Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

25 años de la World Wide Web

Sí, hubo un mundo antes de la web, cuando los archivos se compartían llevando papeles de un lugar a otro y donde la información era mucho menos libre que hoy en día.

Esta poco impresionante estación de trabajo NeXT fue el
primer servidor web, instalado por Tim Berners-Lee en
el CERN. A la izquierda, sobre el teclado, hay un ejemplar
del documento "Gestión de la información: una propuesta",
 la semilla de la telaraña mundial.
(Foto CC Coolcaesar, vía Wikimedia Commons)
La fecha no es muy precisa, depende de qué criterio se utilice para determinar en qué momento podemos decir que ya existía la World Wide Web, el servicio de Internet que revolucionó la red y la convirtió en lo que es hoy. Pero estrictamente, la idea se presentó hace un cuarto de siglo, en marzo de 1989, en un documento sobriamente titulado “Gestión de la información: una propuesta” que envió el físico e ingeniero informático británico Tim Berners-Lee a sus jefes del Centro Europeo de Investigaciones Nucleares, CERN.

Hoy ya tenemos una generación que ha vivido toda su vida con esta herramienta de la información (y de la desinformación), de la comunicación (y de la incomunicación), del entretenimiento y de las relaciones sociales. Una generación para la cual es inimaginable el mundo sin esta interconexión y sin su abundancia de información y entretenimiento.

Aunque a veces lo olvidamos, Internet es una red de varios servicios. El correo electrónico, los archivos compartidos por FTP, los grupos de noticias, los chats IRC, el control de ordenadores remotos por Telnet y otros, la mayor parte de los cuales ya existían antes de que apareciera la World Wide Web. Algunos con el tiempo se han integrado en ésta, pero sin dejar de tener una operación y sistemas independientes.

Conseguir un documento que tuviera otro servidor de la Internet primitiva era enormemente difícil. Requería saber quién lo tenía (no sólo la universidad o institución, sino el servidor en el que estaba alojado, en qué carpeta y con qué nombre) y luego utilizar una conexión FTP para descargarlo, a una velocidad increíblemente baja.

Era lento. Era torpe. Y había que saber lenguaje Unix.

Por otro lado, el correo electrónico ya tenía más de dos décadas funcionando cuando apareció la web. El primer correo se había enviado en 1971 ya con una dirección cuyo usuario y servidor estaban separados por la hoy omnipresente arroba.

Todo ello cambió cuando Tim Berners-Lee decidió intentar utilizar el hipertexto para la comunicación entre servidores de Internet, que estaba en funcionamiento público desde principios de la década de los 80 (antes había sido un proyecto de la defensa estadounidense). El hipertexto es lo que hoy conocemos como vínculo o enlace: un fragmento de texto con una referencia a más texto, a otro documento o a otro servicio. Ya era una idea que varios, incluso Berners-Lee, habían explorado antes.

El proyecto presentado en 1989 tenía por objeto facilitar que los científicos europeos compartieran información en el CERN y otras universidades. Aprobada la idea, hizo un prototipo funcional e instaló el primer sitio web de la historia llamado, precisamente, World Wide Web. A su prototipo siguió el primer navegador Web, Lynx (juego de palabras con “links”, que significa “enlaces”, palabra homófona a “lynx” o “lince”). Poco después, los científicos del CERN instalarían la primera webcam (para vigilar la cafetera y atacarla cuando hubiera café recién hecho), se subió la primera fotografía y se inventó el concepto de “surfear” o navegar la red.

La idea se desató sobre el mundo el 30 de abril de 1993, cuando el CERN hizo público el código fuente (el programa básico) del proyecto, sentando las bases de la red libre que hoy es objeto de controversias, debates y enfrentamientos. Para 1994 ya había más de 10.000 sitios Web y Berners-Lee se fue al MIT en Estados Unidos para ponerse al frente del W3 Consortium, organización sin ánimos de lucro que rige y ordena la WWW, y lucha por mantener sus características básicas como una red pública, libre e independiente de gobiernos e intereses económicos y políticos.

