Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento
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Philo Farnsworth en nuestro hogar

La televisión puede definir al mundo de hoy, pero su historia es tan poco conocida como su principal inventor.

Philo T. Farnsworth.
(Foto D.P. de Harris & Ewing,
vía Wikimedia Commons)
El 7 de septiembre de 1927, Philo T. Farnsworth, un desconocido que había aprendido electricidad mediante un curso por correspondencia, consiguió realizar la primera emisión de televisión electrónica en el pequeño laboratorio que tenía en el 202 de Green Street, en San Francisco, California. Era una imagen de sólo 60 líneas de resolución (la televisión común tiene 520 líneas de resolución y la televisión de alta definición o HDTV tiene 1.125).

Era el primer paso de un medio de comunicación cuya importancia, presencia y relevancia no han hecho sino aumentar desde entonces, como uno más de los desarrollos tecnológicos que han democratizado el conocimiento, la información y el entretenimiento, como la imprenta, la radio, el cine, la grabación musical y, por supuesto, Internet.

Farnsworth había nacido en 1906 en una familia campesina de Utah y se había aficionado muy pronto al novedoso fenómeno de la electricidad. Con sólo 12 años construyó un motor eléctrico y poco después una lavadora de ropa para la familia. La televisión de Farnsworth, por su parte, comenzó humildemente en 1921, cuando el joven de 15 años estaba arando y se le ocurrió que podría utilizar un haz de electrones dentro de un tubo de rayos catódicos para explorar o escanear una imagen en líneas similares a los surcos que recorrían el campo de cultivo familiar. La imagen así codificada podría transmitirse a un receptor que la reconstruyera y exhibiera.

Durante los seis años siguientes, se ocupó en estudiar y hacer realidad esa idea.

Los precedentes

La televisión, sin embargo, no fue una idea original de Farnsworth. De hecho, la idea rondaba los laboratorios de profesionales y aficionados de la electricidad, la física y la electrónica desde mediados del siglo XIX, y fueron numerosos los descubrimientos que fueron dando forma al invento.

Así, el ingeniero eléctrico británico Willoughby Smith publicó en 1873 el descubrimiento de que el selenio tenía la propiedad de la fotoconductividad, es decir, que su conductividad eléctrica cambiaba en función de su exposición a la luz. Esto significaba que el selenio podía utilizarse para transformar imágenes en señales electrónicas. Estas señales, se pensó después podían transmitirse por medio de la radio, que sin embargo aún no nacía. No fue sino hasta 1895 cuando Guglielmo Marconi consiguió transmisiones de radio fiables.

En 1884, el estudiante de ingeniería alemán Paul Nipkow propuso y patentó el primer sistema de televisión del mundo. Era una forma de televisión "mecánica" porque capturaba las imágenes mediante un disco inventado por él mismo que tenía una serie de 18 orificios dispuestos en espiral y giraba a gran velocidad para permitir explorar la imagen sobre un elemento de selenio. Los 18 orificios producían, por tanto, una imagen de 18 líneas de resolución.

Todo esto ocurría en teoría, porque en realidad nadie sabe si Nipkow consiguió fabricar un prototipo de su sistema de televisión. De hecho su idea no tendría el nombre que conocemos hoy sino hasta 1900, cuando el científico ruso Constantin Perskyi usó por primera vez la palabra "televisión" en un discurso dentro de la Feria Internacional de París, la misma para la cual se había construido la Torre Eiffel.

La televisión mecánica encontró a su gran pionero en la figura de John Logie Baird, un ingeniero escocés que demostró públicamente por primera vez un sistema real de televisión el 26 de enero de 1926 en Londres ante unos 50 científicos. En 1927 consiguió transmitir imágenes a más de 700 kilómetros mediante una línea telefónica y en 1928 la primera transmisión transatlántica.

Pero el sistema mecánico de captura de imágenes, que también fue estudiado y desarrollado por el inventor estadounidense Charles Francis Jenkins no era del todo satisfactorio, entre otras cosas porque sólo podía transmitir imágenes de pequeño tamaño.

La televisión electrónica, por su parte, se desarrollaba paralelamente sin esas limitaciones. El inventor ruso Vladimir Kosma Zworykin desarrolló el primer tubo de rayos catódicos que podría utilizarse en una cámara de televisión electrónica, y años después, trabajando en la poderosa empresa de radio RCA, desarrolló un sistema que permitía que un haz de electrones reprodujera las imágenes de televisión en un tubo de rayos catódicos recubierto de fósforo... la pantalla de televisión que predominó hasta que en el año 2000 empezó a ser sustituida por distintas tecnologías de pantalla plana.

