Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Pasado y futuro de las bibliotecas

Tablilla sumeria de entre el 2400 y
2200 de la Era Común con
los nombres de los dioses en
orden de importancia.
(Imagen D.P. vía Wikimedia Commons)
De los templos sumerios a Internet, los depósitos de libros siguen siendo herramientas esenciales de la enseñanza y la cultura.

Fue Francis Bacon, uno de los fundadores del método científico en los siglos XVI-XVII quien puso en palabras un concepto que hoy nos parece obvio: “El conocimiento es poder”. Y por ello, la biblioteca, como depósito de conocimiento de fácil acceso, es parte esencial del concepto del poder ejercido por toda la población consustancial a lo que consideramos que debe ser la democracia.

Las bibliotecas tienen una imponente historia de al menos cinco mil años, desde la “Casa de las tablillas” del templo de Nippur (hoy Nuffar, en Irak), la más antigua encontrada hasta hoy. Allí se guardaban más de 2000 tablillas de cerámica de escritura cuneiforme sumeria, algunas datadas alrededor del año 3.000 antes de la Era Común.

Esta biblioteca no guardaba sólo textos sagrados o administrativos. En sus libros/tablilla encontramos poemas épicos de diversos héroes e historias míticas que encontramos rescatadas y reescritas en el Antiguo Testamento bíblico.

Dos mil trescientos años más tarde, en el siglo VII antes de la Era Común, el legendario monarca asirio Asurbanipal hizo reunir y organizar una colección de la cual se conservan más de 20.000 tablillas y fragmentos. Esta gigantesca colección, conservada en su palacio y en el de su abuelo, fue la primera biblioteca con una organización sistemática y es hoy en día una de las fuentes más ricas para el conocimiento de la historia, el arte, la ciencia y la religión de la antigua Mesopotamia.

Fue a partir del siglo V a.E.C. cuando aparecieron las bibliotecas personales en la Grecia clásica, merced a coleccionistas como Pisístrato, tirano de Atenas, el geómetra Euclides, el poeta Eurípides y el filósofo Aristóteles.

Aristóteles estaba destinado a jugar un papel singular en la historia de las colecciones de libros. En el 343 a.E.C., Filipo II de Macedonia lo llamó para que dejara su natal Estagira y trabajara como tutor de su joven heredero, Alejandro, para lo cual el filósofo fue nombrado director de la Real Academia de Macedonia. Allí, además de instruir al que sería poco después Alejandro Magno, tuvo como alumno a Ptolomeo Soter, que sería uno de los principales generales de Alejandro Magno.

A la muerte de Alejandro, Ptolomeo se hizo con la corona de Egipto, llevando consigo los restos del conquistador Macedonio desde Babilonia hasta Alejandría, en Egipto. Allí, Ptolomeo encargó a Demetrio de Falerón, también discípulo de Aristóteles, la organización de la legendaria Biblioteca de Alejandría y su adjunto Musaeum (donde trabajarían numerosos sabios, entre ellos Hipatia, que recientemente inspiró a un personaje cinematográfico). La riqueza de Egipto se puso al servicio de enviados de Ptolomeo que recorrieron el mundo conocido comprando o mandando hacer copias de todos los textos guardados en bibliotecas, templos y palacios.

Mientras tanto, en Roma, Julio César soñó una biblioteca pública que nunca pudo construir, pero sí lo hizo su sucesor, César Augusto. La más famosa biblioteca pública, la Bibliotheca Ulpia, fundada por Trajano en el 114 de nuestra era, que llegó a contener 40.000 pergaminos. Eran comunes, además las bibliotecas privadas que certificaban la importancia que daban los romanos a saber leer y escribir aunque, en algún caso y según acusación de Séneca que bien podría hacerse hoy, a veces eran simple ostentación de romanos ricos que no solían dedicar tiempo a la lectura.

