El Sol es quizás la presencia más abrumadora en la existencia en nuestro planeta. Su calor y luz de día, y los drásticos efectos de su ausencia de noche, fueron sin duda asunto clave para los primeros hombres que abandonaron el nomadismo por una vida sedentaria con bases agrícolas. La misma semilla, plantada a la sombra, no germinaba ni se desarrollaba como otra sembrada al Sol, lo que parecía decir que la luz del Sol-padre en el vientre de la tierra-madre se unían para darnos alimento con alguna certeza, cosa nada despreciable para grupos que durante milenios dependieron de encontrar a tiempo los animales y plantas que comían. Unos cuantos días sin cacería y sin recolección bastaban para condenar a muerte a todo un grupo humano o prehumano, mientras que la cosecha era mucho más predecible siempre que se reuniera un conocimiento astronómico suficiente como para conocer las estaciones y sus variaciones a lo largo del año.
No es extraño, por tanto, que desde los inicios del pensamiento el Sol haya ocupado un lugar igualmente central en las preocupaciones humanas. Un extremo de esta pasión solar lo dan sin duda los aztecas o mexicas, pueblo convencido de que su misión era garantizar que el Sol volviera a salir todos los días, y que para conseguirlo lo alimentaban con sacrificios humanos que le daban la fuerza necesaria para volver. Los aztecas estaban seguros de que su desaparición como pueblo significaría el fin del ciclo solar y la muerte de todo ser vivo en la tierra. En esa cosmología, el sacrificio de algunas vidas no parecía un elevado precio a pagar para garantizar la vida de todos los demás seres.
En occidente, fue Anaxágoras el primero que abandonó las explicaciones teísticas para proponer que, en lugar del carruaje de Helios, el Sol era una bola de metal incandescente de enormes dimensiones (o, al menos, más grande que el Peloponeso). Esta idea hizo que Anaxágoras fuera arrestado, enjuiciado y condenado a muerte, sentencia que no se cumplió gracias únicamente a la intervención de Pericles. Estos malos ratos no son infrecuentes en la historia de la observación y el estudio del Sol, como lo atestiguarían después Copérnico y Galileo al defender que los planetas giraban alrededor del Sol y no de nuestro planeta. Sin embargo, los herederos de estos astrónomos continuaron desvelando hechos acerca de nuestra estrella
Los acertijos de la posición y el tamaño del Sol, sin embargo, no eran nada comparados con el que presentaba la energía que emite en forma de luz, calor y, como se fue descubriendo, de radiaciones de otro tipo, como los rayos X y los gamma. La resolución de ese problema hubo de esperar a que la física atómica y nuclear habían emprendido su camino de desarrollo, cuando Hans Bethe, en artículos de 1938 y 1939, calculó las dos principales reacciones nucleares que generan la energía solar y confirmó la idea de que nuestra estrella, el antiguo dios Sol, era un horno de fusión nuclear de dimensiones asombrosas.
Algo más de tiempo hubo de esperar la pregunta de cómo nació nuestro astro. Hoy, los datos acumulados por los astrónomos sugieren que el Sol y todo el sistema solar se formaron hace unos 4.500 millones de años a partir de una masa de gas estelar que debido a la gravedad se fue acumulando en conjuntos o agregaciones: una central, el Sol, la mayor, donde los procesos físicos llevaron al inicio de una reacción de fusión nuclear, convirtiéndola en una estrella, y otras más pequeñas que formaron los planetas, incluido el nuestro. La fusión nuclear que es el origen de toda la energía del Sol es el proceso mediante el cual los átomos de un elemento se combinan para formar átomos de otro elemento más pesado, proceso que desprende una gran cantidad de energía. En el caso del Sol, los átomos de hidrógeno que lo conforman en su mayor parte se fusionan continuamente formando átomos de helio, el siguiente elemento más pesado. El proceso opuesto a la fusión nuclear es la fisión o división nuclear, que es lo que ocurre en las bombas atómicas (de manera brutal) y en los reactores nucleares (de manera controlada), y produce muchísima menos energía.
Sin esa continua fusión nuclear y el calor que nos llega de ella, no existiría vida en la Tierra. Salvo algo de calor del centro del planeta y algunos procesos químicos modestos, toda nuestra energía procede del Sol. Incluso los combustibles fósiles, producto de seres que vivieron hace millones de años, contienen la energía que esos animales y plantas derivaron del Sol, y que quedó almacenada químicamente hasta que el ser humano aprendió a explotarla en su beneficio. Y, precisamente por ello, la principal búsqueda en cuanto a fuentes de energía que eventualmente sustituyan al petróleo se centra en el Sol, y en formas de convertir la energía que recibe el planeta en una forma utilizable por nuestras máquinas, nuestras fábricas, nuestros medios de transporte.
Aún quedan incógnitas alrededor del Sol, algunas de difícil resolución ya que sigue siendo imposible siquiera acercarse a una distancia razonable para estudiar a nuestra estrella con el detenimiento y detalle que quisiéramos. Incluso nuestro observatorio solar más desarrollado, el SOHO, esfuerzo conjunto de la Agencia Espacial Europea y la NASA, se encuentra a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, a más de 148 millones de kilómetros del Sol.
Sin embargo, las respuestas que sobre el Sol nos puedan dar los astrónomos, astrofísicos y otros profesionales no sólo tienen un interés claramente científico, sino que podrían incidir de modo decisivo en el futuro de nuestro mundo en cuanto a la disponibilidad de energía, en la viabilidad de la supervivencia de la humanidad y en la relación que mantengamos con el resto del sistema de vida que, gracias al Sol, existe en nuestro planeta.
Los números del solEn promedio, el diámetro del Sol es igual 109 veces el diámetro de la Tierra, y su volumen es de un millón 300 mil veces el de nuestro planeta. La gravedad en su superficie (suponiendo que pudiéramos posarnos en ella sin volatilizarnos) es de casi 30 veces la que hay en nuestro planeta, de modo que una famélica supermodelo de 50 kilos pesaría 1500 kilos allí. La temperatura de su corona es de 10 millones de grados y está compuesto fundamentalmente de hidrógeno (73.46 %) y el helio en el que se convierte el hidrógeno al fusionarse (24.85 %). Al ritmo de actividad nuclear actual, el Sol seguirá estable unos 4 mil millones de años más, después de lo cual ocurrirá, cumpliendo tardíamente las teorías apocalípticas, el fin del mundo. |