en lo profundo de nuestro cerebro, pese a todo, seguimos dominados por los instintos más esenciales.

Los músculos responsables del movimiento se tensan y los vasos sanguíneos se dilatan para mejorar su irrigación, los ojos se abren, las pupilas se dilatan, se frunce el ceño, los labios se estiran, hay sudoración, nos concentramos en el objeto de nuestra reacción, aumenta el ritmo respiratorio y cardiaco... es el miedo. Ante una situación de miedo, primero tratamos de protegernos o escapar, pero si nos vemos totalmente acorralados o arrinconados, lo más probable es que reaccionemos atacando con desesperada violencia. Y, en términos generales, no podemos controlar ninguna de las reacciones que hemos mencionado.

"La emoción más antigua y más poderosa de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más poderoso es el miedo a lo desconocido." Así iniciaba Howard Philips Lovecraft su ensayo Supernatural Horror in Literature. Y de miedo sabía mucho el autor, creador del relato materialista de terror, de una mitología original y de numerosas obras que hoy siguen siendo motivo de gozosa angustia por parte de los lectores y de inspiración para escritores y cineastas en todo el mundo. Claro, en 1927, cuando Lovecraft publicó este ensayo, aún no se sabía cómo funcionaba realmente el miedo, pero no deja de llamar la atención que la neurología, la biología evolutiva y la fisiología hayan confirmado que, efectivamente, el miedo vive en la zona más antigua de nuestro cerebro, el llamado "cerebro reptil" o sistema límbico, concretamente en las llamadas amígdalas cerebrales. Se trata de dos grupos de neuronas con la forma y el tamaño de una almendra ("amígdala" en latín significa, precisamente, almendra) que se encuentran en lo profundo de los lóbulos temporales mediales, más o menos detrás de nuestros pómulos, a la altura de los oídos, y que en diversas investigaciones se ha demostrado que están a cargo de la memoria emocional y de respuestas emocionales, principalmente el miedo. Las amígdalas reciben información de las zonas del cerebro que obtienen y procesan la información visual, auditiva y somatosensorial, y a su vez tienen conexión con los centros autonómicos del tallo cerebral y, especialmente el hipotálamo, que responde disparando las reacciones del miedo, entre ellas la liberación de adrenalina que nos prepara para huir o pelear, la reacción esencial de supervivencia ante el peligro. Un experimento muy revelador muestra cómo las ratas con las amígdalas dañadas experimentalmente pueden caminar hasta un depredador, como un gato, sin exhibir ninguna inquietud.

La evolución de los sistemas nerviosos, desde el más simple que exhiben gusanos como las planarias hasta los más complejos de los mamíferos y primates más desarrollados, y en particular el humano, muestra lo que podría considerarse, sólo a modo explicativo, como una sucesión de capas en la que las más internas son las más antiguas desde el punto de vista evolutivo, y las más externas son las que han aparecido más recientemente en el desarrollo de la vida en nuestro planeta. Así, la corteza cerebral de los mamíferos es la estructura evolutivamente más reciente, mientras que algunas zonas que están en lo profundo de nuestro cerebro, como las amígdalas o los bulbos olfatorios, son estructuras que ya estaban presentes en los reptiles, motivo por el cual se conoce a estas zonas como el "cerebro reptil". Esto no quiere decir que esas estructuras en nuestros cerebros sean iguales a las de los reptiles, por supuesto, sino que han evolucionado a partir de ese tipo de estructuras a lo largo de millones de años y a través de las especies, manteniendo al menos algunas de sus funciones originales (como la recepción e interpretación de los olores) al tiempo que literalmente encima de ellas han evolucionado nuevas estructuras como la corteza cerebral, capaces de funciones que antes no eran posibles, como el pensamiento abstracto.