En los siglos VIII y IX de nuestra era toca a la cultura islámica conservar y ampliar la idea de la biblioteca en todos los dominios musulmanes. Para el siglo X, la mayor biblioteca del mundo islámico, con entre 400.000 y 600.000 volúmenes, se encontraba en Córdoba, la capital de Al-Andalus. El mundo islámico ilustrado también tuvo bibliotecas públicas como la “Sala de la sabiduría” de Bagdad, que ponía a disposición de los lectores miles de manuscritos griegos y romanos.

Esta conservación de los libros clásicos por parte del Islam ilustrado fue esencial para el renacimiento de la cultura europea después del oscurantismo. Las bibliotecas europeas, primero patrimonio de los monasterios y la realeza, poco a poco se trasladan a las universidades, y la invención de la imprenta de tipos movibles de Gutemberg en 1450, se hace posible llevar los libros a más gente que nunca antes.

Entre los años 1600 y 1700, el interés por las bibliotecas alcanza cotas nunca antes registradas. El fácil acceso a los libros hace además posible instituir de modo definitivo la biblioteca pública, esa escuela gratuita, esa oferta asombrosa para todo el público y no sólo para los miembros de una institución, que nace en Inglaterra al crearse la biblioteca Francis Trigge en Lincolnshire, mientras que en España se crea la Biblioteca Real, antecesora de la Biblioteca Nacional de España.

Pero es hasta 1850 cuando el Parlamento británico, en una acción sin precedentes, ordena que todas las ciudades de 10.000 personas o más paguen un impuesto para apoyar las bibliotecas públicas. Mientras tanto, en Estados Unidos, el impresor y polígrafo Benjamin Franklin instituía la primera biblioteca que prestaba libros al público.

Hoy, cuando Internet se ha convertido en la mayor biblioteca pública de acceso gratuito que pudiera haber imaginado cualquier bibliotecario del pasado, quizá la vanguardia la lleva la “Bibliotheca Alexandrina”, la nueva biblioteca de Alejandría creada por el gobierno egipcio, la Universidad de Alejandría y la UNESCO, como un centro de investigación que reúne, al mismo tiempo, capacidad para varios millones de volúmenes físicos, un archivo de Internet, librerías y museos especializados, un planetario y otros atractivos para la divulgación de la ciencia además de ocho centros académicos y de investigación, galerías y otras instituciones y centros de reunión. Un lugar para el pasado y el futuro de la biblioteca, institución esencial para las culturas humanas.

El libro

Comenzando como tablillas de cerámica y siguiendo en forma de rollos de papiro o pergamino durante un par de milenios, el libro sólo empezó a tener un aspecto familiar para nosotros en el siglo I d.N.E., cuando en Roma aparece el “códex”: hojas de papiro o pergamino encuadernados mediante costura y protegidos por dos cubiertas. La llegada del papel a Europa en el siglo XIII y de la imprenta en el XV, lanzaron al libro a dominar la transmisión de conocimientos y el entretenimiento, sobreviviendo hasta la fecha con cambios mínimos. Hoy, sin embargo, con el libro electrónico, que guarda el contenido en formato digital y lo muestra en una pantalla de “tinta digital” de bajo consumo eléctrico, el libro “analógico” podría estar al final de sus cinco mil años de historia.

¿Usted le debe la vida a Ignaz Semmelweis?

Ignaz Semmelweis 1861
Ignaz Semmelweis
(Fotografía D.P. de "Borsos und Doctor",
vía Wikimedia Commons)
El médico apasionado hasta el tormento por combatir el dolor y las muertes que sabía evitables.

Es muy probable que usted, y yo, y muchos más tengamos una deuda impagable con un médico húngaro del siglo XIX, Ignaz Philipp Semmelweis, que a la temprana edad de 29 años hizo un descubrimiento que salvó vidas mientras amargó la suya, y quizás terminó con ella.

Nacido en 1818 en Budapest, Semmelweis estudió medicina en la Universidad de Viena, doctorándose en 1844 en la especialidad de obstetricia, el cuidado médico prenatal, durante el parto y después de éste. Dos años después entró como asistente en la Primera Clínica Obstétrica del Hospital General de Viena.

