Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Zahi Hawass: el defensor del legado egipcio

Conocido como el hombre que más lucha por conseguir que vuelvan a Egipto numerosos artefactos antiguos que están en poder de otros países, Zahi Hawass es uno de los más conocidos arqueólogos del mundo.

Su figura es una presencia casi necesaria en todos los documentales sobre el antiguo Egipto, desde los más serios patrocinados por instituciones tan serias como la sociedad y revista de National Geographic hasta algunos que dan pábulo a ideas extravagantes sobre el origen de las pirámides, e incluso ha estado a cargo de varias producciones acompañado de otros distinguidos egiptólogos, lo que le llevó en 2006 a ganar un Emmy, el equivalente al Oscar de la televisión estadounidense por un programa especial sobre Egipto.

El fornido, tremendamente enérgico y habitualmente sonriente egipcio con sus sombreros un poco a lo Indiana Jones estuvo a punto de ser, sin embargo, un sonriente diplomático. Nacido en el pequeño pueblo de Abeyda el 28 de mayo de 1947, su primer objetivo fue estudiar diplomacia, pero suspendió el examen oral, y optó por su segunda alternativa, la arqueología, disciplina en la que se licenció en la Universidad de Alejandría para luego hacerse egiptólogo en la Universidad de El Cairo y doctorándose en la misma disciplina en la Universidad de Pennsylvania en 1987 con una beca Fullbright. Su destino era, entonces, el de todo egiptólogo profesional: dar clases, realizar algunas investigaciones y excavaciones, publicar resultados en revistas especializadas y vivir en el relativo anonimato cómodo de la academia.

El destino y su personalidad, sin embargo, iban por otro camino. Al doctor Zahi Hawass lo mueven pasiones arebatadoras, y las defiende con una clara capacidad escénica, como un eficiente comunicador o el profesor que todos quisiéramos tener, y sin morderse la lengua para tomar decisiones. Y así fue convirtiéndose no sólo en un investigador de primera línea, sino en un personaje mediático decidido a mostrarle al mundo como fuera las maravillas de los 3.200 años del imperio del antiguo Egipto, una enormidad comparado con los 600 años de la antigua Grecia o los 500 años del imperio romano. Y si para promover el conocimiento del legado egipcio tenía que autopromoverse, no tenía problema en hacerlo.

Entretanto, fue construyendo un currículum admirable por todo concepto. En 1997 comenzó los trabajos de excavación en los alrededores de la pirámide de Keops que sacaron a la luz la ciudad de los constructores de las pirámides, y nos permitieron saber que no se trataba de esclavos, sino de trabajadores contratados por todo Egipto, que trajeron sus peculiares costumbres al lugar donde durante 20 años se levantó el impresionante monumento al faraón Keops. En 1999, Hawass anunció el descubrimiento, en las cercanías de la ciudad de El Bawiti, en el Oasis de Baharuya, de 105 momias, algunas de ellas recubiertas de oro, en un gigantesco cementerio de unos dos mil años de antigüedad que se calcula que alberga al menos 10.000 momias en total. La zona fue rebautizada como “El valle de las momias de oro”. El descubrimiento no fue hecho por Hawass, sino por un guardia del Templo de Alejandro Magno, quien lo halló por accidente, pero él fue quien, al conocer el descubrimiento en 1996, ordenó que no se hiciera público pues no había fondos ni especialistas suficientes para excavar, preservar y proteger las momias, especialmente por temor a que los ladrones de tumbas se quisieran hacer de la resina de las momias y las riquezas que las acompañaban. Esperó pacientemente hasta que tuvo los medios para dirigir un grupo de arqueólogos, restauradores, conservadores, dibujantes, electricistas y otros profesionales que pudieran ocuparse debidamente del descubrimiento.

Este interés por preservar los sitios arqueológicos a la espera del mejor momento, de los fondos, de los expertos o de la tecnología necesarios sería años después una de las marcas de la casa Hawass en el mundo de las antigüedades egipcias, y uno de los aspectos que lo pondría en el centro de la controversia con algunos personajes de occidente. Pero la controversia, como se descubriría oportunamente, era un potente combustible para mover a Zahi Hawass a la acción y a la sonrisa.