El miedo, como el dolor, es una sensación desagradable, pero sin él difícilmente sobreviviríamos como individuos y como especie. Hay algunos miedos que son completamente instintivos, es decir, que los tenemos en cuanto nacemos, como el miedo a caer y el miedo a los ruidos fuertes, mientras que otros los vamos aprendiendo. En su conjunto, son una serie de mecanismos destinados a evitar que nos pongamos en peligro sin necesidad, aunque podemos superarlos en una situación de emergencia. Así, hemos aprendido a tenerle miedo a las llamas y nunca nos internaríamos en un incendio a menos que, por ejemplo, en él se encontrara atrapada en él alguna persona a la que le tuviéramos gran cariño, como un hijo o una pareja. En ese sentido, el miedo no es absoluto, sino relativo, y en ocasiones parece un cálculo cuidadoso de la relación entre el riesgo que comporta algo y los beneficios que nos puede aportar.

Si bien el miedo tiene un valor de supervivencia, favoreciendo la reproducción de los individuos que temen a las cosas genuinamente temibles, uno de los fenómenos más curiosos es que derivamos cierto placer del miedo, y lo buscamos activamente en atracciones de feria, en libros y películas de terror, en videojuegos desafiantes. Se han propuesto dos explicaciones: una según la cual lo que sentimos en tales casos no es miedo, sino sólo excitación, y otra que dice que aceptamos soportar el miedo por la sensación eufórica de alivio que obtenemos cuando termina. Un reciente estudio de Eduardo Andrade de la Universidad de California en Berkeley y Joel B. Cohen de la Universidad de Florida han propuesto por primera vez que en realidad experimentamos al mismo tiempo emociones negativas y positivas, según un estudio publicado apenas en agosto, algo que antes se consideraba imposible. Pero, después de todo, como suelen decir los profesionales de trabajos en los que el miedo siempre está presente, como el toreo, el paracaidismo o las carreras, la valentía no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de dominarlo sin que nos domine a nosotros.

Cuando domina lo irracional

Las fobias son miedos irracionales y paralizantes que, aunque el que las sufre sabe que son irracionales, no puede controlar su reacción. Médicos y psicólogos han dedicado grandes esfuerzos para el combate de las fobias, ya que hasta un 8% de los adultos en los países desarrollados padecen alguna fobia (y muchos afirman tener fobias cuando sólo tienen un miedo leve). Hasta ahora, uno de los mejores tratamientos es la exposición sucesiva al estímulo de la fobia, por ejemplo exponiendo a una persona con aracnofobia a fotografías de arañas, luego a arañas de juguete y así sucesivamente hasta conseguir que puedan tener una tarántula en la mano sin ser víctimas de su fobia.

Los mayas

Durante casi cuatro mil años, en el Sureste de México y parte de los países centroamericanos, los mayas crearon imponentes ciudades con monumentos que han perdurado y desarrollaron las más avanzadas prácticas astronómicas y lingüísticas del continente americano antes de la llegada de los europeos. Hoy, la cultura maya es objeto de tanta atención como lo fue la egipcia a principios del siglo XX, porque aunque ignoramos tanto sobre ella, lo que sabemos permite vislumbrar una enorme riqueza artística y cultural desde que los conquistadores encontraron en la zona maya gran cantidad de restos arqueológicos que hablaban de una sociedad y una cultura avanzada y compleja. Sin embargo, la destrucción por motivos religiosos de casi la totalidad de los documentos escritos indígenas hizo aún más profundo el misterio, y éste no empezó a desvelarse sino hasta principios del siglo XX. La escritura maya es logosilábica, lo que significa que combina símbolos fonéticos y logogramas o palabras completas, a diferencia de los ideogramas de otras lenguas originarias como el náhuatl, lo que complicó aún más su comprensión, pues no fue sino hasta la década de 1970 cuando el desciframiento se aceleró, permitiéndonos empezar a comprender los textos sobrevivientes mayas, grabados en piedra, unos 10.000 en monumentos, dinteles y estelas.

