Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Momias: mensajes del pasado

El hecho de que los seres humanos estemos conscientes de nuestra propia mortalidad, unido al natural, instintivo deseo de sobrevivir, ha convertido a las momias en una fuente continua de asombro, supersticiones, ideas religiosas y, apenas en los últimos 200 años, fuente de información obtenida científicamente sobre el pasado no sólo del individuo momificado, sino de su entorno, su sociedad y su cultura.

Una momia es todo cadáver humano que al paso del tiempo desde su fallecimiento no sufre, el proceso de descomposición habitual, sino que conserva, total o parcialmente, la piel y carne. Esto puede ocurrir debido a las condiciones naturales de la ubicación del cuerpo (lugares en extremo fríos, con muy bajos niveles de humedad o ausencia de oxígeno) o bien puede ser resultado de un proceso intencional mediante el cual se conserva el cuerpo. El proceso de momificación más conocido es, sin duda, el egipcio, que se desarrolló a lo largo de unos tres mil años generando una enorme cantidad de ejemplos de diversos niveles de complejidad (y eficiencia) en el proceso de conservación del cuerpo.

Pero las momias más antiguas no son las egipcias. Hay indicios de que los antiguos persas momificaban a sus príncipes, pero no pruebas. Sin embargo, las momias de mayor antigüedad son las de la cultura chinchorro del norte de Chile, que momificó a sus muertos durante dos mil años empezando al menos en el año 5.000 antes de nuestra era. La antigüedad de sus momias, según explica el Dr. Bernardo Arriaza, uno de los principales estudiosos de las momias chinchorro, ha hecho que se revaloren las ideas preconcebidas sobre el “simplismo” de la vida de las sociedades de cazadores-recolectores, que puede haber sido mucho más elaborada de lo que creíamos. Si tenemos en cuenta que, en la actualidad, en muchas culturas se utilizan técnicas de embalsamamiento de modo habitual, podemos decir que las prácticas de momificación que iniciaron los chinchorro hace 7 mil años siguen en vigor como parte de nuestra cultura.

Las momias chinchorro, al igual que las egipcias y algunas momias chinas, son ejemplos de momificación intencional, es decir, que sus sociedades realizaron un esfuerzo por conseguir que el cuerpo no se descompusiera, o al menos no del todo. Es razonable suponer que las prácticas de momificación artificial se dieran después de que en sus culturas se hubieran observado los efectos de la momificación natural producida por la extrema sequedad de los desiertos de Atacama en Chile o del Sahara en Egipto. La preservación de los cuerpos, fuente de asombro y de creencias religiosas en todas las culturas (pensemos en los “cuerpos incorruptos” que se adoran en el catolicismo moderno como expresiones de cercanía con la divinidad), impulsó el desarrollo de técnicas que consiguieran el mismo resultado. El uso de la sal llamada “natrón” por los egipcios, que desecaba rápida y eficientemente el cuerpo, así como la extracción de las vísceras (excepto el corazón, que se dejaba en su sitio por ser considerado el asiento del alma), fueron los elementos que definieron la técnica egipcia, iniciada alrededor del 3.300 a.n.e. y que se utilizó hasta el siglo VII de nuestra era, cuando Egipto pasó de manos del imperio bizantino a las de los árabes, iniciándose su período islámico.

Las momias, que antes se estudiaban abriéndolas con métodos altamente destructivos, hoy son estudiadas mediante radiografías, escáneres CAT y MRT, estudios de ADN obtenido de la médula de sus huesos o de la pulpa de sus dientes, y otros sistemas que, casi sin dañar a la momia, nos pueden dar más información sobre la persona, su entorno y su cultura. Uno de los mejores ejemplos de esta cosecha de datos lo aporta la momia conocida como Ötzi, la momia natural de un cazador de la era del cobre, alrededor del 3.300 a.n.e. encontrado en un glaciar de los Alpes en la frontera entre Austria e Italia. El estudio de su cuerpo, del polen que se encontraba en su ropa y utensilios, del esmalte de sus dientes, de sus muchos tatuajes y del contenido de su estómago han permitido a los paleoantropólogos dibujar un retrato muy preciso del hombre, de los lugares en los que vivió, de lo que comía, de sus creencias y cultura, e incluso de su muerte, provocada por una flecha que le fue disparada por la espalda y un fuerte golpe en la cabeza.

Otras momias naturales relevantes son las producidas por el enterramiento en suelos altamente alcalinos, en las estepas, o en turberas, donde los cuerpos se conservan de modo espectacular debido a la acidez del agua, el frío y la falta de oxígeno, que en conjunto “curten” la piel y tejidos suaves del cuerpo. Estos ejemplares, lanzados a las turberas como sacrificios o asesinados, según se ha determinado, se han encontrado sobre todo en el norte europeo y en Inglaterra. Quedan por mencionar los casos, algunos dudosos, de momificación espontánea de algunos monjes budistas chinos y japoneses, así como los cuerpos de personajes relevantes del catolicismo y al menos un yogui indostano. Desafortunadamente, las consideraciones religiosas y de los sentimientos de los fieles y los líderes religiosos hacen muy difícil el estudio de estos restos, máxime cuando ya ha habido casos en que la ciencia ha concluido que ciertos “cuerpos incorruptos” habían sido en realidad embalsamados o, incluso, eran figuras de cera que podían albergar en su interior los verdaderos restos, descompuestos, del individuo en cuestión.

En cierto sentido, el punto culminante de la momificación ha sido alcanzado con la plastinación, un proceso desarrollado por el médico alemán Gunther von Hagens mediante el cual el agua y los tejidos grasos del cuerpo son sustituidos por polímeros como la silicona y las resinas epóxicas. Von Hagens crea especímenes para ayudar en las clases de medicina, pero también ha entrado en controversia con sus exposiciones Body Worlds, que muestran cuerpos plastinados en actitudes de la vida cotidiana. Para Von Hagens, “la plastinación transforma el cuerpo, un objeto de duelo individual, en un objeto de reverencia, aprendizaje, iluminación y apreciación”. Sus cuerpos plastinados son toda una lección sobre nuestro cuerpo, ya no un intento de permanecer en otra vida.


La palabra “momia”

El vocablo “momia” nos fue legado del latín, que a su vez lo obtuvo de “mumiya”, vocablo de origen árabe o persa que significa “betún” o “bitumen” y que originalmente designaba a una sustancia negra, parecida al asfalto, de composición orgánica, que se obtenía en Persia y se creía que poseía poderes curativos. Debido al color negro que asume la piel de las momias egipcias, durante siglos se tuvo la creencia de que en su proceso de momificación se utilizaba precisamente betún. La creencia era incorrecta, pero la palabra permaneció.