Lo que encontró allí le horrorizó. En aquel tiempo, la mayoría de las mujeres daban a luz en sus casas, con una alta tasa de mortalidad. La mitad de los fallecimientos se debían a la llamada “fiebre puerperal”, lo que hoy sabemos que es producto de una infección que a su vez provoca una inflamación generalizada, llamada sepsis. Y lo más terrible era que las mujeres que daban a luz en los hospitales, y los niños que allí nacían, tenían una mucho mayor incidencia de fiebre puerperal que las que daban a luz en sus casas.

La enfermedad se atribuía al hacinamiento en los hospitales, a la mala ventilación e incluso al comienzo de la lactancia. Aunque el británico Oliver Wendell Holmes ya había notado que la enfermedad era transmisible, y un probable vehículo eran los médicos y comadronas, no había comprobaciones experimentales.

Semmelweis observó que, en su clínica, la mortalidad era del 13,1% de las mujeres y recién nacidos, una cifra aterradora (y en los hospitales Europeos en general la cifra llegaba al 25 al 30%), mientras que en la Segunda Clínica Obstétrica del mismo hospital la mortalidad sólo era de 2,03%.

Analizando ambas clínicas, el genio húngaro observó que la única diferencia era que su clínica se dedicaba a la preparación de estudiantes de medicina y la otra se dedicaba a preparar comadronas. Y los alumnos de medicina, como en la actualidad, realizaban disecciones con cadáveres como parte fundamental de su formación, cosa que no hacían las comadronas.

En 1847, Jakob Kolletschka, profesor de medicina forense y amigo de Semmelweis, se cortó un dedo accidentalmente con el escalpelo durante una autopsia. El estudio del cuerpo de Kolletshka reveló síntomas idénticos a los de las mujeres que morían de fiebre puerperal.

Semmelweis concluyó que debía haber algo, una sustancia, un agente desconocido presente en los cadáveres y que era llevado por los estudiantes de la sala de disecciones a la de maternidad donde causaba la fiebre puerperal. Era la hipótesis del “envenenamiento cadavérico”.

En mayo de 1847 propuso que los médicos y los estudiantes se lavaran las manos con una solución de hipoclorito y cloruro de calcio entre las disecciones y la atención a las parturientas. Los estudiantes y el personal de la clínica protestaron, Semmelweis insistió y en un solo mes la mortalidad en la Primera Clínica se desplomó del 12,24% al 2,38. Para 1848, la mortalidad de las parturientas en ambas clínicas era igual, del 1,3%, y en los años siguientes se mantuvieron con mínimas diferencias.

Era una demostración contundente de que la hipótesis era sólidas, y su colega Ferdinand von Hebra escribió pronto dos artículos que explicaban las causas de la fiebre puerperal y la profilaxis propuesta para disminuir su incidencia. Y para Semelweiss, la terrible convicción de que él, con sus manos sucias, había llevado la muerte a muchas pacientes a las que deseaba servir. Esta idea lo perseguiría hasta la muerte y animaría su lucha por la profilaxis.

Los médicos que vieron los datos contundentes de Semmelweis procedieron a rechazarlos. La medicina precientífica de entonces sostenía la creencia de que la enfermedad era un desequilibrio de los cuatro supuestos humores del cuerpo humano (sangre, flema, bilis negra y bilis amarilla). Esta creencia de milenios no tenía ni una sola evidencia científica en su favor, pero se aceptaba sin titubeos, y ante los hechos, los colegas del magyar se aferraron a sus prejuicios, rechazando que una enfermedad pudiera “transmitirse” por las manos humanas y no por los “malos aires”, los “miasmas” u otros orígenes misteriosos.

De hecho, la medicina precientífica de la época, como muchas formas de pseudomedicina de la actualidad, afirmaba que no había causas comunes y enfermedades iguales, sino que cada enfermedad era única, producto de un desequilibrio integral del organismo. De hecho, pese a los datos, los médicos de la época solían afirmar que la fiebre puerperal no era una sola enfermedad, sino varias distintas, una por paciente.

