La idea de que los grupos de seres vivos cambiaban al paso del tiempo apareció tempranamente en la constelación de las ideas humanas, y no es, como pretenden quienes afirman la literalidad de uno u otro texto religioso, un fenómeno del siglo XIX. Ya el filósofo presocrático Anaximandro, maestro de Pitágoras, observó algunos fósiles y propuso, en el siglo VI antes de la era común, que los animales se originaron en el mar y sólo después conquistaron la tierra. Empédocles también postuló un origen no sobrenatural de los seres vivos e incluso formuló una idea primitiva de selección natural. Aristóteles, por su parte, fue el primero en clasificar los organismos en una “escala natural” de acuerdo con su complejidad de estructuras y funciones.
Esta última concepción fue retomada en el medievo gracias a la conservación de los clásicos grecolatinos por parte de la cultura islámica, hablando de organismos “inferiores” y “superiores”, los primeros identificados más con el infierno y los segundos cerca del paraíso, como los hombres, los ángeles y, en la cima, la deidad, una cadena perfecta en la que las similitudes entre los seres vivos conformaban el criterio de ascenso considerando que la naturaleza no da saltos, sino que hace transiciones suaves. Por su parte, el pensamiento islámico de la época tenía claros exponentes de las ideas evolucionistas, como Ibn Miskawah y Al-Jahiz.
La idea de que el universo se había desarrollado y cambiado a lo largo del tiempo y no era una creación perfecta instantánea volvió al pensamiento occidental entre el siglo XVII y XVIII. La idea era, en sí misma, peligrosamente herética. El pensamiento religioso predominante se planteaba un universo perfecto, con un orden ideal e inamovible, considerando que un dios perfecto sólo puede crear un universo perfecto. Esa creencia en el orden cósmico se refleja claramente en la visión del astrónomo Johannes Kepler, que intentó relacionar matemáticamente los cinco sólidos platónicos (tetraedro, cubo, octaedro, dodecaedro e icosaedro) con las órbitas de los cinco planetas conocidos a principios del siglo XVI (excluyendo a la Tierra), un esfuerzo elegante que, sin embargo, tuvo que abandonar.
Si el universo no era estático, sino que cambiaba, y las fuerzas que lo regían no eran sobrenaturales, sino físicas, como lo iban demostrando Descartes, Galileo, Newton y los demás impulsores de la revolución científica, los seres vivos también podían cambiar, y así se lo plantearon personajes como Pierre Louis Maupertius, que postuló que las modificaciones naturales ocurridas durante la reproducción se podían acumular a lo largo de muchas generaciones, produciendo nuevas razas e, incluso, nuevas especies. En el siglo XVIII, Buffon planteó que las especies emparentadas podían ser variedades desarrolladas a partir de un ancestro común, un ser cuya descendencia se va separando y especializando. Y el abuelo de Charles Darwin, Erasmus, llegó a plantear en 1796 que todos los animales de sangre caliente han surgido de un solo “filamento” vivo.
Estos antecedentes, entre otros, unidos al creciente conocimiento y estudio del registro fósil y de la geología dejan claro que las ideas de Charles Darwin fueron la consecuencia natural de un trabajo colectivo variado y acumulado, como en su momento lo fue el pensamiento de Copérnico. Lo que consiguió Darwin fue sintetizar, ordenar, estructurar y, por medio de sus cuidadosas observaciones y reflexiones, demostrar que efectivamente las formas de vida han evolucionado a través del tiempo, con una contundencia tal que demolió por anticipado las críticas y argumentos en contra. Desde Darwin, podemos decir sin dudar que sabemos que la vida ha evolucionado y sabemos que lo hace acumulando las variaciones naturales que ocurren en la reproducción en función de las presiones que ejerce el medio ambiente, la selección natural. Y no sólo lo sabemos por los descubrimientos de Darwin, sino porque toda la evidencia reunida en 150 años por a biología, la genética, la geología, la paleontología, la bioquímica y otras disciplinas lo confirma más allá de toda duda razonable.
Sin embargo, esto no significa que todo lo planteado por Darwin se mantenga como parte de la ciencia de la evolución biológica. Por el contrario, los conocimientos adquiridos han abierto nuevas avenidas de conocimiento. De hecho, aunque no es del conocimiento general, la visión actual sobre la evolución no es realmente “darwinista”, sino “neodarwinista”, ya que se aparta de algunos postulados de Darwin que no han sido corroborados por la experiencia, como sería la “pangénesis”, el mecanismo de la herencia que fue una “hipótesis provisional” del naturalista inglés, que ha sido sustituida por los conceptos de genética desarrollados hasta el siglo XX.
El que se tenga una teoría cada vez más completa acerca de la evolución de los seres vivos no significa, ni mucho menos, que lo sepamos todo acerca de este fenómeno. Por ejemplo, sigue sin resolverse qué importancia relativa tienen la selección de los individuos y la selección de las especies, la selección de cada gen y la competencia a distintos niveles en la que están los seres vivos individual y colectivamente, y queda mucho por averiguar sobre el origen, evolución y transmisión hereditaria de los comportamientos innatos de las especies. Es decir, que teniendo una visión clara de lo que ocurre y cómo se da, aún estamos explorando los mecanismos precisos en que ello ocurre, tanto a nivel general en cada ser vivo como en la forma en que actúan específicamente los caracteres heredados en el ADN.
Como en todas las demás disciplinas científicas y humanas, los puntos de vista contrapuestos se expresan muchas veces con vehemencia y energía. El problema concreto de la evolución es que los desacuerdos son utilizados por quienes rechazan el concepto de evolución debido a una posición religiosa integrista y presentados como si significaran que los propios científicos no se han puesto de acuerdo sobre si la evolución es o no un hecho demostrado, cuando lo es y constantemente se confirma.
Es “sólo” una teoríaCiertamente, la explicación neodarwinista es “una teoría”, pero no en el sentido que se le da a esta palabra en el habla cotidiana. En la conversación normal, una “teoría” es una especulación, algo que no hemos comprobado en la práctica. Para los científicos, en cambio, una "teoría” es “una serie de leyes que sirven para relacionar determinado orden de fenómenos”, que es la segunda acepción del Diccionario de la Real Academia. La evolución es una teoría, sí, pero una teoría científica, como lo son la gravitación o la relatividad. |