Bob Bakker, paleontólogo (foto CC Ed Schipul via Wikimedia Commons) |
Ciertos errores sobre los dinosaurios permanecen en nuestro lenguaje habitual cuando consideramos que algo demasiado grande, lento, torpe o anticuado, o destinado a extinguirse por estar mal adaptado es “como los dinosaurios”.
Estos conceptos son remanentes de la visión que se popularizó sobre los dinosaurios a fines del siglo XIX y principios del XX, según la cual los dinosaurios eran criaturas poco inteligentes, lentas, torpes y, sobre todo, de sangre fría, aunque dentro de la comunidad científica estas ideas siempre estuvieron sometidas a debate.
Esta idea condicionó las primeras reconstrucciones de dinosaurios que se exhibieron en 1854 en el Palacio de Cristal de Londres, y que iniciaron lo que llamaríamos la manía por los dinosaurios, siguieron las primeras concepciones y mostraron únicamente esculturas de gigantescos reptiles cuadrúpedos. Los seres así imaginados, se pensó, se habían extinguido por haberse hecho, en lenguaje común, demasiado grandes para poder enfrentar los cambios de su entorno.
Nada de esto refleja fielmente lo que hoy sabemos de los seres dominantes en nuestro planeta durante casi 200 millones de años. Y lo que sabemos es resultado de los descubrimientos que se han dio acumulando: dinosaurios que evidentemente eran bípedos, el archaeopterix que sugería una relación entre las aves y los dinosaurios, y rasgos de depredadores feroces que no podían ser torpes seres de sangre fría.
Los dinosaurios, siempre apasionantes, fueron el tema de un artículo de la edición del 7 de septiembre de 1953 de la revista Life, que un par de años después caería en manos de un inquieto niño de 10 años, nacido en New Jersey, Robert T. Bakker, encendiendo en él una pasión por los dinosaurios que ocuparía toda su vida y lo llevaría a ser el motor del “Renacimiento de los Dinosaurios” a fines de la década de 1960 y principios de la de 1970.
Robert T. Bakker, o simplemente Bob Bakker, estudió paleontología en la Universidad de Yale bajo la tutela de John Ostrom, uno de los grandes revolucionarios del estudio de los dinosaurios, y se doctoró en Harvard. Para Ostrom, como ya había propuesto Thomas Henry Huxley a mediados del siglo XIX, los dinosaurios se parecían más a las grandes aves no voladoras, como los emús o los avestruces, que a torpes reptiles. En 1964, Ostrom descubrió el fósil de un dinosaurio bautizado como Deinonychus, uno de los más importantes hallazgos de la historia de la paleontología. Se trataba de un dinosaurio depredador activo, que claramente mataba a sus presas saltando sobre ellas para golpearlas con sus potentes espolones, y las inserciones musculares de la cola mostraban que la llevaba erguida tras él, como un contrapeso al cuerpo y la cabeza, pintando el retrato de un animal que no podía ser de sangre fría. Su alumno Robert T. Bakker, que además era un hábil dibujante, hizo la reconstrucción gráfica del animal.
Bob Bakker retomó las teorías y trabajos de Ostrom con una combatividad singular que lo puso al frente de un grupo de paleontólogos dispuestos a replantearse cuanto se sabía en el momento acerca de los dinosaurios. El resultado saltó a la luz pública en 1975, cuando Bakker publicó un artículo en la revista Scientific American hablando del “renacimiento de los dinosaurios”, concepto que se popularizó pronto, y dando una idea de los cambios que estaba experimentando la visión de la ciencia respecto de estos apasionantes animales.
Diez años después, convertido ya en un personaje de la paleontología, Bakker publicaría el libro The Dinosaur Heresies (Las herejías de los dinosaurios), donde presentaba los argumentos y evidencias que indicaban que los dinosaurios habían sido animales de sangre caliente; por ejemplo, la activa vida de algunos depredadores, el hecho de que algunos dinosaurios vivieron en latitudes demasiado al norte como para poder sobrevivir sin sangre caliente. Propuso además que las aves, todas las aves que conocemos hoy en día, habían evolucionado, en sus propias palabras “de un raptor pequeño”. Siguiendo a Ostrom, Bakker también sugirió que las plumas existieron mucho antes que existiera el vuelo, idea que se ha visto confirmada por posteriores descubrimientos que nos hablan de dinosaurios no voladores que usaban las plumas como aislamiento térmico.
El triunfo de Bakker se encuentra en el hecho de que, según la taxonomía actual, las aves, todas las aves son, sin más, una rama de los dinosaurios, con lo cual, es evidente, no todos los dinosaurios se extinguieron, convivimos con muchos y los apreciamos.
Pero Robert Bakker es un personaje ampliamente conocido no sólo por su extraordinaria capacidad como paleontólogo, su claridad expositiva como divulgador y su capacidad para pensar las cosas desde puntos de vista novedosos, sino también por ser un ejemplo de profundo anticonvencionalismo. Identificado por su ruinoso sombrero de cowboy, su cola de caballo siempre descuidada y su enmarañada barba, el aspecto es sólo una expresión más de una forma personal y singular de ver la realidad.
En parte su independencia se debe a que no está limitado por los nombramientos académicos y la poítica de claustro. Tiene trabajos y apoyos diversos que le permiten ser esa extraña especie llamada “científico independiente”, y trabajar con menos trabas que sus colegas. Durante más de 30 años ha estado excavando una cantera de fósiles de dinosaurio en Wyoming, donde ha hecho importantes descubrimientos como el único cráneo completo de brontosaurio que se ha encontrado hasta hoy. Y en el proceso se ha dado tiempo para escribir una novela narrada desde el punto de vista de un dinosaurio experto en artes marciales, o una dinosauria, para ser exactos, una hembra de utahraptor.
Documentalista, divulgador, dibujante y novelista, su presencia es tan imponente que Steven Spielberg, que lo tuvo como consultor en Parque Jurásico, lo utilizó como base del personaje ·Dr. Robert Burke” en la segunda parte de la serie, El mundo perdido, donde, por cierto, es devorado por un Tyrannosaurus Rex.
Lo cual, por otra parte, quizás fuera un fin adecuado para el hombre que, con su herejía paleontológica, nos devolvió la fascinación por esos animales que nos legaron el planeta.
Decirlo en lenguaje comúnEl Doctor Bob Bakker es opositor también del lenguaje académico que, considera, es alienante para las personas que aman a los dinosaurios sin ser científicos. “Hay algunas personas”, dice Bakker, “que piensan que no debemos hablar en lenguaje llano. Yo estoy contra el lenguaje técnico, totalmente contra él. Con frecuencia es una cortina de humo para ocultar un pensamiento descuidado”. |