El éxito del húngaro y su participación en los disturbios por los derechos civiles en 1848 le llevaron a un violento enfrentamiento con Johann Klein, el director de la clínica, que saboteó sus posibles avances. Semmelweis optó por volver a Hungría, donde pasó por diversos puestos.

Estando al frente del pabellón de maternidad del Hospital St. Rochus, Semmelweis combatió con éxito una epidemia de fiebre puerperal en 1851. Mientras en Praga y Viena morían entre 10 y 15% de las parturientas, en St. Rochus los fallecimientos cayeron al 0,85%. Con pruebas suficientes, en 1861 publicó al fin su libro sobre la etiología de la fiebre puerperal y su profilaxis. Y nuevamente sus datos y pruebas fueron rechazados.

Enfrentado a sus colegas, convencido de que era fácil salvar muchas vidas, Semmelweis empezó a dar muestras de trastornos mentales y en 1865 fue finalmente internado en un asilo para lunáticos, tan precientífico y falto de esperanza como el pabellón de maternidad al que había llegado en 1846. Si su enfermedad era grave o fue internado por presiones de quienes rechazaban sus pruebas y datos es todavía asunto de debate.

Ignaz Semmelweis murió en el asilo a sólo dos semanas de su internamiento. Según la historia más conocida, sufrió una paradójica fiebre puerperal, o septicemia, por un corte en un dedo. Otros estudiosos indican que murió después de ser violentamente golpeado por los guardias del manicomio, procedimiento por entonces común y tradicional para tranquilizar a los “locos”.

Pasteur, Líster y Koch

Mientras Semmelweis vivía el fin de su tragedia, los trabajos de Louis Pasteur ofrecían una explicación a los descubrimientos del médico húngaro: los microorganismos patógenos. En 1883, el cirujano Joseph Lister implanta al fin la idea de la cirugía estéril desinfectando personas e instrumentos. Y en 1890, Robert Koch publica los cuatro postulados que relacionan causalmente a un microbio con una enfermedad. Era el principio del fin de la superstición de los “humores”, que hoy sólo algunas pseudomedicinas sostienen, y el nacimiento de la medicina científica.

Para leer noticias sobre ciencia

Science and Mechanics Nov 1931 cover
Una de las primeras revistas de divulgación
de Hugo Gernsback
(ilustración D.P. de Frank R. Paul
vía Wikimedia Commons
En la tarea de transmitir información sobre ciencia, los lectores tienen un desafío mayor del que podríamos creer.

La ciencia es una de las actividades humanas más apasionantes.

Pero su proceso suele ser poco vistoso. Los avances raras veces son tan impactantes como la vacuna de Jenner, la gravitación de Newton, la relatividad de Einstein o el avión de los hermanos Wright. Más bien son lentos y poco impresionantes a primera vista, y se van acumulando en un goteo que puede ser desesperante.

Los detalles que apasionan a quienes viven en la labor de científica y tecnológica porque conocen las implicaciones de cada avance y su contexto, no se llevan fácilmente al público con la emoción y pasión con la que se informa de unas elecciones reñidas, un partido de fútbol o una importante acción policiaca.

Esta misma semana, la prestigiosa revista científica ‘Nature' publica cinco artículos y un editorial dedicados a las células gliales del sistema nervioso, que se creía que eran sólo la estructura de soporte de las neuronas que transmiten impulsos nerviosos. De hecho “glia” es la palabra griega para “pegamento”.

En las últimas dos décadas, varios estudios indican que estas células tienen una función más compleja. Si se confirma esto, se abriría todo un campo nuevo de más preguntas que respuestas. Un tema estremecedor para los neurocientíficos que ofrece nuevas avenidas para comprender nuestro cerebro.

Pero a nivel de calle, todos tendemos a preguntar “¿qué significa eso para mí?”, y no nos gustan mucho las respuestas que empiezan diciendo “de momento, nada, pero en un futuro...”

