Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los años del frío

An Gorta Mor Monument
Monumento en recuerdo de la gran hambruna de las patatas en
Irlanda a mediados del siglo XIX, provocada
en parte "pequeña edad de hielo".
(Foto D.P. de Eddylandzaat vía Wikimedia Commons)
Entre la edad media y fines del siglo XIX, un descenso en las temperaturas demostró cómo una pequeña variación en el clima puede tener profundas consecuencias.

Después de un período de clima y benigno en las tierras alrededor del Atlántico Norte, el Período Cálido Medieval, entre 1300 y 1870 se desarrolló uno de los más apasionantes misterios meterológicos: una reducción de las temperaturas especialmente en Europa y América del Norte, bautizado como “La pequeña edad de hielo” por François E. Matthes en 1939, pero más como una metáfora que como una descripción precisa, pues no fue una “edad de hielo” real como las glaciaciones.

El enfriamiento fue de 1-1,5 grados centígrados de media mundial por debajo de los niveles actuales. Esa variación, que nos puede parecer modestísima tuvo efectos profundos sobre las sociedades que lo padecieron y sirve para advertirnos de los profundos efectos que puede tener una variación que nos parezca irrelevante.

Las temperaturas bajaron entre 1150 y 1460. Siguieron cien años con un súbito ascenso y, a partir de 1560, el frío se agudizó hasta 1850, cuando nuevamente empezaron a subir las temperaturas a los niveles que conocimos en el siglo XX y en el actual siglo XXI.

El aumento de las lluvias favoreció la aparición de enfermedades en animales, cultivos y seres humanos. Ese cambio climático podría haber sido la causa, o un factor relevante, en las epidemias de la Peste Negra que acabaron con entre un tercio y la mitad de la población europea.

En España, el río Ebro, por ejemplo, se congeló 7 veces entre 1505 y 1789, y se desarrolló el comercio de los “pozos de nieve” en diversas zonas cercanas al Mediterráneo, una amplia red de depósitos que se mantuvo entre el siglo XVI y XIX. Fue también una época de desarrollo de los glaciares en la Sierra Nevada y los Pirineos.

Durante la pequeña edad del hielo, los inviernos fueron más largos y crudos, y las épocas de cultivo se redujeron entre un 15 y un 20%. Como ejemplo, la temporada de cultivo en Gran Bretaña llegó a ser uno o dos meses menor que en la actualidad, y al no contar con las semillas resistentes que hoy la tecnología nos puede ofrecer, la producción agrícola cayó, como lo demuestran los precios del trigo y el centeno, que que a partir de 1500 y hasta 1900 se multiplican hasta por diez.

Muchas hambrunas de ese período están relacionadas con las malas cosechas producto del frío, como la que azotó a Francia y los países vecinos por el fracaso de la cosecha de 1693, y que provocó millones de víctimas, mientras que, en los países nórdicos, los campesinos abandonaron las granjas más al norte en busca de mejores tierras.

Esta situación pudo haber sido también uno de los motores de la revolución agrícola que se inició en los países bajos en los siglos XV y XVI, con procedimientos más intensivos, diversificación y selección que después se difundieron por toda Europa.

El año que no hubo verano

Un fenómeno curioso respecto de los precios del centeno lo encontramos en 1816, cuando alcanzó su máximo histórico. De hecho, 1816 es conocido entre los científicos y los historiadores como “el año que no hubo verano” en el hemisferio norte. La primavera de 1816 ya había sido de por sí fría en Estados Unidos, la parte atlántica de Canadá, partes de Europa occidental e incluso el norte de China. Una helada en pleno mes de mayo destruyó numerosos cultivos en Estados Unidos, y los fracasos agrícolas, sumados a la escasez de las guerras recientes de Napoleón, ocasionaron hambrunas en Francia, el Reino Unido (especialmente Irlanda), Suiza y otros países, para un recuento final estimado de unas 200 000 muertes de hambre.

El enfriamiento del año que no hubo verano (y que fue de sólo 0,7 ºC de media anual) era ciertamente parte de la mecánica de la Pequeña Edad de Hielo, pero se vio agudizada, según consideran actualmente los expertos, por la erupción del Monte Tambora en la isla de Sumbawa, en Indonesia, que lanzó a las capas superiores de la atmósfera enormes cantidades de ceniza volcánica. La influencia de los volcanes en el clima está bien documentada. La erupción del Huaynaputina en Perú se relacionó con que 1601 fuera un año especialmente frío en el hemisferio norte, provocando una hambruna en Rusia, mientras que la erupción del Laki, en Islandia, en 1783, se relaciona con la severidad del invierno de 1784 y luego un clima benigno que provocó una cosecha con excedentes en 1785, entre otros muchos efectos.

Dada la complejidad del sistema climatológico de nuestro planeta, no se ha podido determinar cuál fue la causa de la pequeña edad de hielo. Hay una correlación que llama la atención, sin embargo, y que puede haber sido al menos un factor relevante: la reducción de la actividad solar medida de acuerdo a las manchas solares. Entre 1645 y 1715, años que coinciden con la mitad y los años más fríos de la pequeña edad de hielo, se registró una actividad solar particularmente baja, el “mínimo de Maunder”. Otros períodos de actividad solar singularmente baja se relacionan también con otras épocas de frío.

Pero en la pequeña edad de hielo también pueden haber influido otros factores, como la llamada Oscilación del Atlántico Norte, donde la zona de Islandia suele tener bajas presiones persistentes y la de las Azores altas presiones, una situación “positiva”, lo que influye en el clima cálido europeo. Cuando la situación se invierte haciéndose “negativa”, los inviernos son más crudos y los veranos más suaves. Aunque no se tienen mediciones, se cuenta con indicios de que hubo una situación negativa durante la mayor parte de la pequeña edad de hielo.

La pequeña edad de hielo hace pensar a sectores con claros intereses políticos y económicos que el calentamiento global que enfrentamos hoy podría ser un fenómeno natural e inevitable. Sin embargo, hay tantas evidencias sólidas, como la correlación entre el aumento en las emisiones de CO2 y el aumento en la temperatura media global que el consenso científico casi unánime es que la actividad del hombre es la responsible del calentamiento o al menos es un componente importante del mismo, por lo que moderar dicha actividad es lo más recomendable.

Al menos mientras conseguimos entender mejor el complejo mecanismo de la climatología de nuestro planeta.

Frankenstein

En 1816, muchos europeos pasaron el verano de 1816, el año sin verano, alrededor del fuego. Tal fue el caso de la pareja formada por el poeta Percy Bysse Shelley y su amante Mary Godwin, atrapados bajo techo en el lago Ginebra, en Suiza. Para matar el aburrimiento, junto con sus amigos Lord Byron Y John Polidori, decidieron hacer un concurso de cuentos… del que saldría la novela fundadora de la ciencia ficción moderna, Frankenstein, de la que poco después sería la esposa del poeta, Mary Shelley.