Dejando de lado a autómatas míticos como el Golem de Praga o la Galatea de Pigmalión, y a los seres metálicos de los relatos mitológicos como el Talos de bronce de los Argonautas o los sirvientes metálicos de Vulcano, los antecedentes del robot son los autómatas, seres que imitaban la vida, movidos por agua o vapor. En Grecia, en el siglo V a.C., Arquito de Tarento propuso una paloma mecánica accionada por vapor, y Herón de Alejandría construyó varios autómatas en el siglo I de nuestra era. Cierto que podían hacer pocas cosas, pero el aparente carácter voluntario de sus movimientos cautivó a los espectadores.
Fue Leonardo Da Vinci quien diseñó hacia 1495 el primer robot: un caballero cubierto por una armadura medieval germanoitaliana capaz, según el diseño, de sentarse, ponerse de pie, mover los brazos y accionar una quijada anatómicamente correcta. Lo más probable es que Leonardo nunca intentara construirlo, como pasó con las demás ideas que lo asaltaban, apasionado por atacar nuevos desafíos a su intelecto. Fue hasta 1738 cuando el ingeniero francés Jacques de Vaucanson presentó ante la Academia de Ciencias francesa el primer autómata moderno, un personaje que tocaba la flauta y el tambor, y que superaba con mucho a los juguetes mecánicos en boga por entonces. De Vaucanson construiría algunos autómatas más, incluido un pato con 400 partes móviles, capaz de comer grano y defecar, antes de dedicarse a la industria, como uno de los pioneros de la automatización.
El robot moderno nace en 1920 con la obra teatral R.U.R. Rossum's Universal Robots, del dramaturgo checo Karel Capek, estrenada en 1921. En ella, un científico crea a unos trabajadores artificiales que, en la mejor tradición frankeinsteiniana, se rebelan contra el creador, intentan apoderarse del mundo y descubren sus propios sentimientos humanos. La palabra "robot" fue sugerida a Karel por su hermano, el pintor Josef Capek, y proviene del checo "robota", que significa, precisamente, "trabajo aburrido o pesado".
Los robots de Capek no eran metálicos, sino orgánicos, lo que llamaríamos hoy "androides" o, siguiendo a Blade Runner, replicantes. Pero lo esencial es que no eran simples máquinas programadas, eran capaces de decidir con autonomía. Con Capek, el autómata deja de ser una simulación del movimiento para entrar de lleno en la simulación del pensamiento y las emociones. Sin embargo, la ciencia ficción en general optó más bien, en una visión industrial y simplona propia del momento, convirtiendo al robot en un ser electromecánico. A ello contribuyó de manera especial "Elektro", robot humanoide construido a fines de la década de 1930 por la empresa Westinghouse, con objeto de promocionarse.
El surgimiento de los ordenadores a resultas del trabajo de Alan Turing hizo posible la idea de realmente crear aparatos capaces de manipulaciones complejas con cierto nivel de autonomía, verdaderos robots. Nació así la robótica (bautizada por el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov). Pero mientras la ciencia y la tecnología avanzaban lentamente en busca de verdaderos robots, en los años 40-50 del siglo pasado el cine de ciencia ficción de serie "B" se llenó de robots, algunos memorables como el Robbie de Planeta prohibido o el Goort de El día que paralizaron la tierra, pero en general lamentables cuando no cómicos, simples actores malos, pero enlatados.
Los robots de la ciencia y la tecnología, sin embargo, no se parecían a los imaginados por el arte. No son humanoides, sino a veces brazos móviles controlados por ordenador capaces de complejos movimientos, que pronto se hicieron presentes en las líneas de montaje, o pequeños vehículos con vulgares ruedas, poco impresionantes incluso cuando van armados con fusiles de asalto para detener delincuentes sin poner en peligro a los policías humanos… carritos muy alejados de Robocop y de Terminator.
Y, sin embargo, los robots de hoy, además de sus devastadores efectos en el empleo en la industria, se han convertido en elementos esenciales en muchas actividades humanas. Desde los pilotos automáticos de los aviones modernos como los Airbus, que, en palabras de un ingeniero aeronáutico asombrado "vuelan solos", moviendo robóticamente todas las piezas de dirección y velocidad de la aeronave, pasando por los robots que recogen y aseguran paquetes sospechosos de contener explosivos, los robots que sueldan los microcircuitos de nuestros ordenadores y los proyectos de robots que eviten a los bomberos acciones de avanzadilla altamente peligrosas en incendios, los robots de aspecto poco o nada humano ya están salvando vidas, que no es mal principio.
De todos modos, hay quienes siguen empeñados en la creación del mítico robot humanoide. Proyectos como los de los robots Asimo y P3 de la empresa japonesa Honda, los robots de la Universidad de Waseda (como Wasubot, capaz incluso de interpretar un concierto) y el más reciente, Choromet, con su aspecto de Transformer, han impulsado además intensos trabajos en áreas sumamente diversas. Para que un robot camine, por ejemplo, es indispensable conocer a fondo los secretos de la locomoción humana, y en ello participan médicos, físicos, anatomistas y neurólogos. A ello se añaden los programadores que convierten esos conocimientos en instrucciones que puedan, efectivamente, permitir a un robot realizar algunas acciones aparentemente humanas.
Así, si pese a todo no se consiguiera nunca tener un robot llamado Luisa, que se parezca a una Luisa humana y actúe como ella, los avances sirven, por ejemplo, para crear prótesis robóticas que liberan a personas que han perdido miembros o movilidad. El sueño de tener robots humanos es, en todo caso, un potente motor para buscar y encontrar nuevos límites a la tecnología y a la ciencia. Lo cual ya es motivo para estar agradecidos con nuestros robots.
Las leyes de la robóticaAtribuidas a Isaac Asimov, quien las utilizó en numerosos cuentos y novelas, las tres leyes de la robótica de la ciencia ficción fueron desarrolladas por él junto con el mítico editor John W. Campbell. Las contradicciones entre esas tres leyes aparentemente sencillas que los robots deben seguir fueron, y siguen siendo, alimento de muchas obras de la ciencia ficción: 1. Un robot no puede dañar a un ser humano, ni permitir por su inacción que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la primera ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, siempre y cuando tal protección no entre en conflicto con la primera o segunda ley. |