Stradivarius de1687 del Palacio Real de Madrid (Foto deHåkan Svensson, Wikimedia Commons) |
Pero el que trabaja con seres humanos debe tener en cuenta la personalidad, percepciones, emociones, expectativas, humor, actitudes y demás volubilidades humanas.
Esto es cierto en alguna medida incluso cuando medimos aspectos objetivos en algunos estudios de laboratorio, como un recuento de glóbulos blancos en la sangre, y más al estudiar eventos que no se pueden medir directamente, como el dolor. En un estudio donde un grupo de personas debe decir si un medicamento les alivia el dolor, el experimentador no puede medir objetivamente el dolor, su cantidad o forma, sino que depende de lo que diga o informe quien está sufriendo el dolor y recibe el medicamento.
Las personas que participan en el estudio pueden cambiar su valoración en función de muchos elementos y no sólo de la eficacia del medicamento. Pueden creer que el nuevo medicamento es enormemente eficaz, o sentirse mejor que otra persona que considere que ningún medicamento le puede ayudar, si la medicina con bases científicas le ha ayudado en el pasado o si bien es proclive a creer en terapias no demostradas. O bien, aunque no se sienta mejor, puede no querer que por su culpa se dañe la investigación de un médico amable y simpático, e informe así de una mejoría mayor que la que siente en realidad. O bien el enfermero o la enfermera que les atiende les resultan muy atrayentes y confunden el bienestar que les produce una visión estética con un efecto del medicamento. O que les relaje la buena disposición y comprensión exhibidas por un experimentador.
Son multitud los elementos que pueden afectar los informes de un paciente en este tipo de estudios. Y uno de los retos de la experimentación científica con humanos (y con seres vivos que tienen un sistema nervioso desarrollado, en general) ha sido desarrollar herramientas para tratar de eliminar, descontar o compensar esas variables y así obtener resultados más fiables.
Lo primero que se nos ocurre, por supuesto, es que la persona no sepa si está recibiendo el medicamento o no. Podemos separar a nuestro grupo en dos: a la mitad les daremos el medicamento y a la otra mitad les daremos un comprimido idéntico en aspecto, pero que no tiene propiedades farmacológicas. Esto sería un estudio llamado “a ciegas” o “ciego” porque los sujetos no saben si están recibiendo medicamento real o simulado.
Este medicamento simulado es lo que se conoce como “placebo” y los estudios que se hacen utilizándolo se denominan “controlados por placebo”. Así, si se mantiene igual todo (incluidos los enfermeros atractivos) y el grupo que recibe el medicamento informa de una mejoría significativamente superior que el grupo que recibe el placebo, es razonable suponer en principio que el efecto se debe al medicamento y no a los demás factores que influyen en cada persona.
Pero, si las expectativas del individuo influyen en los resultados, también pueden influir las expectativas de quien administra el medicamento. Si el médico o enfermera saben que le están dando un placebo a un paciente, pueden dar señales, incluso sutiles, de que no debe esperar demasiado de él, comentarios al paso durante la entrega de los comprimidos, miradas, etc. Si, por otra parte, saben que están administrando la sustancia real y tienen grandes expectativas de que funcione, pueden ser más amables, cordiales y cálidos con los pacientes que la reciben, y darles ánimos y comentarios positivos que influyan en el informe del paciente. Para evitar esto se establece un requisito adicional: que quienes administran el medicamento (real o simulado) tampoco sepan qué le están dando al paciente. Esto es lo que se conoce como “doble ciego”.
El mecanismo de doble ciego disminuye (pero no elimina) muchos aspectos subjetivos de estudios no sólo de farmacología, sino de otros tipos. Junto con el placebo y los esfuerzos por distribuir aleatoriamente los grupos de personas estudiadas para que sean homogéneos en cuanto a edad, sexo, historial clínico y otros aspectos, son herramientas que permiten tener mayor certeza en los resultados experimentales. Es por ello que en cuestiones de seguridad fundamentales como los medicamentos y los alimentos se exige que sean sometidos a estudios rigurosos que incluyan este mecanismo para tener una idea más fiable de su eficiencia y seguridad.
Pero el doble ciego no sólo se utiliza en medicina. Recientemente, el procedimiento dio una sorpresa en el mundo de la música. Durante una competencia de violín, la física especializada en acústica Claudia Fritz hizo que 21 violinistas profesionales tocaran seis violines (tres modernos, dos Stradivarius y un Guarnerius) y dijeran cuál preferían, para ver si efectivamente los violinistas podían distinguir las maravillas de los antiguos instrumentos italianos.
En una habitación con poca iluminación, con gafas de soldador para no distinguir los instrumentos y con perfume en las barbadas (donde se apoya la barbilla) para ocultar el olor de la madera antigua, los violinistas tocaron durante tres minutos cada uno de los violines en orden aleatorio, entregados por una persona que tampoco sabía cuál era moderno y cuál antiguo.
¿El resultado? Los violinistas seleccionaron por igual los modernos que los antiguos, salvo uno de los Stradivarius… que obtuvo las peores calificaciones generales. Por supuesto, los primeros sorprendidos fueron los violinistas, que antes del estudio estaban seguros que los Stradivarius y Guarnerius serían fácilmente identificables por su calidad de sonido superior.
Estudios similares han puesto en cuestión la calidad de otros productos en cuya percepción, lo que ocurre en nuestro interior parece influir más que los estímulos del exterior. Esto, por supuesto, no quita valor a la profundidad de nuestras emociones cuando creemos estar escuchando un Stradivarius, pero quizá nos ayude también a apreciar mejor un violín de bajo precio tocado con gran maestría.
El inventor del doble ciegoAl estudiar los efectos de la cafeína y el alcohol en la fatiga muscular, el británico William Halse Rivers Rivers se percató de que había componentes psicológicas en sus resultados, de modo que en los primeros años del siglo XX diseñó los primeros experimentos rigurosos de doble ciego “para eliminar todos los efectos posibles de la sugestión, la estimulación sensorial y el interés”. El procedimiento de doble ciego, sin embargo, no se generalizó sino hasta bien entrado el siglo XX. |