Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

María Sklodowska Curie: Dar la vida por el conocimiento

Dos premios Nobel, una pasión ardiente por saber y un compromiso llevado a sus últimas consecuencias son las señas de identidad de la mayor científica del siglo XX.

Marie Curie en su laboratorio
(Foto D.P. vía Wikimedia Commons)
Para una chica de fines del siglo XIX no era lo más común decir soñar con ser una investigadora científica. No era común, tampoco, declararse agnóstica en la adolescencia renunciando al catolicismo que era definitorio de su cultura, la polaca, ni que dejara de dormir o comer concentrada en sus estudios, y menos aún que se implicara políticamente en los proyectos revolucionarios estudiantiles contra la Rusia zarista. Parecería, por momentos, que tal retrato correspondería a una feminista innovadora de la segunda mitad del siglo veinte. Pero nada de lo que conformó la vida de María Sklodowska era común desde que nació el 7 de noviembre de 1867 como hija menor de dos profesores de escuela militantes de la educación como motor del cambio, que la impulsaron a romper los moldes, a ser independiente en la ciencia y la política, a cambiarse para cambiar el mundo.

Habiendo sido rechazada en la universidad por ser mujer, a pesar de sus excepcionales resultados académicos, María y su hermana Bronya acordaron apoyarse para sus estudios, tocando primero a Bronya partir a París. María trabajó como institutriz de los hijos del dueño de una plantación de remolacha, ocupándose en su tiempo libre de enseñar a leer a los hijos de los campesinos, aún a riesgo de ser castigada por los ocupantes rusos en caso de ser descubierta. Finalmente, en 1891, pudo ir a París y matricularse en la Sorbona, consiguiendo en sólo tres años sus títulos en matemáticas y ciencias físicas, y conociendo al profesor Pierre Curie, con quien se casó en 1895.

La época en que vivían los Curie era la más emocionante en el mundo de la física. Día a día se iba conformando y modificando una comprensión sobre la composición fundamental de la materia que superaba ampliamente todo lo conseguido en la historia humana anterior: formas de radiación recién descubiertas exigían explicación para ser parte de una visión integral y ordenada de la materia: los rayos X, la radioactividad, los nuevos modelos del átomo, conocimientos originales, elementos antes desconocidos, nuevas dudas y nuevas preguntas electrizaban el ambiente en el que María, ahora Marie, y Pierre Curie emprendieron sus investigaciones. No contaban con laboratorios, financiamiento, ni apoyo moral para estimularlos. Daban clases en abundancia para financiar sus experimentos, desarrollando como requisito previo novedosas técnicas químicas como las que ideó Marie para separar el elemento radio de los minerales radiactivos y tener cantidades suficientes para estudiarlo, caracterizarlo y darle un sitio en la tabla periódica de los elementos introducida apenas en 1869 por Dmitri Mendeleev.

Marie empezó a trabajar en la radioactividad como su proyecto para alcanzar el doctorado en física, y en julio de 1898 los Curie publicaron un artículo dando cuenta del descubrimiento del polonio, el altamente radiactivo elemento 84 de la tabla periódica. En diciembre de ese año publicaban el descubrimiento de otro elemento también radiactivo, el radio, número 88. Cabe notar que, dado que Polonia no existía como país, dividida entre Rusia, Prusia y Austria, la activista política que vivía dentro de Marie Curie pensó que al darle a su descubrimiento el nombre de su tierra, llamaría la atención sobre la falta de independencia que sufrían los polacos. Sería el primer elemento que recibiera nombre por motivos puramente políticos.

Para llegar a estos descubrimientos, Marie había observado que el mineral radiactivo presentaba un comportamiento curioso: de él se extraían el uranio y el torio, dos sustancias radiactivas, pero el material restante, sin esos dos elementos, era más radiactivo que antes, lo que indicaba claramente que contenía otro u otros elementos, aún desconocidos, responsable de esa radiactividad. Sin embargo, los resultados de 1898 necesitaban sustentarse en muestras más abundantes de ambos elementos, y para tenerlas, los Curie tuvieron que procesar toneladas y toneladas de mineral de pechblenda del que extrajeron los elementos que buscaban. Ahora, al menos, tenían el apoyo de algunos empresarios e instituciones científicas para la ingente tarea que, por ejemplo, implicaba procesar una tonelada métrica de mineral como la pechblenda para obtener apenas 100 millonésimas de gramo de polonio. Pero confirmaron sus descubrimientos y Marie Curie alcanzó el doctorado en 1903, como primera mujer en conseguirlo en Francia. Ese mismo año, fue también la primera mujer en obtener el Premio Nobel, cuando la pareja fue nombrada ganadora del premio de física. Gracias a ello, Pierre fue nombrado profesor en la Sorbona y María fue contratada como jefe de laboratorio.

La alegría compartida duró poco, pues en 1906 Pierre murió en un accidente callejero. María pronto se convirtió en la primera mujer profesora de la Sorbona, además de continuar con su trabajo de laboratorio y de fundar el Instituto del Radio en memoria de su esposo. Lo que no consiguió, sin embargo, fue ser la primera mujer admitida como miembro en la Academia Francesa, pues fue rechazada por un voto. Como respuesta, la Academia Sueca le concedió en 1911 el Premio Nobel de Química, convirtiéndola, hasta hoy, en la única persona que ha obtenido dos premios Nobel en dos ramas distintas de la ciencia.

Durante la Primera Guerra Mundial, María Curie usó su influencia para crear una flotilla de 20 estaciones móviles de rayos X y 200 estacionarias, salvando numerosas vidas, apoyada por su hija, la también física Irene Curie, y creó las primeras formas de radioterapia para destruir tejidos enfermos. De vuelta a la paz, continuó promoviendo el Instituto del Radio, obteniendo financiamiento y apoyo para seguir el trabajo científico con su familia. Sin embargo ya no vio cómo se concedía en 1935 el premio Nobel de física a su hija Irene y al marido de ésta, Frédéric Joliot, por el descubrimiento de la radiactividad artificial. Enferma desde 1920 de anemia aplástica, con toda seguridad debida a su continuada exposición a la radiación, falleció en 1934.

La profesora militante

María Curie escribió sobre el grupo de jóvenes de Varsovia que buscaban autoeducarse a pesar de la represión de los ocupantes: "El propósito inmediato era trabajar en la educación de uno mismo y darle los medios para educarse a los trabajadores y los campesinos. De acuerdo con este programa, acordamos entre nosotros dar cursos por las noches, cada uno enseñando lo que mejor conocía. No es necesario decir que ésta era una organización sercreta, lo que lo hacía todo extremadamente difícil."