Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Científicos no profesionales

Aunque gran parte de la actividad científica hoy utiliza equipos y sistemas complejos y costosos, los aficionados siguen realizando valiosas aportaciones en algunas disciplinas.

Durante la mayor parte de la historia, la búsqueda del conocimiento se realizó de manera más bien lírica, y con avances en general lentos mientras no se tuvo el método que hoy llamamos "científico". La actividad científica adquirió identidad con este método en el siglo XVI, cuando se hizo evidente que la realidad no se ajustaba a la "autoridad" de los antiguos maestros que supuestamente tenían la respuesta a todo, especialmente Aristóteles, Tolomeo y Galeno.

La eficacia del método científico basado en observaciones sistemáticas, formulación de hipótesis y diseño de experimentos u otras formas de comprobación de tales hipótesis era y es asombrosa. Tanto que pronto se hizo necesario contar con aparatos y procedimientos para observar mejor y más detalladamente el mundo, lo cual también demandaba una formación especializada, cosas que no estaban al alcance de cualquier hijo de vecina.

Esto parecía excluir a la gente común de la posibilidad de colaborar en los avances del conocimiento. Pero conforme la ciencia se especializaba, muchas personas encontraron que quedaba un gran espacio abierto para que el aficionado a la ciencia o a la naturaleza, o simplemente al conocimiento, pudiera hacer valiosas aportaciones... y las hace.

Amateurs... pero con método

Cuando el cometa Shoemaker-Levy colisionó con Júpiter en 1994 ofreciendo una enorme oportunidad a los astrónomos de conocer mejor al mayor planeta de nuestro sistema solar, el diluvio informativo dejó poco espacio para señalar que el nombre "Levy" correspondía a David H. Levy, astrónomo aficionado que descubrió el cometa al mismo tiempo que los esposos Gene y Carolyn Shoemaker, astrónomos profesionales. Con el cometa Hale-Bopp ocurrió lo mismo, al ser descubierto por Thomas Bopp, astrónomo aficionado que trabajaba como gerente en una fábrica de materiales de construcción. Una gran cantidad de cometas actualmente son descubiertos por astrónomos aficionados, debido a que éstos tienen ventajas notables que complementan a los profesionales: son más en número, tienen más telescopios (los cada vez más caros telescopios "profesionales" son pocos y están altamente solicitados para observaciones) y pueden observar una mayor área de la bóveda celeste.

Por supuesto, se puede ser astrónomo aficionado sólo por el placer de ver el cielo, y se puede serlo usando sólo los ojos, prismáticos o telescopios de distintas capacidades y precios... sin contar con que muchos astrónomos aficionados disfrutan fabricando sus propios telescopios, puliendo espejos pacientemente en sus ratos libres. Pero si el aficionado lo desea, puede colaborar en la recopilación de datos para los astrónomos profesionales, ya sea monitorizando la intensidad de las estrellas variables por las noches o las manchas solares de día (una reciente fotografía del tránsito de la Estación Espacial Internacional y la lanzadera espacial sobre el disco solar fue conseguida por el astrónomo aficionado y astrofotógrafo Thierry Legault desde un campo ganadero en Normandía). Para los aficionados, además del disfrute de ver el cielo y la posibilidad de ver su nombre inmortalizado en un cometa, cráter o asteroide, existe un modesto premio anual de 500 dólares y una placa que otorga desde 1979 la Sociedad Astronómica del Pacífico, de los EE.UU.

Menos notoria que la astronomía, la entomología es otra disciplina que no podría florecer sin los aficionados a observar, coleccionar, estudiar y clasificar insectos. Y la razón es simplemente que hay identificados casi un millón de especies de insectos, pero se calcula que pueda haber más de 50 millones de especies, y un número imposible de estimar de variedades y subespecies que aún deben describirse, clasificarse y conocerse en cuanto a su función ecológica y posibles beneficios o perjuicios para el ser humano. Una labor que requiere de muchos millones de ojos interesados que sepan lo que están viendo, aunque no sean biólogos de carrera, porque cualquiera de nosotros puede matar un bicho molesto sin pensar que podría ser una especie todavía no conocida por la ciencia.