De hecho, la RCA intentó atribuir los conceptos básicos de la televisión a Zworykin, desatando una batalla legal de patentes que fue finalmente ganada por Farnsworth, señalándolo como una de las principales fuerzas intelectuales detrás del desarrollo de la televisión.

Aún no estaba consolidado el sistema de televisión que se hizo mundialmente popular después de la Segunda Guerra Mundial cuando la nueva idea empezó a comercializarse. El primer televisor se vendió en los Estados Unidos en 1928 por un precio equivalente a unos 60 euros, y un año después se lanzó la televisión en Inglaterra y Alemania. El primer anuncio publicitario sería transmitido por la empresa de John Logie Baird en 1930. En 1931 aparecía la televisión en Francia y en lo que por entonces era la Unión Soviética. Para 1934, la televisión mecánica empezó a ser definitivamente sustituida por la televisión electrónica, cuya difusión sólo se vio ralentizada por la Segunda Guerra Mundial

Philo Farnsworth, el genio electrónico que a los 21 años convirtió en realidad una idea surgida de un campo arado, siguió innovando en televisión y amplió sus intereses hacia un campo totalmente distinto: la fusión nuclear. Hacia 1959, Farnsworth desarrolló un pequeño reactor de fusión, conocido como fusor Farnsworth-Hirsch, utilizando como aceleradores de partículas algunos tubos de pantalla de televisión cuyas características había estudiado.

Hoy en día, continúa el trabajo sobre el fusor de Farnsworth, no sólo explorando las posibilidades que tiene dentro de la búsqueda de la fusión nuclear como energía alternativa, sino como fuente de neutrones pequeño, barato y útil.

El fusor, pese a su gran promesa de cambiar el mundo incluso más profundamente que la televisión, fue sólo una de las más de 300 patentes que existen a nombre del campesino de Utah convertido en uno de los inventores clave del siglo XX.

Philo T. Farnsworth murió el 11 de marzo de 1971 en Salt Lake City, en su Utah natal.

La televisión en España

Las emisiones de prueba de Televisión Española empezaron a realizarse en 1951-52 y las transmisiones regulares comenzaron oficialmente el 28 de octubre de 1956, con contenido fuertemente influido por la dictadura. El primer partido de fútbol se transmitió en febreo de 1959... como era de esperarse, un Real Madrid-Barça.

Antes del robot, el autómata

Anuncio de los autómatas o "sueños mecánicos"
de Vaucanson
(D.P. vía Wikimedia Commons)
El persistente sueño de crear seres que imiten la vida sin estar vivos.

Máquinas que pudieran ser esclavos o guerreros sin miedo, sirvientes o amigos, que cantaran previsiblemente en los árboles como las aves o que se desplazaran silenciosas y líquidas como felinos. Los autómatas han tenido mejor suerte en la ficción que en la realidad, desde Talos, el gigante de bronce forjado por Hefestos para proteger Creta (y vencido por Medea) hasta los robots de la literatura inventados por el checo Karel Capek y perfeccionados por Isaac Asimov o los del cine, como los memorables y aterradores robots de la serie “Terminator” o David, el entrañable niño de “Inteligencia Artificial”.

Los logros del mundo de los autómatas se ha visto amplificada con frecuencia por el mito, y por el entusiasmo de quienes querían ver más de lo que probablemente había en las exhibiciones del pasado. Así tenemos el legendario trono con animales mecánicos del rey Salomón en la tradición hebrea, mientra que entre los antiguos chinos, las crónicas hablan de orquestas mecánicas y animales asombrosos, incluso aves de madera capaces de volar desde el siglo III antes de la Era Común hasta el siglo VI d.E.C., cuando se publicó el “Libro de las excelencias hidráulicas”.

La historia constatable de los autómatas comienza con Arquitas de Tarento, filósofo griego del grupo de los pitagóricos, que en el año 400 a.N.E. construyó un ave de madera movida por vapor, mientras que Herón de Alejandría, creador del primer motor de vapor, la eolípila, describió otras aves autómatas 250 años después.

El vapor como fuente de energía para los autómatas cayó en el olvido hasta el siglo XVIII, de modo que los inventores tuvieron que accionar sus aparatos con la energía del viento o la hidráulica. Ésta última fue la fuente de energía, junto con el desarrollo de la leva y el árbol de levas, que utilizó Al-Jazarí para construir pavorreales que se movían y autómatas humanoides que servían bebidas o ayudaban a lavarse las manos. Su mayor logro fue una orquesta hidráulica de cuatro integrantes en una pequeña embarcación que amenizaban las fiestas desde el lago. Los logros mecánicos de Al-Jazarí, que iban mucho más allá de sus entretenidos autómatas, están descritos en el “Libro del conocimiento de dispositivos mecánicos ingeniosos” de 1206, que posiblemente fue una de las influencias sobre la visión mecánica de Leonardo Da Vinci.