Los mayas aparecieron hacia el 1800 antes de nuestra era, comenzando su período preclásico o de consolidación, que duró más o menos hasta el 250 de nuestra era. A partir de entonces, con la desaparición de Teotihuacán, que dominó incluso a los mayas pese a su lejanía geográfica, la civilización maya floreció en su etapa "clásica", sus ciudades-estado crecieron en tamaño y población, y se enfrentaron por la dominación, especialmente las de Tikal y Calakmul, que forjaron alianzas a su alrededor para prevalecer, de un modo que recuerda la dominación alternada de Atenas y Esparta en la grecia clásica. Uno de los puntos culminantes de esta etapa es el reinado, muerte y enterramiento del rey Pacal entre el 615 y el 683 de nuestra era. El descubrimiento de la tumba de Pacal en la pirámide conocida como Templo de las Inscripciones, realizado por el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier, cambió radicalmente la idea de que las pirámides mesoamericanas eran únicamente túmulos que cumplían funciones de templo. En el siglo X comienza un período de decadencia en el cual se abandonan primero las ciudades de las zonas bajas centroamericanas y después las del norte de Yucatán.

Este período de decadencia aún no se ha explicado de modo claro. Los más recientes descubrimientos incluyen como explicaciones posibles, al menos en parte, una serie de sequías recurrentes ocasionadas por variaciones de la intensidad solar, provocando escasez de los alimentos principales de los mayas, las judías, el maíz y, según se ha descubierto apenas este año, la mandioca, plantada en campos dedicados sólo a este cultivo, mientras la población crecía en exceso; el enfrentamiento bélico por nuevas tierras de cultivo, el desequilibrio de los sistemas ecológicos, la profundización de la brecha entre la élite del poder y el pueblo, y las presiones de sociedades no mayas. Pero el desarrollo de la cultura maya había creado un importante legado en cuanto al conocimiento, y especialmente en la astronomía y las matemáticas.

La astronomía, la pasión por conocer con exactitud los movimientos de los cielos, es la base de un calendario maya asombrosamente preciso, el Haab, puesto que los mayas utilizaban tres calendarios distintos. El Tzolkin era un calendario de trece meses de veinte días, de carácter esencialmente religioso y ritual, empleado entre otras cosas para intentar predecir el futuro por medios astrológicos. Por su parte, el calendario Katún o "cuenta larga", que usaba series de veinte años, llamadas katunes, y series de veinte katunes, llamadas baktunes, de 144.000 días. Las "eras" o ciclos completos estaban formadas por trece baktunes, un total de 5.200 años, al final de los cuales se iniciaba un nuevo siglo. En la cuenta larga, la era actual comenzó el 13 de agosto de 3114 antes de nuestra era y teminará el 21 de diciembre de 2012 para comenzar una nueva cuenta larga o era al día siguiente. Esto ha llevado a la creencia de una especie de "profecía maya del fin del mundo" para esa fecha, que no sólo carece de bases, sino que se ha utilizado para la venta de una serie de productos. Del mismo modo en que no pasó nada relevante en el 3114 antes de nuestra era, nada indica que los mayas creyeran que ocurriría en el 2012.

Por su parte, el calendario Haab, que es el que asombra por su precisión, producto de largas y pacientes observaciones del cielo, era originalmente de dieciocho meses de veinte días, más 5 días "nefastos", los últimos del año, para un año solar de 365 días. Vale la pena señalar que la diferencia entre esta cuenta y el año solar real obligó a los sacerdotes-sabios mayas a reunirse para decretar que cada cuatro años se tendría un día adicional, inventando así el año bisiesto en el 249 antes de nuestra era. El desajuste de este nuevo calendario se hizo evidente también al paso del tiempo, y en el año 775 de nuestra era, una nueva reunión fijó el año solar en 365,242 días. Este desarrollo astronómico no hubiera sido posible sin las matemáticas necesarias para computarlo, especialmente el concepto del cero, concebido hacia el año 36 antes de nuestra. El cero era necesario porque los maya utilizaban un sistema posicional para los números, en el que el símbolo tiene un valor distinto según su lugar, como en nuestro sistema arábigo, donde el símbolo "5" denota cinco unidades, cinco decenas, cinco centenas, etc., dependiendo de su posición.

