Emil von Behring, creador de la antitoxina de la difteria. (Imagen D.P. vía Wikimedia Commons) |
Hoy es necesario explicar qué es la difteria para poder hablar de esta enfermedad, que a fines del siglo XIX era temida pues se cobraba miles de vidas de niños todos los años, y en algunos casos provocaba epidemias como las muchas que azotaron a España, especialmente en 1613, “El año del garrotillo”.
“Garrotillo” significa “sofocación” y se daba este nombre a la difteria porque bloqueaba la respiración de sus víctimas debido a la aparición de un recubrimiento o pseudomembrana de color grisáceo en las mucosas del tracto respiratorio como resultado de la infección por parte de una bacteria, la Corynebacterium diphtheriae.
La pseudomembrana de la difteria está formada por subproductos causados por la propia bacteria por medio de una potente toxina que puede entrar al cuerpo y afectar gravemente a diversos órganos, incluidos los músculos, , el hígado, los riñones y el corazón.
Hipócrates describió la enfermedad por primera vez, hasta donde sabemos, en el siglo V aEC. Desde entonces, se intentó sin éxito combatir la enfermedad. Sus pacientes, sobre todo niños, recorrían el curso de la enfermedad y aproximadamente un 20% de los menores de 5 años y el 10% de los demás, niños y adultos, morían, mientras que otros quedaban afectados de por vida ante la impotencia de todos a su alrededor.
El primer paso para vencer a la difteria, que recibió su nombre definitivo apenas en 1826 a manos de Pierre Bretonneau, lo dio el suizo alemán Edwin Klebs en 1883, quien identificó a la bacteria causante de la enfermedad. Sólo un año después, el alemán Friedrich Loeffler aplicó los postulados que había desarrollado con Robert Koch para demostrar que efectivamente esa bacteria era la causante de la difteria.
Mientras se hacían estos estudios, otros médicos buscaban aliviar los síntomas que provocaban la muerte de sus pacientes, principalmente la asfixia provocada por el bloqueo de las vías respiratorias debido a la pseudomembrana. Para combatirla, se hizo primero común la práctica de la traqueotomía (cortar la tráquea para que el aire pase directamente hacia ella y a los pulmones) y en 1885 se empezó a difundir la técnica de la intubación para mantener abiertas las vías respiratorias. Su creador, el estadonidense Joseph P. O’Dwyer moriría, por cierto, de lesiones cardiacas provocadas por la difteria de la que se contagió en el tratamiento de sus jóvenes pacientes.
Los franceses Émile Roux, que durante mucho tiempo había sido la mano derecha de Louis Pasteur, y Alexandre Yersin trabajaron sobre esta base y demostraron que la bacteria no entraba al torrente sanguíneo, pero sí lo hacía la toxina que producía y que, aún sin la presencia de la bacteria, la sustancia bastaba para causar difteria en animales experimentales. Esto abrió el camino para que el japonés Shibasaburo Kitasato y el alemán Emil von Behring diseñaran un sistema para tratar la toxina de modo tal que provocara la inmunidad en animales. El suero sanguíneo de esos animales, que contenía la antitoxina de la difteria, podía entonces utilizarse para curar esa enfermedad en otro animal. Émile Roux, que confirmó los experimentos de los anteriores, fue el primero que aplicó la antitoxina a grandes cantidades de pacientes, tratando a 300 niños franceses en 1894.
La difteria era curable. O al menos controlable. La antitoxina no revierte los daños ya causados, pero sí impide que la toxina siga haciendo estragos, de modo que un tratamiento temprano era mucho mejor que uno tardío. El procedimiento de creación de antitoxinas se utilizaría pronto para tratar otras enfermedades mortales provocadas por bacterias, como la fiebre tifoidea, el cólera y la septicemia.
Liberar a la humanidad del dolor y desesperación causados por la difteria dio a sus vencedores el primer Premio Nobel de Medicina o Fisiología, otorgado en 1901, en la persona de Emil Adolf Von Behring aunque, para muchos, debió haberlo recibido de modo compartido al menos con Yersin y Roux.
Una vacuna que impidiera que se contrajera la enfermedad era el siguiente paso. Pero las vacunas para las afecciones provocadas por bacterias no son iguales que las que se utilizan para las enfermedades virales, donde una proteína del virus, una parte de mismo o todo el virus debilitado o muerto se inoculan para que el sistema inmune “aprenda” a producir defensas que utilizaría en caso de verse sometido a una infección. En el caso de las bacterias, las vacunas se hacen con frecuencia utilizando “toxoides”, que son formas o versiones modificadas de la toxina causante del trastorno.
La vacuna contra la difteria sólo se pudo hacer realidad tiempo después, gracias a que el británico Alexander Thomas Glenny descubrió que podía aumentar la eficacia del toxoide diftérico tratándolo con sales metálicas que aumentaban tanto su efectividad como la duración de la inmunidad que podía impartir. Estas sales se llaman coadyuvantes, y por desgracia hoy son satanizadas por la ignorancia de quienes se oponen a las vacunas afirmando, sin prueba alguna, que causan efectos graves, suficientes como para preferir el riesgo de que un niño muera de alguna enfermedad prevenible.
Desde la introducción de la vacuna contra la difteria, los casos cayeron dramáticamente. Así, entre 2004 y 2008 no hubo casos de difteria en Estados Unidos, y los niños españoles estuvieron libres de ella durante casi 30 años, hasta que en 2015 se produjo un caso desgraciadamente mortal.
La vacuna contra la difteria, se suele aplicar en una vacuna triple con el toxoide tetánico y la vacuna contra la tosferina, dos afecciones tan aterradoras como la difteria. La vacuna se conoce como Tdap o Dtap y se aplica en 4 o 5 dosis a los 2, 4, 6 y 15 meses de edad para garantizar una protección fiable.
Postulados de KochUn paso fundamental en el desarrollo de la teoría de los gérmenes patógenos que dio origen a la medicina científica fueron los cuatro pasos identificados por Robert Koch y Friedrich Loeffler para identificar al microbio responsable de una afección:
El paso 3 tiene como excepción la de los individuos que pueden estar infectados con un patógeno pero no enfermar, los llamados portadores asintomáticos. |