Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los nombres de los dinosaurios

Los dinosaurios tienen curiosos nombres de aspecto latino y griego. De hecho, todas las especies tienen nombres así, aunque las conozcamos con denominaciones más de andar por casa .

Reconstrucción de un oviraptor en el
Museo del Jurásico de Asturias
(foto © Mauricio-José Schwarz)
Solemos referirnos a la mayoría de los seres vivos a nuestro alrededor con los nombres que nuestra cultura les ha dado. No solemos pensar, salvo excepcionalmente, en que el jamón proviene de un animal llamado Sus scrofa domestica, que nuestros chuletones son de Bos primigenius, los huevos los pone la hembra del Gallus gallus domesticus y la hortaliza anaranjada que supuestamente fascina a los conejos se llama Daucus carota.

Éstos son los nombres que los biólogos dan, claro, al cerdo, la vaca, el pollo y la zanahoria.

La costumbre de dar a los seres vivos nombres que pudieran entender todos los científicos en cualquier lugar del mundo comenzó con la revolución científica, en el siglo XVI. Dado que el latín era el idioma de la academia y la “lingua franca” o idioma común de los estudiosos, era lógico que se eligiera este idioma para nombrar a los organismos, con el añadido de raíces griegas, describiendo las características más sobresalientes de los distintos organismos.

Sin embargo, en los siguientes 200 años los nombres descriptivos de muchas palabras (polinomiales) llegaron a ser complicadísimos, largos y tremendamente precisos, lo que complicaba la comunicación que se suponía que debían facilitar. Cuando para decir “tomate” en nomenclatura científica había que decir Solanum caule inermi herbaceo, foliis pinnatis incisis, el asunto empezaba a ser un problema que urgía solucionar.

La solución la dio Carl Linnaeus, médico y botánico sueco que se dedicó a describir y organizar a todos los seres vivos que conocía. Además de crear un sistema de clasificación de las plantas según el número de sus órganos sexuales (estambres y pistilos) que en su momento fue un escándalo para la moral de la época, en 1753 publicó un libro sobre plantas donde propuso un sistema de nombres más sencillo, compuesto sólo por el genus (o género) de la planta y su especie. Aunque su idea era que estos nombres sirvieran de atajo mnemotécnico para recordar los polinomiales, el sistema de dos palabras pronto se convirtió en la forma aceptada de denominar a los seres vivos, desde una humilde bacteria como Eschirichia coli hasta la gran ballena azul o Balaenoptera musculus.

Pero el “nombre científico” es, en general, asunto de científicos, salvo en un caso peculiar, el de los animales que dominaron el mundo en los períodos cretácico y jurásico, dinosaurios y otros reptiles y anfibios. Incluso los nombres comunes o populares que hemos dado a los más conocidos de estos animales proceden de su nombre científico, como el tiranosaurio Tyrannosaurus rex o los velociraptores, que son animales del genus Velociraptor con especies como la mongolensis o la osmolskae.

¿De dónde salen los nombres?

Los nombres de los reptiles del pasado, como los de todas las especies, están formados por dos palabras, su genus y su especie. Pero el nombre es, al menos en parte, resultado del trabajo de clasificación taxonómica, el intento de los estudiosos por agrupar a los seres vivos según su cercanía filogenética. Así, cada especie se clasifica según el dominio, reino, filo, clase, orden, familia, género y especie y, en algunos casos, subespecie. Pero la clasificación taxonómica no es algo rígido. Continuamente, los nuevos descubrimientos van haciendo que se reconsideren las relaciones entre especies conocidas, y los debates son incesantes.

La forma de nombrar a los seres vivos es resultado de un consenso científico que se estableció desde 1889 y se ha actualizado hasta el año 2000. Los nombres pueden provenir de otros idiomas, destacando alguna característica física del animal, el lugar donde se encontró, los nombres de los descubridores (o incluso de algún mecenas al que se desee halagar) pero siempre se latinizan o se utilizan raíces griegas o latinas para formarlos. Velociraptor, por ejemplo, significa “ladrón veloz”, mientras que triceratops significa “con tres cuernos”.

Un caso bien conocido de un nombre equivocado es el del oviraptor o “ladrón de huevos”, un dinosaurio que se encontró junto a un nido de huevos y los descubridores presupusieron que actuaba como depredador robándolos. El avance tecnológico, sin embargo, demostró que los huevos en cuestión eran... de oviraptor. En lugar de estar robando huevos, estaba cuidando de su puesta en su nido. Pero el nombre se quedó. Cría fama...

Algunas personas recordarán a los brontosaurios y se preguntarán por qué ya no se habla de estos gigantes herbívoros de largo cuello que suponemos vivían en zonas lacustres. Antes que el brontosaurio se había descubierto otros animales a los que se llamó apatosaurus o “reptiles engañosos” porque algunos de sus huesos se parecían a los de otra especie. Con el tiempo, los paleontólogos determinaron que el apatosaurio y el brontosaurio eran el mismo genus, y como una de sus reglas más inflexibles es que el primer nombre prevalece sobre los que se pudieran poner a descubrimientos posteriores (lo cual también explica que el oviraptor siga manteniendo su nombre de mala reputación), se retiró el nombre “brontosaurio”.

Quien tiene derecho a ponerle nombre a un dinosaurio es quien lo descubre o quien lo identifica como especie o genus independiente, en la mayoría de los casos. Esto puede producir resultados singulares, como el Laellynosaura, llamado así por la pequeña hija del matrimonio de paleontólogos que descubrió al animal en Australia. El genus Kakuru, por su parte, se identificó a partir de una tibia que, en el proceso de fosilización, se convirtió en ópalo, por lo que recibió su nombre de la palabra para “arcoiris” de los aborígenes australianos, precisamente “kakuru”.

En otras ocasiones, los científicos que tienen la última palabra, miembros de la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica, que son parte de la Unión Internacional de Ciencias Biológicas permiten algunas curiosidades. En 2004, en Indianapolis, se invitó a un grupo de niños a darle nombre a un nuevo dinosaurio.

¿El resultado? Un dinosaurio llamado oficialmente Dracorex hogwartsia, el dragón rey de Hogwarts. Sí, la escuela de magia ficticia de Harry Potter.

La palabra dinosaurio

En 1842, el paleontólogo británico Richard Owen creó el nombre de “dinosaurio” para el grupo (el hablaba de una tribu o suborden) de reptiles fósiles de gran tamaño que eran claramente diferentes de los reptiles actuales. La palabra “dinosaurio” está formada por dos raíces griegas: deinós, que significa terrible, potente o enorme, y sauros, que significa “reptil”. Owen fue también quien realizó las primeras reconstrucciones, imprecisas y fantasiosas, de dinosaurios a partir de sus fósiles.