Pigmentos a la venta en un mercado de la India. (Foto CC de Dan Brady, vía Wikimedia Commons |
Las pinturas rupestres, incluso las más famosas como las de la cueva de Altamira, fueron realizadas con muy pocos colores: amarillos, marrones, rojos, negros y blancos.
Nada más.
Estos pigmentos o colores estaban naturalmente al alcance de los hombres que, hace 32.000 años, comenzaron a dejar testimonio simbólico en las paredes y techos de las cuevas aunque, por cierto, no en la zona en la que habitaban (el vestíbulo de las cavernas) sino en las profundidades de las mismas. En el mundo que rodeaba al hombre del paleolítico superior no ofrecía más oportunidades coloristas.
Los amarillos y los rojos se encontraban en el suelo, como arcillas con minerales de óxido de hierro como la goetita y la hematita. El ocre oscuro es la mezcla natural de óxidos de hierro y manganeso en la tierra. El negro procedía del carbón vegetal o de huesos quemados. Finalmente, el blanco, se obtiene del yeso.
Durante miles de años éstos fueron los únicos colores disponibles para los artistas y para la pintura corporal, aplicados directamente con los dedos y utilizando como base agua o grasas animales. Los demás colores que el ser humano podía apreciar en la naturaleza quedaban fuera de su alcance en su labor artística.
Fueron los egipcios los que, hace alrededor de 4.000 años, iniciaron la industria de los pigmentos sintéticos al inventar el llamado “azul egipcio”, un silicato de calcio y cobre. Se producía moliendo arena, calcio y la natrón (la sal empleada para desecar los cuerpos en el proceso de momificación). Además, los egipcios consiguieron mejorar y estabilizar los colores naturales del pasado lavando las arcillas para eliminar las impurezas de los pigmentos y aprendieron también a usar la malaquita, un mineral formado de carbonato de cobre, como pigmento verde, ampliando la paleta de colores que utilizaron para la decoración de sus edificaciones y tumbas. Su rojo, mucho más vivo se obtenía como un extracto de la raíz de la planta Rubia tintorum, y se utilizó también para teñir textiles.
Los colores más vivos, más atractivos y más apreciados en la historia solían ser además los más escasos y los más costosos, por lo que con frecuencia fueron monopolizados por el poder político, religioso o económico.
Tal es el caso del púrpura, pigmento que produjeron primero los antiguos fenicios a partir de la secreción de los caracoles marinos de la especie Bolinus brandaris. Su nombre original, “púrpura tirio”, proviene del puerto de Tiro, hoy en Líbano. Su característica más notable era que, a diferencia de otros tintes de textiles disponibles entonces, no perdía su color al paso del tiempo o con la exposición al sol, sino que de hecho se veía más brillante e intenso. La realeza de la antigüedad clásica, lo asumió como símbolo de su poder y estatus en la sociedad. Y por ello este mismo púrpura fue tomado para su vestimenta por los obispos católicos como símbolo de la realeza.
La evolución de los colores también marcó las relaciones de Asia con Europa. El índigo, ese azul rojizo tan apreciado en los textiles, era producido masivamente, como su nombre lo indica, en la India, a partir de la planta Indigofera tinctoria, y era importado ya por la antigua Grecia.
Los pigmentos mismos determinaban, en algunos casos, el significado que se les daba en la iconografía, esa en ocasiones misteriosa colección de aspectos simbólicos de la pintura que muchas veces queda oculta a ojos de los espectadores comunes.
Así, por ejemplo, los pintores medievales decidieron que el manto de la virgen María debería ser azul no por ninguna referencia histórica, sino porque el azul se relacionaba con la pureza de modo simbólico y el azul ultramarino, un pigmento intenso que se obtiene moliendo el lapislázuli, una piedra semipreciosa, era por tanto muy costoso y escaso, algo adecuado para un personaje tan singular.
El estallido artístico del renacimiento fue en gran medida producto de las nuevas técnicas de extracción de pigmentos más variados, así como las empleadas para su aplicación. Rojos mucho más intensos, como el carmín obtenido de la cochinilla, el bermellón o el “amarillo de Nápoles” un mineral de plomo brillante, estable y potente que se usaba desde los egipcios pero que se popularizó en el Renacimiento.
Pocos pigmentos se añadieron a la paleta de los artistas en los siglos XVII y XVIII, principalmente el azul de Prusia, un azul muy oscuro con base de hierro, y el verde cobalto, un compuesto de cobalto muy permanente. Pero en el siglo XIX, con el desarrollo acelerado de la química y la revolución industrial que aceleró la industria textil, gran consumidora de tintes y colores para vender telas más atractivas al consumidor, el mundo del color emprendió un desarrollo igualmente acelerado.
Pronto, los artistas tuvieron un flujo continuo de numerosas nuevas opciones: azul cobalto, amarillo cadmio, azul cerúleo… y además la democratización de muchos productos antes demasiado costosos o escasos y que la industria empezó a producir en masa, sintetizándolos en el laboratorio para ya no tener que obtenerlos de minerales naturales que era necesario minar y beneficiar.
Si miramos hoy la enorme variedad de colores, tonalidades y acabados que nos ofrece la industria del color, por ejemplo la de los sistemas de igualado de color industriales, tenemos a nuestra disposición más de 2.000 colores, todos ellos obtenidos a partir de 15 pigmentos base, combinados en dosificaciones precisas para cubrir, prácticamente, cualquier necesidad, y todos ellos sintéticos.
La industria del color actual tiene exigencias singulares e inimaginadas hace pocas décadas. Los brillantes colores obtenidos del plomo, como el minio rojo tan apreciado por los romanos y tan común en los códices medievales (de él se deriva precisamente la palabra “miniatura”), el amarillo de cromato de plomo o el blanco de carbonato de plomo, han debido ser abandonados por la toxicidad de este metal y sustituidos por otros. Igualmente, hoy se exige que los pigmentos sean “ecológicos” por cuanto que sus desechos no causen daños evitables al medio ambiente. Aún así, la paleta de colores disponible para los artistas, artesanos y productores industriales hoy en día está muy lejos de los colores básicos con los que se empezó a contar la historia humana.
El color que se desvaneceTodos sabemos que la luz del sol provoca que se desvanezcan los colores, sean de los muebles o de pinturas o impresos. Esto se debe a que los rayos ultravioleta del sol (los mismos UV que nos ponen en peligro al broncearnos), con su gran energía, rompen las uniones químicas de las moléculas que producen el color. Los colores minerales suelen ser más resistentes que los orgánicos. |