Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

El misterio interior

Electrodos para una lectura
electroencefalográfica
(CC Bild Verbessert, vía
Wikimedia Commons) 
¿Cómo se producen nuestros pensamientos y emociones y dónde se asientan en nuestro cuerpo? Uno de los misterios más grandes se encuentra por igual dentro de nosotros y muy, muy lejos.

La máxima socrática “conócete a ti mismo” implica, de modo clarísimo, la necesidad de conocer cómo funcionan nuestros sentimientos, nuestras emociones y nuestras ideas o pensamientos. Somos lo que sentimos y pensamos, y la forma en que reaccionamos ante distintos estímulos o acontecimientos. Todo ello ocurre dentro de nuestro cerebro, y conocerlo ha sido una aventura singular de la que aún queda por contar la mayor –y mejor– parte.

En la antigua Grecia, hacia el 450 antes de la Era Común, el médico Alcmaeon realizó una serie de observaciones por las que dedujo que el asiiento de las emociones y los pensamientos no era el corazón, como creían los egipcios, sino ese misterioso órgano, el cerebro.

En años posteriores estudiosos como Herófilo de Calcedonia confirmaron que la inteligencia se encontraba en el cerebro, y su contemporáneo Erasístrato incluso relacionó la complejidad de la superficie del cerebro humano, comparado con los de otros animales, a una inteligencia más desarrollada.

Sin embargo, para la historia de occidente y durante muchos siglos, se impuso la visión de Aristóteles, según el cual era el corazón el que controlaba la razón, las emociones y los pensamientos cotidianos. Esta posición aristotélica dejó abierta la puerta a las más extrañas especulaciones sobre la genuina naturaleza del cerebro. Así, para el médico Galeno, en Roma, era una glándula que contenía los cuatro humores vitales que se creía que existían. Otros supusieron que servía únicamente para enfriar la sangre.

La prohibición de las disecciones en la Edad Media detuvo en gran medida todos los avances de la medicina y la biología humana. Pero incluso cuando se realizaron las primeras disecciones, como las de Vesalio, el cerebro daba al estudioso menos datos que otros órganos. Inmóvil, silencioso, no permitía que sus secretos se desentrañaran fácilmente y vinieron nuevas suposiciones más o menos caprichosas. No fue sino hasta 1664 cuando Tomas Willis ofreció las primeras pruebas de correlación entre estructuras del cerebro y funciones concretas y, en 1791 que el físico Luigi Galvani concluyó, a partir de sus experimentos, que las fibras nerviosas animales transmitían impulsos eléctricos.

Se sentaban así las bases para empezar a conocer ese órgano mudo, cuyo funcionamiento, a diferencia del de otras partes de nuestro cuerpo, sólo podemos ver y estudiar indirectamente, por medio de distintos métodos desarrollados al paso de los siglos.

El primer método, que hoy sigue utilizándose, fue observar a pacientes que hubieran sufrido distintos tipos de lesiones en el cerebro y correlacionar dichas lesiones con cambios en sus emociones, percepciones y comportamiento. El neurólogo parisino Paul Broca empleó este método en 1861 para concluir, mediante la autopsia, que un paciente había perdido la capacidad de hablar sufría una lesión grave en el lóbulo frontal. Estudiando los cerebros de varios pacientes con afasia o problemas del habla, Broca identificó con precisión la zona del cerebro responsable del lenguaje, la llamada “región de Broca” en el lóbulo frontal.

A principios del siglo, en la década de 1900, se intentó utilizar las innovadora técnicas radiográficas para estudiar el cerebro. Sin embargo, el hecho de que el cerebro sea fundamentalmente un tejido suave no radioopaco lo hace de hecho invisible para los rayos X comunes. No fue sino hasta 1929, cuando Hans Berger demostró públicamente su electroencefalógrafo, aparato que mide y registra la actividad eléctrica del cerebro, y que ofreció un nuevo método de observarlo indirectamente. Los datos electroencefalográficos, pese a ser muy limitados, son útiles en diagnósticos psiquiátricos y neurológicos, y en estudios como los del sueño.

Pero más allá de la función, era fundamental poder ver al cerebro en acción, con imágenes tanto estructurales como funcionales, es decir, de la forma y actividad del cerebro. El primer paso para esta observación fue la tomografía computada de rayos X o “tomografía axial computada”, nacida en la década de 1960, ofreciéndonos una imagen tridimensional del interior del cerebro. Las imágenes de resonancia magnética (MRI) fueron el siguiente paso, pues comenzaron ofreciendo únicamente imágenes estructurales, pero para la década de 1980 se había refinado a niveles que permitían la observación del cerebro en acción, naciendo así la fMRI o resonancia magnética funcional. Poco invasiva, sin dolor, sin riesgos y sin radiaciones, es hoy una de las formas de observación indirecta más extendidas, tanto para efectos de diagnóstico como de investigación neurológica.

Hoy en día es frecuente ver imágenes del cerebro en acción, y la activación de ciertas zonas del cerebro al realizar distintas actividades o al verse expuesto a determinados estímulos es un hecho común que aparece con frecuencia en los medios visuales, tanto electrónicos como impresos.

Pero pese al avance que representan, todos estos sistemas siguen siendo extremadamente imprecisos. Vemos que se activan o no ciertas zonas, pero aún no sabemos exactamente qué ocurre y cómo nuestras neuronas, por medio de las sustancias químicas que emplean para comunicarse, interpretan realmente una palabra o una imagen para convertirlas en algo que percibimos subjetivamente. Aún queda mucho por hacer para entender al cerebro, y mientras tanto todo método, incluso el de Paul Broca, sigue siendo una herramienta útil.

El más reciente descubrimiento relacionado con este método fue de investigadores del California Institute of Technology que, trabajando con una paciente que sufre de una lesión bilateral de la amígdala, una estructura que se encuentra en cada uno de los lóbulos temporales del cerebro, han podido determinar que ésta es muy probablemente la parte del cerebro que establece nuestra distancia personal, ese espacio que nos resulta extremadamente incómodo que lo invadan personas que no gozan de nuestra confianza, nuestro territorio individual.

Los pasos en falso

Desde la frenología, que pretendía desentrañar la personalidad mediante la forma e irregularidades del cráneo, hasta el psicoanálisis o los intentos por definir la inteligencia con métodos poco confiables, la investigación del cerebro y sus funciones padeció, quizá más que ninguna otra disciplina, de numerosos pasos en falso. Esto, muy probablemente, se debe a que las neurociencias han sido las disciplinas de desarrollo más lento, pues a los ojos de diversas religiones, su estudio de los pensamientos y emociones se acerca demasiado a un intento por comprender el alma, algo que, creen algunos, el ser humano no debería hacer, por ser un espacio reservado a la deidad.