Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Agricultura sin tierra

La hidroponía, una idea que hace apenas unas décadas parecía de ciencia ficción, abastece hoy nuestras tiendas y alacenas, y es una promesa contra el hambre.


Cultivo hidropónico en tubos de PVC
(Foto GFDL 1.2 de Ildar Sagdejev, vía Wikimedia Commons)
En 1627, el padre del método científico, Sir Francis Bacon, publicó el libro Sylva sylvarum, hablando del cultivo de plantas sin el uso de tierra, sólo en agua, una técnica que se afinaría y utilizaría, incluso en nuestros días, para la investigación en botánica. Lo que había descubierto Bacon, y que no explicaron los científicos sino hasta el siglo XIX, era que la tierra es sólo un depósito de nutrientes minerales, pero no es esencial en sí para las plantas, que se alimentan absorbiendo el agua y los nutrientes presentes en la tierra. Si se quita la tierra y se sustituye por agua o por un medio inerte como la grava, las plantas seguirán creciendo si tienen nutrientes, oxígeno, bióxido de carbono, la temperatura adecuada y suficiente luz.

Pero utilizar este descubrimiento para la producción requirió desarrollar técnicas fiables. En 1929, el profesor de la Universidad de California William Frederick Gericke propuso por primera vez la utilización de esta técnica, que llamó "hidroponía", a la producción de cultivos comerciales, tanto de plantas ornamentales o de valor económico como alimenticias. Sus éxitos produciendo tomates hidropónicos de tamaño enorme en su jardín llamó la atención de otros científicos, especialmente cuando en 1940 publicó el libro La guía completa a la jardinería sin suelo. A partir de allí, diversos estudiosos afinaron, crearon o perfeccionaron las técnicas necesarias para cultivar plantas sin tierra. Entretanto, la imaginación popular se desbocó un tanto, generando algunos mitos persistentes. En España, por cierto, los primeros ensayos de cultivos hidropónicos se realizaron en 1957, en Almería.

Es evidente que los cultivos hidropónicos tienen ventajas evidentes cuando no se cuenta con lo que todavía se percibe como la materia prima de la agricultura: la tierra y el clima. Y no cualquier tierra, sino una tierra de "buena calidad", lo que significa una tierra que contenga una buena cantidad y variedad de nutrientes, que sea adecuadamente porosa y que tenga una buena exposición a la luz solar. De hecho, el primer cultivo hidropónico comercial permanente se estableció precisamente en la isla de Wake, un atolón del Pacífico que utilizaba una línea aérea como estación de reabastecimiento de combustible y donde se establecieron cultivos hidropónicos en la década de 1930 para producir vegetales para los pasajeros, ya que era prohibitivo llevarlos en avión a este punto. Lo mismo ocurre en sitios como los desiertos o la Antártida, donde la producción de vegetales sólo puede realizarse hidropónicamente. En ese sentido, Israel se convirtió en pionero en el desarrollo de la tecnología hidropónica debido a su clima y suelos poco feraces. Y, sin duda alguna, cualquier proyecto espacial a largo plazo fuera del alcance de los transbordadores orbitales requerirá la producción hidropónica de alimentos.

Menos evidentes, al principio, fueron las ventajas que tenían los cultivos hidropónicos incluso en lugares donde se podría utilizar la tierra. Así, por ejemplo, se tiene una menor utilización de agua que en los cultivos en suelo, porque ésta se recicla perdiéndose sólo la que se evapora. Igualmente, los cultivos hidropónicos, cuando se realizan en invernaderos (lo cual no es indispensable) requieren menos pesticidas por no haber enfermedades transmitidas por tierra ni maleza. La aplicación de fertilizantes en estos cultivos contamina menos el medio ambiente y se puede hacer de manera más precisa y controlada. Las plantas tienen una mejor nutrición y un mejor acceso al oxígeno en las raíces, dando como resultado productos más sanos, más grandes y más sanos. Y los cultivos hidropónicos, aunque requieren una tecnología más desarrollada, generalmente requieren menos mantenimiento, energía y espacio que los tradicionales, y en algunos casos, como el cultivo de fresas, el costo de producción se llega a abatir hasta en un 20%. Igualmente, se pueden tener más ciclos agrícolas al año que en tierras que todavía dependen del riego natural: la lluvia. Finalmente, sacar a las plantas de la tierra suele provocar su muerte, mientras que algunos cultivos hidropónicos, como las lechugas, se pueden recoger y empaquetar mientras aún están vivos, lo que permite que lleguen al mercado con mayor frescura. En resumen, se tiene un producto en más cantidad, de más calidad y obtenido en menos tiempo.

La tecnología hidropónica implica una diversidad de elementos, desde la mezcla de nutrientes adecuada para cada cultivo y disuelta en el agua, y la forma de riego de la misma (lo que en hidroponía es un solo proceso llamado "fertirrigación", pasando por la cantidad de luz (que puede aumentarse artificialmente para promover el crecimiento) a la que estén expuestas las plantas, la cantidad de bióxido de carbono disponible (que también puede aumentarse artificialmente en los invernaderos) y otros niveles de supervisión que requieren una formación y cualificación especiales en los encargados de los cultivos, además del conocimiento de diversas técnicas, fórmulas y sustratos que pueden utilizarse para distintos cultivos en distintas condiciones.

Pero uno no puede sino tener presente que el conocimiento técnico del que dispone cualquier campesino tradicional no es, en modo alguno, escaso o sencillo. El agricultor conoce una enorme cantidad de hechos acerca de la tierra, el clima, sus semillas, sus fertilizantes, sus herramientas... sólo que son datos obtenidos a lo largo de muchos años, mientras que el cambio hacia la hidroponía requiere sustituir gran parte de esa información en breve tiempo.

Sin embargo, a juzgar por los resultados, que muchas veces no vemos claramente en las estanterías, aunque estén allí, el esfuerzo puede valer la pena por motivos económicos, nutricionales y medioambientales, pues si bien la hidroponía no tiene visos de sustituir en breve a la agricultura tradicional, es una opción que puede hacer mucho en la lucha por un mundo sin hambre y en mejores condiciones generales.

Un resultado agradable a la vista


Antes de que se generalizaran las plantas comestibles cultivadas sin suelo, otras plantas de gran valor económico empezaron a cultivarse hidropónicamente. En el terreno de la floricultura, por ejemplo, las rosas de Israel son mundialmente competitivas, y el 97% de ellas se cultivan sin suelo, dando a sus productores un rendimiento de unos 150.000 euros anuales por hectárea de producción en invernadero, uno de los más altos ingresos por producción agrícola del mundo. Gran parte del mercado de claveles, con un valor de unos 8 mil millones de euros al año en todo el mundo, se abastece también gracias a la hidroponía.