Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La traición del rostro

Cuando el mentiroso sabe que lo es, tiene su forma de decírselo a los demás, si saben verlo.

En un experimento, se les mostraron a varias personas dos fotografías en apariencia idénticas del rostro de una persona y se les preguntó cuál les resultaba más atractiva. Pese al parecido, la gran mayoría de las personas eligió una de las dos fotos. La poco evidente diferencia entre ambas imágenes es que a la que resultó "favorita" se le habían retocado las pupilas para que se vieran más grandes, más dilatadas, y esto era interpretado favorablemente por el espectador.

La psicología tardó mucho en establecer científicamente lo que ya sabían los mercaderes de varias culturas hace siglos: el diámetro de las pupilas no es sólo función de la luz, sino que también tiene un componente emocional. Cuando algo nos desagrada, las pupilas se contraen, pero si algo nos agrada, se dilatan. Esto ha sido usado por los comerciantes para saber hasta dónde pueden regatear el precio de un artículo. Si las pupilas del cliente se dilatan notablemente, parten de la idea de que estará dispuesto a pagar más por el artículo que si no lo hicieran.

En el caso de las dos fotografías el experimento, el espectador interpretaba que la fotografía de la persona con las pupilas dilatadas era preferible precisamente porque en ella la persona parecía hallar más agradable nuestra presencia que en la fotografía de junto, donde las pupilas estaban contraídas en señal de rechazo.

Esta reacción, como muchos otros gestos humanos, es totalmente innata y no depende de la cultura. Del mismo modo, la sonrisa, el llanto, la expresión de tristeza, la expresión de furia y la de asco o la reacción de saludar a un conocido levantando las cejas son comunes a todos los seres humanos, sin importar su cultura, su idioma o su religión. Como contraparte, otros gestos como el asentimiento (mover la cabeza arriba y abajo, o a los lados) dependen únicamente de la cultura.

Es lógico que la expresión del rostro sea innata porque era la forma esencial de comunicación entre los prehumanos antes de la aparición y desarrollo del lenguaje, ya que un malentendido de expresión facial podía ser desastroso para el individuo y para la manada. Y por eso tampoco es raro que, también, el control de la expresión de nuestras emociones se parte de nuestra educación: no reírse en momentos determinados, no llorar en público, controlar el enojo (o al menos que no se note) son actos considerados útiles para enmascarar lo que realmente sentimos.

Ese ocultamiento es una forma de mentir, y el ser humano siempre ha deseado saber cuándo uno de sus prójimos miente. Para detectar la falsedad se han propuesto herramientas como el polígrafo, mal llamado detector de mentiras, que mide algunas variables (resistencia eléctrica de la piel, pulso, tensión arterial, frecuencia respiratoria) sobre la suposición de que todos esos aspectos se alteran cuando mentimos. Si bien esto es cierto en principio, en realidad esos aspectos también se pueden afectar por muchísimos otros factores emocionales y fisiológicos que nada tienen que ver con la mentira, mientras que un mentiroso frío y controlado puede decir las mayores barbaridades sin que tales aspectos sufran alteraciones.

Ahora parece que la mejor forma de determinar, con algún grado de certeza razonable, si alguien miente es volver a nuestros orígenes genéticos: mirar la expresión de quien habla. Más allá de ciertos lugares comunes o tópicos (como el que quien miente "desvía la mirada"), los psicólogos experimentales han podido dar con indicadores clave mediante los cuales el rostro "traiciona" mediante sus expresiones al mentiroso. Paul Ekman, por ejemplo, uno de los mayores expertos en la mentira y las expresiones faciales, señala que hay movimientos faciales que no son voluntarios en lo más mínimo, como el estrechamiento de los labios que se da en momentos de furia, y que difícilmente se pueden hacer voluntariamente, de modo que quien finge estar enojado no muestra esta característica clara de una emoción genuina.

Estos "signos conductuales" precisos de las emociones que realmente experimenta el sujeto son considerados "fiables" por su complejidad, aunque Ekman no deja de notar que también se pueden falsificar si el mentiroso acude a técnicas como el "método Stanislavski" de la actuación, en el cual el actor evoca en su interior la emoción real en lugar de tratar de imitar sus signos externos. Así, para fingir que estamos "furiosos" contra una persona, podemos evocar nuestra furia contra otras cosas, otra persona, ciertas ideas, etc. Aún así, para 1991, las mediciones de Ekman podían detectar al 85% de los mentirosos (en el caso de mentiras en las que se jugaba algo importante: matrimonios, dinero, cárcel, etc., pues el miedo a ser descubierto también lo revelan las expresiones). Ekman diseño un sistema de numeración de las posiciones de distintos músculos faciales según la emoción a la que corresponden.

El psicólogo social Mark Frank, colaborador de Ekman en varias investigaciones, ha clasificado los micromovimientos involuntarios de los 44 músculos faciales del ser humano, identificando patrones de "microexpresiones" como los de mentira, engaño, tensión o desconfianza, y, utilizando la numeración de Ekman, ha generado en la Universidad de Buffalo un programa informático capaz de leer tales microexpresiones y valorarlas.

Según Science Daily, el propio Frank se apresura a aclarar que una o muchas microexpresiones, por sí mismas, no prueban nada, sólo son indicaciones valiosas y siempre en el contexto de otros signos conductuales. Y más allá de su programa informático, sus experiencias y conocimientos hoy sirven para que profesionales de las fuerzas de seguridad fortalezcan sus capacidades de detectar mentirosos. Porque, en realidad, el mejor detector de mentiras siempre ha sido el ser humano, capaz de evaluar e interpretar las expresiones de sus congéneres con gran velocidad y precisión. Y, ayudados del conocimiento de la psicología social, los más interesados en descubrir mentirosos pueden realizar un trabajo más efectivo determinando cómo nuestro rostro puede traicionar nuestras peores intenciones

¿Qué es la mentira?


El primer desafío para estudiar algo es definirlo, y definir la mentira no es tan sencillo como parece. La mentira que estudian científicos como Ekman y Frank no tiene nada que ver con el autoengaño, ni con las equivocaciones, ni con la confusión, ni con la actuación, sino con el deseo consciente de engañar a otro sumado al hecho de que el otro no debe saber que se le trata de engañar. Como ejemplo, Paul Ekman dice: "Un mago, según este criterio, no es un mentiroso, pero Uri Geller es un mentiroso, porque Geller afirmaba que sus trucos no eran ilusionismo. Un actor no es un mentiroso, pero un impostor sí lo es.