Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Al otro lado de las tormentas

Recientes descubrimientos en meteorología nos indican cuánto nos falta aún por saber acerca de nuestra atmósfera, y los grandes campos abiertos a los nuevos investigadores.

Un sprite rojo surgiendo por encima de las nubes durante una
tormenta eléctrica. (Fotografía DP del Global Hydrology and
Climate Center, vía Wikimedia Commons) 
Sería razonable pensar que nuestra atmósfera, esa capa sobre la superficie de nuestro planeta donde se encuentra el aire que respiramos, de donde procede la lluvia que recicla el agua del planeta, que nos protege de las radiaciones más potentes del sol, estaría ya suficientemente descrita. Los gases que la componen han sido identificados y estudiados entre los siglos XVIII y XX. Las tormentas eléctricas fueron identificadas como tales por Benjamin Franklin también en el siglo XVIII, al demostrar que los rayos eran electricidad. Su contaminación y problemas son gran preocupación desde el siglo XX.

Viajamos a través de ella, la observamos desde distintas alturas, estudiamos su composición y presión, es la tenue envoltura que permite la vida en este planeta. Y sin embargo, hay mucho que desconocemos sobre los fenómenos que ocurren en la atmósfera, y una serie de descubrimientos realizados desde 1989 nos hablan de un mundo asombroso y hasta entonces casi desconocido, de asombrosos y colosales fenómenos que ocurren por encima de las nubes de tormenta.

No se puede saber desde cuándo el hombre vio, tenuemente, cierta luminosidad roja durante las tormentas eléctricas, encima de las nubes del tipo cumulonimbus. Sabemos, sí, que ya desde 1886 diversos científicos informaron de ella, aunque nunca con certeza, y no pudieron capturarla en las cámaras debido, como sabemos hoy, a su corta duración.

En 1925, dos años antes de recibir el premio Nobel de Física, el escocés Charles Thomson Rees Wilson predijo que las descargas de rayos positivos entre una nube y el suelo debería crear grandes descargas eléctricas muy por encima de las nubes. Finalmente, en 1989, un grupo de científicos de la Universidad de Minnesota capturaron por accidente en una cámara de vídeo de bajo nivel de iluminación este fenómeno, que algunos años después fueron bautizados como sprites, o espíritus del aire, por inspiración de Puck, personaje de la obra Sueño de una noche de verano de William Shakespeare.

Como suele ocurrir con muchos descubrimientos, una vez que se supo dónde había que buscar y con qué instrumentos, a partir de ese momento se han grabado decenas de miles de sprites. Estos fenómenos son de un tamaño colosal, con alturas que llegan a superar los 60 kilómetros, y diámetros de decenas de kilómetros, y se caracterizan por ser manchas alargadas o redondeadas de plasma frío, con color rojo o anaranjado y estructuras filamentosas azules en la parte inferior. Sin embargo, los procesos eléctricos y atmosféricos que ocurren exactamente en el interior de un sprite aún están bajo investigación.

A principios de la década de 1990, un grupo de científicos de la Universidad de Stanford predijeron la existencia de un fenómeno al que llamaron “elve”, una forma de decir “duende” en inglés. En ciertas descargas de rayos especialmente fuertes, se genera un pulso de radiación electromagnética tremendamente potente cuando la energía pasa por la base de la ionósfera, provocando que sus gases resplandezcan durante unas pocas milésimas de segundo, lo que hace que sean imposibles de verse a simple vista. Las imágenes que tenemos nos indican que es como un gigantesco donut en expansión, que puede alcanzar varios cientos de kilómetros de diámetro.

