El descubrimiento de Pasteur que identificó a los microbios como causantes de numerosas enfermedades y fundó la medicina científica, ha tenido tal trascendencia para la salud humana, que con gran frecuencia la palabra misma "microbio" ha adquirido connotaciones negativas, como si todas las formas de vida microscópicas o unicelulares fueran, por definición, nocivas para la salud y la vida humanas. La enorme variedad de afecciones provocadas por bacterias y virus, así como el hecho de que precisamente estas afecciones son las que se transmiten por contagio (a diferencia, digamos, de los desarreglos fisiológicos como la diabetes o los problemas congénitos como el paladar hendido) explican esto con facilidad, pero ciertamente tal percepción deja fuera gran parte de la historia.
Es imposible aislarnos de las formas de vida con las que convivimos, tanto los microbios como otros muchos seres (incluidos los ácaros que, por millones, viven en nuestros sofás, en nuestros colchones, en nuestras moquetas y en nuestras almohadas) a menos que viviéramos como el famoso "niño de la burbuja", cuya total falta de defensas lo obligó a vivir en un aislamiento total hasta su muerte debida, precisamente, a una infección vírica inesperada en la médula ósea que se le había trasplantado de su hermana esperando así ayudar a que desarrollara el sistema inmunológico del que carecía.
El sistema inmunológico de los seres humanos es, precisamente, el que nos permite vivir en un mundo infestado por terribles microbios. Un experimento sencillo con una caja de Petri esterilizada, que abramos durante unos minutos en nuestra casa, nos mostrará en pocos días un panorama aterrador: el crecimiento de numerosas variedades de microorganismos, algunos causantes de graves enfermedades que, sin embargo, no sufrimos porque nuestro cuerpo puede manejarlos en las pequeñas cantidades en las que están presentes a nuestro alrededor. Pero allí están, siempre. De hecho, tenemos más bacterias viviendo dentro de nosotros que células en nuestro propio cuerpo. Nuestro aparato digestivo, especialmente los intestinos y muy particularmente el intestino grueso o colon, alberga a cientos de billones de bacterias pertenecientes a entre 300 y mil especies distintas. Estas bacterias se benefician de nuestros alimentos, ciertamente, pero al mismo tiempo nos ayudan a aprovecharlos mejor (por ejemplo, descomponiendo alimentos que no podemos digerir de otro modo. como algunos polisacáridos o azúcares complejas, y ayudándonos a absorberlos), a estimular el crecimiento celular, a impedir el crecimiento de bacterias que sí son dañinas, a enseñar a nuestro sistema inmunológico a responder sólo a los gérmenes patógenos, a evitar algunas alergias y a defendernos de algunas enfermedades.
Esas bacterias intestinales, o flora intestinal, no son parásitos ni comensales, sino que mantienen una relación mutualista con cada uno de nosotros. Son "buenos microbios" que viven y se multiplican en nuestro interior, y han recibido el nombre de "organismos probióticos" o microbios buenos. La palabra "probióticos" fue definida por la OMS en 2001 como "microorganismos vivos que, al ser administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio de salud al anfitrión". Es decir, no se limita a las bacterias que ayudan a nuestra flora intestinal, en especial las pertenecientes a la familia de los lactobacilos, muy presentes hoy en la publicidad. En un informe de junio de 2006, la Sociedad Estadounidense de Microbiología publicó un informe en el que considera a los microbios probióticos como una de las mayores promesas de la medicina para llevar a cabo la curación más eficaz o más rápida de numerosas afecciones.
El informe, que lleva el título Microbios probióticos, las bases científicas señala: "Teóricamente, se podrían usar microorganismos benéficos para tratar una gama de afecciones clínicas que se han vinculado a los patógenos, entre ellas problemas gastrointestinales como el síndrome de intestino irritable y las enfermedades intestinales inflamatorias (por ejemplo, la colitis ulcerante y la enfermedad de Crohn), enfermedades orales como la caries y la enfermedad periodontal, y varias otras infecciones, incluidas las vaginales y, posiblemente, las de la piel. Los probióticos también podrían utilizarse para evitar enfermedades o combatir desórdenes autoinmunes".
Aunque algunas de estas posibilidades apenas están siendo estudiadas actualmente en laboratorios de distintos países, el salto que podrían representar para la medicina, especialmente conforme el mal uso de los antibióticos presenta dificultades crecientes para el control de algunas afecciones debido a que los gérmenes que las causan se han vuelto inmunes a cada vez más productos farmacéuticos. Igualmente, en veterinaria podrían reducir la cantidad de medicamentos que se administra a los animales cuyos productos o carne consumimos los seres humanos.
La investigación que se desarrolla hoy en día se basa en ejemplos ya probados, como el uso de bacterias y levaduras para reducir episodios de diarrea producida tanto por el rotavirus como por algunas otras bacterias, lo cual se confirmó apenas en 2005. En ese mismo año, una serie de estudios clínicos validó la idea de que algunas variedades de lactobacilos resultaban efectivos en el tratamiento de infecciones del tracto urinario y vaginales.
Algunos usos potenciales de los microbios benéficos están, por ejemplo, en el uso de bacterias probióticas para desplazar a variedades de bacterias patógenas resistentes a los antibióticos, en el control de las capacidades de degradación de nutrientes de la flora intestinal para conseguir una mejor absorción de los nutrientes adecuados sin provocar aumentos de peso no deseados, la degradación o digestión de sustancias químicas potencialmente dañinas (como los venenos a los que pueden estar expuestos crónicamente algunos obreros), entre otros.
Así, compitiendo (con ventaja) contra los microbios patógenos, los probióticos pueden convertirse en una de las grandes armas de la salud en un futuro no muy lejano.
El miedo al microbioIdentificar a todos los microbios incorrectamente como nocivos puede generar una gran angustia en algunas personas, cuyo caso extremo es la llamada "microbiofobia" o "bacilofobia", un temor irracional a los microbios y a las infecciones. Dos ejemplos famosos de esta afección son el cineasta, aviador y millonario Howard Hughes, quien vivió sus últimos años atenazado por el miedo a los gérmenes patógenos y, aparentemente, el antiguo rey de la música pop, Michael Jackson. |