Cuando en 2002 fue nombrado secretario general del Supremo Consejo de Antigüedades de Egipto, Zahi Hawass puso toda su energía al servicio de su amor por el Egipto actual, al que lógicamente considera el heredero legítimo de toda la cultura del legendario imperio a orillas del Nilo. Dos acciones suyas marcaron de inmediato un nuevo rumbo en el manejo de los asuntos arqueológicos de Egipto. La primera fue la exigencia de que se devolvieran a Egipto numerosos artefactos como, entre otros, la Piedra Rosetta, el busto de Nefertiti, la pintura del zodiaco que estaba en el techo del templo Dendera, el busto de Ankhhaf (el arquitecto de la pirámide de Kefrén) y la estatua de Hemiunu, ni más ni menos que el arquitecto responsable de la pirámide de Keops. Poco a poco, algunos países han devuelto algunos artefactos, no tan relevantes como éstos, merced a una presión diplomática impulsada por la fuerza de Hawass en su país.

Metido en la controversia, Hawass también ha impuesto una moratoria en las excavaciones de sitios tan relevantes como el Valle de los Reyes, puesto que considera que ya existen demasiados monumentos desprotegidos y, por tanto, a merced de los daños que les puedan causar los elementos y los turistas, que por otra parte son elemento clave de la economía egipcia. Por ello, Hawass considera que hace más por su preservación posponiendo temporalmente las excavaciones mientras la economía egipcia mejora y se prepara a más personal egipcio especializado en la conservación y cuidado de su legado. Otros elemento de controversia alrededor de Hawass son su insistencia en la restauración de la Gran Esfinge de Gizeh y su rechazo de la tesis afrocentrista que asevera que los egipcios eran negros.

Finalmente, Zahi Hawass se opone con fuerza a las ocurrencias descabelladas que pretenden adjudicarle la construcción de las pirámides y de la esfinge a elementos no egipcios, desde supuestos habitantes del mítico continente de la Atlántida hasta extraterrestres, o que aseguran que las pirámides tienen funciones y poderes que, por otra parte, nunca han podido demostrar. Hawass llama a estas personas “piramidiotas” y ha impedido que “expertos” autoproclamados puedan hacer investigaciones o rituales en los monumentos antiguos, por lo cual éstos lo han acosado con rumores y afirmaciones falsas. Una controversia más para el egiptólogo más conocido del mundo.

Civilizaciones perdidas


“Ni una sola pieza de cultura material, ni un solo objeto, se ha encontrado en Gizéh que pueda interpretarse como originario de una civilización perdida”, Zahi Hawass.

Vida inteligente en la Tierra... y en otros planetas

Desde que la ciencia confirmó que nuestro planeta es sólo uno entre muchos cuerpos estelares, hemos estado fascinados por la idea de encontrar vida, especialmente vida inteligente, fuera de los confines de la Tierra.

La idea de que cada estrella tiene a su alrededor otros planetas como la Tierra empezó su andadura muy probablemente en 1584 de la mano del sacerdote, filósofo, cosmólogo y ocultista Giurdano Bruno, y la oposición a la idea se hizo patente poco después, cuando Bruno fue juzgado (entendida esta palabra a la peculiar manera del Santo Oficio) y quemado en la hoguera como hereje, entre otros cargos, por afirmar la existencia de una pluralidad de mundos y su eternidad, condena por la que pidió perdón el Papa Juan Pablo II en nombre de la Iglesia Católica.

Ciertamente, en el pasado las religiones habían abordado el tema de otros mundos y otros seres vivos, incluso inteligentes, en ellos, pero desde el punto de vista exclusivamente sobrenatural. El Talmud judío habla de un número exacto de mundos habitados, mientras que el Corán habla de Alá como señor de “los mundos”, en plural. Pero “otro mundo” podría construirse conceptualmente como algo puramente espiritual, y de lo que hablaba Bruno era de otra cosa, de infinitos y eternos mundos como el nuestro, la Tierra, algo contrario al texto bíblico que sólo habla de un mundo que está además en el centro del cosmos. A partir de las ideas de la pluralidad de los mundos que expuso Bruno, derivadas a su vez de la revolución copernicana que puso al sol en el centro del universo, y que se fueron difundiendo junto con el telescopio y las teorías de Newton, tanto científicos como poetas, novelistas y filósofos llegaron a no tener reparos en creer incluso que todos, absolutamente todos los cuerpos celestes albergaban vida inteligente. En los inicios del siglo XVII, el filósofo, teólogo, astrólogo y poeta Tomasso Campanella habló de los posibles habitantes del Sol, y el dramaturgo Cyrano de Bergerac, el personaje real que fuera inspiración para la obra de Jean Rostand, escribió las historias cómicas de los estados e imperios de la Luna y del Sol, mientras que la naciente ciencia ficción de Jules Verne nos hablaba de habitantes de la Luna y H.G. Wells inmortalizaba la idea de que había vida inteligente (y peligrosa) en Marte.