En 1994, y también por accidente, un equipo de la Universidad de Alaska-Fairbanks capturó otro fenómeno óptico que ocurre por encima de las tormentas eléctricas: una eyección de color azul lanzada desde la parte superior de las regiones centrales eléctricamente activas de las tormentas eléctricas y llamada “chorro azul” o “blue jet”. Una vez que salen de la parte superior de las nubes de tormenta, se propagan hacia arriba en estrechos conos de unos 15 grados a velocidades de unos 100 kilómetros por segundo hasta alcanzar varias decenas de kilómetros de altura. Los chorros azules, a diferencia de los sprites, no parecen estar correlacionados con descargas de rayos entre las nubes y la tierra. Con los chorros azules están los iniciadores azules o “blue starters”, más cortos y menos luminosos, como chorros azules que murieron sin desarrollarse.

Finalmente, por el momento, en 2001 los científicos del observatorio de Arecibo fotografiaron un gigantesco chorro del doble de tamaño que los anteriormente observados. Este chorro tuvo una duración de algo menos de un segundo, y luego de subir como un chorro azul se dividió en dos. En 2002, sobre el mar del Sur de China, se observaron otros cinco chorros gigantes.

Todos estos fenómenos ocurren en las capas superiores de la atmósfera. La vida se desarrolla en la capa llamada tropósfera, que es donde ocurren las tormentas. Los chorros azules son fenómenos de la estratósfera, más o menos entre 10 y 60 kilómetros de altura. De los 60 a los 100 kilómetros está la mesósfera, donde se producen los elves y los sprites, quedando por encima de los 100 kilómetros la termósfera, nuestra frontera con el vacío del espacio. Sin embargo, esa gran zona de la mesósfera es en ocasiones llamada por los científicos la “ignorósfera”, porque fue ignorada debido a que era imposible observarla, demasiado alta para ser estudiada con globos meteorológicos, y demasiado baja para ser accesible a las observaciones por satélite.

Pero hoy tenemos herramientas que permiten estudiar más precisamente esta zona, como el propio transbordador espacial y satélites más eficientes, y con ello se abre la posibilidad de descubrir muchos otros fenómenos que pueden ayuda a explicar el comportamiento de la atmósfera, y entender más claramente cuestiones como el agujero de ozono, la actividad electroquímica de la mesósfera y el circuito eléctrico de toda la atmósfera.

Esto no anula que sigan existiendo fenómenos que seguimos estudiando en la zona más visible de nuestra atmósfera, como los relámpagos bola, la producción de rayos X debida a un relámpago (que no se observó sino hasta el año 2001), el magnetismo inducido por rayos y todo el mundo de la predicción meteorológica

Ciertamente no conocemos bien ni el aire que nos rodea, y hay maravillas por descubrir en todas partes, incluso al otro lado de las tormentas.

Fenómenos que podrían existir

En los últimos años se han reportado varios fenómenos que podrían ser simples variantes de los ya conocidos o ser entidades totalmente nuevas. Con nombres relacionados con la mitología de las hadas, hoy los meteorólogos hablan de trolls, formas similares a los chorros azules, pero de color rojo; gnomos, que parecen iniciadores azules, pero más compactos, y pixies, puntos de luz en la superficie de los domos de convexión de las tormentas. Todo un campo de juegos para la ciencia.

Envejecer: demasiado rápido o nunca


La vida eterna, la eterna juventud, son inquietudes filosóficas que, cada vez más, son tema de la ciencia y la medicina, y no sólo especulaciones.

Los seres unicelulares pueden inmortales. Al reproducirse por subdivisión, todos los seres unicelulares han vivido en cierto modo durante millones de años. Una célula individual, una bacteria o un protozoario, pueden morir individualmente, pero, con la misma certeza, existen gemelos suyos que siguen viviendo, renovándose a sí mismos cada vez que se subdividen.

Pero los organismos más complejos o sufrimos la llamada senescencia o envejecimiento biológico, mediante el cual experimentamos una serie de cambios que aumentan nuestra vulnerabilidad y que conduce a nuestras muertes.