Algunas cifras permiten darnos una idea de la explosión que ha significado la World Wide Web, sin apenas tratar de valorar en justicia, que sería muy difícil, su impacto en la sociedad, en la política, en la actividad académica, en el arte y en todas las actividades humanas, especialmente vinculada a los otros dos actores de la revolución virtual: el ordenador y el teléfono móvil.

Los primeros módems que se usaron en la WWW, que se comunicaban mediante líneas telefónicas analógicas, alcanzaban una velocidad máxima de 14.400 kilobits por segundo, lo que quiere decir que para descargar un megabyte o mega tardaban 14 minutos. La descarga de un vídeo de media hora de calidad razonable disponible en la actualidad, de 5 gigas, por ejemplo, habría tomado... más de 1.200 horas o 48 días. Con un módem de línea digital ADSL o de cable actualmente se puede llegar a velocidades de 300 megabits por segundo, capaz de descargar un mega en algo menos de medio segundo y el mismo vídeo en una media hora.

La mayor velocidad de transmisión de la información ha permitido por lo mismo una explosión en la cantidad y variedad del material disponible en la Web. Y todo ese material está accesible en alrededor de 1.017 millones de sitios Web según una estimación de fines de julio de 2014.

Esos más de mil millones de sitios se encuentran alojados en una cantidad indeterminada de servidores. Algunos medios calculan 75 millones y otros muchos más. Y para llegar a ellos se necesita otro millón de servidores, que son los que tiene Google según calculan los expertos de la industria, aunque sólo la empresa lo sabe con certeza.

Pero la World Wide Web que está entrando a su segundo cuarto de siglo es mucho más que números e información. Es la gente que la usa, la que ha creado sus datos, la que forma sus redes sociales, la que de modo creciente está colocando sus propios archivos, sus documentos, sus fotos, sus vídeos en la red. Se calcula que, accediendo a la World Wide Web mediante ordenadores o smartphones, actualmente el número de usuarios del invento de Berners-Lee es de 2.940 millones de personas a fines de julio de 2014, el 42 por ciento de los seres humanos. Y probablemente habrá llegado a la mitad de los habitantes del planeta antes de su cumpleaños número 26.

Una cifra que para muchos es, simplemente, el desafío de llevar la Web a la otra mitad del mundo.

La web profunda

La “web profunda” o “invisible”está formada por todas las páginas que no son indexadas por los buscadores: las accesibles mediante suscripción, redes privadas de empresas y gobiernos; páginas que se generan en respuesta a solicitudes y luego se borran (como nuestros movimientos bancarios al consultarlos) y otras. Se calcula que es miles de veces mayor que la web abierta e incluye, aunque no como lo pintan algunos mitos que rayan en la leyenda urbana, páginas donde se desarrollan actividades ilegales y que son objeto del interés de las corporaciones policiacas de todo el mundo.

Los océanos de Cousteau

Antes de "Cosmos" y su viaje por los planetas y la vida, un tenaz aventurero francés nos mostró un universo desconocido y muy, muy cercano: el de los mares que ocupan la mayor parte de la Tierra.

El capitán con su clásica
indumentaria. Fotografía de la
Sociedad Cousteau
Jacques-Yves Cousteau era difícil de definir. Oceanógrafo que no estudió oceanografía. Biólogo sin título. Capitán de barco que había estudiado para piloto. Y un gran comunicador que nunca estudió comunicación.

El capitán Cousteau, reconocible todavía por su gorro de lana roja y sus gafas, fue conocido gracias principalmente a un programa de televisión, “El mundo submarino de Jacques Cousteau”, una asombrosa serie de documentales sobre los más diversos aspectos del mar y sus habitantes animales y vegetales, emitida de 1968 a 1975. Sin embargo, para ese momento, el inquieto francés ya había vivido varias vidas distintas.

Jacques-Yves Cousteau nació el 11 de junio de 1910 en Saint-André-de-Cubzac, Gironde, Francia. Quizás el más importante acontecimiento de su temprana infancia fue cuando, con apenas 4 años de edad, su frágil estado de salud hizo que su médico le recomendara evitar los deportes bruscos y, en vez de ellos, aprender a nadar. Ése sería el comienzo de la fascinación por el agua que le acompañó toda la vida. El otro aspecto destacado de la personalidad del joven era su interés por los dispositivos mecánicos. Apenas tenía 13 años cuando adquirió una cámara de cine de aficionados, pero antes de registrar cinematográficamente el mundo a su alrededor, decidió desarmarla para ver cómo funcionaba. Océano, mecánica y cine serían, en definitiva, los aspectos definitorios de la vida de Cousteau.