Los entomólogos aficionados se emparentan con el "naturalista", que era como se llamaban a sí mismos personas como Charles Darwin antes de que se pusieran en boga nombres como "biólogo", "etólogo" (especialista en conducta animal) o "zoólogo", para quienes la comunión con la naturaleza, los paseos y la curiosidad están estrechamente unidos. Y lo mismo ocurre con otros aficionados que han sido objeto de numerosas viñetas humorísticas: los observadores de aves, aficionados indispensables no sólo para el descubrimiento de nuevas especies o variedades, sino para la descripción del comportamiento de distintas aves (cortejo, apareamiento, cría o migración). Y lo mismo se puede decir de otros aficionados a distintas disciplinas, como la geología, la botánica, la ictiología (el estudio de los peces) y cualquier otra que se refiera a la observación del mundo natural, del que aún ignoramos mucho aunque en ocasiones nos deslumbre lo mucho que ya hemos logrado conocer.

Al fin y al cabo, un buen aficionado y un buen científico comparten la pasión por saber sobre un tema, una buena información sobre el tema que les apasiona y una enorme curiosidad por averiguar cosas nuevas. Porque lo que hace al científico no son los aparatos, las batas blancas ni los recursos abundantes, sino un método que sigue permitiéndonos responder en forma certera a las preguntas que nos hacemos sobre el mundo que nos rodea.

El inventor en su cochera


Una leyenda urbana asegura que Charles H. Duell, director de la Oficina de Patentes de los EE.UU. desde 1899, recomendó el cierre de dicha oficina porque "todo lo que podía inventarse ha sido inventado". Pero no dijo tal cosa, sino que sus intervenciones públicas iban precisamente en el sentido contrario, y sólo en su primer año al frente de tal institución se otorgaron más de 25.500 patentes, tres mil mas que en 1898.

La realidad es que en el terreno de los inventos el aficionado también tiene todavía un gran espacio de maniobra sin necesidad de contar con una avanzada tecnología o recursos. Los expertos en inventos dicen que lo único que se necesita es identificar un problema común y buscarle una solución sencilla y práctica, además de mantenerse alerta a lo que se observa, actividad esencial en la ciencia. Después de todo, el velcro fue inventado por el ingeniero suizo Georges de Mestral cuando se le ocurrió mirar de cerca los cardos que se le habían pegado a sus pantalones y al pelo de su perro. El mejor invento es aquél del que se puede decir: ¿cómo no se le ocurrió antes a nadie?

ADN: revolución en la evolución

Las siglas ADN son ya parte del discurso cotidiano, y sin embargo, o quizás por ello mismo, la materia con la que está hecha la vida en la Tierra se ha rodeado de mitos.

Entre la observación de que ciertas características se transmiten de padres a hijos, la herencia genética, y el conocimiento del mecanismo que permite este hecho ha mediado toda una batalla científica. La identificación que hizo Gregor Mendel en 1865 de las formas que asumía la herencia y el descubrimiento realizado por Charles Darwin de que las variaciones en dicha herencia daban origen a los procesos evolutivos en la vida, dejaban planteado el desafío de conocer el mecanismo bioquímico íntimo responsable de la herencia.

Aunque el ADN ya se había identificado en el siglo XIX, fue a principios del XX cuando se pensó que podía ser la clave de la herencia genética. En 1953, James Watson y Francis Crick consiguieron descubrir la estructura del ADN, describiéndolo como una “doble hélice” que formaba cada uno de nuestros cromosomas. El ADN forma una larga cadena molecular similar a una escalera de mano retorcida donde los peldaños están formados por conexiones de moléculas llamadas bases: adenina (A), guanina (G), timina (T) y citosina (C). Lo peculiar de esta disposición es que la adenina sólo se conecta con la timina, mientras que la guanina sólo lo hace con la citosina. Así, un “lado” de la escalera puede reproducir al otro, pues sus bases están emparejadas de modo preciso. En 1957, Crick describíó cómo el ADN podía producir las proteínas a partir de sustancias más simples, los aminoácidos, lo que se vio confirmado experimentalmente un año después. La tarea entonces fue descifrar el lenguaje del ADN escrito con las cuatro bases: AGTC.

La primera tarea fue reunir todo el “libro” del ADN humano, la secuenciación del ADN. Mientras tanto, se fueron identificando zonas de algunos cromosomas en las que se hallaba el origen de ciertas características e incluso de afecciones o tendencias a enfermedades. Por desgracia, los medios comenzaron a hablar de los “genes de” tal o cual enfermedad, cuando no de ideas tan extravagantes como “el gen de las tendencias delictivas” o “de la inteligencia”, que en realidad no existen.

