Atardecer en Marte, el mejor candidato a planeta con vida fuera de la Tierra, tomado por la sonda Mars Exploration Rover. (Foto D.P. NASA, vía Wikimedia Commons |
Cuando se enviaron a Inglaterra los primeros ornitorrincos disecados, los naturalistas no aceptaron ciegamente que hubiera un mamífero con pico y patas de pato, que pusiera huevos y tuviera espolones venenosos en las patas traseras. En vez de ello imaginaron un fraude con un cuerpo de castor con trozos de pato cosidas o pegadas. Es decir, propusieron hipótesis razonables según los datos.
Hasta que tuvieron en sus manos un ejemplar vivo lo consideraron evidencia suficiente de la existencia de este animal, importante en la historia de cómo los mamíferos nos separamos de la línea de los reptiles. Esto no fue, cerrazón o torpeza de los científicos, sino por el contrario un buen ejemplo de la “evidencia suficiente” que requiere el método científico para aceptar un hecho o una explicación. En el mundo de la ciencia, no basta que alguien diga “yo lo vi” para aceptar algo, ni una prueba que pudiera ser falsificada, se debe contar con una evidencia contundente y reproducible,.
Lo mismo ocurre en el caso de la posibilidad de que fuera de nuestro planeta haya vida como la entendemos nosotros o, aún más, vida desarrollada hasta tener una inteligencia o conocimientos superiores a los de la especie humana. La idea de que existe tal vida inteligente, y los argumentos a favor y en contra, han estado presentes en las culturas humanas desde que existen registros, y el debate ha sido tanto filosófico como religioso. En el mundo occidental, para una cristiandad que consideraba a la Tierra el centro del universo, la vida fuera del planeta era impensable, salvo la del reino sobrenatural. Pero la revolución copernicana, que degradó a la Tierra a sólo un cuerpo celestial más, abrió el debate de la posibilidad de vida extraterrestre, y en el siglo XVI, el filósofo, sacerdote y cosmólogo Giordano Bruno argumentó en favor de un universo infinito y eterno donde cada estrella estaba rodeada de planetas, en su propio sistema solar, idea que colaboró para que fuera quemado en la hoguera por la Inquisición en 1600, error que finalmente fue lamentado por el Vaticano en el año 2000.
Galileo y Copérnico habían sentado las bases del estudio científico del universo, lo que hoy llamamos cosmología, y siglos de debates filosóficos desembocaron en el siglo XIX y XX en dos fenómenos relacionados entre sí. De una parte, la velocidad del cambio científico y tecnológico empezó a incidir en la sociedad como nunca antes, abriendo las puertas a una nueva forma de creación que se ocupaba de la ciencia y de sus posibilidades, incluida la del viaje a otros mundos habitados y las visitas extraterrestres, la ciencia ficción. De otra parte, grupos de científicos se han ocupado de enviar al espacio señales físicas o de radio sobre nuestra existencia y tratar de recibir señales emitidas por otros seres inteligentes, considerando que las emisiones de radio y televisión de los extraterrestres nos llegarán, muy probablemente, mucho antes de que ellos puedan trasladarse físicamente hasta la Tierra. Tal ha sido el principio de los diversos programas SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), que buscan señales regulares “inteligentes” en las emisiones que reciben los radiotelescopios.
Conforme conocemos mejor los demás planetas de nuestro sistema solar, es casi evidente que encontraremos algún tipo de vida primigenia, por ejemplo bacterias, en cuerpos celestes como Marte o las lunas Europa y Ganimedes, de Júpiter, y Titán, de Saturno. Pero por emocionante que fuera científicamente hallar seres unicelulares extraterrestres, serán una decepción para quienes tienen esperanzas más del tipo E.T., Flash Gordon o Supermán. Por ello, la pregunta de “¿cuántas civilizaciones podría haber en el universo?” ha sido también abordada. El astrofísico Frank Drake tomó en cuenta los datos que se tenían en 1961 en cuanto a estrellas adecuadas para la vida que contengan planetas similares a la Tierra, y desarrolló una ecuación según la cual podía haber vida inteligente capaz de comunicarse con nosotros en unos 10.000 planetas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Aunque la “ecuación de Drake” se cita con frecuencia por los entusiastas, desarrollándola con los datos que tenemos en la actualidad, el número de planetas de nuestra galaxia con vida inteligente que se pueden comunicar con nosotros es de sólo 2,3. En todo caso, no deja de ser una conjetura.
Como un elemento colateral, y precisamente por el deseo de entrar en comunicación con elementos trascendentes o superiores, que en el pasado pudieron ser brujas, ángeles o espíritus, consciente o inconscientemente algunas personas retomaron diversos elementos de la ciencia ficción y empezaron a asegurar que cualquier luz en el cielo, cualquier objeto volador que no pudieran identificar de inmediato, cualquier punto en un radar, eran “naves extraterrestres”, y otros empezaron a asegurar que estaban en “contacto” con extraterrestres de lo más variados, o que eran “secuestrados” por extraterrestres con mayor o menor asiduidad. Y es aquí donde debe venir a nuestra memoria el caso del ornitorrinco. Distintas personas suponen que la ciencia debería aceptar que seres inteligentes de otros planetas nos visitan asiduamente, pero para ello nunca han podido ofrecer ninguna prueba, ninguna evidencia tan sólida como un ornitorrinco vivo. Anécdotas, afirmaciones, relatos, efectos físicos que se podrían obtener de otro modo (como trozos de metal que son indistinguibles de otros trozos terrestres, o huellas en la tierra que podrían ser formada por cualquier medio no alienígena) no pueden ser considerados como evidencia suficiente, por mucho que esto ilusionara a los más entusiastas de lo extraterreno.
Quizás algún día entraremos en comunicación con otros seres vivos de otras partes del universo, que muy probablemente existan. Pero hasta ahora no parece haber ocurrido, y sin duda son los científicos los más interesados en hacer ése que sería, sin duda, uno de los mayores descubrimientos de la historia humana.
Los cálculos más recientesEl profesor Andrew Watson de la Universidad de East Anglia, astrobiólogo, ha publicado recientemente un modelo matemático que se basa en el hecho de que nuestro planeta tuvo vida durante cuatro mil cuatrocientos millones de años antes de que apareciera en él lo que llamamos inteligencia, lo cual indica, según Watson, que la probabilidad de la aparición de inteligencia es bastante más baja de lo considerado antes. Este profesor de la Escuela de Ciencias Medioambientales ha llegado a la poco entusiasta cifra de que sólo hay una probabilidad de 0,01% de que aparezca la vida en cuatro mil millones de años. |