El envejecimiento es uno de los grandes misterios de la biología y una de las principales preocupaciones humanas, pues prolongar su vida, de ser posible indefinidamente y con buena calidad, ha sido una aspiración que ha llevado por igual a la búsqueda de Ponce de León, que al pacto diabólico de Fausto o al sueño de la piedra filosofal.

La medicina, al conseguir aumentar la duración de la vida humana en condiciones de calidad, de modo que, diríamos, “merece ser vivida”, y al vencer o postergar eficazmente muchas causas de muerte, necesita una mejor comprensión de los procesos del envejecimiento para poder atacarlos e, idealmente, impedirlos, retardarlos o revertirlos. Y algunas afecciones humanas nos sirven para entender qué pasa cuando envejecemos.

Fue en 1886 cuando el médico y cirujano británico jonathan Hutchinson, quien describió una gran cantidad de enfermedades y afecciones, describió por primera vez una condición conocida hoy como enfermedad de Hutchinson-Gilford, pues Hastings Gilford la describió también independientemente 11 años después.

Esencialmente, se trata de una enfermedad en la cual los niños envejecen prematuramente, desarrollando al pasar la infancia una serie de síntomas como crecimiento limitado, falta de cabello, un aspecto singular con rostros y mandíbulas pequeños en relación con el cráneo, cuerpos pequeños de gran fragilidad, arrugas, ateroesclerosos y problemas cardiovasculares     que llevan a que estos niños mueran de vejez o de complicaciones relacionadas con ella a edad muy temprana, generalmente alrededor de los 13 años aunque hay casos excepcionales de supervivencia hasta cumplir más de 20 años. Desde la descripción de Hutchinson, se ha detectado únicamente un centenar de casos, de los cuales hay actualmente entre 35 y 45 en todo el mundo.

Esta afección es más conocida como “progeria”, y se ha dado a conocer en los últimos años mediante una serie de documentales donde los propios niños afectados de progeria han dado cuenta de susa alegrías y sufrimientos, en muchos casos cautivando a la opinón pública de sus países. La progeria es causada por una mutación que ocurre en la posición 1824 del gen conocido como LMNA. En el sencillo idioma de cuatro letras de nuestra herencia biológica, AGCT (adenina, guanina, citosina y timina), esta mutación provoca que una molécula de citosina (C) se vea sustituida por una de timina (T), lo que basta para causar esta cruel enfermedad.

Pero la progeria no es la única forma de envejecimiento prematuro que conocemos. Al menos otra enfermedad, la disqueratosis congénita, provoca síntomas similares entre las pocas víctimas que conocemos. En este caso, la afección parece ser producto también de una mutación, así como de alteraciones en los telómeros, series repetitivas de ADN que están en los extremos de los cromosomas y que funcionan, en palabras de una investigadora, como las puntas rígidas de las cintas de los zapatos, que impiden que se destejan. El desgaste de los telómeros al paso del tiempo se considera una de las varias causas del envejecimiento.

En el otro extremo del espectro se encontraría un caso que se dio a conocer al mundo mediante la revista científica “Mecanismos del envejecimiento y el desarrollo”, donde el doctor Richard Walker, del Colegio de Medicina de la Universidad de Florida del Sur, presentó a Brooke Greenberg, una chica que a los 16 años de edad sigue teniendo las características físicas y mentales de un bebé, con una edad mental de alrededor de un año, una estructura ósea similar a la de un niño de 10 años, y conserva sus dientes de leche.

La pregunta pertinente es por qué no envejece esta niña, que por otro lado parece un bebé feliz, que se comunica sonriendo, protestando y en general comportándose de una forma que consideraríamos normal en un niño que aún no ha aprendido a hablar. En su infancia, los médicos le administraron hormona del crecimiento, sin saber que estaban ante un caso único en la historia de la medicina, pero este tratamiento, habitualmente efectivo, no dio resultado alguno.