El conjunto del ADN de nuestros cromosomas, el genoma, se subdivide funcionalmente en genes, las unidades responsables de crear proteínas y realizar otras funciones esenciales. Pero, como explica el biólogo evolutivo Richard Dawkins, este genoma no es “un plano” de nuestro cuerpo y nuestro comportamiento en el sentido de que cada elemento como la longitud de la nariz o la tendencia al mal humor estén determinados en un gen o un grupo de genes, sobre todo porque sólo hay unos 25.000 genes en nuestro genoma (una planta, en cambio, puede tener más de 50.000 genes) con unos 3 mil millones de pares de bases.

Hay aejemplos en los que una falla en un gen provoca una enfermedad, como la enfermedad de Huntington, donde una repetición de las bases CAG al final de un gen provoca la síntesis incorrecta de una proteína que, a su vez, produce la muerte de células cerebrales y por tanto problemas en el movimiento y en las capacidades mentales. Pero en general la realidad es más compleja: la gran mayoría de nuestras características dependen de muchos genes y, al mismo tiempo, de lo que ocurre a nuestro alrededor, física y emocionalmente. En ese sentido, explica Dawkins, la secuencia del ADN se puede equiparar más bien a una receta de cocina, donde las cantidades exactas y los ingredientes pueden variar notablemente sin por ello dar resultados especialmente negativos o positivos. Somos la relación compleja de nuestro entorno y de nuestra genética, no máquinas predeterminadas.

La secuenciación completa del ADN se consiguió en lo esencial en el año 2000, pero esto no significa que ya conozcamos todo nuestro genoma. Quedan grandes zonas por secuenciar, algunas de ellas altamente repetitivas y que demandan una tecnología aún por desarrollarse. Y tener la secuencia completa es sólo como haber reunido las piezas de un libro complejísimo, del que apenas sabemos leer algunas partes (como el gen responsable de la enfermedad de Huntington) pero cuyo idioma sigue siendo un enigma para nosotros. El camino que queda es largo.

Ello no impide que lo que ya sabemos haya resultado de enorme utilidad. La identificación de personas, vivas o muertas, especialmente en la criminalística, es probablemente su más conocida aplicación, tecnología impulsada, tristemente, por la necesidad de identificar a las víctimas de la guerra sucia en Argentina. Esta tecnología es también de gran utilidad hoy para la historia y la antropología, permitiéndonos conocer la composición de ciertas poblaciones, la velocidad de las mutaciones en nuestro genoma y, por ejemplo, decir sin duda, que el Neandertal no es un antecesor del ser humano actual, sino otra especie humana desaparecida antes de los albores de nuestra historia. Igualmente, el conocimiento de las tasas de mutación del ADN al paso del tiempo ha permitido resolver muchos de los misterios del proceso evolutivo.

El conocimiento del mapa genómico del ser humano, de la historia que nos cuenta nuestro ADN, ha servido también para archivar concepciones como las racistas, al determinarse que las diferencias entre lo que antiguamente se llamaba “razas” es tan superficial como parece. Genéticamente, la diferencia entre usted y su su vecino de toda la vida, por ejemplo, es mucho mayor que la diferencia que separa a la media de todos los europeos y de todos los africanos de tez oscura.

Malinterpretar el ADN



La mala comprensión de los mecanismos de la herencia puede llevar a otros tipos de discriminación. Si bien puede ser útil saber que uno tiene ciertas características genéticas que lo predisponen a ciertas enfermedades o se las causarán sin duda alguna, ello no debería implicar discriminación por motivos genéticos en la sociedad, en el lugar de trabajo o ante las compañías de seguros. El tener ciertas características genéticas es solamente uno de los muchos aspectos que conforman la vida y el desarrollo de una persona, y centrarse únicamente en uno de ellos, así sea contando con ciertas evidencias científicas, no deja de ser un acto de injusticia. Si Mozart tenía la constitución genética, por ejemplo, para desarrollar cierto cáncer colorrectal hereditario, ello por supuesto no significaba que fatalmente lo desarrollaría, y las otras muchas circunstancias de su vida hicieron que muriera mucho antes de que se supiera, dejándonos un legado asombroso.

Y si la genética no es destino, bien vale la pena tener presente que la ciencia biológica busca hoy, precismente, subsanar los desórdenes genéticos más graves como lo ha hecho con otras muchas afecciones que en el pasado se consideraban decisivas.

