La ciencia ocurre, ciertamente, en aparatos como el gran colisionador de hadrones, o LHC, majestuoso túnel para buscar respuestas a los más tremendos misterios de la física. Y se da en poderosos telescopios, algunos de ellos en órbita, como el Hubble que nos ha traído asombrosas visiones del universo. Y en las abstrusas, tópicas pizarras cubiertas de ecuaciones de los matemáticos.
Ciertamente también, los medios de comunicación nos traen la emoción, la curiosidad y el misterio de lo que se hace en estos lugares alejados de nuestra rutina cotidiana.
Pero conviene recordar que cuanto nos rodea es producto de la ciencia en mayor o menor medida, además de tener una explicación científica que muchas veces no es tan trivial como parece.
Un ejemplo de misterios científicos curiosos es por qué los espaguetis crudos no se rompen en dos pedazos cuando los doblamos, sino en tres o más trozos. Esto, que no parece demasiado trascendente, ha ocupado la mente de físicos como Richard Feynman, ganador del Nobel de Física de 1965. Usted puede probarlo: tome un espagueti sin cocinar, dóblelo tomándolo por los extremos y verá que en vez de romperse en dos como una rama, un lápiz o una galleta, se partirá en tres o más trozos en la gran mayoría de las ocasiones.
En 1998, los lectores de la revista New Scientist observaron que el espagueti no se rompe por la mitad, sino que, dependiendo de los defectos y diferencias dentro de la pasta, la primera rotura suele darse en el punto de menor resistencia, produciendo un trozo largo y otro corto. A continuación, el trozo largo vuelve o “latiguea” hacia atrás con tanta fuerza que se rompe nuevamente, ahora en dirección contraria a la primera rotura.
La explicación científica del fenómeno observado implica el movimiento de una onda de flexión a lo largo de los primeros dos trozos rotos y la sucesión en cascada de una serie de grietas en la pasta. Este descubrimiento fue objeto de un muy serio artículo de los físicos Basile Audoly y Sebastien Neukirch en 2006, en la prestigiosa revista Physical review letters.
Nuestra primera idea de que quizá el misterio no sería para tanto y “seguramente” su respuesta era un asunto trivial queda superada por los hechos. No sólo tardó muchos años en resolverse el enigma, sino que el trabajo de estos dos físicos ha demostrado tener relevancia para darnos información sobre cómo se rompen otras estructuras alargadas, como los huesos humanos y los arcos de los puentes, según relata Mick O’Hare en su muy recomendable libro Cómo fosilizar a tu hámster y otros experimentos asombrosos para científicos de butaca (RBA, Barcelona 2009).
Entusiasmarnos con el proceso de adquisición del conocimiento (el método científico) y sus resultados, ese cuerpo de conocimientos que llamamos ciencia es más fácil cuando observamos cómo los hechos a nuestro alrededor se explican (o no) por medio de la ciencia.
El detergente común, como su antecesor, el jabón, es fundamentalmente un agente surfactante, es decir, que actúa sobre la tensión superficial de un líquido disminuyéndola y permitiendo que se disuelvan en él sustancias comúnmente no solubles. Este ingenioso truco se consigue produciendo una molécula de dos extremos, uno de ellos que se une fácilmente al agua y se llama por ello hidrofílico, y otro extremo que rechaza el agua, o hidrofóbico y que puede disolver las moléculas de grasa. El resultado de poner este surfactante en agua es que el detergente atrapa la grasa y permite que se disuelva en agua, limpiando la superficie donde la grasa se encontraba, como un mantel o una camisa. Los detergentes biológicos contienen además enzimas que disuelven proteínas como, por ejemplo, las manchas de huevo o tomate.
La propiedad de disminuir la tensión superficial del agua no sólo sirve para limpiar objetos o prendas, sino que además es lo que permite que se hagan las pompas de jabón, inflándose sin romperse, a veces con resultados asombrosos como los de los expertos en pompología (o como se le pudiera llamar a esta disciplina). Por otra parte, la tensión superficial del agua es la que permite que algunos insectos corran sobre ella sin hundirse, pues distribuyen su peso de modo que no rompa lo que Dalí llamaría “la piel del agua”. Finalmente, la tensión superficial del agua es la responsable de que una caída al agua en posición paralela a su superficie pueda lastimarnos enormemente y, en palabras de la sabiduría popular “el agua sea como hormigón”.
Otro fenómeno aparentemente trivial que tiene una explicación compleja y que mantiene la atención de algunos científicos es el proceso de freír un humilde huevo. Las proteínas que forman la clara del huevo están formadas por largas cadenas de aminoácidos que se doblan en formas globulares tridimensionales fijadas por uniones químicas. Al calentarse, estas uniones se rompen, permitiendo que las proteínas se “desenreden”. Ya libres, las proteínas empiezan a unirse entre sí formando una gran red de proteínas interconectadas que se vuelven duras y toman un color blanco.
Hasta ahora se ha pensado que estas proteínas no pueden volver a su forma original o, en lenguaje de los físicos, “no se puede desfreír un huevo”. Pero una afirmación así es un desafío para cualquier científico curioso, y apenas este mes, los doctores Susan Linquist y John Glover, de la Universidad de Chicago informan de que han encontrado una proteína de choque de calor llamada Hsp104 que puede invertir este proceso. No se cree que haya un gran mercado para un desfreidor de huevos, siempre es más fácil sacar uno fresco de la nevera, pero el curioso desafío puede ser clave para entender muchos procesos en los que las proteínas se pliegan sobre sí mismas o se desenredan, como son el Alzheimer y la enfermedad de las vacas locas.
La explicación científica de lo que nos rodea, y los innumerables misterios que aún están esperando resolución, muchos de ellos ocultos en nuestra cocina o nuestra bañera, nos recuerda que la ciencia es una actividad eminentemente humana, que nos afecta en todo y que está, indudablemente, al alcance de cualquiera de nosotros.
Aprovechar la divulgaciónEn los últimos tiempos, los anaqueles de las librerías se han visto engalanados de modo creciente con títulos de divulgación científica de lo más diversos, escritos por matemáticos como John Allen Paulos o biólogos evolutivos como Richard Dawkins, o por periodistas especializados en la ciencia. Los 150 años de El origen de las especies de Darwin y los 400 años del telescopio de Galileo son una gran oportunidad para saber más sobre lo que erróneamente algunos piensan que no es para ellos. |