Los especialistas del equipo del Dr. Walker esperan poder identificar el gen, o el grupo de genes, que hacen a Brooke diferente de todos nosotros. Es una oportunidad única, dice Walker, de “responder a la pregunta de por qué somos mortales”.

Los datos que nos ofrezcan niños como los pacientes de progeria y Brooke Greenberg podrían, efectivamente, darnos la clave (o las claves) de cómo y por qué envejecemos, y qué podemos hacer para evitarlo.

La ciencia ficción ha abordado el problema del envejecimiento. Robert Heinlein creó al personaje “Lazarus Long” (Lázaro Largo) como resultado inesperado y súbito de un programa de selección artificial a largo plazo en el cual un grupo de familias emprende un proyecto para reproducir sólo a los más longevos de sus miembros.

Esto permitió a Heinlein, principalmente en su obra maestra Tiempo para amar, una de las que llevaron como protagonista a Lazarus Long, plantear qué podría significar “vivir para siempre”. Podríamos vivir muchas vidas, tener muchas familias, saborear muchos placeres y acumular enormes cantidades de conocimientos y experiencias... pero quizás, como Lazarus Long, después de uno o dos mil años de recorrer el mundo o, idealmente, el universo, vida ya no tendrá nada nuevo qué ofrecernos, y optemos por darle fin.

Tal vez no es buena idea vivir para siempre, pero sin duda, vivir nuestros 70-80 años esperados sin dejar de ser jóvenes, no es una posibilidad despreciable. Es ser “joven para siempre” o “Forever young” que cantara Bob Dylan allá por 1974, cuando era joven.


El síndrome Peter Pan


Quienes no aceptan la idea de envejecer, pese a su inevitabilidad, y pretenden ser jóvenes e inmaduros para siempre tienen lo que la cultura popular conoce como el Síndrome de Peter Pan, el personaje creado por el escritor escocés James W. Barrie en su novela Peter Pan, o el niño que no quería crecer. Quizás el “Peter Pan” más famoso haya sido, hasta ahora, el recientemente fallecido ídolo musical Michael Jackson, niño eterno.


La estrella de rock y las estrellas del cosmos

La guitarra eléctrica y el telescopio, el rock y la ciencia, pueden estar más cerca de lo que tradicionalmente podríamos pensar.

Brian May, doctor en astrofísica y
leyenda del rock.
(Foto CC de "Supermac1961"
vía Wikimedia Commons)
En octubre de 2007, los diarios dedicaban titulares a Brian May, legendario guitarrista del grupo de rock Queen, que dominó la escena musical durante casi 20 años. Pero la noticia no era sobre sus notables habilidades como guitarrista, su pasión por crear complejos arreglos vocales o sus composiciones clave en la historia del rock, sino que Brian May había obtenido el doctorado en astrofísica con una tesis sobre la nube de polvo interplanetario que tiene nuestro sistema solar en el plano de la órbita de los planetas.

El doctor Brian Harold May, comandante de la Orden del Imperio Británico, nació el 19 de julio de 1947 en Hampton, suburbio de Londres. Interesado desde niño por la música, a los 16 años, con su padre, diseñó y construyó una guitarra eléctrica que sería la que más utilizaría toda su vida, conocida como “Red Special”.

Terminó el bachillerato con notas dentro del promedio en diez asignaturas y notas altas en física, matemáticas, matemáticas aplicadas y matemáticas adicionales. Era evidente que el joven tenía talento para la ciencia, y resultó lógico que entrara a estudiar física al famoso Imperial College de Londres, la tercera universidad de Gran Bretaña después de Oxford y Cambridge. Allí, obtuvo su licenciatura en física con honores y procedió a su trabajo doctoral, orientado a la astronomía infrarroja.

Sin embargo, tenía otra pasión, la música. A los 21 años, en 1968, había formado la banda Smile, que en 1970 se convirtió en Queen. Cuando llegó el éxito, Brian May decidió suspender temporalmente sus estudios doctorales, pensando siempre que el éxito en un mundo como el de la música rock podía ser sumamente efímero.

