Santiago Ramón y Cajal (D.P. via Wikimedia Commons) |
Es difícil sobreestimar la aportación de Ramón y Cajal al conocimiento. Simplemente en número, sus más de 100 publicaciones científicas y artículos escritos en español, francés o alemán, superan con mucho a las de la gran mayoría de los científicos, de su tiempo y posteriores.
Pero el número de sus publicaciones no es lo fundamental, sino su calidad, pues su observación y descripción de los tejidos nerviosos llevó a una de las grandes revoluciones en la comprensión de nuestro cuerpo.
En 1839, el fisiólogo alemán Theodor Schwann había propuesto la hipótesis de que los tejidos de todos los organismos estaban compuestos de células, una idea que hoy parece evidente, pero que era inimaginable antes del siglo XIX. Desde el antiguo Egipto, se creía que los seres vivos eran resultado de una fuerza misteriosa, diferente de la materia común y distinta de los procesos y reacciones bioquímicos.
La supuesta energía vital recibió distintos nombres y explicaciones en distintas culturas. Para los latinos era la vis vitalis, para los chinos el chi, para el hinduísmo el prana, y eran los desequilibrios de esta energía los que se consideraban las causas de las enfermedades, y las prácticas curativas precientíficas estaban todas orientadas a restablecer el equilibrio de la energía vital: por ejemplo mediante sangrías, aplicación de agujas o las prácticas ayurvédicas.
Incluso los proponentes de la “teoría celular” que cambió nuestra forma de vernos a nosotros mismos mantenían, sin embargo, que el sistema nervioso, supuestamente residencia del alma, era una excepción y no estaba formado por células, sino que era una materia singular, distinta.
El tenaz trabajo de Ramón y Cajal al microscopio, observando atentamente los tejidos del cerebro, y dibujando cuanto veía con una mano de artista que aún hoy asombra, junto con el de coetáneos como Camillo Golgi, permitió que, en 1891, el anatomista alemán Heinrich Wilhelm Gottfried von Waldeyer-Hartz propusiera que el tejido nervioso también estaba formado por células. Las células estudiadas por Ramón y Cajal, y a las que llamó neuronas. De hecho, Waldeyer aprendió español con el único propósito de poderse comunicar con el genio español, con el que formó una estrecha amistad.
Santiago Ramón y Cajal nació en Petilla de Aragón, Navarra, el 1º de mayo de 1852, y desde niño reaccionó con rebeldía ante el autoritarismo de la educación de su tiempo, lo que influyó para que recorriera diversas escuelas. Sus inquietudes lo llevaron, por ejemplo, a la construcción de un cañón empleando un tronco de árbol. Al probar su funcionamiento, el joven Santiago destrozó el portón de un vecino.
Su inquietud también se tradujo al aspecto profesional. Además de ser desde pequeño un hábil dibujante, fue aprendiz de barbero y de zapatero remendón, y un enamorado del físicoculturismo. Fue su padre, que era profesor de anatomía aplicada en la universidad de Zaragoza, quien lo convenció de orientarse a la medicina, carrera en la que se licenció en 1873.
Un año después, Ramón y Cajal se embarcaba en la expedición a Cuba como médico militar. Allí contrajo malaria y tuberculosis, llegando a sufrir un debilitamiento y adelgazamiento crónico extremos, lo que llevó al ejército español a licenciarlo como “inutilizado en campaña”.
A su vuelta, adquirió su primer microscopio, de su propio bolsillo, y entró a trabajar como asistente en la escuela de anatomía de la facultad de medicina en Zaragoza, además de realizar su doctorado, que completó en 1877.
A partir de entonces, se dedicó no sólo a los puestos como catedrático que fue alcanzando, sino a la investigación, gran parte de ella realizada en su cocina, reconvertida como laboratorio. Se ocupó primero de la patología de la inflamación, la microbiología del cólera y la estructura de las células y tejidos epiteliales.
Por entonces, otro pionero del estudio científico de los tejidos humanos, el italiano Camillo Golgi, que también trabajaba en su cocina, desarrolló un método que permitía teñir sólo ciertas partes de un preparado histológico, lo que permitía ver las células nerviosas individuales. Ramón y Cajal, que acudía continuamente a textos de otros países para mantenerse al día en investigación, se interesó por el sistema de tinturas de Golgi y orientó su atención hacia el sistema nervioso central.
Golgi y una parte de los científicos de la época consideraban que el cerebro era una red, una especie de malla homogénea en la que la información fluía en todas direcciones, hipótesis llamada “reticular”. Por su parte, Ramón y Cajal se orientaba a la teoría celular, y su trabajo fue poco a poco sustentando la idea de que existían células independientes, individuales, en las que la información fluía en un solo sentido.
Las evidencias observadas por el científico zaragozano, ilustradas con sus brillantes y precisos dibujos, empezaron a desentrañar la composición del tejido nervioso, los distintos tipos de células que lo conformaban en las distintas regiones del cerebro y los puntos de contacto entre ellas, las sinapsis, donde la información pasa de una a otra neurona, todo lo cual se iba revelando en sucesivas publicaciones.
El trabajo Ramón y Cajal consiguió, conjuntamente con el de su amigo Camillo Golgi, el Premio Nobel de Medicina en 1906. Ramón y Cajal obtuvo además doctorados honorarios en las universidades de Cambridge, Würzburg y Clark, y fue miembro de las más destacadas academias científicas de la época. Pero su máximo logro fue, sin duda, la creación del instituto de biología experimental que hoy lleva su nombre, el Instituto Cajal, que dirigió hasta su merte en 1934.
Ramón y Cajal, autor de ciencia ficciónEn 1905, Santiago Ramón y Cajal publicó Cuentos de vacaciones, un volumen con cinco relatos satíricos y pedagógicos que él llamó “seudocientíficos” y que son muy cercanos a lo que hoy llamamos ciencia ficción. Acaso preocupado por no comprometer su prestigio profesional, o bien temeroso de la censura imperante en la época, firmó el libro como “Doctor Bacteria”. La primera edición la hizo de modo privado para sus amigos y conocidos, y quizás no esperaba que tuviera mayor difusión, aunque en la actualidad es de fácil acceso en varias ediciones firmadas no por “Doctor Bacteria”, sino por el ganador del Premio Nobel de Medicina en 1906. |