Queremos resultados hoy mismo, y de ser posible ayer. Vivimos una comunicación cada vez más ágil y al mismo tiempo más breve. Una nota de 140 caracteres en Twitter puede ser cuando mucho de tres minutos en televisión, un cuarto de página en un diario o tres o cuatro páginas en una revista.

Pero uno solo de los cinco artículos de investigación dedicados a las células gliales (un misterio de nuestro cerebro, 84 mil millones de células gliales junto a los 86 mil millones de neuronas que tenemos) es una serie larga de páginas sobre un tema tan arcano como “Genética del desarrollo de las células gliales de los vertebrados: especificación celular".

Por supuesto, los autores, David H. Rowitch y Arnold R. Kriegerstein, mencionan que la comprensión de la genética del desarrollo de las células llamadas macroglia “tiene un gran potencial para mejorar nuestra comprensión de diversos trastornos neurológicos en los seres humanos”.

Ese lenguaje no es muy deslumbrante, sin duda. Los científicos tienden a ser extremadamente cautos en sus artículos profesionales, llamados ‘papers’, y así se los exigen, con buenas razones, las publicaciones especializadas o ‘journals’. Deben ser precisos en su explicación sobre la metodología que siguieron, para que cualquier otro científico de su área pueda duplicar con toda exactitud sus experimentos para confirmarlos o descartarlos. Deben concretar la hipótesis que pretenden probar y mostrar todas sus cartas, sus procedimientos, sus análisis matemáticos, incluso sus posibles errores o dudas.

Para asegurarse de que así lo hagan, las revistas someten cada ‘paper’ propuesto a una revisión por científicos reconocidos de la disciplina a la que se refiere. Es lo que se llama “arbitraje por pares”, y sirve como filtro contra investigaciones defectuosas en su metodología o conclusiones. Y aún así, ocasionalmente las mejores revistas publican artículos con algún error importante.

Y, por ello mismo, las conclusiones de los ‘papers’ suelen utilizar de modo abundante construcciones como "creemos que", "los resultados sugieren", "estudios adicionales podrían revelar", "la confirmación tiene el potencial de", "es probable que" y demás formas igualmente vagas y cautelosas.

La labor del periodista con frecuencia es trasladar esto a un idioma accesible, transmitir la emoción de los científicos por haber dado “un pequeño paso” adicional y tocar al lector para que perciba que el trabajo científico es merecedor de todo nuestro apoyo, sobre todo en una época en que el conocimiento científico es una fuente de riqueza mayor que muchas actividades industriales del siglo XIX y XX.

Muchas veces, sin embargo, el lector debe leer entre líneas, sabiendo que todas las semanas se publica una enorme cantidad de ‘papers’ o artículos en todas las disciplinas imaginables, desde la física de partículas hasta la geología, desde la biología molecular hasta la gastroenterología, desde las neurociencias hasta la informática. Y muchas veces lo que llega a la atención de los medios no son los trabajos más prometedores, sino los que universidades o laboratorios quieren destacar, o los realizados por científicos más “mediáticos”, simpáticos o bien relacionados.

El lector debe añadir cautela a la información de los medios. Cuando un periodista omite las construcciones cautas y condicionales de los científicos, siempre conviene suponerlas. Especialmente en temas delicados como la investigación sobre el cáncer y otras áreas de la medicina que nos preocupan mucho. Y más especialmente cuando lo que se anuncia es tan revolucionario y tan maravilloso que suena demasiado bueno para ser cierto. Probablemente lo es.

Cuando las noticias no proceden de publicaciones científicas sino de ruedas de prensa o libros recién lanzados y en proceso de comercialización, o empresas que venden servicios de salud, estética o bienestar, hay que ser aún más cauto, pues no ha existido el útil filtro del “arbitraje por pares”. Especialmente cuando el investigador se presenta como víctima de una conspiración malévola en contra de su incomprendida genialidad.

