Imagen de Venus con rayos X que permite ver su superficie por debajo de la densa capa de nubes que lo cubre. (Foto D.P. de Magellan Team, JPL, NASA, vía Wikimedia Commons) |
Especulaciones más descabelladas o desvergonzadas provenían de quienes, a raíz del estallido del mito ovni en 1947, escribieron libros asegurando que habían sido llevados a visitar Venus por los habitantes del planeta, tripulantes de naves maravillosas.
Estas especulaciones se alimentaban de otros datos sugerentes. Venus es casi gemelo de nuestro mundo: tiene un tamaño del 90% de la Tierra y una masa del 80%. De hecho se parece más a nuestro planeta que Marte, que mide sólo la mitad de la Tierra y tiene una masa es de poco más del 10%, y que también apasionó a escritores de ciencia ficción y charlatanes. A estos parecidos une características singulares como que su rotación es en dirección contraria a la de la Tierra y ocurre muy lentamente. Un día venusino, es decir, una rotación completa alrededor de su propio eje, dura 243 días terrestres, más tiempo que un año venusino, el tiempo que tarda en dar una órbita completa alrededor del Sol y que es de 224,65 días terrestres.
El 14 de diciembre de 1962, el Mariner 2, se convertía en el primer aparato hecho por el hombre que se acercaba a otro planeta de nuestro sistema solar y nos informaba de cómo eran las condiciones en ese lugar, hasta entonces sólo visto y analizado por medio de nuestros telescopios. La sonda pasó a una distancia de 34.773 kilómetros de la superficie de Venus y en breves observaciones destruyó la fantasía. Donde Edgar Rice Burroughs se había imaginado un planeta de agua en su serie de historias fantásticas sobre Venus, había un planeta con temperaturas altísimas y sin rastro de agua alguna.
Casi cinco años después, un artilugio humano tocaba la superficie de Venus. El 18 de octubre de 1967, la sonda Venera 4 de la entonces Unión Soviética, lanzó varios instrumentos a la atmósfera venusina antes de descender en paracaídas. Supimos entonces que la atmósfera de Venus estaba formada casi totalmente de dióxido de carbono y la presión atmosférica en su superficie era mucho mayor que la de la Tierra, hoy sabemos que es 92 veces mayor, más o menos la presión que existe a un kilómetro bajo el mar. Su capa de nubes, de varios kilómetros de espesor, genera además un poderoso efecto invernadero que da a la superficie de Venus las más altas temperaturas del sistema solar, mayores incluso que las de Mercurio, mucho más cerca del Sol, que llegan hasta 450 grados Celsius.
Era la realidad de uno de los cuerpos celestes por los que los pueblos antiguos mostraron un mayor interés debido a que es el objeto más luminoso del cielo después del Sol y de la Luna y tiene la característica de ser visible únicamente poco antes del amanecer en algunos meses o, en otros, poco después del atardecer, y en otros no es visible. Como ocurre con Mercurio, ambos planetas no son visibles de noche ya que debido a que sus órbitas son “inferiores” a la órbita de la Tierra, es decir, que están entre nosotros y el sol, desde nuestro punto de vista siempre aparecen cerca de nuestra estrella.
El primer registro escrito sobre el segundo planeta desde el sol data del 1581 antes de nuestra era: un texto babilónico llamado la tabla de Ammisaduqa, que registra 21 años de apariciones de Venus. Algunas otras culturas creían, sin embargo, que se trataba de dos objetos celestes distintos: una estrella de la mañana y una estrella del atardecer Para los egipcios, las dos estrellas eran Tioumoutiri y Ouaiti, mientras que los griegos las llamaron Phosphorus y Hesperus, al menos hasta que en el siglo VI antes de nuestra era Pitágoras determinó con certeza que se trataba de un solo objeto celeste.
La identificación de Venus con una imagen femenina data desde los propios babilonios, que lo llamaban Ishtar, el nombre de su diosa de la guerra, la fertilidad y el amor, parcialmente identificada con Venus, la diosa griega del amor. Para los persas era Anahita, diosa también de la fertilidad, la medicina y la sabiduría. Los antiguos chinos llamaban a Venus Tai-pe, la hermosa blanca, mientras que en la actualidad las culturas china, japonesa, coreana y vietnamita lo llaman “la estrella de metal”.
Pero probablemente ninguna cultura estableció una relación tan estrecha con Venus como los mayas, para los cuales el movimiento y ciclos de Venus. Para la cultura maya, Venus era considerado el objeto celeste que guiaba al sol, y por tanto tenía tanta o más importancia que nuestra estrella.
Los mayas relacionaban a Venus con una de sus principales deidades, Kukulcán, la serpiente emplumada. Le llamaban Chak Ek’, la gran estrella, que cuando salía en la mañana en el este era considerada indicio de renacimiento, al mismo tiempo que un anuncio de guerra y un peligro para la gente, pero cuando aparecía en la tarde se relacionaba con la muerte, y se creía que el período entre ambas apariciones en el que no se veía se debía a que hacía un recorrido por el submundo de los muertos. Los ciclos de Venus eran una de las bases de la compleja interacción de calendarios de la cultura maya, que se utilizaban incluso para decidir el mejor momento de emprender una guerra contra una ciudad-estado vecina.
25 misiones exitosas de acercamiento o descenso en Venus (rodeadas de muchos intentos fallidos, especialmente en los inicios de la exploración espacial), conocemos mejor a nuestro casi gemelo cósmico. Contamos con mapas detallados de su superficie, obtenidos por rayos X y tenemos respuestas a muchas preguntas... y cada día nuevas preguntas.
Venus y GalileoVenus fue uno de los objetos celestes a los que Galileo dirigió su telescopio, descubriendo que exhibía fases igual que la Luna. La observación de este fenómeno fue una de las primeras demostraciones contundentes y concluyentes de la validez de la idea del sistema heliocéntrico propuesto por Copernico. Si, como proponía el modelo geocéntrico de Ptolomeo, Venus giraba en epiciclos alrededor de la Tierra junto con el Sol, debería estar siempre en fase creciente. |