Bonobo en el zoológico de Cincinatti (foto CC Kabir Bakie via Wikimedia Commons) |
Al hablar de nuestros más cercanos parientes evolutivos, solemos pensar en el chimpancé común, la especie a la que pertenecía Chita, segunda de a bordo de Tarzán. A esta especie, de nombre científico Pan troglodytes, han pertenecido individuos mundialmente famosos como Congo, el chimpancé pintor uno de cuyos cuadros fue comprado por un rendido Picasso, o Washoe, que aprendió a comunicarse utilizando el lenguaje de los signos.
Sin embargo, existe otra especie de chimpancés, que también sobrevive a duras penas separada de estos tan conocidos seres por el Río Congo, mucho menos extendida, pues sólo existe en la República del Congo. Son los bonobos o chimpancés pigmeos, que llevan el nombre científico de Pan paniscus.
Lo que más llama la atención de la sociedad de los bonobos es su práctica del sexo, de modo continuo, en todas las variantes y posiciones imaginables, con todo tipo de compañeros, y con prácticas que hasta hace poco se consideraban exclusivamente humanas, como el beso de lengua, la cópula cara a cara, la masturbación propia y del compañero, contactos homosexuales, bisexuales, tríos, sexo en grupo... y además todo de una manera sencilla y despreocupada.
Quizá este absoluto sosiego sexual ha ayudado a que los bonobos sean el miembro menos estudiado de la familia de los homínidos, y pueda parecer que están evolutivamente más lejos de nosotros que el chimpancé. Pero los bonobos y los chimpancés comunes se separaron de un antepasado común hace sólo unos dos millones de años, mientras que el ser humano y dicho ancestro se apartaron de su último antepasado común hace siete millones de años. Desde el punto de vista genético, tanto el chimpancé común como el bonobo tienen un 98,4% de ADN idéntico al del ser humano.
Los bonobos no fueron descubiertos sino hasta 1928 por el anatomista alemán Ernst Schwarz, se les reconoció como especie en 1933 y el nombre de “bonobo” no se acuñó sino hasta 1954. Así, la investigación sobre la especie comenzó muy tardíamente respecto de la realizada sobre gorilas, orangutanes y chimpancés, identificados desde 3 siglos antes.
El bonobo tiene un aspecto marcadamente distinto del chimpancé: rostro negro y labios internos muy rojos, cabello largo que parece peinado de raya al medio y llega a cubrirles las orejas, piernas largas, tronco más largo, brazos más cortos, capacidad de agarre de precisión con el pulgar y el índice de los pies y, de modo muy notable, los genitales de las hembras están rotados hacia adelante, algo que también ocurrió en nuestra propia especie de modo independiente, y que favorece la cópula cara a cara.
En términos de comportamiento, el bonobo, como el chimpancé, puede utilizar herramientas, aprender el lenguaje de signos de los sordomudos, cazar y comer a otros animales (incluidos otros primates) y es tan inteligente como su pariente al otro lado del río. La diferencia más notable es que los bonobos exhiben menos agresiones entre los miembros del grupo que los chimpancés comunes, cometen infanticidio y canibalismo de modo menos frecuente y no se les ha visto emprender guerras contra otros grupos como lo hacen los chimpancés.
La intensa sexualidad del bonobo parece ser uno de los elementos clave de su sociedad. Al no saberse de cuál macho puede ser una cría, por ejemplo, eliminan lucha por la supervivencia de los genes propios frente a los de otros machos competidores (causa principal del infanticidio), más crías sobreviven, y todo el grupo cuida a todas las crías y a los genes de todos, lo que sin duda tiene una ventaja evolutiva.
El bonobo tiende a una dominancia de las hembras, donde los machos alfa o dominantes están ligeramente por debajo de las hembras alfa. Las hembras en general establecen estrechos lazos emocionales entre sí, en hermandades sólidas que conducen al grupo. Además, los inevitables enfrentamientos al interior del grupo suelen resolverse mediante un intercambio sexual, sin importar si ambos contendientes pertenecen o no al mismo sexo, ni su edad, siendo sexualmente maduros. Tal intercambio puede implicar únicamente el frotamiento de genitales entre sí de diversas y creativas formas, el masaje manual de los genitales del otro, incluir ardientes besos o llegar a las cópulas frontales o traseras.
La aproximación informal, relajada y abierta de los bonobos a la sexualidad, que para el ser humano es con frecuencia culturalmente tensa y reprimida, ha llevado a muchas personas a buscar interpretaciones humanas, en lo que los etólogos llaman "antropomorfización”, un error que implica suponer en otras especies valores peculiarmente humanos. Ni el bonobo es la representación del mal y del desenfreno sexual que horroriza a muchas religiones, ni es tampoco una especie de primate hippie que hace el amor y no la guerra.
Ni la sexualidad plácida del pacífico bonobo ni la agresión del chimpancé comùn tienen nada que ver con el ser humano. Evolucionaron en respuesta a diferentes entornos mucho después de que se separaran del ser humano. El chimpancé común, más abundante, comparte hábitat con los gorilas y debe luchar por sus alimentos, mientras que el bonobo tuvo la suerte de no contar con competidores relevantes en la zona en que se desarrolla. Las diferencias, pues, no son morales, sino evolutivas.
Esto no significa que no podamos aprender de los bonobos. Buena parte de nuestra especie haya buscado una sexualidad no reproductiva mientras otra parte (con frecuencia relacionada con el poder político, financiero o religioso) ha intentado evitarla. Y la sociedad de los bonobos ha evolucionado de tal modo que el 75% de su actividad sexual es no reproductiva y tiene un efecto social medible y demostrable. Material de sobra para que los filósofos y sociólogos realicen reflexiones sobre nuestra propia sociedad, sus represiones y desarrollo, mientras los bonobos en los bosques del Congo continúan con su intensa, amable e inocente orgía continua.
El desconocido en peligroEl bonobo es probablemente la especie en mayor peligro de extinción de los cuatro grandes simios. Con una población que se calcula entre 10.000 y 100.000 individuos, habitan en los bosques bajos congoleses centrales, cerca de la frontera entre Ruanda y la República del Congo (antes Zaire), y por ello han sido además víctimas colaterales de las guerras y masacres que han asolado a la zona desde 1996. Aunque hay diversas iniciativas para su conservación, la inestabilidad política, la necesidad de orientar recursos primero a las personas victimizadas por las guerras y la cacería furtiva, permanece el riesgo de que la especie se extinga antes de que siquiera la hayamos podido conocer a fondo. |