Democratizar el espacio

El sueño de escritores y científicos se convirtió en un arma propagandística de la guerra fría y en una zona militar. ¿Es ya el momento de que el espacio sea patrimonio civil?

Un grupo de estudiantes del Departamento de Ingeniería de la Universidad de Cambridge se ha impuesto una misión singular: llegar al espacio por menos de mil libras esterlinas (unos 1.500 euros). Para ello emplean globos de helio que llegan a unos treinta kilómetros de altura y, desde allí, pretenden lanzar un cohete que sería más pequeño y más barato que su equivalente lanzado desde tierra firme. Hace poco, este “Proyecto Nova” consiguió llevar un globo con cámaras a esa altura, tomar magníficas fotografías del perfil curvo de la Tierra antes de que el globo estallara y hacer descender la carga con seguridad mediante un paracaídas.

Evidentemente, este ambicioso proyecto de reducción de costos esto no implica llevar personas al espacio, pues la carga que pueden poner en órbita es pequeña, pero sí abriría el espacio a muchísimas organizaciones científicas, académicas e incluso comerciales y empresariales que desean enviar al espacio determinadas cargas, aparatos, sensores, experimentos, etc., pero que no pueden hacerlo en las condiciones actuales, cuando llevar cada kilogramo al espacio puede costar por encima de un millón de dólares.

Para llevar personas están otras opciones. No sólo el turismo espacial en las agencias gubernamentales, sino proyectos como el de Virgin Galactic, empresa del peculiar Richard Branson, que ha recorrido el camino al espacio desde sus tiendas de discos y su sello musical Virgin pasando por empresas de vuelos baratos y servicios de telefonía móvil. Desde 2004 tiene la empresa dedicada a comercializar el trabajo de Scaled Composites, empresa que consiguió el primer vuelo espacial privado el 21 de junio de ese año con su Spaceship One y que acaba de anunciar el Spaceship Two y la posibilidad de iniciar vuelos comerciales suborbitales en 2009. Esto pondría el espacio al alcance de muchas personas para las que antes estaba vedado, no sólo por el carácter gubernamental de los programas espaciales, sino porque su forma de llegar al espacio es tal que no se necesita el nivel atlético que hasta hoy deben satisfacer los astronautas e incluso los turistas espaciales.

Esta democratización espacial representa un cambio radical del juego del espacio tal como se ha desarrollado hasta hoy.

De la imaginación al cohete para todos

A través de la imaginación y la literatura, los seres humanos se empezaron a plantear hace mucho la posibilidad no sólo de ver los cielos, sino de ir allá, al espacio. El primer escrito al respecto que conocemos es la Vera Historia de Luciano de Samosata, donde el autor va a la Luna y es testigo de guerras entre los reyes de la Luna y el Sol sobre los derechos de colonización de Venus, con ayuda de seres de otros planetas.

Muchos otros escritores soñaron con viajes al espacio, fundando de paso la ciencia ficción, pero no se hicieron una posibilidad real sino hasta que el matemático ruso Konstantin Tsiolkovski escribió los primeros tratados académicos sobre exploración espacial a partir de 1903, calculando la velocidad de escape de la gravedad terrestre, proponiendo los cohetes a reacción con combustible de hidrógeno y oxígeno líquidos, las estaciones espaciales e incluso sistemas biológicos para suministrar oxígeno a los viajeros espaciales, convencido de que, “La Tierra es la cuna de la humanidad, ¡pero no podemos vivir en una cuna para siempre!”

Con las teorías de Tsiolkovski y el trabajo teórico-práctico del estadounidense Robert H. Goddard, que lanzó el primer cohete de combustible líquido en 1926, se hizo posible alcanzar realmente el espacio. Pero para algunos, como Hitler, los cohetes eran sobre todo una forma de llevar la muerte a todos quienes odiaba, y los promovió intensamente como bombas voladoras (las V-1 y V2). La experiencia que con ello reunieron los científicos alemanes hizo que, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, fueran “repartidos” entre la URSS y los EE.UU. y fueran usados en la “guerra fría” para que ambos contrincantes buscaran demostrar su superioridad conquistando el espacio. Cuando la Unión Soviética consiguió poner en órbita el satélite Sputnik I, el 4 de octubre de 1957, la carrera ya estaba en marcha, y ambos adversarios habían realizado intentos de vuelos orbitales. La guerra propagandística del espacio no bajó de intensidad sino hasta la llegada del hombre a la Luna el 20 de julio de 1969, para concentrarse en las primeras estaciones espaciales.