Pero no lo sabría sino hasta pasados unos años.

El niño Jacques no era buen estudiante. De hecho, sus malas notas llevaron a que sus padres lo enviaran a un internado y después a un colegio preparatorio del que salió para entrar, en 1930, a la Escuela Naval de Brest, de donde se graduó como técnico de artillería tres años después. Inmediatamente se enrolo en el ejército con la idea de convertirse en piloto. El rumbo de su vida quedaría decidido, sin embargo, en 1936, cuando a punto de terminar sus estudios de aviación sufrió un fuerte accidente de automóvil del que salió gravemente herido, entre otras cosas con ambos brazos rotos.

Se dice que quizá ese accidente resalvo indirectamente la vida para permitirle convertirse en el gran defensor de los mares, sobre todo porque todos menos uno de los compañeros con los que estudió y que sí se convirtieron en pilotos habrían de morir en combate durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras se recuperaba, un amigo le regaló unas gafas de buceo que le abrieron las puertas que cuanto ocurría debajo de la superficie del mar.

La guerra puso en espera cualquier otro proyecto. primero fue instructor de artillería en la base de Toulon, pero una vez consumada la invasión nazi de Francia, se refugió con su familia en un pueblo de la frontera con Suiza, donde se integró a la resistencia francesa y se dedicó a espiar los movimientos del ejército italiano, acción que le valdría numerosos reconocimientos como héroe de guerra.

Pero todavía durante el conflicto armado, Cousteau y el ingeniero Émile Gagnan desarrollaron el primer sistema de buceo o submarinismo totalmente autocontenido, el llamado “SCUBA”, formado por una botella de aire comprimido y un regulador que permitía respirar ese aire sin que saliera despedido por la presión. De un golpe habían inventado el buceo autónomo, y su patente sería una de las primeras fuentes de financiamiento de las exploraciones oceanográficas de Cousteau, que por entonces realizó sus primeros documentales sobre el mundo submarino utilizando también una cámara diseñada por él mismo para soportar la presión bajo el mar.

En principio, el nuevo sistema se utilizó para eliminar de los mares franceses las minas que habían quedado después de la guerra. Pero ya en 1948 Cousteau organizó una expedición en el Mediterráneo para encontrar los restos de un naufragio romano del siglo I antes de la era común, una acción que sería la iniciadora de la arqueología submarina. Dos años después, Cousteau consiguió comprar un dragaminas británico al que convirtió en el primer barco dedicado a la investigación oceanográfica, el Calypso, llamado así en honor a la ninfa de los océanos.

Para financiar sus investigaciones, Cousteau escribió el libro “El mundo silencioso”, que tuvo un éxito instantáneo y que en 1956 convirtió en película. Ya había hecho una docena de documentales, pero éste fue el que lo puso bajo los reflectores, al ganar un Óscar al mejor documental y una palma en el festival de Cannes.

El éxito le permitió abandonar el ejército después de 27 años de servicio. Había logrado el beneplácito del príncipe Rainiero de Mónaco, quien lo nombró director del Museo Oceanográfico de Mónaco y le ofreció apoyo financiero. Ese mismo año fundó un grupo de investigación y un programa experimental para explorar la posibilidad de vivir largos períodos bajo el agua.

Se dedicaría entonces a la investigación y la promoción del estudio marítimo, trabajando estrechamente con organizaciones como National Geographic y diversas instituciones, hasta que en 1968 comenzó la memorable serie de televisión que enseñó al mundo cómo eran realmente los océanos debajo de la superficie.

Pero su trabajo no era únicamente científico. Al paso del tiempo se convirtió en activista en favor del medio ambiente y uno de los iniciadores de la preocupación por los efectos de la actividad humana en distintos ecosistemas. Fue el primero que mostró los problemas ocasionados por la contaminación de los mares, no sólo del aire, impulsando la naciente conciencia ambiental y dedicándole sus mayores esfuerzos a partir de la década de 1980.

