Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Margaret Hamilton y las mujeres del Apolo

Margaret Hamilton (Imagen DP vía Wikimedia Commons)
La fotografía muestra a una joven con un aspecto inconfundible de fines de los años 60 sonriendo de pie junto a una torre de hojas de papel que mide lo mismo que ella.

Sin el pie de foto, se podría interpretar de muchas maneras sin dar con la explicación: la imagen del 1º de enero de 1969 nos muestra a la Directora de la División de Ingeniería de Software del Laboratorio de Instrumentación del MIT, Margaret Hamilton, por entonces de 32 años de edad, y la torre de papel es la impresión del código fuente del Ordenador Guía del Apolo, el software que unos meses después sería utilizado para navegar y aterrizar en la Luna y cuyo desarrollo había dirigido por encargo de la NASA.

En aquellos años no existía, sin embargo, el puesto o carrera profesional de “programador de software”, de “ingeniero de software”, ni de “informático”. De hecho, el término mismo de “ingeniería de software” fue popularizado por la propia Hamilton. El software no se había probado nunca en condiciones reales: era tan pionero como los astronautas que pisarían la Luna, y hecho por pioneros que no sólo pisaban territorio desconocido, iban creando el territorio conforme avanzaban y respondían a preguntas sobre cómo conseguir que un programa tomara decisiones difíciles.

Nacida el 17 de agosto de 1936, Margaret Heafield (“Hamilton” es su nombre de casada) descubrió muy tempranamente su pasión por las matemáticas, que la llevó a obtener su licenciatura en la disciplina en 1958, antes de mudarse a Boston con el plan de estudiar matemáticas abstractas en la Universidad de Brandeis. Entretanto, en 1960 aceptó un empleo interino en el legendario Instituto de Tecnología de Massachusets, MIT, desarrollando software destinado a la predicción meteorológica para Edward Norton Lorenz, meteorólogo, matemático y pionero de la teoría del caos, conocido por haber acuñado el muy malinterpretado concepto del “efecto mariposa”.

¿Cómo se aprendía a programar si no lo enseñaban en la escuela? Haciéndolo, equivocándose y trabajando como aprendiz con quienes ya habían avanzado en la disciplina. Y la programación resultó ser un espacio ideal para llevar a la práctica el talento y conocimientos matemáticos de Hamilton, que se dedicó de lleno a la nueva disciplina. En 1961 pasó al proyecto de vigilancia de misiles o aviones enemigos que entraran en el espacio aéreo estadounidense y dos años después volvió al MIT, al Laboratorio Charles Stark Draper, donde se empezaba a crear el software para ir a la Luna. Entonces el proyecto sólo existía en el papel y no despegaría (literalmente) sino hasta 1967.

En 1965, Hamilton se hizo cargo del departamento y el proyecto. Su objetivo, algo que al principio ni siquiera se había contemplado en los presupuestos de la NASA, era el programa con el cual el ordenador a bordo de las Apolo calcularía trayectorias, posiciones, velocidades y, en última instancia, tomaría decisiones en colaboración con los astronautas.

La prueba de fuego de su trabajo, inesperadamente, vendría minutos antes del aterrizaje del módulo de descenso de la Apolo 11 en la Luna. Debido a un error, un radar empezó a mandar señales equivocadas, sobrecargando al ordenador y quitándole 15% de su tiempo, que debía centrarse en realizar sus funciones de aterrizaje. El diseño del software del equipo de Hamilton incluía programas de recuperación que le permitían desechar tareas de baja prioridad y reestablecer las más importantes. El programa reconoció y resolvió el problema, evitando el riesgo de un descenso manual.

Hamilton procedería, después de unos años más en el programa espacial, a fundar su propia empresa de software, que encabeza actualmente, desarrollando el Lenguaje Universal de Sistemas que creó para el programa Apolo, una forma de programación basada en la teoría de sistemas y en la idea de prevenir los problemas más que en resolverlos cuando se presenten.

Pese a ser la más relevante por su posición y el evidente éxito de su trabajo al conseguir un descenso lunar con seguridad, Margaret Hamilton es sólo una de las muchas científicas del programa Apolo. Si ella consiguió que el módulo Águila se posara en el Mar de la Tranquilidad, por ejemplo, fue Dorothy Lee quien garantizó que el módulo de comando de la misión regresara con seguridad a tierra. Lee fue una de las primeras especialistas en aerotermodinámica, la disciplina que estudia cómo la fricción del aire genera o disipa calor, y por tanto la responsable de los escudos de calor que resistieron el reingreso a la atmósfera terrestre a una velocidad de 11.000 metros por segundo. Después, sería la responsable del diseño de las piezas cerámicas que protegieron todas las misiones del transbordador espacial.

Está también Barbara “Bobbie” Johnson, la primera mujer graduada de ingeniería general en la Universidad de Illinois. Su primer trabajo fue como parte del equipo que hizo la propuesta para obtener el contrato para el proyecto Apolo. Después se hizo cargo del diseño y evaluación de los sistemas de monitorización del reingreso a la atmósfera de las Apolo y, en 1968, se le hizo responsable de la división de Requisitos y Evaluaciones de las Misiones Apolo, al frente de un equipo de más de 100 ingenieros. O Judith Love Cohen, la ingeniera eléctrica de Space Technology Laboratories que trabajó en el sistema alternativo de guía, el respaldo en caso de que los ordenadores principales fallaran. O Ann Dickson, la joven lectora de ciencia ficción que soñaba con ser astronauta, que trabajó en diversos equipos de control en la empresa que administró la misión y no fue admitida como candidata a astronauta por no tener 600 horas de vuelo acumuladas como piloto.

Frances "Poppy" Northcutt, matemática de apenas 25 años al momento de la llegada a la Luna, se hizo conocida por ser la única mujer en la sala de control de la misión del Apolo 11. Larue W. Burbank se ocupó del diseño de los sistemas de visualización en tiempo real que utilizaron los astronautas y Catherine T. Osgood, que analizó y preparó el reencuentro entre el módulo lunar y el módulo de comando que quedaba en órbita alrededor de la Luna... La lista es, sin duda alguna, más larga de lo que se podría imaginar.

Las computadoras

Las antecesoras de Margaret Hamilton fueron las matemáticas que mayoritariamente se ocuparon en la Segunda Guerra Mundial de cálculos balísticos y de las matemáticas de las reacciones nucleares en el Proyecto Manhattan. Después de la guerra, seis de ellas fueron las responsables de crear los programas para ENIAC, el primer ordenador multipropósito. Como a ellas se les llamaba “computadoras” por dedicarse al cómputo de números, el aparato fue llamado “computer” en inglés. Esas primeras programadoras profesionales fueron Kay McNulty, Betty Snyder, Marlyn Wescoff, Ruth Lichterman, Betty Jean Jennings y Fran Bilas.