A la caída de la Unión Soviética, sin embargo, muchos fondos dedicados a la exploración espacial desaparecieron. La Guerra Fría había terminado, Estados Unidos no tenía un enemigo que ameritara un esfuerzo como el de los treinta años anteriores, los países que habían formado la Unión Soviética tenían problemas graves y urgentes, y muchos políticos desconocían (y desconocen) los beneficios que puede traer la exploración espacial.

Los fondos que no estaban allí ya dejaban, sin embargo, un hueco: el ser humano común seguía interesado en el espacio, aunque hubieran perdido impulso los políticos y los líderes militares. Y hoy, por primera vez, empieza a parecer posible la democratización, la ciudadanización del espacio para ponerlo al alcance de los ciudadanos corrientes, lo cual es una buena noticia, siempre y cuando no implique, claro, la privatización del espacio extraterrestre.

Leyes, guerra y ciencia ficción


Incluso mientras se lanzaban los primeros cohetes espaciales, los diplomáticos se ocuparon de ir creando un complejo entramado legal destinado a impedir que ningún país se pudiera apropiar del espacio o de los cuerpos extraterrestres. Por ello los Estados Unidos no pudieron tomar posesión de la Luna y la placa que llevaron dice: “Vinimos en paz por toda la humanidad”. La legislación extraterrestre prohíbe las armas atómicas en el espacio, establece la obligación de devolver las naves espaciales y tripulantes extranjeros que caigan en otro país y busca consagrar el uso pacífico del espacio y los cuerpos no terrestres.

Nada de esto impidió, sin embargo, la actividad militar en el espacio, desde los satélites espías hasta la imposible pero bien propagandizada “Iniciativa de defensa estratégica” o “guerra de las galaxias” de Ronald Reagan, diseñada, y esto pocas personas lo saben, con ayuda de un grupo de escritores de ciencia ficción situados políticamente a la derecha, como Robert Heinlein, Larry Niven y Jerry Pournelle. Sí, técnicamente el sistema presentado por Reagan era imposible, pero nadie lo sabía, y ayudó a dar fin a la guerra fría con los resultados por todos conocidos, y que difícilmente previeron aquellos escritores.

El Neandertal, el Piltdown y el Hobbit

En la búsqueda del origen del hombre hay errores y fraudes que nos enseñan cómo la ciencia se desembaraza de sus propios lastres y debilidades humanas para seguir avanzando.

En 1953 se anunció al mundo que el famoso fósil del "Hombre de Piltdown" descubierto en 1912 en Sussex, Inglaterra, y anunciado como el "eslabón perdido" entre el hombre y el mono era una falsificación. Y además se trataba de una falsificación ingeniosa pero basta, que unía la mandíbula de un orangután con un cráneo humano medieval y algunos dientes de chimpancé. Los dientes habían sido limados para darles apariencia humana, se le había dado imagen de antigüedad a los restos sumergiéndolos en una solución de hierro y ácido crómico y se había roto el extremo de la mandíbula correspondiente a la articulación, el cóndilo, para que no se viera que las piezas no coincidían.

En 1912, el descubridor, Charles Dawson, había dado, en apariencia, respuesta a la duda más repetida de los adversarios de la teoría de la evolución de Darwin: ¿dónde estaba el animal medio hombre y medio mono, el "eslabón perdido"? El prestigio de Dawson, sus muchos contactos y la idea que se tenía de una línea recta (que hoy sabemos imposible) entre un mono y el ser humano, sin rodeos, desviaciones ni ramificaciones complejas, además del sentimiento nacionalista británico se coludieron para hacer que el "descubrimiento" fuera aceptado generalmente como un genuino antepasado humano.

Sin embargo, el fraude se desmoronó al fin. Para 1953, los descubrimientos realizados en todo el mundo bosquejaban un panorama de la evolución en el que no encajaba el "hombre de Piltdown". Los expertos, mejor preparados, volvieron al cráneo y observaron que la inclinación de uno de los molares no correspondía a lo anatómicamente esperable. Lo vieron bajo el microscopio, detectaron las marcas del limado y volvieron a analizarlo a fondo hasta demostrar su falsedad.