El tema de las inteligencias extraterrestres alcanzó su máximo desarrollo con la ciencia ficción ya en su forma actual, a partir de la década de 1930. Desde las poéticas Crónicas marcianas de Ray Bradbury hasta los aterradores Hombres de Gor de Frederik Pohl, la literatura pronto se llenó de los más diversos alienígenas, algunos francamente absurdos, pero otros construidos de acuerdo con las más precisas reglas de la física y la biología según los conocimientos del momento. Malvados e ingenuos, infantiles o de antigua sabiduría, reptilianos o insectoides, los extraterrestres inteligentes poblaron miles de libros y los sueños de millones de personas en todo el mundo. El cine no tardó en tomar el testigo, generalmente con poca suerte, ofreciendo sobre todo extraterrestres malvados que se comportaban como todos los villanos humanos, para el caso.

Desafortunadamente para los entusiastas, los avances en el conocimiento científico sugirieron pronto que no había selenitas o habitantes de la Luna, que era imposible que nada viviera en las temperaturas aterradoras del sol, que en Mercurio cualquier ser vivo herviría y en Saturno o Júpiter, a más de no haber superficie, pues es un gigante gaseoso, no hay calor suficiente para mantener la vida y las fuerzas gravitacionales en su interior son aterradoras.

Sí, existe la posibilidad de que haya vida en Marte, lo cual parece cada vez más probable, y en lunas como Io, Europa o Titán. De hecho, es obvio que ante la inmensidad del universo no es irracional pensar que es bastante probable que las condiciones para la vida se hayan dado más de una vez. Otra cosa muy distinta es el que la vida haya evolucionado hasta lo que llamamos inteligencia, y el tema es asunto de profundos debates entre los especialistas en exobiología y en evolución. Para algunos, la inteligencia es un accidente que no tenía por qué haber ocurrido, pensando en que los dinosaurios sobrevivieron y dominaron el planeta durante 160 millones de años con lo que parece haber sido una inteligencia bastante limitada, aunque ya tenían todos los demás elementos, órganos y comportamientos que caracterizan a los mamíferos. Para otros, sin embargo, lo que llamamos inteligencia (mezcla de autoconciencia, capacidad de abstracción y capacidad de planear para el futuro, como principales características) es tan inevitable como que aparezcan sensores de luz o de aromas, o medios de locomoción adecuados al medio ambiente de los seres en cuestión.

Mientras se resuelven estas dudas, un grupo de científicos ha emprendido la búsqueda de inteligencia extraterrestre (Search for Extra-Terrestrial Intelligence) basados en la idea de que, mucho antes de que las naves de los alienígenas llegaran a nosotros, nos llegarían sus ondas de radio, considerando que la radio es un requisito tecnológico para los viajes extraplanetarios. Así, por ejemplo, aunque los seres humanos apenas hemos llegado a la Luna físicamente y nuestras naves exploradoras apenas han salido de los confines del sistema solar en el último año, nuestras ondas de radio están viajando por el espacio desde más o menos 1895. Así, esperando detectar mensajes en las distintas frecuencias de radio, desde 1960 se han realizado distintos intentos de captarlos. Para procesar las señales captadas en busca de una emisión que pudiera ser un mensaje inteligente y no el concierto de las estrellas, el proyecto SETI cuenta con el apoyo de millones de voluntarios que ofrecen el tiempo no usado de sus ordenadores. El megaordenador formado por todos los voluntarios de SETI es hoy equivalente al segundo superordenador más potente del planeta. Y en alguno de esos ordenadores, quizá, se encontrará la prueba de que no estamos solos en el universo, la mayor noticia imaginable.

Los contactados


En 1952, el hostelero y granjero George Adamski aseguró estar en “contacto” con los “hermanos extraterrestres” e incluso haber visitado planetas como Venus y Saturno, e incluso decir que las fotografías del Luna 3 tomadas en 1959 eran falsificaciones pues en la Luna había casas y árboles en lugar de cráteres. A Adamski han seguido literalmente miles de personas que aseguran hablar con los extraterrestres, viajar con ellos por el cosmos o ser secuestrados inmisericordemente. Por desgracia, ninguna de esas personas ha aportado un solo objeto o conocimiento que pudieran siquiera sugerir que efectivamente tienen procedencia extraterrestre. No importa, a los verdaderos creyentes no les hacen falta pruebas.