En el siglo XV surgió en Europa el mecanismo de cuerda, un muelle espiral que almacena energía al apretarse con una perilla y que que después libera controladamente la energía. El sistema, creado primero para el diseño de cerrojos fue pronto utilizado en relojes y en autómatas. Fue el alemán Karel Grod el primer creador de autómatas de cuerda asombrosos en su momento que en el siglo XX eran simples juguetes relativamente baratos. Leonardo Da Vinci, en su menos conocida labor como escenógrafo y responsable de lo que hoy llamaríamos “efectos especiales” hizo en 1509 un león de cuerda para recibir a Luis XII en su visita a Italia.

Los autómatas de cuerda se volvieron parte esencial del entretenimiento de los poderosos y llegaron a un detalle exquisito utilizando únicamente engranes, levas y máquinas simples. Su época de oro fue sin duda el siglo XVIII.

Jacques de Vaucanson creó dos famosos autómatas: un flautista tamaño natural capaz de tocar doce canciones con flauta y tamboril que presentó en 1738 y, un año después, un pato capaz de digerir alimentos… al menos en apariencia. El pato mecánico parecía comer granos, digerirlos y después deshacerse de las heces por detrás. En realidad, el grano se almacenaba dentro del pato y los supuestos desechos prefabricados salían de otro depósito. Pero Vaucanson soñaba que algún día habría un autómata capaz de digerir. Uno de los más impresionados por el ave fue ni más ni menos que Voltaire.

Lo que sí hizo Vaucanson en sus últimos años como encargado de mejorar los procesos de la seda fue intentar automatizar los procesos de hilado y tejido, algo que conseguiría su continuador Joseph Marie Jacquard, creador del telar mecánico.

El ejemplo más acabado de autómatas de cuerda lo dieron Jean-Pierre Droz y su hijo Henri-Louis, que hacían autómatas para anunciar su “verdadera empresa” como relojeros a fines del siglo XVIII. Henri-Louis creó probablemente el más complejo, “El dibujante”, autómata capaz de dibujar retratos complejos y que aún puede verse en el “Museo de arte e historia” de Neuchatel, en Suiza, acompañado de “El escritor” creado por su padre y de “La organista” de Jean-Frédéric Leschot.

A fines del siglo XVIII fue famoso “El Turco”, un autómata jugador de ajedrez creado por Wolfgang Von Kempelen para impresionar a la emperatriz austríaca María Teresa. El autómata recorrió Europa y Estados Unidos jugando contra humanos y venciéndolos las más de las veces. Sin embargo, era un elaborado fraude, pues debajo de la mesa de ajedrez se acomodaba un jugador humano que movía la mano del autómata, como se demostró en varias ocasiones.

El primer verdadero autómata capaz de jugar al ajedrez fue “El ajedrecista”, creado por el prolífico y genial inventor cántabro Leonardo Torres y Quevedo, que presentó en París en 1914. Este artilugio es actualmente considerado el primer juego informatizado de la historia y el ancestro directo de Deep Blue, el ordenador que venció por primera vez a un campeón mundial humano, Garry Kasparov en 1997.

Aunque Deep Blue no era un autómata. A falta de miembros propios, usaba a seres humanos para hacer físicamente las jugadas en el tablero.

Para el siglo XIX, los autómatas habían pasado de maravillas del asombro a una industria que estaba a la mitad entre la juguetería y el lujo: cabezas parlantes, autómatas que fingían predecir el futuro y animales varios, muchos de los cuales aún podemos ver en lugares como el museo de art nouveau y art decó Casa Lis, en Salamanca o en “La casa de la magia”, del legendario mago Robert Houdin, en Blois, departamento de Loire, en Francia.

Y aunque en el siglo XX y XXI siguen haciéndose autómatas, la aparición de la electricidad abrió otro espacio amplísimo, el de los robots, que pese a sus limitaciones hacen que los autómatas del pasado parezcan tan torpes que podemos olvidar que fueron, cada uno en su momento, un avance asombroso.

Autómatas y prótesis

Muchos avances de la robótica no se expresan aún como lo prometían los dibujos animados y la ciencia ficción. Sin embargo, tienen cada vez más aplicaciones en la prostética, con miembros capaces de responder a los impulsos nerviosos de sus dueños. La mano robótica más avanzada a la fecha fue creada por el equipo Mercedes de Fórmula 1 y la empresa Touch Bionics para un joven aficionado a las carreras de 14 años y puede mover cada dedo independientemente.