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En la ficción, tenemos una vasta obra literaria que ha atizado la fascinación marciana, que comienza en 1656 con el alemán Athanasius Kirchner y sigue hasta la épica Trilogía Marciana de Edgar Rice Burroughs (también creador de Tarzán), la aterradora Guerra de los Mundos de H.G. Wells o las poéticas Crónicas Marcianas de Ray Bradbury.
A la mitad entre la realidad y la ficción, en 1877 el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli creyó ver en la superficie de Marte una red de líneas que interpretó como posibles canales de agua. La imaginación popular pronto las convirtió en canales artificiales, autopistas u otras estructuras producto de una civilización vecina … aunque resultaron ser únicamente ilusiones ópticas producto de la imperfecta óptica disponible a fines del siglo XIX.
El inicio de la era espacial dio al sueño la posibilidad de realizarse.
Sin embargo, los viajes espaciales tienen complicaciones, la primera de las cuales es que las naves no pueden viajar en línea recta de un planeta a otro (o a su satélite, en el caso de la Luna), sino que deben despegar y describir una curva elíptica para encontrarse con su objetivo meses después, o incluso años en el caso de las sondas que han ido a los límites del Sistema Solar. Un viaje a Marte de ida y vuelta por la ruta de “menor coste”, la llamada “órbita de transferencia de Hohmann”, incluyendo el tiempo que se pretenda pasar en la superficie marciana, sería cosa de más de un año.
La duración del viaje no sólo es un desafío técnico en términos de combustible, impulsores, sistemas de frenado y despegue en la superficie marciana y otros asuntos de ingenería. Es también un reto humano, de relaciones interpersonales, de separación de los seres queridos, de alimentación, bebida, entretenimiento, trabajo, salud, ejercicio y trabajo, de sistemas eficientes y fiables de sostenimiento de la vida y de formación para enfrentar cualquier dificultad imaginable, desde una emergencia médica hasta una pelea entre dos tripulantes.
Diversos experimentos han buscado analizar aspectos de un viaje de estas características. El más ambicioso hasta hoy lo emprendieron las agencias espaciales de Europa, Rusia y China con el nombre “Marte 500”. En esta misión, , seis participantes debían simular un viaje a Marte durante 520 días que incluía el recorrido, el aterrizaje, la exploración y el regreso, reproduciendo algunas condiciones de un recorrido de este tipo, aunque otras no se pudieran simular, como la microgravedad y el bombardeo de rayos cósmicos a los que se ve sometido todo objeto en el espacio.
La “nave” marciana del proyecto es una estructura de 180 metros cuadrados habitables construida dentro del Instituto Ruso de Problemas Biomédicos, en las afueras de Moscú, formada por un módulo médico, sala de estar, cocina y comedor, dormitorios, cabina de control, un invernadero y un simulador de la superficie marciana. A ella entraron el 3 de junio de 2010 tres científicos rusos, uno chino, uno italocolombiano y uno francés, para quedar aislados totalmente durante la misión, sin luz del sol y sin más aire y agua que los que reciclan los equipos de la “nave”.
Al hacinamiento, la poca privacidad, la falta de luz solar, la rutina agobiante y los problemas propios de todo grupo humano se añadieron otros elementos como la comunicación ralentizada con sus seres queridos y con el centro de control debida a la distancia. Dado que las ondas de radio viajan a la velocidad de la luz, un correo electrónico (o una entrada de Twitter de los astronautas europeos) podía tardar hasta 25 minutos. Y, a nivel personal, el sólo poderse duchar cada 10 días, los problemas digestivos de alguno de los participantes y la falta de relaciones sexuales fueron factores de tensión y de estudio por parte del amplio equipo científico del proyecto.
Pasar el tiempo libre fue otro de los problemas que la misión sorteó con éxito con soluciones que iban Durante la misión, se desarrollaron 106 investigaciones científicas sobre los participantes: 28 de tipo psicológico y psicofisiológico, 34 clínicas y de diagnóstico de laboratorio, 26 fisiológicas, 8 sobre sanidad, higiene y microbiología y 10 operativas y tecnológicas, con investigadores de numerosos países. Los estudios tenían objetivos tan diversos como analizar continuamente la bioquímica, la temperatura y las variables de salud de los participantes, estudiar sus relaciones y tensiones sociales y psicológicas o, incluso, muestrear distintas superficies la “nave” para determinar cómo se daba el crecimiento y desarrollo de microorganismos en ese espacio cerrado, un elemento que podría representar un problema grave de salud y supervivencia en un viaje real.
Al final de la misión, los participantes superaron con creces la marca de de 437 días continuos en el espacio que estableció Valeri Vladimirovich Polyakov en la estación espacial Mir entre 1994 y 1995. Polyakov se había prestado a ese experimento para demostrar que el cuerpo humano podría soportar la microgravedad en un viaje prolongado, y cuando volvió a la Tierra declaró convencido: “Podemos viajar a Marte”.
No muy distinto que lo que dijo el miembro francés de Marte 500, Romain Charles al salir del aislamiento el 4 de noviembre con sus compañeros en un más que razonable estado de salud: "¡Estamos listos para embarcarnos en la siguiente nave espacial que vaya para allá!"
Las conclusiones preliminares de los científicos encargados de los experimentos de estos meses parecen apoyarlos: es posible. Falta ahora la decisión de hacerlo, y ésa no depende de los científicos ni de los astronautas.
Un menú para 17 mesesPara alimentarse durante un viaje como el Marte 500, cada astronauta debería llevar consigo 1.000 kilogramos de alimentos, algo inviable desde el punto de vista técnico. El invernadero hidropónico de Marte 500 permitió analizar la posibilidad de que los astronautas cultiven sus propios alimentos durante el viaje. Marte 500 también ayudará a encontrar formas de combatir el aburrimiento alimenticio que implica el comer menús limitados durante largo tiempo… sin poder llamar para pedir una pizza. |