Internet: red de ordenadores, red de personas

Esta red no existía hace 18 años. Hoy, sin embargo, esta red es la esencia de la comunicación de personas, empresas y naciones.

Para muchos jóvenes es difícil imaginar no que haya habido una época sin Internet, claro, sino que esa época esté tan cercana en el tiempo. La World Wide Web, el servicio de Internet más conocido, se hizo realidad apenas a fines de 1990, y no fue sino hasta agosto de 1991 que se empezó a utilizar fuera de su entorno de origen. La World Wide Web, así, está apenas cumpliendo su mayoría de edad y ya es patrimonio de aproximadamente de 1 de cada 5 seres humanos.

Internet no es la World Wide Web, aunque la cultura popular identifique ambos elementos. Internet es un ente físico, una colección de ordenadores interconectados por medio de cables, fibra óptica o señales inalámbricas y que pueden intercambiar información por utilizar “protocolos” comunes, es decir los mismos conjuntos de reglas sobre la sintaxis, la semántica y la sincronización de la comunicación, de modo que interpreten los datos de la misma forma y hagan con ellos lo que deben. Internet alberga distintos servicios, cada uno son sus protocolos, entre ellos tenemos el correo electrónico (que utiliza el SMTP, protocolo simple de transferencia de correos), el servicio de transferencia de archivos FTP (siglas precisamente de “protocolo de transferencia de archivos”), distintos tipos de juegos en línea y, el más conocido e identificativo, la World Wide Web, que utiliza el “protocolo de transferencia de hipertexto” o HTTP. Así, Internet es una red de ordenadores conectados, y la World Wide Web es una colección de documentos y otros recursos (como imágenes) interconectados entre sí mediante hipervínculos y direcciones URL (siglas de “localizador uniforme de recursos”) dentro de Internet.

Internet como red física comenzó con la creación de la red ARPA, siglas en inglés de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada, un proyecto gubernamental estadounidense lanzado en 1958 y destinado a darle a Estados Unidos la vanguardia científica y tecnológica. Aunque en su origen estaba la carrera espacial puesto en marcha por la URSS, la principal preocupación del gobierno estadounidense era la ciencia y la tecnología en general para labores de defensa, es decir, militares.

ARPA reunía (y reúne hoy con el nombre de DARPA) a una importante cantidad de científicos en diversas universidades y laboratorios de todo el país, lo que planteó pronto la necesidad de que estos profesionales pudieran compartir datos, información, ideas y opiniones de manera eficiente, ágil, segura y resistente a sabotajes y catástrofes. En medio de la paranoia de la Guerra Fría que dominaba a Estados Unidos, la idea esencial era crear un sistema que pudiera sobrevivir a un ataque nuclear soviético. Es decir, se excluía de entrada la posibilidad de tener una central informativa y de comunicaciones, como sería una central telefónica, y se propuso una red interconectada en la que ningún elemento fuera esencial. Para 1969, el Departamento de Defensa de Estados Unidos puso en marcha la red con cuatro ordenadores en las Universidades de California en Los Ángeles y Berkley, el Instituto Stanford de Investigaciones, y la Universidad de Utah.

La red de ARPA se convirtió, junto con otras redes como la de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, la IPSS del servicio postal británico y Western Union, la base de lo que hoy es Internet cuando esas redes se interconectaron en 1983 y la parte estrictamente militar de Arpanet se separó como Milnet. El nombre “Internet” en sí fue acuñado y utilizado por primera vez por Vinton Cerf en 1973. Cerf es conocido como “el padre de Internet”, pero no por acuñar el nombre, sino por su trabajo en la creación del juego de protocolos que hizo posible la interconexión de las redes de la Internet primigenia, el TCP/IP (protocolo de control de la transmisión y protocolo de Internet).

Lo que había ocurrido era que los científicos habían encontrado tan útil la red que no la utilizaban únicamente para sus proyectos militares, sino para todo tipo de comunicaciones y compartición de datos e información, primero en Estados Unidos y luego en Europa, al abrir la participación de compañías privadas que ofrecieran servicio de Internet a fines de la década de 1980 y conectarse en 1989 con las redes del CERN, el Centro Europeo de Investigación Nuclear.

