Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los alimentos transgénicos

La idea de la modificación transgénica de los organismos ha adquirido una connotación negativa alejada de lo que realmente puede significar para nuestra especie, sus ventajas y riesgos.

Arroz común y arroz dorado, adicionado con genes
vegetales para producir betacaroteno, un precursor
de la vitamina A.
(foto CC de International Rice Research Institute,
vía Wikimedia Commons
Todos los organismos están genéticamente modificados. De hecho, nosotros mismos somos organismos genéticamente modificados, ya que la evolución implica la constante modificación genética de las poblaciones para adaptarse al terreno, al clima, al resto del ecosistema e incluso a su sociedad.

En algunos casos, como los animales y plantas domésticos, los seres humanos los hemos modificado lentamente para que se ajusten a nuestras necesidades y deseos: trigo más grande, vacas que den más leche, ovejas más lanudas, perros más pequeños o "bonitos", etc. Nuestra influencia sobre el medio ambiente va más allá de los problemas ecológicos más evidentes, como la desaparición de algunas especies, ya que en el proceso hemos alterado más allá de todo posible reconocimiento otras muchas especies.

El conocimiento de la genética nos ha permitido realizar más aceleradamente este proceso y, sobre todo, conseguir, mediante la "ingeniería genética", la incorporación en un organismo de genes procedentes de otro organismo distinto. Esta incorporación de genes ajenos o exógenos se llama "transferencia horizontal de genes", y ocurre en la naturaleza de modo relativamente infrecuente, no sujeto a control humano y, hasta donde sabemos, sobre todo entre organismos unicelulares. La transferencia horizontal de genes artificial es lo que se conoce como modificación transgénica de un organismo. Así, por ejemplo, se puede tomar un gen humano dedicado a producir insulina e incluirlo, mediante diversos métodos de laboratorio, en el código genético de un organismo unicelular, que ya no sólo producirá las proteínas necesarias para su vida normal, sino que usará parte de su energía en la producción de insulina que puede ser utilizada para el alivio de la diabetes.

Por supuesto, esta posibilidad es tan claramente positiva que difícilmente se le podría criticar. Sin embargo, el procedimiento tiene capacidades que igualmente pueden ser utilizadas de modo cuestionable e, incluso, peligroso.

Por ejemplo, un cultivo genéticamente modificado para resistir mejor las plagas, el maíz "Starlink", contiene una forma de la proteína Bt que se digiere más lentamente que las del maíz que normalmente consumimos, y por tanto podría causar que un pequeño número de personas desarrollara una reacción alérgica. Ya sea debido a la polinización cruzada con cultivos no modificados o por otras causas, hubo maíz con esta proteína Bt modificada que llegó al consumo humano, produciendo una reacción social de alarma quizá desproporcionada, pero no injustificada, que llevó a su retirada del mercado a principios de este siglo.

El riesgo del cruzamiento con organismos no modificados es una legítima preocupación, como lo es el uso de las posibles semillas llamadas "terminator", que producirían semillas estériles, lo que obligaría a los agricultores a adquirir semillas patentadas en cada ciclo agrícola. Evidentemente, en este caso el problema no es genético, sino de prácticas comerciales y de negocios. Pero esta posible aplicación de la tecnología de productos estériles (misma que aún no está disponible comercialmente) tiene su contraparte en el hecho de que ese procedimiento también podría aplicarse para impedir, precisamente, los cruzamientos indeseados con organismos no modificados.

En el debate sobre los organismos transgénicos, la propaganda por parte de los promotores (muchas veces con intereses comerciales) y los opositores (muchas veces con más convicciones que información científica) se está resolviendo en un enfrentamiento de propaganda en el que se busca convencer a la opinión pública para conseguir apoyos sociales y políticos antes que informar para ayudar a la formación de un criterio razonado, con bases sólidas y que considere todas las opciones.

El desarrollo de alimentos adicionados con nutrientes necesarios, organismos que puedan producir de manera económica medicamentos que resultan costosos hoy en día, cultivos resistentes a plagas o que se desarrollen mejor en zonas proclives a las sequías o que se conserven mejor en condiciones ambientales adversas, bacterias con genes capaces de identificar y atacar enfermedades, o la posible curación de afecciones genéticas son posiblidades reales que deben tenerse en cuenta en el debate, tanto como el riesgo que pueden representar los organismos modificados.

Pero la mayor parte del debate parece estarse centrando en los anaqueles de frutas y verduras, con un sector social luchando por impedir que lleguen a ellos alimentos genéticamente modificados por el solo hecho de serlo. El principal riesgo que señalan es que en el proceso de modificación genética para obtener una característica deseada se pueden introducir inadvertidamente otras modificaciones indeseables y nocivas para la salud humana, y esta preocupación merece indudablemente ser atendida mediante regulaciones que exijan pruebas a fondo de los cultivos transgénicos para consumo humano.

Sin embargo, no debe perderse de vista que, desde que se introdujo el primer cultivo transgénico comercial en 1994 (un tomate con resistencia aumentada a la putrefacción), no se ha registrado ni un caso en el que los alimentos transgénicos resultaran claramente nocivos para los consumidores, que existen requisitos muy estrictos para la autorización de cada nuevo cultivo y que en estos años se han realizado cientos de estudios sobre dichos cultivos y su consumo, según los cuales no hay diferencias peligrosas respecto de sus parientes no modificados.

Como ocurre con cualquier conocimiento nuevo, es su aplicación la que debe preocuparnos, su reglamentación y su uso tecnológico, y que el control de los mismos esté en manos principalmente de la sociedad, ya que es imposible volver en el tiempo y olvidar un conocimiento ya adquirido.

El arroz dorado


Un ejemplo de los riesgos del debate mal llevado es el del "arroz dorado", un arroz transgénico creado por Peter Beyer e Ingo Portrykus con dos genes añadidos que le dan un contenido aumentado de provitamina A en la forma de beta caroteno (que le da su color dorado). El objeto de este arroz es ser distribuido gratuitamente en sociedades asiáticas cuya dieta tiene como base el arroz y en las que entre 250.000 y 500.000 niños quedan ciegos cada año, según datos de la OMS, por deficiencia de vitamina A. Desde 1999, cuando se anunció el proyecto, varias organizaciones no gubernamentales importantes han luchado por impedir que llegue a los agricultores y consumidores porque su línea política es oponerse a todos los organismos genéticamente modificados, independientemente de cualquier otra consideración.