Gracias a su actividad, fue distinguido por numerosas organizaciones y academias científicas como la francesa y la estadounidense, que lo hicieron miembro pese a no tener estudios universitarios, además de seguir cosechando premios cinematográficos por sus documentales. Al final de su vida, había producido más de 115 películas y 50 libros, cosechando tres Óscares, un premio Emmy y un Bafta.

En 1996, su embarcación insignia, el Calypso, fue embestida por una barcaza en Singapur. Cousteau murió el 25 de junio de 1997 mientras trataba de conseguir dinero para construir una nueva nave de investigación.

El legado

La herencia de Cousteu, por desgracia, fue objeto de litigio por parte de los hijos de sus dos matrimonios. El resultado son dos organizaciones independientes, la Sociedad Cousteau y la Ocean Futures Society, donde hoy sus nietos son una tercera generación de oceanógrafos, ambientalistas y aventureros. Su más reciente logro fue romper en un día el récord del experimento de vida submarina de Cousteau. En junio de 2014, su nieto Fabien Cousteau vivió 31 días bajo el mar.

Urano, el gigante de hielo

El primer planeta descubierto con telescopio es uno de los más desconocidos por el hombre. El sueño es que alguna de nuestras naves pueda visitarlo en un futuro relativamente cercano.

Urano, con su eje de rotación inclinado 90º y sus
anillos girando alrededor de su ecuador.
(Foto D.P. NASA/JPL vía Wikimedia Commons)
Los planetas que podemos ver con sólo nuestros ojos son cinco: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. O seis, si bajamos la mirada al suelo, a nuestro propio planeta, la Tierra.

El telescopio, inventado por Hans Lippershey o por Zacharias Jansen (la historia no es clara), amplió de manera asombrosa el universo cuando Galileo Galilei lo apuntó al firmamento. El ser humano empezó a descubrir que vivía en un espacio asombroso, que las quizá 10 mil estrellas que era capaz de ver en una noche sin luna eran apenas una mínima fracción de los cuerpos que habitan el espacio y, eventualmente, que el sistema solar que Copérnico y Galileo habían descrito estaba ocupado por otros que sólo podíamos detectar con nuestros nuevos aparatos.

El honor de descubrir el primer planeta nuevo desde el inicio de la historia humana correspondió a William Herschel.

Por supuesto, descubrir un planeta no es tan sencillo si no sabemos cómo deben comportarse los planetas. De hecho, Urano había sido observado anteriormente en multitud de ocasiones registradas, y un número indeterminado de otras ocasiones que no fueron documentadas para la historia. El propio Herschel, la primera vez que vio en marzo de 1781, lo reportó como cometa. Tuvieron que pasar varias semanas de cuidadosa observación para que se diera cuenta de que su “cometa” tenía ciertas características singulares que lo hacían similar a un planeta. En palabras del propio astrónomo: ”No sé cómo llamarlo; es posible que sea un planeta en una órbita casi circular alrededor del sol o un cometa moviéndose en una elipse extremadamente excéntrica”.

Pero, para 1783, la comunidad astronómica internacional estaba de acuerdo en que se trataba de un nuevo planeta. Este hecho por cierto, convirtió a Herschel en el primer astrónomo profesional al recibir de manos del rey Jorge III un estipendio anual de 200 libras para que se dedicara única y exclusivamente a la astronomía, en el Castillo de Windsor, y además entretener con sus observaciones a la familia real.

A Urano le seguirían otros planetas, hasta completar nuestra imagen del sistema solar en el cual habitamos.

Urano es el tercer planeta más grande de nuestro sistema solar después del gigantesco Júpiter y de Saturno, y se distingue por un profundo color azul que es resultado del metano en su atmósfera, que absorbe el extremo rojo del espectro de la luz solar. Aunque solemos llamar a estos planetas gigantes gaseosos, en realidad están formados de un líquido caliente y denso de materiales en forma de hielo, que flotan alrededor de un pequeño núcleo rocoso: agua, metano y amoníaco forman esa capa helada sobre la cual hay una densa atmósfera compuesta principalmente por hidrógeno, helio y una pequeña cantidad de metano.