El misterio de la decadencia maya a finales del período preclásico permanece, pero aún hay demasiadas áreas por explorar, excavar y estudiar. Los descubrimientos de 2006 en San Bartolo, Guatemala, datados 100 años antes de nuestra era, de murales policromados y muestras tempranas de escritura, son sólo otra indicación de que los mayas tienen aún mucho por revelarnos.

Los mayas no desaparecieron

A la llegada de los europeos en el siglo XVI de nuestra era, los mayas seguían ocupando gran parte de lo que hoy son la península de Yucatán y Chiapas, en México, y gran parte de Guatemala, Belice, Honduras, y allí están hoy. Hoy en día, cientos de miles de indígenas que hablan las lenguas mayenses, como los tzeltales, tzotziles, cakchiqueles, tojolabales, chontales, quichés, lacandones y otros, y los mayas de Yucatán son todos descendientes directos, étnica y culturalmente, de los mayas de la antigüedad. Contra lo que muchos creen, los mayas no han desaparecido, ni mucho menos, y algunos de ellos son, de hecho, los zapatistas que el mundo conoció en 1994.

Terraformación: ingeniería a nivel planetario

No podremos ocupar otros planetas usando trajes espaciales, por lo que si el ser humano quiere salir de su planeta cuna, tendrá que adaptar los otros planetas a sus necesidades.

La imaginación popular consideró durante un tiempo a los planetas de nuestro sistema solar como versiones más o menos desarrolladas del nuestro, con vida, probablemente vida inteligente, incluso civilizaciones, y la ciencia ficción primigenia y más ingenua utilizaba para sus fabulaciones a marcianos, venusinos o plutonianos. Pero la ciencia pronto descubrió que estos planetas eran poco hospitalarios: Marte no tenía ciudades, Venus no tenía selva y su capa de nubes, en lugar de agua, estaba formada por ácido sulfúrico; y Júpiter probablemente ni siquiera tenía tierra firme, pues se trata de un planeta formado casi enteramente de hidrógeno con un poco de helio.

Sin embargo, el sueño humano de expandir nuestra presencia como lo han soñado escritores y cineastas requiere de planetas viables donde se pueda desarrollar una vida humana en condiciones adecuadas. La respuesta a este problema también la tenía la ciencia ficción. En 1930, el escritor británico Olaf Stapledon, en su clásico Last and first men planteó la posibilidad de utilizar la ingeniería para alterar totalmente Venus, modificando su atmósfera para hacerla como la de la Tierra. Una década después, el estadounidense Jack Williamson creó la palabra: terraformación, "un proceso de ingeniería planetaria orientado a mejorar la capacidad de un entorno planetario extraterrestre de mantener vida", segun Martyn J. Fogg, del Grupo de Investigación en Probabilidades del Reino Unido.

¿Qué características debe tener un planeta para sustentar la vida? En su versión simple, requiere de una fuente de energía (una estrella, volcanes), amplias zonas con agua líquida y condiciones favorables para la formación de moléculas orgánicas complejas. La vida en nuestro planeta es altamente diversa y adaptable a condiciones muy extremas, y es muy probable que sea capaz de adaptaciones aún más asombrosas. El problema se presenta cuando lo que buscamos es sustentar la vida humana, porque para ella los requisitos se vuelven muchísimo más estrictos.

