Hoy, cuando gran cantidad de interacciones se realizan mediante la palabra escrita a través de las redes sociales o la mensajería instantánea de textos, suele decirse que la comunicación es incompleta, hay malentendidos cuando una frase se interpreta con tal o cual entonación, falta una serie de elementos que modifican, incluso invierten, el sentido que se pretende dar a una oración. Nos quejamos de que la ironía en las redes sociales falla con frecuencia e incluso hemos desarrollado emoticonos para darle entonación a nuestras palabras.
Estas quejas nos revelan claramente que, pese a su enorme valor, el lenguaje verbal es apenas una parte de la comunicación que establecemos entre nosotros. Una comunicación que es esencial sobre todo porque somos primero que nada un animal gregario, social, y el funcionamiento de nuestras comunidades depende en gran medida de que nos entendamos unos a otros claramente.
A la comunicación que no depende de las palabras la llamamos “comunicación no verbal”. Fue Charles Darwin, en su libro “La expresión de las emociones en los animales y en el hombre”, quien por primera vez intentó estudiar científicamente aspectos de la comunicación no verbal como las expresiones faciales y la gestualidad. Para Darwin, al menos algunas expresiones eran universales y determinadas genéticamente.
Las tendencias antropológicas de la primera mitad del siglo XX, por su parte, afirmaban que todo el lenguaje no verbal, incluidas las expresiones faciales, dependían de la cultura. Fue necesario que aparecieran científicos como los fundadores de la etología (la ciencia que estudia el comportamiento genéticamente determinado) para confirmar que, efectivamente, hay un repertorio fundamental de expresiones que son comunes a todos los seres humanos, a todas las culturas, y que por tanto es razonable suponer que son parte de nuestra dotación genética. A fines de la década de 1950, el psicólogo Paul Ekman identificó seis emociones básicas que se corresponden a expresiones faciales universales y que comunican, sin decirlo, cuándo estamos enfadados, alegres, tristes, temerosos, sorprendidos o asqueados.
Sabemos que las diversas culturas establecen límites a la expresión de ciertas emociones bajo determinadas condiciones, pero sabemos también que todos los seres humanos entendemos claramente que una sonrisa es una expresión amistosa. En ninguna cultura significa otra cosa.
Las expresiones faciales son parte de una de las cuatro grandes categorías de la comunicación no verbal: el lenguaje corporal. En esta categoría se incluye también la gestualidad que acompaña a nuestro lenguaje, la postura del cuerpo, o el contacto visual. Todos podemos reconocer una “actitud” amenazante o conciliadora, reveladas en la postura que asume una persona, e incluso tenemos expresiones verbales para ellas, como “bajar la cabeza”, “ser muy echado palante” o “mirar a la gente desde arriba”.
Otra categoría, a la que hacíamo alusión en el primer párrafo, son todos los modificadores auditivos de nuestro lenguaje verbal, lo que los psicólogos sociales llaman “paralenguaje”: la entonación, la inflexión, el énfasis, la velocidad del habla, las pausas, el volumen, la risa y otros sonidos cambian, modulan o alteran las palabras a las que acompañan y son precisamente lo que más echamos en falta en la comunicación textual de las redes sociales.
La tercera categoría del lenguaje no verbal es el espacio interpersonal, cuyo estudio se llama “proxémica” y se refiere a cómo nuestra proximidad física con otras personas expresa nuestra relación con ellos. Así, por ejemplo, cuando conversamos con un amigo lo hacemos a una distancia que encontraríamos incómoda si se tratara de un extraño. De hecho, cuando las circunstancias nos obligan a tener una cercanía excesiva con desconocidos, como ocurre en un autobús repleto o en un ascensor, establecemos una “distancia social” al evitar que nuestras miradas se encuentren, con frecuencia fijando la vista en puntos poco conflictivos como los números de piso que se van sucediendo o los anuncios en los medios de transporte, lo que le da material de trabajo abundante a comediantes y publicistas. Este manejo de la cercanía física como expresión de nuestras emociones o actitudes se da no sólo a nivel individual, sino de grupos. Cuando varios amigos se reúnen en un corro lo hacen a distancias mucho menores que cuando se trata de desconocidos.
La cuarta y última categoría de la comunicación no verbal está conformada por nuestros efectos personales: ropa, accesorios, maquillaje, peinado, joyería y otros elementos que también utilizamos continuamente para decir quiénes somos, cómo nos percibimos a nosotros mismos, cómo queremos ser vistos y valorados. Quien utiliza el cabello corto y un traje oscuro está enviando un mensaje muy distinto de quien usa el pelo largo, vaqueros y una cazadora informal, y al menos en una primera instancia nos llevan a hacer juicios sobre ellos basados en la primera impresión.
Por supuesto, los distintos elementos del lenguaje no verbal no funcionan de modo independiente, sino que están bombardeándonos de modo continuo y simultáneo (o, al revés, con ellos bombardeamos nosotros a los demás continuamente). Una entonación displicente, un gesto de asco, una gran distancia física y una ropa atildada dan un mensaje totalmente distinto de una entonación amable, una sonrisa, un intento de cercanía y ropa informal pero cuidada. Todo ello a veces puede ser mucho más poderoso que las palabras que se están diciendo y nos comunica con los demás mucho más ampliamente de lo que parece a primera vista.
Los excesosAlgunas personas suelen presentar el lenguaje no verbal como una ciencia exacta que se puede utilizar para lograr resultados asombrosos en quienes nos rodean, influir en ellos y controlarlos, o al menos de “saber lo que realmente piensan y sienten” descodificando sus gestos y posturas. Aunque cada vez sabemos más acerca de esta forma de comunicación fundamental, aún no estamos ni siquiera cerca de poder lograr esas fantásticas afirmaciones que solemos hallar en el mundo de la “autoayuda” y otras expresiones del new age. |