Una dosis letal de cianuro de potasio comparada con un céntimo de euro y un bolígrafo (Foto GFDL de Julo, vía Wikimedia Commons) |
Hay sustancias que para unas formas de vida son venenosas, mientras que para otras son inocuas o, incluso, benéficas. Hay sustancias venenosas para ciertos organismos que no lo son para otros de la misma especie. Y, como observó el médico y alquimista Paracelso: “Todas las cosas son veneno y nada carece de veneno, sólo la dosis permite que algo no sea venenoso”.
El ser humano detectó muy temprano en su decurso histórico los efectos de los venenos, las sustancias naturales cuyo objetivo principal es dañar o matar, ya sea defensivamente o a la ofensiva, para usarlos como armas de cacería y para matar a otros seres humanos. La obtención, manejo y dosificación de los venenos era probablemente uno de los secretos que el “médico brujo” guardaba para la tribu o el clan.
Las referencias a venenos y dioses relacionados con ellos datan de más de 4.500 años antes de nuestra era entre los sumerios de Mesopotamia. Entre los griegos, la mitología misma hace referencia a venenos, y en el antiguo Egipto el rey Menes estudió las propiedades de distintas plantas venenosas. En China ya se conocían potentes mezclas de venenos en el 246 antes de nuestra era, y entre los persas, en el siglo IV se registró cómo la reina Parysatis, esposa de Artajerjes II, mató con veneno a su nuera Statira.
Quizá la víctima de envenenamiento más conocida de la antigüedad es Sócrates, que fue condenado a muerte por “corromper a la juventud” con sus ideas subversivas. La ejecución se realizaba obligando al condenado a beber cicuta, una sustancia vegetal conocida como “el veneno del estado”, y en el año 402 antes de nuestra era el filósofo se suicidó por orden de Atenas. En la Roma antigua el veneno también asumió un papel protagónico, fue utilizado por Agripina para eliminar a su marido Claudio, con objeto de que su hijo Nerón ascendiera al trono. El propio Nerón acudió al cianuro para deshacerse de los miembros de su familia a los que odiaba.
Los venenos no eran bien entendidos en tiempos pasados, pero al llegar el medievo se convirtieron en parte de la magia y la brujería, junto con otras pociones más o menos fantasiosas, y con los antídotos conocidos, que ciertamente han sido buscados siempre con tanta o más intensidad que los propios venenos.
Quizá el más curioso de todos los antídotos fue la “piedra bezoar”. Esta piedra era descrita de diversas formas que iban desde lo mítico (como la historia árabe que decía que caían de los ojos de venados que habían comido veneno) hasta explicaciones que indican que algunas podían ser cálculos vesiculares o renales de distintos animales o cualquier masa atrapada en el sistema gastrointestinal, como las bolas de pelo. Se pagaban fortunas por piedras bezoar supuestamente genuinas, y la creencia en sus poderes se mantuvo hasta que en 1575 el pionero de la ciencia y la medicina Ambroise Paré demostró experimentalmente que carecían de efectividad. No obstante, siguen siendo utilizadas por la herbolaria tradicional china.
Por supuesto, algunos venenos son utilizados como medicamentos en dosis adecuadamente medidas para atacar la enfermedad. Quizá el caso más claro es el de los antibióticos, productos vegetales como la penicilina, que resultan mortales para la bioquímica de ciertos microorganismos sin tener efectos perjudiciales notables en el paciente infectado. Las sustancias utilizadas en la quimioterapia son igualmente venenosas, pero sus efectos secundarios son más intensos debido a que aún no se han afinado y especializado tanto como los antibióticos. Aún así, la quimioterapia contra el cáncer que se aplica hoy en día es un gran avance respecto de la de hace veinte o treinta años, mucho más agresiva y desagradable para el paciente, y menos efectiva que la actual, que ha convertido algunas formas de cáncer, como el de mama, el testicular y la enfermedad de Hodgkins, en enfermedades curables si se diagnostican a tiempo, cuando antes eran mortales casi en un 100%.
Dado que los venenos eran en general indetectables y se podían usar teniendo al asesino lejos, y por tanto daban mayor oportunidad a la impunidad, se volvieron uno de los métodos de asesinato favoritos en la Edad Media y en el Renacimiento. El personaje arquetípico como envenenador del renacimiento es Lucrecia Borgia, quizás objeto de una campaña de calumnias y a la que se le atribuyeron asesinatos que fueron posiblemente cometidos por su hermano César. Ellos, junto con su padre, el papa Alejandro VI, fueron considerados grandes envenenadores, e incluso la muerte del papa se atribuyó a un envenenamiento, en su caso, por consumir equivocadamente el vino con el que pretendía deshacerse del cardenal de Corneto. La corona española, por su parte, hizo varios intentos por envenenar a su poderosa enemiga, Isabel I de Inglaterra.
El envenenamiento, no ha sido sólo asunto de nobles, ricos o miembros del alto clero. Muchas personas empezaron a tener a su alcance algunos secretos de los venenos, y en el siglo XVIII y XIX el envenenamiento se convirtió en el método preferido de las mujeres que deseaban deshacerse de sus maridos. Y en el siglo XX, la explosión del conocimiento científico produjo la aparición de numerosísimas sustancias tóxicas que han sido utilizadas tanto en la guerra (el gas mostaza en la Primera Guerra Mundial) como en atentados (el ataque con gas sarín de una secta contra el metro de Tokio). Sin embargo, esos mismos avances científicos han permitido que el veneno deje de ser “indetectable”. Los modernos sistemas utilizados por los científicos forenses pueden identificar muy rápidamente la gran mayoría de los venenos, tanto para tratar a las víctimas cuando se detectan a tiempo como para encontrar a los envenenadores.
Modernos envenenamientosAlgunos famosos atentados de los últimos tiempos han utilizado venenos. En 1978 el disidente ucraniano Georgy Markov murió cuando se le disparó, con un paraguas o un bolígrafo, una bola de metal llena de ricino. En 2004, el hoy presidente ucraniano Viktor Yushchenko, ganador de las elecciones de ese año contra el preferido del gobierno ruso, fue envenenado con dioxinas y aunque salvó la vida, sigue bajo tratamiento. En 2006, el disidente y exmiembro del servicio ruso de seguridad, Alexander Litvinenko, que hizo declaraciones en contra de Vladimir Putin, fue asesinado con sólo 10 microgramos de polonio-210. |