Todavía tendría tiempo, sin embargo, para ser coautor de dos artículos de investigación científica basados en sus observaciones realizadas en el observatorio de El Teide, en Tenerife en 1971 y 1972. El primero, "Emisión de MgI en el espectro del cielo nocturno", se publicó en la notable revista Nature el 15 de diciembre de 1972, mientras que la "Investigación sobre el movimiento de las partículas de polvo zodiacal", apareció en la revista mensual de la Real Sociedad Astronómica inglesa en 1974, el mismo año en que Queen lanzaba su tercer álbum, Sheer Heart Attack, con el que se lanzó a la fama mundial, confirmada en 1975 por el histórico álbum A Night at the Opera.

El éxito y la agitada vida de la estrella de rock dominaron la vida de Brian May hasta la muerte de su amigo Freddie Mercury, el vocalista de Queen, en 1991 y un tiempo después, con proyectos diversos del grupo. Pero ya durante la época de oro del grupo, May retomó sus estudios e interés por la astronomía, y al disminuir su actividad musical se encontró colaborando con el programa de televisión más longevo de la venerable BBC: “El cielo de noche”... el programa que disparó su interés por la astronomía cuando tenía 7 u 8 años de edad, en sus propias palabras, además de asombrarlo con su tema musical, una pieza de Sibelius.

Esta legendaria emisión era presentada desde 1957 por Sir Patrick Moore, astrónomo aficionado, músico autodidacta, ajedrecista y autor de más de 70 libros sobre astronomía. Desde el año 2000 llevó como copresentador a Chris Lintott, doctor en astrofísica y apasionado de la música que produjo la ópera cómica Galileo. La colaboración de los tres en televisión dio un fruto singular en 2003, cuando Moore le propuso escribir un libro conjunto que se publicó en 2006: ¡Bang! La historia completa del universo, reeditado desde entonces en 20 idiomas.

Brian May había recibido títulos honorarios en las universidades de Hertfordshire, Exeter y John Moore de Liverpool, además de ser miembro de la Real Sociedad de Ciencias. Pero faltaba el doctorado.

Cuando el musical We Will Rock You se estrenó en Madrid en 2003, Brian May invitó a asistir a su amigo y supervisor en el observatorio de Tenerife, Francisco Sánchez, fundador del Instituto de Astrofísica de Canarias. Fue este astrofísico toledano quien le preguntó a Brian May si algún día terminaría su doctorado”. May recuerda que respondió que sí, y sintió que en ese momento su vida se reorientaba. El doctor Sánchez le ofreció además que presentara su tesis en la Universidad de La Laguna. Cuatro años después, en 2007, May volvíó al Imperial College, presentó su disertación, fue nombrado Canciller de la Universidad poco después y en 2008 se graduó y fue nombrado investigador visitante de la universidad.

“He disfrutado totalmente mis años como guitarrista y grabando con Queen”, dijo Brian May, poco después de recibir su doctorado a los 61 años de edad, “pero es extremadamente gratificante ver la publicación de mi tesis. He estado fascinado con la astronomía durante años y años.” La tesis probó por vez primera que las nubes de polvo interplanetario giran en órbita alrededor del sol en el mismo sentido que los planetas, elemento importante para entender la formación de los planetas al comienzo de la historia de nuestro sistema solar.

Sin duda alguna, para muchos, la mezcla de guitarrista de rock y astrofísico sonará extraña. Pero no tanto para quienes viven en el mundo de la física, donde las inquietudes artísticas en general, y musicales en particular, no son tan desusadas. Como no lo es la implicación en numerosas causas sociales y políticas. Brian May participa en la lucha contra el SIDA (motivada por la muerte de Freddy Mercury), contra el cáncer, por la prohibición de las trampas para animales y en favor de los niños desfavorecidos. Y aún tiene tiempo para considerar la posibilidad de que al menos una parte del polvo que invade nuestras casas sea, sí, polvo estelar.

