"El cortejo", pintura de Edmund Leighton (D.P., vía Wikimedia Commons) |
Estas acciones y el aspecto de los machos en muchas especies lo explica la biología evolutiva como una forma de señalar a las hembras que tienen ante ellas a posibles parejas que sanas, capaces, hábiles y, por tanto, adecuados para donar sus genes a la siguiente generación y, en su caso, para cuidarla. Las conductas y aspecto han ido evolucionando como parte de la competencia de los machos, hasta llegar incluso a poner en riesgo otras capacidades. El ejemplo clásico es el pavorreal, cuyas plumas casi le impiden volar, pero como los machos que las tienen muy cortas no consiguen procrear, al paso de miles de generaciones, las plumas del pavorreal se mantienen en el precario equilibrio necesario para todavía volar pero al mismo tiempo impresionar debidamente a las hembras.
El cortejo puede ser mortal. Una leona madre y solitaria que se una a un nuevo macho verá cómo su pareja recién obtenida mata a los cachorros del anterior padre, asegurando así que la hembra entre en celo más rápidamente y los que vivan sean sus descendientes, los que llevan sus genes. El cortejo de los zánganos en el macabro "vuelo mortal" de la abeja reina termina con todos muertos, incluso el triunfador, el más fuerte que logra alcanzar a la hembra y aparearse con ella. Entre los insectos y arañas no es infrecuente que el que el macho termine como almuerzo de su pareja incluso durante la cópula o que se haya reducido en tamaño hasta ser casi un parásito de la hembra, un simple depósito de esperma.
Todas las herramientas de los sentidos pueden entrar en acción durante el cortejo, desde la vista y el sonido (el canto de las aves, además de marcar territorios es, en algunas especies, elemento clave para obtener cónyuge), hasta el olor, el sabor y el tacto. Por ejemplo, al parecer los seres humanos somos más sensibles a los olores sexuales (las llamadas feromonas) de lo que creíamos. El hecho de que nuestro olfato esté atrofiado para algunos menesteres no significa, en modo alguno, que lo esté del todo, y así lo demuestran experimentos donde grupos de mujeres y hombres han identificado los olores más y menos atractivos en camisetas usadas por miembros del sexo opuesto. El estudio ya famoso de Claus Wedekind en Berna, en 1996, demostró por ejemplo que hombres y mujeres hallaban más atractivo el olor de los miembros del sexo complementario cuyos sistemas inmunes eran radicalmente distintos a los propios. Desde entonces, las camisetas sudadas se han usado en numerosos estudios que nos van revelando nuestra sensibilidad a los aromas. (Habría que señalar que estos aromas humanos (que se degradan fácilmente debido al uso de la ropa, volviéndose desagradables en muy poco tiempo) nada tienen que ver con los perfumes que ahora ofrece el mercado con "feromonas", palabra que se usa como reclamo publicitario sin contenido significativo real.)
Luchas a topes entre los carneros o enfrentamientos enseñándose los dientes entre los lobos, exhibición del plumaje entre las aves, el potente croar entre las ranas, las complejas danzas en algunas especies de peces o los largos días de juegos, persecuciones y arrumacos de los osos antes de que la hembra decida si acepta o rechaza al candidato… todas las formas del cortejo que ha generado la evolución finalmente sólo tienen un objetivo: demostrarle a la hembra que el macho tiene los mejores genes. Y en ese contexto generalizado entre las especies, algunas personas se preguntan por qué el ser humano es distinto, por qué entre los seres humanos las hembras se decoran y perfuman para ser atractivas mientras que el macho de la especie es poco agraciado.
Según estudiosos de la etología, la ciencia natural del comportamiento animal, como Anatoly Protopopov, el producto cultural de la belleza femenina artificial no puede equipararse a los despliegues de los machos en otras especies, y recuerda que entre los demás animales, especialmente mamíferos superiores, no siempre el macho se distingue o consigue el triunfo en el cortejo por su atractivo físico, sino que demuestra la "calidad" de sus genes exhibiendo otras características reveladoras, como la fuerza, la habilidad para procurarse alimento, el valor y la inteligencia. Según estos estudios, la mujer se hace atractiva para informar que está dispuesta para el cortejo, que los hombres a su alrededor pueden competir con la esperanza de ganar, si les interesa ella, pero son ellos los que tienen que demostrar que son más fuertes, más simpáticos, más inteligentes, más hábiles, y entonces, la mujer elige, aunque lo haga con enorme sutileza. Salvo en las sociedades en las que los hombres pretenden derrotar este mecanismo forzando la sumisión total de las mujeres (y aún en tales sociedades ellas pueden ejercer fuertes represalias), este mecanismo es evidente en cuanto sabemos buscarlo. Difícilmente se puede decir que una cantante famosa tenga más parejas por el hecho de ser rica y famosa, pero parece bastante evidente que tal sí es el caso de los ricos, poderosos y famosos en general, aunque no sean muy agraciados.
Resulta así que, si bien en la ecuación del cortejo humano intervienen muchos elementos culturales y sociales, no está de más tener presente que estamos por nuestras bases biológicas, y que, en gran medida, seguimos las mismas reglas del cortejo que los demás animales del planeta.
La química del amorLa doctora Helen Fisher, de la Universidad de Rutgers, es una de las principales estudiosas del amor desde el punto de vista científico, una tarea que apenas ahora se empieza a abordar. Para el amor, identifica tres fases en las que intervienen distintas sustancias. La primera es el deseo sexual, movido por las hormonas sexuales, la testosterona y el estrógeno. La segunda es la atracción o enamoramiento arrebatado, donde entra en juego un grupo de neutotransmisores específicos: la dopamina, la adrenalina y la serotonina. La tercera etapa es la de la apego, que permite la formación de una pareja a largo plazo, donde actúan de modo especial dos hormonas del sistema nervioso: la oxitocina y la vasopresina. |