Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

La ciencia al servicio de la pintura

Estudiar los problemas que sufre nuestro legado artístico y cultural y hacer lo posible por conservarlo de la mejor manera también es una forma de hacer ciencia.

Retrato del Dux Giovanni_Mocenigo, pintura de Gentile Bellini,
1480, antes y después de su restauración.
(Fotos D.P.  vía Wikimedia Commons)
La pintura es un arte efímero.

Quienes tienen en su poder las grandes obras pictóricas del pasado enfrentan continuamente el desafío de defenderlas de los numerosos factores que pueden degradarlas, distorsionarlas o destruirlas de muy diversas maneras.

Bien conocido es el caso de la Capilla Sixtina pintada al fresco por Miguel Ángel entre 1508 y 1512, que acumuló durante más de 450 años el humo de las velas y de los incensarios, la humedad y el bióxido de carbono emitidos por millones de visitantes. Para quien contempló la obra maestra antes de su restauración (llevada a cabo entre 1980 y 1999), el techo era una obra maestra evidente pero oscura, amarillenta y opaca. La restauración implicó el uso de técnicas muy cuidadosas para tratar de retirar las capas de hollín, sales y otros materiales sin afectar los trazos de Miguel Ángel.

Otro fresco que ha sido imposible rescatar en su esplendor original es el pintado por Leonardo Da Vinci alrededor de 1495 en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, “La última cena”. Dado que la pintura se realizó en una pared exterior, fue afectada rápida y profundamente por la humedad.

La pintura, finalmente, no es sino la aplicación de diversos pigmentos a una superficie empleando un medio que eventualmente desaparecerá (secándose o curándose) de modo tal que los pigmentos queden adheridos permanentemente. En la pintura al fresco, el medio es el agua y los pigmentos son absorbidos por la escayola sobre la que se pinta. En la pintura al óleo, el medio es algún aceite secativo, que puede ser de linaza, de semillas de amapola, de nuez o de cártamo, y que al secarse forma una superficie dura e impermeable

Belleza en peligro

La conservación del arte echa mano de diversas disciplinas científicas precisamente por la enorme variedad de amenazas que penden sobre todo cuadro desde el momento en que se termina. Aunque, por supuesto, el daño se produce muy lentamente al paso de muchos años, lo que en su momento generó la ilusión de que las pinturas al óleo, principalmente, tenían la posibilidad de ser permanentes en su textura y colorido.

El primer enemigo de una pintura son los elementos del medio ambiente, su atmósfera y su temperatura. La superficie al óleo se contrae y expande como reacción a los cambios de temperatura, y lo hace de modo poco uniforme, por lo que este simple ciclo presente día tras día y a lo largo de las estaciones del año, es uno de los responsables de las grietas que aparecen en las pinturas al óleo. Igualmente, el exceso de humedad o la excesiva sequedad, afectan la estructura de la superficie de la pintura.

Lo mismo ocurre con el sustrato sobre el cual se ha aplicado la pintura. Los más tradicionales son tablas de madera y lienzos o telas de distintas fibras vegetales. Las tablas (como aquélla sobre la que está pintada La Gioconda de Leonardo) pueden deformarse o rajarse al paso del tiempo y como consecuencia de los factores medioambientales, además de que son susceptibles a los ataques de insectos que comen madera. La tela, en cambio, puede aflojarse y crear pliegues en presencia de altos niveles de humedad, o hacerse más tenso, provocando el desprendimiento de escamas de pintura.

El barniz con el que solían cubrirse algunos óleos puede oscurecerse al paso del tiempo adoptando una tonalidad marrón o amarillenta. Y claro, el hollín, el dióxido de carbono y otros contaminantes pueden incluso incrustarse en la pintura afectándola de modo permanente

Finalmente, la exposición al sol directo o a la luz ultravioleta puede producir alteraciones en los pigmentos, cambiando su brillo, su tono, su luminosidad. Al paso de los siglos se han cambiado diversos pigmentos para obtener mejores y más duraderos resultados. Por ejemplo, el blanco que se hacía originalmente con plomo se amarilleaba fácilmente y para el siglo XIX se había sustituido por óxido de zinc. Pero no existe el pigmento perfecto. Así como los carteles que se dejan al sol van desvaneciéndose por la luz, así lo están haciendo lentamente todos los cuadros que podemos ver en El Prado o el Louvre.

Y todo ello sin contar con los daños físicos (golpes, talladuras, caídas) que puede sufrir un cuadro en su existencia.

Éstos son los motivos por los cuales los museos tienen controles ambientales y de luz muy estrictos y en algunos casos imponen limitaciones como ver ciertas obras con una luz muy tenue, para prolongar su vida. Por ello mismo, también, todas las pinturas que tienen tanto museos como particulares son sometidas a revisiones y restauraciones periódicas que principalmente constan de repintar zonas dañadas, fortalecer la capa de pintura y limpiar la superficie. Y, en un futuro muy cercano, la limpieza se podrá hacer con rayos láser finamente ajustados para, mediante disparos precisos, eliminar el barniz y la suciedad... como se usa para eliminar tatuajes no deseados

Restauración de El Greco

El Greco pintó sus primeros cuadros usando témpera de huevo sobre tablas de madera, para después preferir el óleo sobre tela, principalmente de lino. Uno de los más recientes trabajos de restauración importantes realizados por el Museo del Prado es el de “El expolio de Cristo”, un cuadro de El Greco propiedad de la Catedral de Toledo donde se recuperaron pequeñas zonas donde se había caído la pintura, se aplicaron sustancias para consolidar la superficie e impedir que se siguiera descamando y limpiando el barniz del recubrimiento para mostrar los colores, luces y sombras originales del cuadro.