Un libro de 1938 ya resumía la composición química del cuerpo humano y fijaba el precio de todos los elementos intervinientes en 90 céntimos de dólar de la época. |
Esta actitud ha sido objeto de atención de los psicólogos, que han definido como “quimiofobia” al sentimiento irracional de rechazo o temor a la química y las sustancias químicas, tendiendo a considerarlas como venenosas.
La publicidad aprovecha para ofrecer productos como “naturales”, que “no tienen químicos” y sugiriendo que, por tanto, son mejores que su competencia.
E incluso hay la idea de que una misma sustancia química de origen “natural” es mejor que la misma sustancia química sintetizada en una fábrica o en un laboratorio, como si nuestro cuerpo pudiera identificar si una molécula de, por ejemplo, niacina (vitamina B3) proviene de una planta o no, algo que sería una verdadera hazaña.
¿Hay alguna base para pensar así?
El universo está formado por materia y energía, que son manifestaciones intercambiables de un mismo fenómeno, y la materia, esta formada de partículas que se unen en los átomos de los elementos.
Todos los elementos están organizados en la tabla periódica de los elementos. 94 pueden encontrarse en la naturaleza, algunos en mínimas cantidades, y hemos producido más de 20 sintéticos, todos ellos radiactivos, inestables y generalmente en pequeñísimas cantidades.
Así, nuestra realidad está hecha, toda, básicamente de 90 elementos químicos, que se unen según reglas que hemos descubierto en los últimos 350 años para formar compuestos químicos. Y los compuestos químicos se unen o ensamblan a su vez formando moléculas complejas.
Así, la madera, los bebés, el sol, los diamantes, las abejas y los ordenadores son todos mezclas de sustancias químicas. Lo que ahora el lenguaje popular llama “químicos” imitando al idioma inglés. Usted mismo, como seguramente sabe, está hecho principalmente de agua, la sustancia química fundamental para la vida. Pero el agua está formada por hidrógeno y oxígeno, así que podemos decir que el cuerpo humano es principalmente oxígeno.
El 65% de la masa de nuestro cuerpo es oxígeno, de hecho. 18% es carbono, 10% es hidrógeno, 3% es nitrógeno, 1,5% es calcio, 1,2% fósforo, 0,35% potasio, 0,2 azufre, 0,2% cloro, 0,2% sodio, 0,1 magnesio, 0,05% hierro y cantidades muy, muy pequeñas pero muy importantes de otros elementos como cobato, cobre, zinc, yodo, selenio y flúor.
Así que es imposible que exista ningún objeto, alimento, limpiador, cosmético o producto alguno “sin químicos” porque... ¿de qué estaría hecho, entonces?
El conocimiento de la química nos ha permitido no sólo entender las sustancias que están a nuestro alrededor, sino también reproducirlas o incluso crear nuevas sustancias. Esto no es un fenómeno nuevo. El beneficio y transformación de los metales, el curtido de pieles y la elaboración de vino y cerveza ya implicaban importantes transformaciones químicas. Pero a partir de la revolución científica, las posibilidades se multiplicaron.
Como era de esperarse, el hombre ha usado de modo incorrecto algunas sustancias de origen natural, no sabiendo que eran dañinas. La gota, afección prevaleciente en las articulaciones de los ricos romanos, era producida por el altísimo consumo de plomo, un metal que hoy sabemos que es venenoso, y que se usaba igual para fabricar las cañerías de agua (debido a su gran ductilidad) que en forma de azúcar de plomo para endulzar el vino.
Lo mismo ha ocurrido con otras sustancias sintéticas desarrolladas en los últimos 200 años. Aunque gracias a un conocimiento cada vez más amplio de los procesos químicos en el interior de nuestro organismo, y a los procedimientos de prueba de las sustancias que llegan al consumidor, los riesgos de efectos desconocidos de diversas sustancias naturales o no son cada vez menores.
Porque, pese a la propaganda quimiofóbica, lo que debe preocuparnos es el efecto de cada sustancia y la cantidad que podemos –o debemos, incluso– consumir de cada una.
No todo lo natural es bueno y no todo lo sintético es malo, como parecen creer algunas personas. De hecho, las tres sustancias más venenosas que conocemos, es decir, as que pueden matarnos con las dosis más pequeñas, son de origen natural. La bacteria del botulismo es mortal debido a que produce la toxina botulínica, una potente mezcla de siete neurotoxinas que pueden provocar la parálisis y la muerte. La bacteria del tétanos provoca la rigidez de los músculos y la muerte con la toxina tetánica, y es la segunda sustancia más venenosa. La tercera es la toxina que produce la bacteria que causa la difteria, y que nos puede matar provocando la destrucción del tejido del hígado y del corazón.
La química en muchas ocasiones ha producido sustancias sintéticas basadas en otras naturales. Un ejemplo bien conocido es el ácido acetilsalicílico, mejor conocido como aspirina. Era ya conocido por los sumerios hace 4.000 años que la corteza del sauce y el mirto tenían alguna sustancia capaz de aliviar los dolores. Esta sustancia es la salicina, que el cuerpo metaboliza convirtiéndola en ácido salicílico. A mediados del siglo XIX ya se podía obtener ácido salicílico como analgésico. Pero tenía un grave problema pese a su eficacia: era tremendamente agresivo para el estómago. En 1897, el químico Félix Hoffman alteró esta sustancia agregándole un radical llamado acetilo, desarrollando el ácido acetilsalicílico, un medicamento enormemente útil y que gracias a esta alteración prácticamente no tiene efectos secundarios.
Como ocurre con la utilización de todas las tecnologías que conocemos, desde el cuchillo, que puede hacer mucho daño o salvarnos en forma de escalpelo y en la mano de un cirujano hábil, lo más conveniente es pensar en las sustancias químicas en términos de sus ventajas y riesgos, para utilizarlas como mejor nos convenga de modo demostrable.
Todo es venenoAbsolutamente todas las sustancias químicas son venenosas en función de la cantidad que consumamos y de las condiciones de nuestro cuerpo. “La dosis hace el veneno” observó agudamente Paracelso, sabio renacentista que fundó la toxicología. Incluso el agua o el oxígeno en exceso pueden matarnos o causarnos graves daños. Todo lo que en cantidades correctas puede resultarnos benéfico, alimenticio, curativo o, cuando menos, inocuo, en dosis elevadas puede causarnos problemas. |