La difusión de los logros de la ciencia requiere una implicación cada vez mayor del lector común, del no científico. Quizás no basta que tengamos información sobre los avances de la ciencia y debamos educarnos para conocer el pensamiento crítico y sus métodos, que son más accesibles que los datos de la ciencia, y son la vacuna perfecta contra la desinformación y el sensacionalismo en cualquier rama de la comunicación. Y nos permiten evaluar información que, literalmente, está cambiando el mundo en que vivimos, paso a paso.


Periodismo pseudocientífico

Una buena parte de lo que se presenta como divulgación o periodismo más o menos científico es, por el contrario, promoción de creencias y afirmaciones pseudocientíficas altamente sensacionalistas y amarillistas, echando mano de supuestos expertos (generalmente autoproclamados) para promover la anticiencia, la magia, las más diversas conspiraciones y creencias irracionales varias. Un motivo adicional para educarnos en las bases de la ciencia y estar alerta ante los negociantes de supuestos misterios presentados falsamente como ciencia.

La ciencia falsificada de Lysenko

Al pretender doblegar la ciencia a los dictados de la política, Lysenko arruinó vidas, causó hambrunas y sumió en el retraso la biología en el que era el país más grande del mundo.

Trofim Denisovich Lysenko
(imagen D.P. Sovfoto vía Wikimedia Commons)
El 20 de noviembre de 1976 moría en Kiev, Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, Trofim Denisovich Lysenko, cubierto de honores por sucesivos gobiernos desde Stalin y que había sido la fuerza más relevante de la agricultura soviética (y en gran medida china) durante décadas.

Hijo de campesinos ucranianos, Lysenko estudió en el Instituto Agrícola de Kiev para luego trabajar en una estación experimental agrícola. Allí, en 1927, anunció un método para obtener cosechas sin fertilizantes y dijo que podía obtener una cosecha invernal de guisantes. El diario oficial soviético Pravda elogió sin límites a este “científico campesino” como prototipo de héroe soviético.

Lysenko sabía poco de herencia y genética, pero creía que los organismos cambiaban su genética de acuerdo al medio ambiente, siguiendo la teoría lamarckiana.

Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) fue uno de los primeros proponentes de la evolución de las especies, pero pensaba que su mecanismo era que los caracteres adquiridos podían heredarse. Por ejemplo, cortarle las orejas a un perro adulto haría que su descendencia naciera con orejas cortas. Los experimentos demostraron que esto no ocurre, y pronto Charles Darwin propuso una teoría correcta, basada en la variación genética natural de los seres vivos.

De vuelta en Ucrania, y junto con el filósofo I. Prezent, Lysenko desarrolló sus ideas como un rechazo a la genética de Mendel, “capitalista y burguesa”. Para los dirigentes soviéticos, no era cuestión de verdad o falsedad, sino de tener bases para asegurar que los cambios que experimentara la clase trabajadora definirían fatalmente el futuro.

Las afirmaciones exageradas de Lysenko sobre su capacidad de obtener cultivos abundantes y en clima adverso, y sus afirmaciones sobre híbridos absurdos (llegó a afirmar podía hacer que plantas de trigo produjeran semillas de centeno y cebada) entusiasmaron a Stalin tanto como la capacidad retórica de Lysenko. Para los científicos, sus posiciones voluntaristas y poco rigurosas resultaban casi risibles, pero dejaron de serlo cuando se vieron acompañadas de un inmenso poder político.

En 1929, Stalin declaró que se debía privilegiar la "práctica" por sobre la "teoría", donde la visión del partido era más importante que la "ciencia", y que ir al campo y hacer cosas (aunque fueran inútiles o descabelladas) era mejor que estudiar cosas extrañas en un laboratorio. Esto se ajustaba a Lysenko como un guante, y los críticos de Lysenko empezaron a enfrentar crecientes acciones de censura.

Cuando en 1935 fue puesto al frente de la Academia de Ciencias Agrícolas de la URSS, Trofim Lysenko empezó una larga purga de científicos de ideas “incorrectas” o “perjudiciales”.

