Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La sociedad de la ciencia

La revolución científica consiguió sobrevivir y desarrollarse gracias al trabajo de científicos que decidieron que la colaboración y el intercambio eran más fructíferos que el trabajo en solitario.

Portada de la historia de la Royal Society de 1667
de Thomas Sprat. Francis Bacon aparece a la
derecha. (D.P. vía Wikimedia Commons)
La Royal Society es un club exclusivo que ha tenido entre sus miembros a muchos de los más distinguidos científicos. El químico Robert Boyle y el físico Albert Einstein, el codescubridor del ADN James Crick, Charles Darwin y Richard Dawkins, el descubridor de la penicilina Alexander Fleming e Isaac Newton, el descubridor del oxígeno Joseph Priestley y el filósofo y matemático Bertrand Russell son sólo unos cuantos.

Quizá en todo el mundo no haya una sola institución que a lo largo de los siglos haya reunido a tantas mentes brillantes, más de 8.000. Pero quizá también es justo decir que no hay ninguna otra institución que se haya propuesto los fines que dieron origen a esta venerable sociedad y los haya conseguido durante 350 años.

La sociedad comenzó como un “colegio invisible” informal de filósofos naturales (los que hoy llamamos científicos), que a mediados de la década de 1640 empezaron a reunirse para hablar de la nueva filosofía postulada por Francis Bacon, y que buscaba conocer el mundo natural sometiendo toda idea a contrastación mediante una investigación organizada y metódica a través de la observación y la experimentación.

Bacon mismo había muerto en 1626 de una neumonía que, según la leyenda, contrajo al intentar demostrar experimentalmente que el frío conservaba la carne, rellenando de nieve un pollo durante una tormenta.

Esa “nueva filosofía” habría de conformar la revolución científica que abordaron entusiastas muchos estudiosos. Las primeras referencias al colegio invisible o colegio filosófico se encuentran en cartas escritas en 1646 y 1647 por el químico Robert Boyle, que había estado en Florencia en el momento de la muerte de Galileo, cuya influencia le llevó a intentar estudiar el mundo desde una perspectiva matemática y materialista.

Después de una conferencia del astrónomo y arquitecto Christopher Wren, el 28 de noviembre de 1660, 12 de estos científicos decidieron fundar lo que llamaron “un colegio para la promoción del aprendizaje experimental físico-matemático”. Su objetivo era reunirse una vez por semana para ser testigos de experimentos y comentarlos, bajo el lema “Nullius in verba”, que significa “no aceptes la palabra de nadie”, una forma de indicar que la autoridad y las afirmaciones no tienen valor si no están confirmadas por los hechos y los experimentos.

En una época de comunicaciones lentas e ineficientes, estos revolucionarios del conocimiento encontraban en sus reuniones la oportunidad de conocer nuevos libros, nuevos experimentos, nuevas ideas que ampliaran sus propios trabajos. Así, en su cédula real de 1663, obtenida gracias al apoyo del rey Carlos II, la organización adquiere el nombre de “Real Sociedad de Londres para Mejorar el Conocimiento Natural”.

El nombre, sin duda, sonaba bastante modesto. Y sin embargo, en la institución se dio forma a la ciencia moderna. Su enfoque pionero sería retomado, con mayor o menor exactitud y fortuna, por todas las academias de ciencias que vendrían después.

En 1665, la sociedad publicó su primera revista científica, “Philosophical Transactions”, que sigue siendo hoy la publicación periódica científica más antigua del mundo, y en 1723 estableció su secretaría internacional para establecer y desarrollar relaciones con academias de todo el planeta.

Los problemas que ha abordado la Royal Society no han sido únicamente los relacionados con el avance de cada una de las ramas del conocimiento, como los descubrimientos en física o en química, sino que han estado relacionados con la forma misma de ese conocimiento. ¿Qué es la ciencia? ¿Cuáles son los mejores métodos para abordar distintos temas de estudio, desde la materia hasta las sociedades humanas? ¿Era el ser humano materia de la ciencia en cuanto a su comportamiento individual, como lo analiza la psicología, o su comportamiento social desde el punto de vista de la antropología y la sociología? E incluso, ¿qué estilo de redacción es el más adecuado para comunicar la ciencia?, pregunta cuya respuesta ha dado forma al artículo o paper científico común en la actualidad.

La Royal Society se ocupó de estos temas y, en el proceso, fue evolucionando para ir más allá de ser un instrumento para la mayor gloria de la corona británica, o su aval colonial, para hacerse muchas preguntas que los políticos no se atrevían a hacer.

Los tiempos fueron con frecuencia detrás de la respetable organización. En 1900, una mujer propuso por primera vez que la sociedad aceptara en su seno como miembros de pleno derecho a mujeres “debidamente calificadas”, y la primera propuesta seria se hizo en 1902 para que fuera admitida Hertha Ayrton, ingeniera, matemática e inventora. Sin embargo, según la ley, en su calidad de mujer casada no tenía personalidad legal alguna, y la Royal Society no pudo admitirla como miembro, aunque sí la invitó dos años después a presentar un artículo sobre las ondas en la arena y el agua y le concedió su medalla Hughes en 1906, además de invitarla a presentar dos estudios más, en 1908 y en 1911.

No fue sino hasta 1945 cuando la Royal Society enmendó sus reglamentos para poder admitir a las primeras dos mujeres como miembros: la cristalógrafa Kathleen Lonsdale y la bioquímica Marjorie Stephenson. A la fecha, más de 110 mujeres han sido electas miembros o fellows de la Royal Society.

La Royal Society concede varios premios a sus miembros y a otros científicos. La Medalla Copley se entrega desde 1731 a logros notables en el terreno de la investigación. En 1826, el rey Jorge IV estableció la Medalla Real, otorgada a las más importantes aportaciones al avance del conocimiento natural. Concede desde 1901 la medalla Sylvester a grandes logros matemáticos, y desde 1902 la medalla Hughes que celebra los descubrimientos importantes en las ciencias físicas.

En la actualidad, la Royal Society financia más de 1.600 becas al año para británicos o para extranjeros que desean trabajar en Gran Bretaña, promueve el desarrollo de la ciencia en todo el mundo, especialmente en África.

Aunque sólo fuera por eso

En 1683, en una cena de la Royal Society con Edmond Halley (el del cometa) y Robert Hooke, Christopher Wren ofreció 40 chelines a quien explicara por qué la órbita de los planetas es elíptica y no circular. Para averiguarlo, Halley llamó a un matemático malhumorado pero genial, Isaac Newton, quien encontró la respuesta. Pero para ello hubo de crear el cálculo infinitesimal y escribir una de las obras cumbres de la ciencia, “Principia Mathematica”, que describía las leyes del movimiento universal y la mecánica celeste. Años después, Newton sería presidente de la Royal Society.