La vida eterna, la
eterna juventud, son inquietudes filosóficas que, cada vez más, son tema de la
ciencia y la medicina, y no sólo especulaciones.
Los seres unicelulares pueden inmortales. Al reproducirse
por subdivisión, todos los seres unicelulares han vivido en cierto modo durante
millones de años. Una célula individual, una bacteria o un protozoario, pueden
morir individualmente, pero, con la misma certeza, existen gemelos suyos que
siguen viviendo, renovándose a sí mismos cada vez que se subdividen.
Pero los organismos más complejos o sufrimos la llamada
senescencia o envejecimiento biológico, mediante el cual experimentamos una
serie de cambios que aumentan nuestra vulnerabilidad y que conduce a nuestras muertes.
El envejecimiento es uno de los grandes misterios de la
biología y una de las principales preocupaciones humanas, pues prolongar su
vida, de ser posible indefinidamente y con buena calidad, ha sido una
aspiración que ha llevado por igual a la búsqueda de Ponce de León, que al
pacto diabólico de Fausto o al sueño de la piedra filosofal.
La medicina, al conseguir aumentar la duración de la vida
humana en condiciones de calidad, de modo que, diríamos, “merece ser vivida”, y
al vencer o postergar eficazmente muchas causas de muerte, necesita una mejor
comprensión de los procesos del envejecimiento para poder atacarlos e,
idealmente, impedirlos, retardarlos o revertirlos. Y algunas afecciones humanas
nos sirven para entender qué pasa cuando envejecemos.
Fue en 1886 cuando el médico y cirujano británico jonathan
Hutchinson, quien describió una gran cantidad de enfermedades y afecciones,
describió por primera vez una condición conocida hoy como enfermedad de
Hutchinson-Gilford, pues Hastings Gilford la describió también
independientemente 11 años después.
Esencialmente, se trata de una enfermedad en la cual los
niños envejecen prematuramente, desarrollando al pasar la infancia una serie de
síntomas como crecimiento limitado, falta de cabello, un aspecto singular con
rostros y mandíbulas pequeños en relación con el cráneo, cuerpos pequeños de
gran fragilidad, arrugas, ateroesclerosos y problemas cardiovasculares que llevan a que estos niños mueran de vejez
o de complicaciones relacionadas con ella a edad muy temprana, generalmente
alrededor de los 13 años aunque hay casos excepcionales de supervivencia hasta
cumplir más de 20 años. Desde la descripción de Hutchinson, se ha detectado
únicamente un centenar de casos, de los cuales hay actualmente entre 35 y 45 en
todo el mundo.
Esta afección es más conocida como “progeria”, y se ha
dado a conocer en los últimos años mediante una serie de documentales donde los
propios niños afectados de progeria han dado cuenta de susa alegrías y
sufrimientos, en muchos casos cautivando a la opinón pública de sus países. La
progeria es causada por una mutación que ocurre en la posición 1824 del gen
conocido como LMNA. En el sencillo idioma de cuatro letras de nuestra herencia
biológica, AGCT (adenina, guanina, citosina y timina), esta mutación provoca
que una molécula de citosina (C) se vea sustituida por una de timina (T), lo
que basta para causar esta cruel enfermedad.
Pero la progeria no es la única forma de envejecimiento
prematuro que conocemos. Al menos otra enfermedad, la disqueratosis congénita,
provoca síntomas similares entre las pocas víctimas que conocemos. En este
caso, la afección parece ser producto también de una mutación, así como de
alteraciones en los telómeros, series repetitivas de ADN que están en los
extremos de los cromosomas y que funcionan, en palabras de una investigadora,
como las puntas rígidas de las cintas de los zapatos, que impiden que se
destejan. El desgaste de los telómeros al paso del tiempo se considera una de
las varias causas del envejecimiento.
En el otro extremo del espectro se encontraría un caso que
se dio a conocer al mundo mediante la revista científica “Mecanismos del
envejecimiento y el desarrollo”, donde el doctor Richard Walker, del Colegio de
Medicina de la Universidad de Florida del Sur, presentó a Brooke Greenberg, una
chica que a los 16 años de edad sigue teniendo las características físicas y
mentales de un bebé, con una edad mental de alrededor de un año, una estructura
ósea similar a la de un niño de 10 años, y conserva sus dientes de leche.
La pregunta pertinente es por qué no envejece esta niña,
que por otro lado parece un bebé feliz, que se comunica sonriendo, protestando
y en general comportándose de una forma que consideraríamos normal en un niño
que aún no ha aprendido a hablar. En su infancia, los médicos le administraron
hormona del crecimiento, sin saber que estaban ante un caso único en la
historia de la medicina, pero este tratamiento, habitualmente efectivo, no dio
resultado alguno.
Los especialistas del equipo del Dr. Walker esperan poder
identificar el gen, o el grupo de genes, que hacen a Brooke diferente de todos
nosotros. Es una oportunidad única, dice Walker, de “responder a la pregunta de
por qué somos mortales”.
Los datos que nos ofrezcan niños como los pacientes de
progeria y Brooke Greenberg podrían, efectivamente, darnos la clave (o las
claves) de cómo y por qué envejecemos, y qué podemos hacer para evitarlo.
La ciencia ficción ha abordado el problema del
envejecimiento. Robert Heinlein creó al personaje “Lazarus Long” (Lázaro Largo)
como resultado inesperado y súbito de un programa de selección artificial a
largo plazo en el cual un grupo de familias emprende un proyecto para
reproducir sólo a los más longevos de sus miembros.
Esto permitió a Heinlein, principalmente en su obra
maestra Tiempo para amar, una de las
que llevaron como protagonista a Lazarus Long, plantear qué podría significar
“vivir para siempre”. Podríamos vivir muchas vidas, tener muchas familias,
saborear muchos placeres y acumular enormes cantidades de conocimientos y
experiencias... pero quizás, como Lazarus Long, después de uno o dos mil años
de recorrer el mundo o, idealmente, el universo, vida ya no tendrá nada nuevo
qué ofrecernos, y optemos por darle fin.
Tal vez no es buena idea vivir para siempre, pero sin duda,
vivir nuestros 70-80 años esperados sin dejar de ser jóvenes, no es una
posibilidad despreciable. Es ser “joven para siempre” o “Forever young” que
cantara Bob Dylan allá por 1974, cuando era joven.
El síndrome Peter Pan
Quienes no aceptan la idea de envejecer, pese a su
inevitabilidad, y pretenden ser jóvenes e inmaduros para siempre tienen lo que
la cultura popular conoce como el Síndrome de Peter Pan, el personaje creado
por el escritor escocés James W. Barrie en su novela Peter Pan, o el niño que no quería crecer. Quizás el “Peter Pan”
más famoso haya sido, hasta ahora, el recientemente fallecido ídolo musical
Michael Jackson, niño eterno.
|