Rosalind Franklin (foto © utilizada como fair use no comercial ni difamatorio) |
La historia registra, a nivel popular, sólo al británico Francis Crick y al estadounidense James Watson como descubridores de la estructura del ADN. Pero el Premio Nobel de Medicina o Fisiología de 1962 se entregó también a Maurice Frederick Wilkins.
En esa ceremonia, sin embargo, faltaba un personaje fundamental en los trabajos que llevaron al premio concedido a estos tres científicos, la doctora Rosalind Franklin, personaje omitido con demasiada frecuencia en la historia del inicio de la genética moderna, excluida de un premio que se otorgaba a Crick, Watson y Wilkins, según el Comité del Nobel, “por sus descubrimientos referentes a la estructura molecular de los ácidos nucleicos y su importancia en la transferencia de información en el material vivo”.
Estas palabras explicaban, en el austero estilo de los Premios Nobel, que Crick, Watson y Wilkins habían determinado por primera vez en la historia la estructura del ácido desoxirribonucleico, una sustancia aislada por primera vez apenas en 1869 por el médico suizo Friedrich Miescher. En 1944 se demostró que el ADN era un “principio transformador” que llevaba información genética, lo que se confirmó plenamente en 1952.
Crick y Watson son los más conocidos en la saga del descubrimiento de la estructura del ADN porque fueron ellos los que en 1953 establecieron que el ADN estaba formado por una doble hélice. Su descubrimiento, publicado en abril en la reconocida revista Nature, estaba destinado a dar inicio a una de las mayores revoluciones en la historia de la biología.
Pero es necesario saber cómo llegaron a esta conclusión los dos científicos para poder determinar con certeza el papel que jugó en esta historia la científica británica Rosalind Elsie Franklin, biofísica, física, química, bióloga y cristalografista de rayos X, una lista de logros académicos impresionante, máxime si tenemos en cuenta que la consiguió en una vida trágicamente breve, pues nació en 1920 y murió de cáncer en 1958.
Para mirar lo más pequeño
Sería muy sencillo determinar la forma de la molécula de ADN con un potentísimo microscopio de tunelado por escaneo. Este microscopio, inventado en 1981, puede “ver” perfiles tridimensionales a nivel de átomos. Es un logro tal que sus creadores ganaron el Premio Nobel de Física en 1986.
Pero en la década de 1950, las herramientas al alcance de los investigadores eran mucho más limitadas.
Uno de los sistemas utilizados era la cristalografía de rayos X, un método indirecto para determinar la disposición de los átomos en un cristal. Al pasar un haz de rayos X por un cristal, los rayos X se difractan, sufren una distorsión que cambia según el medio por el que se mueve la onda electromagnética. (La difracción de la luz es la responsable de que un lápiz en un vaso de agua parezca quebrarse al nivel del agua.)
Los ángulos e intensidades de los rayos X difractados captados en una película fotográfica permiten a los cristalógrafos generar una imagten tridimensional de la densidad de los electrones del cristal y, a partir de ello, calcular las posiciones de los átomos, sus enlaces químicos y su grado de desorden, entre otros muchos datos.
En enero de 1951, la joven doctora Rosalind Franklin entró a trabajar como investigadora asociada al King’s College de Londres, bajo la dirección de John Randall. Éste la orientó de inmediato a la investigación del ADN, continuando con el trabajo, precisamente, de Maurice Wilkins.
Lo que siguió no suele salir en las películas y narraciones porque fue el duro y poco espectacular trabajo de Franklin para afinar sus herramientas (un tubo de rayos X de foco fino y una microcámara), y determinar las mejores condiciones de sus especímenes para obtener imágenes útiles. En este caso, el nivel de hidratación de la muestra era esencial.
Habiendo determinado la existencia de dos tipos de ADN, se dividió el trabajo. Wilkins se ocupó de estudiar el tipo “B”, determinando poco después que su estructura era probablemente helicoidal. Rosalind Franklin, por su parte, trabajó con el tipo “A”, generando imágenes que descritas como poseedoras de una gran belleza, y abandonando la teoría de la estructura helicoidal sólo para retomarla después, afinada y perfeccionada.
Una de las fotografías de difracción de rayos X tomada por Franklin en 1952, y que es famosa en el mundo de la ciencia como la “fotografía 51”, fue vista por James Watson a principios de 1953, cuando todos los científicos se apresuraban por resolver el enigma ante el fracaso espectacular del modelo de ADN propuesto por Linus Pauling. Esa fotografía sería fundamental para consolidar el modelo de Crick y Watson.
Rosalind Franklin había redactado dos manuscritos sobre la estructura helicoidal del ADN que llegaron a la revista especializada Acta Cristallographica el 6 de marzo de 1953, un día antes de que Crick y Watson finalizaran su modelo del ADN. Ese mismo día, Franklin dejó el King’s College para ocupar un puesto en el Birbeck College y su trabajo quedó al alcance de otros científicos. Pero ella, al parecer, nunca miró atrás.
El trabajo de Rosalind Franklin se publicó en el mismo número de Nature que el modelo de Crick y Watson, como parte de una serie de artículos (incluido también uno de Wilkins) que apoyaban la idea de la estructura helicoidal doble de la molécula de la vida.
Como la idea de esa estructura helicoidal rondaba por todos los laboratorios de la época, el debate de quién fue el verdadero descubridor de la forma del ADN probablemente no se resolverá nunca. Lo que es claro es que tanto Crick como Watson, Wilkins y Franklin fueron los padres comunes de este descubrimiento que literalmente cambió nuestro mundo y nuestra idea de nosotros mismos.
El modelo de Crick y Watson no fue aceptado y confirmado del todo sino hasta 1960, cuando Rosalind Franklin ya había fallecido. Y como al concederse el Premio Nobel a los descubridores de la doble hélice, el reglamento del galardón impedía que se diera el premio de modo póstumo, Rosalind Franklin quedó sin el reconocimiento al que tenía, sin duda alguna, tanto derecho como los otros tres premiados, y cayó en un olvido del que apenas se le empezó a rescatar en la década de 1990.
Sexismo y más alláEn un mundo académico todavía sexista, como incluso lo admitió Francis Crick años después, Rosalind Franklin dejó atrás el caso del ADN para concentrarse en el ARN, la otra molécula de la vida, y el genoma de muchos vírus. Siguió produciendo artículos científicos (siete en 1956 y seis en 1957) y estudiando el virus de la poliomielitis hasta su muerte. Y probablemente nunca supo que su trabajo había sido la base del éxito de Crick y Watson. |