Sería en el CERN, para sorpresa de muchos, donde ocurriría el salto que convertiría a Internet en un elemento al alcance de cualquiera. Hasta 1990, buscar algo en Internet demandaba que el usuario conociera al menos ciertos elementos de lenguajes informáticos como UNIX. Ante eso, el informático inglés Tim Berners-Lee, trabajando como contratista independiente del CERN, desarrolló una implementación del concepto del “hipertexto”, es decir, de una vinculación de una palabra o frase con otros documentos o recursos. Era la idea de “hacer clic” en una palabra para “ir” a consultar un documento, obtener una definición, hacer aparecer una imagen o enlazarse a información relevante. Para ello, creó el protocolo HTTP y, el 25 de diciembre de 1990, realizó la primera comunicación exitosa entre un cliente (el ordenador que solicita un dato o documento) y un servidor (el ordenador que lo suministra).

Siendo un contratista independiente, Berners-Lee podía haber amasado una fortuna asombrosa con su invento. A contracorriente de un mundo materialista y orientado al lucro, puso su invención a disposición del mundo gratuitamente, sin patente y sin cobrar regalías, lo cual sigue siendo la esencia de los estándares que maneja el World Wide Web Consortium, fundado por Berners-Lee para la creación e implementación de mejoras y estándares de la red.

Vinton Cerf, padre de Internet, trabaja hoy en Google promoviendo la red. Tim Berners-Lee es profesor de ciencias informáticas en la Universidad de Southampton en el Reino Unido, donde se ocupa de su proyecto de la “Red Semántica”.

La velocidad de implementación


La televisión se hizo técnicamente viable en la década de 1940, y tardó casi 60 años en estar presente en todo el planeta, llegando a España en 1956. La telefonía, patentada en 1876 por Alexander Graham Bell, llegó a España en 1880, pero en 1900 sólo tenía 12.851 abonados. Internet y la WWW se han difundido a una velocidad muy superior. Según las estadísticas de uso de Internet, en marzo de este año había más de 1.407 millones de usuarios de Internet, el 21% de la población mundial, con la mayoría de usuarios (530 millones) en Asia. España, por cierto, es el sexto país de uso de Internet en Europa, con 22,8 millones de usuarios a fines de 2007, el 56,5% de la población, lo que además representa el lugar 34 mundial en penetración de la red.

La muerte, esa extraña presencia permanente

El miedo a la muerte es el gran motor de muchas acciones y pensamientos humanos, una preocupación constante en un mundo en el que ni siquiera sabemos qué es la vida.

Uno de los elementos que utilizan los paleoantropólogos para considerar a una sociedad humana son los rituales funerarios. En un punto de la evolución, nuestros antepasados se hicieron conscientes de la existencia de la muerte, de que era un estado similar al del sueño pero que era definitivo, que nunca se volvía al estado de vigilia y que, además, era algo que iba a ocurrirle a todos y cada uno de los vivos.

Gran parte de la historia del pensamiento humano se ve determinada por la preocupación por la muerte. Las religiones, dicen los no religiosos, han sido respuestas humanas para darle trascendencia a la vida y manejar el enorme miedo a dejar de ser que implica la muerte sin un esquema religioso. Lo mismo pasa con la filosofía y las dudas sobre el significado de la existencia humana, el deseo de jugar un papel importante en un universo grande, complejo y amenazante en el que existe algo tan tremendo como la muerte.

Esto ha determinado que, a lo largo de la historia, sea una preocupación especial saber cuándo ocurre realmente la muerte, en qué momento un ser, especialmente un ser humano, deja de estar vivo. La definición de la vida no es tan clara como quisiéramos, sino que, por el contrario, conforme más sabemos más problemas presenta. Incluso, en el transcurso de la búsqueda del conocimiento los seres humanos nos hemos visto enfrentados al hecho de que hay organismos o entidades como los virus que no es fácil saber si están vivos o no, y que desafían las definiciones más simplistas.

La muerte y los procesos que le siguen llevaron a la existencia de numerosas leyendas y supersticiones. Así, por ejemplo, el hecho de que un cadáver no se corrompiera según se creía que debía hacerlo, especialmente si parecía incorrupto, fue uno de los elementos que llevó a la creencia en el vampirismo. Lo mismo pasaba con cuerpos que, al ser exhumados semanas después de la muerte, mostraran sangre en la nariz y la boca, producto de que los gases de la descomposición impulsan la sangre por estos orificios, pero que se interpretaba como sangre de la que se habían alimentado los vampiros. Los movimientos y ruidos producidos por la acumulación de gases en los cuerpos en descomposición influían igualmente en esta creencia. Hoy sabemos valorar nuestra ignorancia general acerca de los procesos posteriores a la muerte y apenas estamos empezando a estudiar a fondo los procesos de la descomposición.