La característica más notable del planeta descubierto por Herschel es que es el único cuyo eje de rotación es perpendicular al plano de su órbita alrededor del sol. Es como si el eje de la tierra se inclinara 90° hasta ocupar el lugar del Ecuador. De hecho, el polo sur de Urano apunta directamente al sol y el Polo Norte mira hacia el borde del sistema solar.

Urano tiene anillos también, como los otros gigantes del sistema solar, en un sistema menos complejo que el de Saturno pero más que el de Júpiter y Neptuno. Aunque Herschel reportó haberlos visto, es poco probable que lo hiciera, de modo que se considera que el descubrimiento de los anillos lo hicieron los astrónomos James L. Eliot, Edward W. Dunham y Douglas J. Mink el 10 de marzo de 1977.

El propio Herschel descubrió las primeras dos lunas conocidas de Urano, Titania y Óberon, en 1787. Pasaron siete décadas antes del que William Lassell descubriera otras dos en 1851, Ariel y Umbriel, y casi un siglo para que Gerard Kuiper descubriera la quinta: Miranda. Las lunas, por cierto, han recibido nombres de entidades mágicas de la literatura inglesa en lugar de partir de la mitología griega.

Sólo una nave espacial creada por el hombre, la sonda Voyager 2, ha pasado cerca de la superficie de este planeta. El 24 de enero de 1986, la mítica sonda pasó A 81.500 km de las nubes superiores de Urano. Nueve años habían pasado desde el lanzamiento de este robot para que finalmente pasara brevemente junto a este planeta. En unos pocos días, el Voyager 2 envío a la Tierra miles de imágenes y grandes cantidades de datos sobre el planeta sus lunas (de las que descubrió once más), sus anillos, su atmósfera, y otras características. El Voyager también detalló el sistema de anillos alrededor de Urano, descubrió que posee un campo magnético desusadamente potente y que la temperatura en la región ecuatorial parece ser más elevada que en los polos... pese a que recibe menos luz solar que el polo Sur por la inclinación del eje.

La exploración astronómica de Urano ha determinado que tiene un día de 17 horas y 14 minutos terrestres, además de aumentar el número de lunas del planeta hasta 27. Está 19 veces más lejos del Sol que nuestro planeta y su año, su órbita alrededor del sol, es de 84 años terrestres. Es decir, desde que Herschel lo descubrió, sólo ha dado tres vueltas alrededor del sol.

Pero Urano presenta hoy más interrogantes que respuestas. Entre ellas: ¿por qué está inclinado su eje?, ¿acaso sufrió una colisión con otro cuerpo celeste? Y ¿por qué Urano, al igual que Neptuno, tiene muchísimo menos hidrógeno y helio que Júpiter y Saturno, cuando su origen nos sugiere que debería ser similar? ¿El interior del planeta es frío o produce su propio calor?

La solución a estas preguntas estaría en una misión que visite el planeta y se establezca en órbita a su alrededor para observarlo con atención. Idealmente, tal misión debería lanzarse en la década de 2020, cuando se requeriría menos combustible y tiempo para llegar a Urano.

Varios científicos han propuesto misiones así. Su máximo obstáculo es el coste que tendría, de entre 1.000 y 2.000 millones de euros.

De no conseguirse financiamiento oportuno para la misión, Urano seguirá siendo un misterio azul en la familia del sistema solar.

Los nombres de los planetas

Agradecido por la generosidad del rey, William Herschel propuso ponerle al nuevo planeta el nombre del monarca, “Planeta Georgiano”. La idea, sin embargo, no fue popular fuera de Inglaterra. Otros astrónomos preferían continuar la nomenclatura ya establecida en Europa y América, basada en la mitología griega. El alemán Johann Bode fue quien propuso el nombre de Urano, el dios padre de Saturno y de los Titanes, los ancestros de los dioses griegos. El nombre, sin embargo, no se generalizó sino hasta mediados del siglo XIX, cuando se descubrió y dio nombre también a Neptuno.