El petróleo es nuestro principal combustible, pues de él obtenemos 38% de toda la energía que consumimos. Sumándolo al 26% de energía procedente del carbón y el 23% del gas, los combustibles fósiles dan cuenta del 87% de la energía, desde combustible para diversos medios de transporte de personas y mercancías hasta aceite para calentarnos en invierno y la generación de la mayor parte de la electricidad en todos los países, todo procedente de una fuente que, tarde o temprano, se agotará.
En 2006 los reactores nucleares sólo daban cuenta del 6% de la energía mundial, y los materiales fisionables, los elementos radiactivos que podemos usar para generar energía nuclear, también pueden agotarse. Las fuentes renovables de energía apenas cargan con el 7% restante: 6% procede de la energía hidráulica, mientras que todas las demás fuentes, como el calor solar, el viento, la energía geotérmica, los biocombustibles y la energía solar fotovoltaica (la que se recoge con celdillas solares) sumadas son responsables de menos del 1% del consumo mundial de energía.
El eventual agotamiento de los combustibles fósiles demanda una mayor eficiencia de las fuentes existentes y la investigación de otras que funcionan en teoría, como la fusión nuclear. Los reactores actuales utilizan elementos pesados cuyos núcleos se fisionan en núcleos más ligeros liberando gran cantidad de calor, que se utiliza para convertir agua en vapor y mover turbinas eléctricas. Es un proceso ineficiente, que genera desechos contaminantes, presenta riesgos de averías y temores en la población. El proceso inverso, la fusión o unión de dos núcleos ligeros en uno más pesado, es mucho más eficiente como generador de energía y es totalmente limpio, tanto que nuestra estrella, el sol, es un gigantesco reactor de fusión donde átomos de hidrógeno se unen como helio liberando luz y calor. Sin embargo, la ciencia y la técnica aún no han podido lograr la fusión artificial continuada y controlada, y la investigación continúa con sistemas altamente complejos para contener el plasma de hidrógeno necesario para la reacción.
La percepción general de una crisis energética y los incesantes aumentos de precios de los hidrocarburos no sólo impulsan la investigación científica, son también campo fértil para ilusos o embusteros que ofrecen “energía libre”, energía gratuita producida por máquinas más o menos ingeniosas o procedimientos más o menos fantasiosos. Así, en 1989 dos químicos, Stanley Pons y Martin Fleischmann, anunciaron una fusión nuclear en frío que generaba energía sin grandes problemas técnicos. El tipo de anuncio que cambia al mundo y gana premios Nobel... pero ningún otro científico consiguió replicar los resultados, y se determinó que los resultados habían sido reportados de modo impreciso, voluntaria o involuntariamente. Pons y Fleischmann pasaron a trabajar para Toyota donde gastaron unos 18 millones de euros en 9 años sin poder reproducir sus resultados originales.
En 2006 reseñábamos, en esta misma página, que Sean McCarthy, dueño de la empresa irlandesa Steorn Research, se había anunciado en la prestigiosa revista The Economist "invitando" científicos para poner a prueba un motor magnético que, decía, producía energía de la nada. Seleccionó a 12 científicos con los cuales estableció un contrato con una severa cláusula de confidencialidad y salió de escena. Un ejemplo de su motor debió ponerse en exhibición ante el público el 4 de juio de 2007, pero la demostración se suspendió y la empresa no ha vuelto a hablar con la prensa, ni ha dado informes de los científicos que “validarían” este, el enésimo motor magnético del que se afirma que puede generar energía de la nada. Ninguno de tales motores ha funcionado jamás, pero han sido fuente de ingresos para muchos que solicitan financiamiento para “desarrollar” sus mágicas máquinas. El dinero siempre “se acaba” sin que consigan su objetivo.
Las máquinas de movimiento perpetuo han adquirido gran impulso en los últimos años a resultas de su asociación con las creencias del New Age y con ciertas visiones ecológicas simplistas que les dan cierta legitimidad ideológica. Pero sin importar su supuesto mecanismo, nunca funcionan. Y eso que, si funcionaran, tendríamos que reescribir la totalidad de la física tal como la conocemos. Ciertamente esto se ha hecho muchas veces en el pasado, pero sólo ante evidencias claras, extraordinarias e incontrovertibles de fenómenos que el modelo anterior no podía explicar, algo que pondría a los inventores de una máquina así a la altura de Newton o Einstein. Estas fantasiosas máquinas tienen el enorme atractivo de presentarse como algo que ya está a nuestro alcance, a no ser porque está siendo reprimido por (por científicos y compañías petroleras, por ejemplo), y nos ofrece una energía gratuita que cambiaría la vida humana radicalmente. La tentación de creer es, sin duda, grande.
Pero lo más probable es que las energías alternativas que sustituyan al petróleo no sean mágicas, sino que representarán costes y problemas, cosa que por otra parte no debería sorprendernos. Los hidrocarburos nos dieron, en poco más de 150 años, grandes beneficios, pero a costa de contaminación, problemas de salud, guerras por el control del oro negro y problemas de precios. La energía alternativa, sea nuclear, de biocombustibles, de viento, solar, de las mareas o de otro tipo, traerá sus propios problemas, desde los cosméticos, como la preocupación que ciertos grupos expresan por lo poco estético de las granjas eólicas, hasta los de manejo de desechos nucleares.
La cantidad de petróleo que debemos reemplazar con alguna mezcla de energías alternativas es, hay que tenerlo presente, enorme, y sustituirlo de modo deficiente afectará sobre todo a quienes más necesitan una solución ecológica, accesible y limpia de energía para impulsar sus economías, los países del llamado tercer mundo.
Más allá del biodieselEl interés en los biocombustibles producidos con plantas comestibles, como el maíz, ha alentado un debate “alimentación contra biocombustibles”, fuertemente teñido de intereses e ideas políticas. Sin embargo, existen opciones como el biocombustible de segunda generación (producido a partir de desechos vegetales no usualmente comestibles, en particular la celulosa), el de tercera generación, producido con base en algas cultivadas al efecto, e incluso el de cuarta generación, que podrían producir directamente a partir del bióxido de carbono microorganismos genéticamente modificados que hoy están desarrollándose en laboratorio. Las opciones están más abiertas de lo que parece. |