Augusta Ada Byron, condesa de Lovelace, a los 17 años (Imagen D.P. de la Lovelace-Byron Collection, vía Wikimedia Commons) |
Por entonces, una inquieta joven llamada Augusta Ada, nacida en 1815, se negaba a disfrutar la poco estimulante vida social normal y esperada para las chicas inglesas de la época. A cambio, organizaba con sus amigas, las llamadas “bluestockings” o “medias azules”, reuniones de lectura y discusión de temas científicos, así como visitas a científicos y museos.
Éste era el resultado del empeño de su madre por llevarla al camino de las matemáticas, la música y la ciencia, y de reprimir sus posibles inquietudes literarias. La buena señora, Anna Isabella Milbanke, esperaba que una rigurosa educación en estos terrenos contrarrestara en su hija la posible malhadada herencia de su padre, George Gordon, mejor conocido como Lord Byron, notorio poeta y aventurero. Anna Isabella había estado casada apenas poco más de un año con el irascible poeta, que por entonces bebía en exceso, tenía ataques de ira y era notoriamente infiel, así que se separó legalmente a poco de nacer Ada.
Después de haber pasado tutorías de matemáticas y de haber incluso creado el diseño de una máquina voladora cuando sólo tenía 13 años, la joven asistió, el 15 de junio de 1833, a la demostración de un invento del matemático, catedrático, ingeniero e inventor inglés Charles Babbage, por entonces de 42 años de edad.
Lo que mostraba Babbage era una parte de la calculadora mecánica que había diseñado (aunque nunca construyó en su totalidad), la “máquina diferencial”, heredera de las calculadoras mecánicas de Pascal y Leibniz, que podía hacer operaciones matemáticas tales como elevar al cubo o a la cuarta potencia, y trabajar con polinomios. Todo mundo estaba fascinado, pero, según contó después el matemático Augustus De Morgan, “La señorita Byron, pese a su juventud, entendía su funcionamiento y vio la gran belleza del invento”.
Babbage le habló a la joven de 18 años de un proyecto aún más ambicioso, la “máquina analítica”, un portento imaginario capaz de hacer todo tipo de cálculos utilizando un programa externo codificado en tarjetas perforadas del mismo modo en que los telares de Jacquard usaban tarjetas para cambiar los diseños de las telas que tejían.
Ada Byron quedó prendada de la idea, a la que dedicó cuanto pudo en los años siguientes. La máquina que imaginó Babbage y ayudó a desarrollar la joven matemática podía almacenar datos, y programas, y hacer operaciones repetitivas... todo lo que hoy nos parece lo más normal en nuestros equipos informáticos, accionada por un programa.
Ese mismo año, Babbage dejó de interesarse en fabricar la máquina diferencial y empezó a concentrar todos sus esfuerzos en la analítica, con el apoyo de su “encantadora de los números” a la que ayudó a entrar a estudiar matemáticas avanzadas en la Universidad de Londres, precisamente con De Morgan.
En 1835, Ada se casó con William King, poco después Conde de Lovelace, con lo cual ella se hizo también con el título con el que pasaría a la historia además de tener tres hijos. King apoyaba la labor académica de su esposa y ambos mantuvieron estrecha relación con algunas de las personalidades más estimulantes de la Inglaterra del siglo XIX, como el pionero de la electricidad Michael Faraday y al influyente escritor Charles Dickens.
La culminación del trabajo de Ada con Charles Babbage ocurrió en 1842. Babbage había hecho una gira para presentar la idea de su máquina analítica y a su paso por Italia, Federico Luigi Menabrea, un matemático, ingeniero militar y estadista que eventualmente llegaría a ser primer ministro italiano, escribió un boceto sobre la máquina del inventor británico. Se le pidió a Ada que hiciera la traducción del trabajo de Menabrea, pero añadiéndole sus propias notas sobre la máquina que ella tan bien conocía.
Al final, las notas de Ada, que sólo aparecía como traductora con las siglas AAL, acabaron ocupando un espacio tres veces mayor que el escrito original de Menabrea. Son esas notas las que se convertirían en su gran legado intelectual, pues en ellas la matemática especula, imagina, aclara y desarrolla las ideas de la máquina analítica y va matemáticamente mucho más allá que el artículo original.
Asi, por ejemplo, explica detalladamente la diferencia entre la máquina analítica y las calculadoras conocidas hasta entonces y tiene la intuición extraordinaria de que ese tipo de máquinas, que hoy llamamos computadoras, ordenadores o computadores, no tienen que trabajar sólo con números, sino que pueden hacerlo con cualquier cosa que pueda ser representada matemáticamente, como colores, sonidos, texturas, movimientos, luces, etc. Que es precisamente lo que hacen las máquinas de hoy en día. Explica cómo se podría escribir una secuencia de instrucciones utilizando tarjetas, aprovechando el almacén de datos y las tarjetas de control que permitirían a la máquina hacer diversas operaciones, es decir, cómo se escribe lo que hoy llamamos un programa informático.
Porque para Ada Lovelace, que por este trabajo es considerada la primera persona que hizo programas informáticos, lo esencial es la idea de que el programa era tan importante como la máquina, es decir, que la máquina era una forma de hacer efectivas las ideas incorporadas en el programa, pero que sin éste, era totalmente inerte. Y al mismo tiempo, observó que la máquina no podría hacer nada original, sólo aquello para lo cual sabemos programarla. Y lo demostró en la última nota al artículo de Menabrea, donde escribió un programa con el cual la máquina de Babbage podría calcular tablas de números de Bernoulli, una secuencia de números racionales.
De salud frágil y con problemas económicos que la llevaron a intentar conseguir el mítico “sistema” para ganar dinero apostando, Augusta Ada Byron, condesa de Lovelace, murió el 27 de noviembre de 1852, días antes de cumplir los 37 años.
En su memoria, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos creó el lenguaje de programación “Ada”.
Sobrevaluar y despreciarAda Lovelace dijo en sus notas hablando de la máquina de Babbage: “Al considerar cualquier nuevo tema, hay habitualmente una tendencia, primero, a sobrevaluar lo que hallamos interesante o destacable y, en segundo lugar, por una especie de reacción natural, a infravalorar el verdadero estado del caso, cuando descubrimos efectivamente que nuestras nociones han sobrepasado a aquéllas que eran realmente sostenibles”. |