Para nosotros, la fuente de energía debe ser de luz, no nos basta el calor de la actividad volcánica, pero su composición debe ser tal que no contenga demasiados rayos UV ni rayos X que puedan ocasionarnos quemaduras o cáncer. Necesitamos, además, una atmósfera con una composición bastante precisa de hidrógeno y oxígeno, que nos permita respirar y que también sirva de escudo contra radiaciones peligrosas, y que no tenga ciertos elementos y sustancias que son venenosos para el humano. Aunque el agua líquida puede existir a entre 0 y 100 grados Celsius, el ser humano está hecho para vivir en un rango de temperaturas que no supere los 50 grados Celsius. El planeta en sí no puede tener una masa de mucho más del doble de la de la Tierra, puesto que en caso contrario su gravedad nos ocasionaría incomodidades y problemas de salud. El agua y la tierra, además, deben contener una serie de nutrientes en proporciones bastante definidas, y en ellos deben estar ausentes elementos y sustancias que resultan dañinos para nosotros. Éstos son solo algunos de los aspectos esenciales que debe reunir un planeta para que podamos vivir en él sin sustento externo o artificial.

La idea de la terraformación no sólo es propia de la ciencia ficción, aunque exigiría enormes capacidades para llevar elementos a un planeta, y unas capacidades técnicas y económicas de las cuales no disponemos todavía. Pero ello no ha impedido a muchos científicos y entusiastas plantearse en realidad la posibilidad de terraformar algún planeta, y el mejor candidato a mano es Marte.

La terraformación de Marte

Aunque para Carl Sagan el primer planeta candidato a la terraformación era Venus, la mayoría de los soñadores científicos y no científicos han puesto sus ojos en nuestro más cercano vecino, Marte, como el planeta más indicado para este esfuerzo que quizás algún día el ser humano pueda emprender. La posibilidad de la terraformación de Marte ha sido explorada con seriedad desde muy diversos puntos de vista, desde el químico y biológico hasta el legal y ético, por parte de diversos científicos, filósofos, estudiosos y simples entusiastas de la investigación espacial que creen sinceramente que el futuro del hombre se halla expandiéndose por otros planetas.

Así, el experto en astronáutica Robert M. Zubrin y el investigador del centro Ames de la NASA Christopher P. McKay han resumido los principales requisitos tecnológicos para terraformar al planeta rojo. Parten de la idea de que Marte tiene suficiente CO2 en sus rocas para crear una atmósfera, y proponen diversos sistemas para iniciar un ciclo de realimentación positiva en que el calentamiento de Marte libere CO2 y este gas, a su vez, ayude al calentamiento del planeta por medio del efecto invernadero para crear una atmósfera lo bastante densa. Un sistema es el uso de grandes espejos, de unos 200 kilómetros de diámetro, en órbita para calentar el polo sur marciano y liberar el CO2 atrapado en él. Otra opción es llevar a Marte asteroides con grandes cantidades de amoniaco y otros gases de invernadero. La tercera que se plantean es la producción de gases de invernadero en la superficie marciana por medio de fábricas construidas allí mismo. El segundo paso sería la oxigenación del planeta, urilizando medios industriales para crear bastante oxígeno para luego introducir plantas que puedan realizar la tarea propagándose sobre el suelo marciano hasta tener una atmósfera adecuada para los seres humanos.

Evidentemente, las propuestas serias de terraformación no son instantáneas y casi mágicas, como era la "bomba" llamada "Génesis" en una de las películas de Star Trek, sino asunto de décadas o siglos a lo largo de los cuales se cree una atmósfera adecuada, se siembre una variedad de vida vegetal y animal adecuada para los futuros colonizadores y se limpien las sustancias potencialmente dañinas. En el caso del ejercicio de Zubrin y McKay, sus cálculos indican que se podrían introducir animales avanzados unos 900 años después del inicio del trabajo de terraformación.

Y tratándose de la superviviencia de la especie y de la oportunidad de ocupar todo el universo, no parece tanto tiempo.

A pequeña escala

La "paraterraformación" es la posibilidad de crear ambientes similares a los de la Tierra únicamente en pequeñas zonas aisladas de otros planetas, como ciudades encerradas en domos o en sistemas de cavernas, posibilidades ampliamente exploradas por la ciencia ficción y en las que, sin embargo, la fragilidad de todo el sistema y su vulnerabilidad a cualquier perforación las convierten en una idea poco viable, pero visualmente poderosa.