Pero, al menos en parte, la aparición y aceptación del "hombre de Piltdown" nació de una cierta envida hacia los alemanes por el hallazgo del Homo neanderthalensis. En agosto de 1856, en el valle del Neander cerca de Düsseldorf, Alemania, se encontraron restos fósiles similares a otros que ya se habían encontrado en Bélgica y en Gibraltar. Pero en este caso, los restos fueron a manos del naturalista aficionado Johann Karl Fuhlrott, quien los entregó al anatomista Hermann Schaafhausen. En 1857, anunciaban que habían descubierto lo que parecía un ancestro humano, el "primer europeo" primitivo, más bajo, tosco y grueso, pero humano. Este descubrimiento marcó el inicio de la paleoantropología (la ciencia que estudia los orígenes del hombre), aunque los avances posteriores demostraron que el neandertal no es ancestro de nosotros, sino una especie distinta, surgida hace unos 300 mil años, que ocupó Europa y que se extinguió hace unos 24.000 años, con lo que convivió con nuestros genuinos ancestros durante al menos 15.000 años.

Sin embargo, una característica de los primeros neandertales encontrados se establecería en la cultura popular de un modo que desvirtúa nuestra evolución. Los ancestros del ser humano ya caminaban totalmente erguidos hace al menos tres millones de años. Primero anduvimos en dos pies y mucho después se desarrolló nuestro cerebro, son las dos características que nos diferencian de otros primates. Pero los neandertales tenían una gran tendencia a la artritis, y en un principio los huesos deformes fueron interpretados como signo de un andar similar al de los chimpancés, al grado de que prácticamente todas las representaciones de hombres primitivos en el cine y el teatro implican desde entonces un andar simiesco insostenible desde el punto de vista evolutivo. La paleoantropología abandonó rápidamente la idea de que todos los neandertales caminaban con dificultad e identificó su problema de salud, pero el cine aún no llega a tanto.

El último protagonista que ha entrado en escena es el "hombre de Flores", Homo floresiensis o, popularmente, el "hobbit", un ser de un metro de estatura y proporciones normales, capaz de hacer herramientas, anunciado a fines de 2004 por quienes lo descubrieron en la Isla de Flores en Indonesia. Los descubridores del esqueleto de 18 mil años de antigüedad (que, por cierto, es de una hembra) proponen que se acepte como una nueva especie humana descendiente, como nosotros, de Homo erectus y cuya talla sería producto del "enanismo de las islas", un fenómeno común en el que diversas especies adquieren tamaños progresivamente menores al verse confinadas en islas. Sin embargo, en esta ocasión han encontrado resistencia por parte de otros paleoantropólogos que no desean verse metidos en otro caso de Piltdown y pretenden ser más cautos.

Pero hay críticos que señalan que el esqueleto encontrado ahora tiene todas las características de un pigmeo moderno con microcefalia, lo que se ha sustanciado con estudios tanto de la forma del cráneo como de su capacidad, y el asunto tiene relevancia por la presencia de pigmeos modernos en la zona del hallazgo. Por otra parte, los críticos señalan que las herramientas que se encontraron junto con el esqueleto son idénticas a las hechas por los humanos modernos, mientras que hay diferencias sumamente evidentes en las herramientas hechas por cada una de las demás especies humanas (el ergáster, el neandertal, el habilis, etc.) .

En estos momentos, los descubridores originales del Homo floresiensis están en Indonesia, buscando otros fósiles similares. Si los encuentran, sería necesario aceptar a la nueva especie porque es muy improbable que hubiera una población entera de pigmeos microcefálicos. De no encontrarlos, será necesario estudiar más y, quizá, esperar prudentemente (que es algo que la ciencia ha aprendido a hacer) hasta que nuevos datos nos den la pista de lo que realmente es el "hobbit" de Indonesia.

Que es lo único que realmente nos interesa.

Piltdown: ¿quién y por qué?


La historia mantiene el enigma del autor de la falsificación del hombre de Piltdown. Se habla del propio Charles Dawson, sobre todo porque con el tiempo se demostró que muchos de sus maravillosos descubrimientos como arqueólogo aficionado resultaron falsificaciones. Pero también se ha implicado a varias personas de su entorno, entre ellos nombres tan conocidos como el del cura jesuita Pierre Teilhard de Chardin, uno de los responsables de que el Vaticano aceptara finalmente la evolución, o el de Arthur Conan Doyle, el genial creador de Sherlock Holmes que, sin embargo, creía en cuanta patraña paranormal y mística pasaba cerca de él. Igualmente sigue sin saberse el motivo del fraude, que igual pudo ser un intento de engaño simple y puro o una broma que se les salió de las manos a los autores.