El virus de la poliomielitis se aisló en monos de laboratorio. El resultado fue la vacuna que ha salvado a millones de sufrir la enfermedad. (Foto D.P. Charles Farmer, CDC vía Wikimedia Commons) |
En algún momento, a través de observaciones diversas, el ser humano se hizo consciente de sus similitudes con los demás animales, en especial los mamíferos: cuatro miembros, dos ojos, dos oídos, dos fosas nasales y una boca, más la correspondencia de muchos órganos internos. Y en el siglo IV antes de nuestra era, Aristóteles hizo experimentos con animales como sus observaciones de huevos fertilizados de gallina en distintas etapas del desarrollo que dieron origen a la embriología.
Décadas después, Erisístrato realizó en Alejandría disecciones de animales y humanos con las que describió las estructuras del cerebro y especuló (correctamente) que las circunvoluciones de la corteza se relacionan con la inteligencia. Galeno, en el siglo II de nuestra era hizo los últimos experimentos con animales en 1000 años por la presión religiosa, hasta que en el siglo XII, Avenzoar, en la España morisca, empezó a probar sus procedimientos quirúrgicos en animales antes de aplicarlos a pacientes humanos.
Más allá del interés de la biología por conocer a los seres vivos, fue al desarrollarse la medicina científica a partir de los trabajos de Koch y Pasteur (quien demostró cómo inmunizar a los animales experimentando con ovejas a las que les inoculó ántrax, principio de su vacuna para la rabia), cuando los modelos animales empezaron a emplearse ampliamente en la investigación.
Las pruebas en animales para medicamentos se implantaron por una tragedia acontecida en 1937 en Estados Unidos. Un laboratorio mezcló sulfanilamida (un antibacteriano anterior a la penicilina) con glicol dietileno, producto que no sabían que era venenoso. La comercialización del medicamento provocó la muerte de un centenar de personas.
El escándalo público llevó a promulgar la Ley Federal de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos de 1938, que dispuso que no se comercializara ninguno de estos productos si no se probaba primero su seguridad en estudios con animales.
Y así han sido probados absolutamente todos los medicamentos producidos después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se generalizó el protocolo de investigación farmacéutica, que requiere primero pruebas en células en el laboratorio, después en animales y, si todo está bien, estudios clínicos con voluntarios.
Hay así dos tipos de investigación que utiliza animales. Una es la investigación básica dedicada a obtener conocimientos y técnicas nuevos en diversas áreas (fisiología, genética, anatomía, bioquímica, cirugía, etc.) y la otra es la prueba de medicamentos, alimentos y cosméticos para garantizar al público una mayor seguridad, reduciendo la frecuencia y gravedad de acontecimientos como el de 1937.
Prácticamente todos los avances de la medicina y gran cantidad de conocimientos de las ciencias de la vida han sido resultado de la experimentación animal, desde los anestésicos hasta los corazones artificiales, desde el aprendizaje y el condicionamiento de la conducta hasta los viajes espaciales. La vacuna para la difteria comenzó protegiendo a conejillos de indias de la enfermedad. Los estudios en perros permitieron descubrir la función de la insulina dándolele una vida mejor y más larga a los diabéticos. Antibióticos como la estreptomicina se usaron primero en animales de laboratorio. El virus de la polio se aisló en monos rhesus (los mismos monos en los que se identificó el factor Rh de la sangre) abriendo la puerta a la casi erradicación de la enfermedad en el mundo desarrollado. Y los primeros antibióticos para la lepra se desarrollaron en armadillos, animales que pueden albergar la bacteria sin ser afectados. Los experimentos con animales nos han permitido descubrir, por ejemplo, que los monos tienen una comprensión de la equidad y la solidaridad, que diversos animales pueden cooperar o que ciertos comportamientos innatos son tan inamovibles como algunas condiciones físicas determinadas genéticamente.
Al paso del tiempo, la preocupación ética por el bienestar de los animales que se utilizan para la experimentación ha llevado a cambios y reducciones drásticos en la experimentación animal, con una creciente atención a evitar todo el sufrimiento evitable y a utilizar otros modelos cuando sea posible.
Sin embargo, en este momento no contamos con modelos para reemplazar a la totalidad de los animales utilizados en investigación. Un caso ilustra esta situación por estar relacionado con nuestros más cercanos parientes evolutivos, los chimpancés. Precisamente por esa cercanía y similitud genética, son los únicos animales que se pueden infectar con el virus de la hepatitis C y por tanto siguen siendo utilizados en investigaciones.
El ideal a alcanzar es que finalmente dejen de usarse animales en la investigación científica. Para ello se ha acordado el modelo de las tres “R”, para el reemplazo de animales con otros modelos, la reducción del uso de animales y el refinamiento de las prácticas para hacerlas más humanitarias. Gracias a este esfuerzo, en 2012, según el periodista científico Michael Brooks, sólo el 2% de todos los procedimientos científicos realizados en animales en Estados Unidos podían causar una incomodidad o daño a los sujetos.
Y esos trabajos de investigación se hacen hoy en día bajo la vigilancia de comités éticos que determinan que sean absolutamente necesarios y se desarrollen en las mejores condiciones posibles... todo mientras nuestros conocimientos de genética, cultivo de tejidos, clonación y otras técnicas permiten prescindir de este tipo de estudios sin quitarle la esperanza a las personas que dependen de estos avances para el alivio a su dolor, sufrimiento y discapacidad.
El problema de la seguridadEn una carta al British Medical Journal, un farmacólogo explicaba el problema de la seguridad y el riesgo y beneficio: si tenemos 4 posibles medicamentos contra el VIH, pero el primero mata a 4 tipos de animales, el segundo a tres de ellos, el tercero a uno solo y el cuarto no mata a ninguno de los animales, aún administrado en grandes dosis, ¿cuál de ellos debemos probar en un pequeño grupo de voluntarios humanos? La respuesta es sencilla: el cuarto. La pregunta más difícil es ¿cómo lo sabríamos de otro modo? |