Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Y Norman le dio de comer al mundo

Dar de comer a una población creciente es un desafío complejo. Abordarlo siempre ha sido urgente, pero nunca como ahora tuvimos las armas para realmente resolverlo gracias a un científico singular.

Norman Borlaug, el rostro del héroe. (Foto D.P.
 Ben Zinner, USAID, vía Wikimedia Commons)
Un popular libro de la década de los 60, La bomba poblacional de Paul Ehrlich, advertía del apocalipsis que le esperaba a la humanidad a la vuelta de la esquina. “La batalla para alimentar a la humanidad ha terminado. En las décadas de 1970 y 1980, cientos de millones de personas morirán de inanición sin importar los programas de emergencia que emprendamos ahora”, advertía, y el público se horrorizó.

La profecía no se hizo realidad en buena medida gracias al trabajo de un científico cuyo nombre no le dice nada a la gran mayoría de la gente.

Norman Borlaug nació el 25 de marzo de 1914 en un pequeño rancho de Iowa, en el Medio Oeste estadounidense, en una zona poblada por inmigrantes noruegos, como su abuelo, quien había construido el rancho. Se educó en una primaria rural antes de pasar a una secundaria donde destacó en la lucha grecorromana llegando a ser admitido en el Salón de la Fama de la Lucha en Iowa.

Su futuro no estaba en el deporte. Salió del bachillerato en los momentos más negros de la Gran Depresión y empezó a trabajar como peón agrícola para pagarse la matrícula en la Universidad de Minnesota, y cuyas cuotas pagó trabajando de camarero y aparcacoches. Seguiría su doctorado, que obtuvo en 1942 trabajando con el patólogo botánico, Elvin Charles Stakman.

Lo que parecía esperarle era el American Dream con un trabajo en una gran empresa química, la E.I. duPont de Nemours, donde empezó a trabajar como una obligación bélica en tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Pero en 1944 se interpuso una invitación de la Fundación Rockefeller para que el joven científico agrícola se fuera a México a resolver un problema grave: las cosechas de trigo del vecino y aliado de los EE.UU. se habían visto reducidas a la mitad debido a la infección del hongo conocido como roya del tallo y el país se acercaba a una hambruna generalizada.

Borlaug quedó aterrorizado por la situación del campo mexicano, pero aceptó el reto y pasó los siguientes 20 años dedicado a un colosal esfuerzo, hibridizando distintas variedades de trigo que recogió por todo el mundo para seleccionarlas y reproducirlas, polinizando a mano, en un duro trabajo manual en el campo, hasta conseguir una variedad resistente a la roya del tallo (algo que hoy es mucho más sencillo con técnicas de ingeniería genética). Trabajando cultivos de verano e invierno en dos zonas del país, encontró además variedades no sensibles a la duración del día, algo esencial para poderlas plantar en distintas latitudes.

En cinco años logró una variedad de trigo resistente a la roya y más productiva. Luego se dedicó a cruzar plantas para obtener una variedad con semillas más grandes, obteniendo espigas mucho más productivas. Pero apareció otro problema: el peso de las semillas doblaba los largos tallos del trigo mexicano, desarrollados para sobresalir de entre la maleza. Los hibridizó con una variedad japonesa de tallo muy corto y en 1954 consiguió una variedad de trigo enano, de alto rendimiento, tallo corto y resistente a la roya.

En 1956, México consiguió ser autosuficiente en trigo, un cambio notable cuando 16 años antes importaba el 60% de este grano. Por esos años, una epidemia de roya del tallo destruyó el 75% de la cosecha de trigo durum en los Estados Unidos, lo que favoreció la adopción de las nuevas variedades desarrolladas por el visionario. Las técnicas de Borlaug permitieron a los científicos además mejorar muy pronto el rendimiento de dos cultivos esenciales para alimentar al mundo, el maíz y el trigo.

En la década de 1960, el innovador fue a la India, país que en 1943 había sufrido la peor hambruna conocida en la historia con más de cuatro millones de víctimas mortales. El genetista Mankombu Sambasivan Swaminathan, arquitecto de la Revolución Verde en la India, recuerda que al momento de la independencia de la India, en 1947, el rendimiento de trigo y arroz en los campos indios era de menos de una tonelada métrica por hectárea. Y aunque en los siguientes 20 años se incrementó el área de cultivo para alimentar a la desbordante población india, los rendimientos no aumentaban. Se importaban 10 millones de toneladas de trigo al año. De hecho, el libro de Ehrlich afirmaba que “la India no tiene ninguna posibilidad de alimentar a doscientos millones de personas más para 1980”.

La revolución verde consiguió que la cosecha de la India en 1965 fuera 98% mayor que la del año anterior... duplicando prácticamente el rendimiento del trabajo agrícola. Pakistán consiguió la independencia alimentaria en 1968. Al paso de los años, el trabajo de Borlaug ha conseguido resultados asombrosos. En 1960, el mundo producía 692 millones de toneladas de grano para 2.200 millones de personas. En 1992 estaba produciendo 1.900 millones de toneladas, casi el triple, para 5.600 millones de personas, y todo ello utilizando sólo un 1% más de tierra dedicada al cultivo.

Los logros del especialista agrícola llamaron la atención del Comité Nobel, que en 1970 acordó entregarle a Norman Borlaug el Premio Nobel de la Paz porque, dijeron, “más que ningún otro individuo de su edad, ha ayudado a proveer de pan a un mundo hambriento”.

La Revolución Verde fue el primer gran resultado de la biotecnología, de la aplicación de nuestros conocimientos biológicos para conseguir mejores plantas. Pero no sólo dependía de las nuevas variedades, sino de la capacidad de irrigación, mejores fertilizantes y mecanización, causas que, junto con la incertidumbre política, impidieron que África siguiera el camino de otros países (entre ellos China, hoy exportadora de alimentos). En palabras del propio científico: “A menos que haya paz y seguridad, no puede haber un incremento de producción”.

Norman Borlaug siguió trabajando por combatir el hambre y por promover el uso racional de la tecnología para mejorar el rendimiento de los cultivos lo que ha impedido la conversión en tierra de cultivo de grandes espacios de bosques y ecosistemas protegidos. Murió el 12 de septiembre de 2009, pero su trabajo contra el hambre continúa en la Norman Borlaug Heritage Foundation, para cuyos programas educativos la casa de Iowa donde nació el Premio Nobel se ha convertido en una residencia estudiantil.

Triunfos pasajeros

“Es verdad que la marea de la batalla contra el hambre ha cambiado a mejor en los últimos tres años. Pero las mareas tienen su forma de subir y bajar. Bien podemos estar en marea alta hoy, pero la marea baja podría instalarse pronto si nos volvemos complacientes y relajamos nuestros esfuerzos.” Discurso de aceptación del Premio Nobel de Norman Borlaug el 10 de diciembre de 1970.