En palabras de Brian Cox, profesor de física de la Universidad de Manchester, el doctorado de Brian May “muestra que no hay nada de nerd en la gente que estudia astronomía y física. De hecho, la motivación para hacer música y para estudiar ciencia vienen de lo mismo: una especie de curiosidad emocional sobre el mundo y lo que hace que éste, y nosotros, funcionemos”. Brian Cox lo sabe bien... como tecladista que fue del grupo D:ream.

La lección es que las fronteras no son tan rígidas como esperamos que sean, o como se nos imponen. No es necesario elegir entre la guitarra eléctrica y el telescopio. Quizá lo ideal es que en cada casa haya ambos instrumentos, pues ambos permiten a cualquiera alcanzar las estrellas.


El legado continúa

Apenas el 3 de julio de este año, Brian May comentaba en su sitio Web su orgullo de padre porque “su bebé”, su hija Emmy, había obtenido la licenciatura en biología con honores de primera clase en el propio Imperial College donde May se doctoró hace dos años.

Ciencia día a día

¿Se puede desfreír un huevo? ¿Cómo se rompe el espagueti seco? ¿Cómo funciona una pompa de jabón? Hay ciencia en donde quiera que miremos, si sabemos ser observadores.

La ciencia ocurre, ciertamente, en aparatos como el gran colisionador de hadrones, o LHC, majestuoso túnel para buscar respuestas a los más tremendos misterios de la física. Y se da en poderosos telescopios, algunos de ellos en órbita, como el Hubble que nos ha traído asombrosas visiones del universo. Y en las abstrusas, tópicas pizarras cubiertas de ecuaciones de los matemáticos.

Ciertamente también, los medios de comunicación nos traen la emoción, la curiosidad y el misterio de lo que se hace en estos lugares alejados de nuestra rutina cotidiana.

Pero conviene recordar que cuanto nos rodea es producto de la ciencia en mayor o menor medida, además de tener una explicación científica que muchas veces no es tan trivial como parece.

Un ejemplo de misterios científicos curiosos es por qué los espaguetis crudos no se rompen en dos pedazos cuando los doblamos, sino en tres o más trozos. Esto, que no parece demasiado trascendente, ha ocupado la mente de físicos como Richard Feynman, ganador del Nobel de Física de 1965. Usted puede probarlo: tome un espagueti sin cocinar, dóblelo tomándolo por los extremos y verá que en vez de romperse en dos como una rama, un lápiz o una galleta, se partirá en tres o más trozos en la gran mayoría de las ocasiones.

En 1998, los lectores de la revista New Scientist observaron que el espagueti no se rompe por la mitad, sino que, dependiendo de los defectos y diferencias dentro de la pasta, la primera rotura suele darse en el punto de menor resistencia, produciendo un trozo largo y otro corto. A continuación, el trozo largo vuelve o “latiguea” hacia atrás con tanta fuerza que se rompe nuevamente, ahora en dirección contraria a la primera rotura.

La explicación científica del fenómeno observado implica el movimiento de una onda de flexión a lo largo de los primeros dos trozos rotos y la sucesión en cascada de una serie de grietas en la pasta. Este descubrimiento fue objeto de un muy serio artículo de los físicos Basile Audoly y Sebastien Neukirch en 2006, en la prestigiosa revista Physical review letters.

Nuestra primera idea de que quizá el misterio no sería para tanto y “seguramente” su respuesta era un asunto trivial queda superada por los hechos. No sólo tardó muchos años en resolverse el enigma, sino que el trabajo de estos dos físicos ha demostrado tener relevancia para darnos información sobre cómo se rompen otras estructuras alargadas, como los huesos humanos y los arcos de los puentes, según relata Mick O’Hare en su muy recomendable libro Cómo fosilizar a tu hámster y otros experimentos asombrosos para científicos de butaca (RBA, Barcelona 2009).

