Durante la mayor parte de la historia, la búsqueda del conocimiento se realizó de manera más bien lírica, y con avances en general lentos mientras no se tuvo el método que hoy llamamos "científico". La actividad científica adquirió identidad con este método en el siglo XVI, cuando se hizo evidente que la realidad no se ajustaba a la "autoridad" de los antiguos maestros que supuestamente tenían la respuesta a todo, especialmente Aristóteles, Tolomeo y Galeno.
La eficacia del método científico basado en observaciones sistemáticas, formulación de hipótesis y diseño de experimentos u otras formas de comprobación de tales hipótesis era y es asombrosa. Tanto que pronto se hizo necesario contar con aparatos y procedimientos para observar mejor y más detalladamente el mundo, lo cual también demandaba una formación especializada, cosas que no estaban al alcance de cualquier hijo de vecina.
Esto parecía excluir a la gente común de la posibilidad de colaborar en los avances del conocimiento. Pero conforme la ciencia se especializaba, muchas personas encontraron que quedaba un gran espacio abierto para que el aficionado a la ciencia o a la naturaleza, o simplemente al conocimiento, pudiera hacer valiosas aportaciones... y las hace.
Amateurs... pero con método
Cuando el cometa Shoemaker-Levy colisionó con Júpiter en 1994 ofreciendo una enorme oportunidad a los astrónomos de conocer mejor al mayor planeta de nuestro sistema solar, el diluvio informativo dejó poco espacio para señalar que el nombre "Levy" correspondía a David H. Levy, astrónomo aficionado que descubrió el cometa al mismo tiempo que los esposos Gene y Carolyn Shoemaker, astrónomos profesionales. Con el cometa Hale-Bopp ocurrió lo mismo, al ser descubierto por Thomas Bopp, astrónomo aficionado que trabajaba como gerente en una fábrica de materiales de construcción. Una gran cantidad de cometas actualmente son descubiertos por astrónomos aficionados, debido a que éstos tienen ventajas notables que complementan a los profesionales: son más en número, tienen más telescopios (los cada vez más caros telescopios "profesionales" son pocos y están altamente solicitados para observaciones) y pueden observar una mayor área de la bóveda celeste.
Por supuesto, se puede ser astrónomo aficionado sólo por el placer de ver el cielo, y se puede serlo usando sólo los ojos, prismáticos o telescopios de distintas capacidades y precios... sin contar con que muchos astrónomos aficionados disfrutan fabricando sus propios telescopios, puliendo espejos pacientemente en sus ratos libres. Pero si el aficionado lo desea, puede colaborar en la recopilación de datos para los astrónomos profesionales, ya sea monitorizando la intensidad de las estrellas variables por las noches o las manchas solares de día (una reciente fotografía del tránsito de la Estación Espacial Internacional y la lanzadera espacial sobre el disco solar fue conseguida por el astrónomo aficionado y astrofotógrafo Thierry Legault desde un campo ganadero en Normandía). Para los aficionados, además del disfrute de ver el cielo y la posibilidad de ver su nombre inmortalizado en un cometa, cráter o asteroide, existe un modesto premio anual de 500 dólares y una placa que otorga desde 1979 la Sociedad Astronómica del Pacífico, de los EE.UU.
Menos notoria que la astronomía, la entomología es otra disciplina que no podría florecer sin los aficionados a observar, coleccionar, estudiar y clasificar insectos. Y la razón es simplemente que hay identificados casi un millón de especies de insectos, pero se calcula que pueda haber más de 50 millones de especies, y un número imposible de estimar de variedades y subespecies que aún deben describirse, clasificarse y conocerse en cuanto a su función ecológica y posibles beneficios o perjuicios para el ser humano. Una labor que requiere de muchos millones de ojos interesados que sepan lo que están viendo, aunque no sean biólogos de carrera, porque cualquiera de nosotros puede matar un bicho molesto sin pensar que podría ser una especie todavía no conocida por la ciencia.
Los entomólogos aficionados se emparentan con el "naturalista", que era como se llamaban a sí mismos personas como Charles Darwin antes de que se pusieran en boga nombres como "biólogo", "etólogo" (especialista en conducta animal) o "zoólogo", para quienes la comunión con la naturaleza, los paseos y la curiosidad están estrechamente unidos. Y lo mismo ocurre con otros aficionados que han sido objeto de numerosas viñetas humorísticas: los observadores de aves, aficionados indispensables no sólo para el descubrimiento de nuevas especies o variedades, sino para la descripción del comportamiento de distintas aves (cortejo, apareamiento, cría o migración). Y lo mismo se puede decir de otros aficionados a distintas disciplinas, como la geología, la botánica, la ictiología (el estudio de los peces) y cualquier otra que se refiera a la observación del mundo natural, del que aún ignoramos mucho aunque en ocasiones nos deslumbre lo mucho que ya hemos logrado conocer.
Al fin y al cabo, un buen aficionado y un buen científico comparten la pasión por saber sobre un tema, una buena información sobre el tema que les apasiona y una enorme curiosidad por averiguar cosas nuevas. Porque lo que hace al científico no son los aparatos, las batas blancas ni los recursos abundantes, sino un método que sigue permitiéndonos responder en forma certera a las preguntas que nos hacemos sobre el mundo que nos rodea.
El inventor en su cocheraUna leyenda urbana asegura que Charles H. Duell, director de la Oficina de Patentes de los EE.UU. desde 1899, recomendó el cierre de dicha oficina porque "todo lo que podía inventarse ha sido inventado". Pero no dijo tal cosa, sino que sus intervenciones públicas iban precisamente en el sentido contrario, y sólo en su primer año al frente de tal institución se otorgaron más de 25.500 patentes, tres mil mas que en 1898. La realidad es que en el terreno de los inventos el aficionado también tiene todavía un gran espacio de maniobra sin necesidad de contar con una avanzada tecnología o recursos. Los expertos en inventos dicen que lo único que se necesita es identificar un problema común y buscarle una solución sencilla y práctica, además de mantenerse alerta a lo que se observa, actividad esencial en la ciencia. Después de todo, el velcro fue inventado por el ingeniero suizo Georges de Mestral cuando se le ocurrió mirar de cerca los cardos que se le habían pegado a sus pantalones y al pelo de su perro. El mejor invento es aquél del que se puede decir: ¿cómo no se le ocurrió antes a nadie? |