En una época, y durante mucho tiempo, se consideró que la muerte ocurría al detenerse el latido cardiaco y la respiración. Sin embargo, esto comportaba dos problemas importantes. En primer lugar, que no es fácil saber con precisión si el corazón ha dejado de latir o la respiración se ha detenido. Como se ha podido documentar, puede haber pulso y respiración difíciles de percibir, de allí que se utilizaran algunos sistemas como el de colocar un espejo ante las fosas nasales de la persona, para determinar si hay vapor de agua producto de una respiración imperceptible. En segundo lugar, y sin duda alguna más importante, el avance del conocimiento y las técnicas médicas han permitido invertir algunos procesos que antes se consideraban definitivos. La resucitación cardiopulmonar, los desfibriladores eléctricos, la respiración artificial, el uso de sustancias como la epinefrina y otros procedimientos pueden hacer volver a latir el corazón o funcionar los centros respiratorios. Del mismo modo, la experiencia médica ha reunido ejemplos notables sobre personas que pueden recuperar todas sus funciones después de sufrir potentes descargas eléctricas o de ahogarse en aguas heladas, especialmente en el caso de niños.

Por ello, hoy en día se considera a la parada cardiorrespiratoria sólo como “muerte clínica”, que es reversible al menos en algunos casos y en sus primeras etapas.

Así, desde mediados del siglo XX, fue necesario utilizar otra definición para la muerte, ésta referente a la llamada “muerte cerebral” o “muerte biológica”, que se considera que ocurre cuando su cerebro deja de tener actividad eléctrica, lo que llamamos el “electroencefalograma plano”. Esto supone que esta actividad eléctrica es lo que define o denota la conciencia y por tanto la calidad de “humano” o “persona” que tenemos, pues una vez detenida la actividad del cerebro (o al menos la del neocórtex cerebral, la parte que consideramos la sede de las funciones cognitivas superiores) de modo irreversible, lo que consideramos la “personalidad” no puede volver nunca a reactivarse. La mayoría de los países occidentales incluyen a la muerte cerebral como la definición legal de muerte, aunque para ciertas religiones el asunto siga siendo dudoso y pongan por tanto obstáculos a actividades como los transplantes de órganos, cuya realización depende puntualmente del momento en que se pueda determinar, médica y legalmente, que el donante ha muerto.

Ciertamente, sólo algunas expresiones sumamente claras e irreversibles pueden ser consideradas como una señal certera de la muerte. Entre tales expresiones se consideran algunas lesiones tremendamente graves como la decapitación o la incineración del cuerpo, o bien la presencia de signos como el rigor mortis, la rigidez que se presenta unas tres horas después de la muerte y que dura unas 72 horas, ocasionada por cambios químicos en los músculos como producto de la muerte. Otro signo claro es el livor mortis, la lividez producto de la acumulación de la sangre en las partes de menor elevación del cuerpo. Y, por supuesto, la descomposición.

Nada de lo que hemos aprendido sobre la muerte y cómo vencerla al menos parcialmente aumentando la duración y calidad de la vida humana ha servido, sin embargo, para poder enfrentar de mejor manera el miedo a la muerte, ese miedo que por un lado paraliza y aterra y, por otro lado, ha impulsado el pensamiento y el arte, como uno de los elementos clave de todas las culturas humanas sin excepción.

¿La criogenia permite superar la muerte?


A principios de la década de 1960, basada en libros de Evan Cooper y Robert Ettinger, se ha difundido ampliamente, sobre todo en Estados Unidos, la idea de que si se congela a una persona inmediatamente después de su muerte, se conservarían su personalidad, ideas y memoria, y podría esperar, en un estado que los cómics solían llamar “animación suspendida”, a que los científicos de un futuro lejano la resucitaran, curaran sus afecciones y le dieran una nueva vida. Desde 1967, se ha congelado (o “criogenizado”) a unos pocos cientos de personas, pese a que las objeciones científicas a la criogenia han aumentado al paso del tiempo, poniendo en duda que los cerebros congelados conserven la información que los hace humanos, y la posibilidad misma de la descongelación futura, que nadie, ciertamente, garantiza.