Entusiasmarnos con el proceso de adquisición del conocimiento (el método científico) y sus resultados, ese cuerpo de conocimientos que llamamos ciencia es más fácil cuando observamos cómo los hechos a nuestro alrededor se explican (o no) por medio de la ciencia.

El detergente común, como su antecesor, el jabón, es fundamentalmente un agente surfactante, es decir, que actúa sobre la tensión superficial de un líquido disminuyéndola y permitiendo que se disuelvan en él sustancias comúnmente no solubles. Este ingenioso truco se consigue produciendo una molécula de dos extremos, uno de ellos que se une fácilmente al agua y se llama por ello hidrofílico, y otro extremo que rechaza el agua, o hidrofóbico y que puede disolver las moléculas de grasa. El resultado de poner este surfactante en agua es que el detergente atrapa la grasa y permite que se disuelva en agua, limpiando la superficie donde la grasa se encontraba, como un mantel o una camisa. Los detergentes biológicos contienen además enzimas que disuelven proteínas como, por ejemplo, las manchas de huevo o tomate.

La propiedad de disminuir la tensión superficial del agua no sólo sirve para limpiar objetos o prendas, sino que además es lo que permite que se hagan las pompas de jabón, inflándose sin romperse, a veces con resultados asombrosos como los de los expertos en pompología (o como se le pudiera llamar a esta disciplina). Por otra parte, la tensión superficial del agua es la que permite que algunos insectos corran sobre ella sin hundirse, pues distribuyen su peso de modo que no rompa lo que Dalí llamaría “la piel del agua”. Finalmente, la tensión superficial del agua es la responsable de que una caída al agua en posición paralela a su superficie pueda lastimarnos enormemente y, en palabras de la sabiduría popular “el agua sea como hormigón”.

Otro fenómeno aparentemente trivial que tiene una explicación compleja y que mantiene la atención de algunos científicos es el proceso de freír un humilde huevo. Las proteínas que forman la clara del huevo están formadas por largas cadenas de aminoácidos que se doblan en formas globulares tridimensionales fijadas por uniones químicas. Al calentarse, estas uniones se rompen, permitiendo que las proteínas se “desenreden”. Ya libres, las proteínas empiezan a unirse entre sí formando una gran red de proteínas interconectadas que se vuelven duras y toman un color blanco.

Hasta ahora se ha pensado que estas proteínas no pueden volver a su forma original o, en lenguaje de los físicos, “no se puede desfreír un huevo”. Pero una afirmación así es un desafío para cualquier científico curioso, y apenas este mes, los doctores Susan Linquist y John Glover, de la Universidad de Chicago informan de que han encontrado una proteína de choque de calor llamada Hsp104 que puede invertir este proceso. No se cree que haya un gran mercado para un desfreidor de huevos, siempre es más fácil sacar uno fresco de la nevera, pero el curioso desafío puede ser clave para entender muchos procesos en los que las proteínas se pliegan sobre sí mismas o se desenredan, como son el Alzheimer y la enfermedad de las vacas locas.

La explicación científica de lo que nos rodea, y los innumerables misterios que aún están esperando resolución, muchos de ellos ocultos en nuestra cocina o nuestra bañera, nos recuerda que la ciencia es una actividad eminentemente humana, que nos afecta en todo y que está, indudablemente, al alcance de cualquiera de nosotros.

Aprovechar la divulgación

En los últimos tiempos, los anaqueles de las librerías se han visto engalanados de modo creciente con títulos de divulgación científica de lo más diversos, escritos por matemáticos como John Allen Paulos o biólogos evolutivos como Richard Dawkins, o por periodistas especializados en la ciencia. Los 150 años de El origen de las especies de Darwin y los 400 años del telescopio de Galileo son una gran oportunidad para saber más sobre lo que erróneamente algunos piensan que no es para ellos.