El más importante biólogo soviético y padre de la genética rusa, además de feroz crítico de Lysenko, Nikolai Vavilov, murió de hambre en las cárceles de la policía política, la NKVD, en 1943, después de tres años de confinamiento por orden de Lysenko. La genética desapareció como disciplina en la URSS y la biología, la herencia y la medicina se vieron contaminadas con las ideas descabelladas del Lysenko.

Pronto, en las escuelas soviéticas se enseñaban cosas como: el gen es una parte mítica de las estructuras vivientes que en las teorías reaccionarias, como el Mendelismo-Veysmanismo-Morganismo, determina la herencia. Los cientificos soviéticos bajo el mando de Lysenko probaron científicamente que los genes no existen en la naturaleza.

Tales pruebas eran, por supuesto, imaginarias. Las teorías de Lysenko eran producto de la filosofía política y no de la práctica de la ciencia. Y sus técnicas se aplicaban por decreto, obligatoriamente, en el campo soviético y sin haberlas probado científicamente. Esto, junto con la colectivización forzada del campo que implantó Stalin, ocasionó hambrunas varias.

Nada de esto impidió que Lysenko siguiera siendo la máxima autoridad en biología en la Unión Soviética, al menos hasta el 5 de marzo de 1953, cuando murió Joseph Stalin. Durante su reinado, más de 3000 biólogos fueron despedidos, arrestados o ejecutados.

El sucesor, Nikita Kruschev, mantuvo a Lysenko en su puesto, pero al emprender la llamada "desestalinización" para terminar con el culto a la personalidad de su predecesor, y sabiendo, como campesino que era, que pese a la propaganda oficial, las ideas de Lysenko no habían beneficiado la agricultura soviética, abrió la posibilidad de tolerar las críticas al todopoderoso agrónomo.

Mientras decaían en la URSS, las ideas de Lysenko fueron adoptadas por el gobierno chino. Mao llamó "El Gran Salto Adelante" a la implantación del lysenkoísmo y la colectivización forzosa del campo con el mismo resultado amplificado: la terrible hambruna china de 1958-1961 que mató a entre 30 y 40 millones de personas, más de los que había perdido la URSS en la Segunda Guerra Mundial.

En 1961, algunos miembros del gobierno chino se rebelaron a las ideas de Mao y ordenaron el abandono de sus políticas en diversas provincias, deteniendo la hambruna. Un año después, tres físicos soviéticos proclamaron que el trabajo de Lysenko era falsa ciencia.

Lysenko fue destituido, pero no se le criticó oficialmente sino hasta que Kruschev fue retirado del poder en 1964, y una comisión oficial fue a investigar su granja experimental, demostrando su total falta de rigor y seriedad científica.

Ese año, el físico nuclear Andrei Sakharov, hoy Premio Nobel, dijo en la Asamblea General de la Academia de Ciencias que Lysenko era: responsable del vergonzoso atraso de la biología soviética y de la genética en particular, de la divulgación de visiones seudocientíficas, de aventurerismo, de la degradación del aprendizaje y por la difamación, despido, arresto, incluso muerte, de muchos científicos genuinos.

El daño hecho por Lysenko, visto a la distancia del tiempo, fue quizá el ejemplo más aterrador del peligro que corremos todos cuando la política pretende decretar la ciencia en lugar de utilizar y entender la ciencia real.

Stanislav Lem y Lysenko

En la universidad Jagielloniana de Polonia, a fines de la década de 1940, el estudiante de medicina Stanislav Lem llegó a satirizar al agrónomo soviético en una revista. Así, cuando tuvo que presentar su examen final como médico, sus principios le impidieron dar las respuestas "correctas" consagradas por el Lysenkoísmo oficial soviético. Ya que no podía recibirse como médico sin someterse a Lysenko, Stanislav Lem procedió a convertirse en uno de los más influyentes y originales escritores de la historia de la ciencia ficción, conocido sobre todo por su novela "Solaris".