Claude Bernard (Foto D.P. vía Wikimedia Commons) |
En el siglo XIX, la anatomía había avanzado mucho. Se tenía una razonable descripción de los componentes principales del cuerpo humano, pero nadie sabía con precisión que cómo funcionaba cada uno, ni cómo actuaban en conjunto para hacer funcionar el cuerpo humano.
Claude Bernard, el hombre que enfrentó ese problema desde la ciencia, nació el 12 de julio de 1813 en el pueblo de St. Julien, cerca de la ciudad de Lyon, en una familia dedicada a la agricultura.
El joven Bernard demostró pronto que no era un buen estudiante. Ni lo sería nunca. A los 18 años se interesó por el movimiento romántico, por la literatura, tomando como maestro a Víctor Hugo, por la teoría de la luz y el color, y, de modo intenso, por la filosofía cartesiana y la idea de Descartes de que era necesaria la duda metódica para alcanzar la verdad.
A los 18 años entró como aprendiz en una farmacia en Lyon. Pero su convicción filosófica se vio sacudida al ver que muchísimos preparados farmacéuticos se ofrecían a los pacientes sin haber nunca demostrado su eficacia experimentalmente, como sigue ocurriendo hoy con numerosas terapias y pseudomedicinas alternativas.
Algunos remedios eran fórmulas de miles de años de antigüedad, como el mitridato, supuesta panacea (medicamento para curarlo todo) que se hacía con más de cincuenta sustancias, entre ellas víbora, opio y secreciones de castor, más una pócima mágica que un medicamento. Y no había pruebas de que funcionara, algo que le parecía a Bernard especialmente chocante en un tema tan delicado como la salud.
Optó por dedicarse a componer una obra teatral que llevaba tiempo soñando, estrenada con el nombre “Rosa del Ródano” con un breve éxito. Animado, dejó su puesto, volvió a casa a trabajar como agricultor pequeñoburgués y a escribir su nueva obra teatral basada en el personaje histórico de Arturo de Bretaña, quien había apoyado a Juana de Arco.
La obra, sin embargo, fue criticada por un reconocido actor romántico y por el ilustre crítico de la Sorbona Saint-Marc Girardin, que se oponía al movimiento romántico. El crítico sugirió que ya que Bernard había hecho algo de farmacia, estudiara medicina y quizá podría escribir sobre ciencia.
A la tardía edad de 23 años, Bernard terminó su bachillerato y empezó a estudiar medicina, aunque de nuevo sintió que lo que le enseñaban era anticientífico, basado en especulaciones y no en experimentos. Pronto empezó a asistir a conferencias en el Colegio de Francia, donde se estaba llevando a cabo una revolución en la medicina, cuyas bases eran precisamente la observación y la experimentación. En 1841 consiguió un puesto como asistente de investigación del reconocido François Magendie, con quien trabajaría en neurofisiología, cateterización cardiaca y la fisiología de la digestión. Al mismo tiempo, Bernard instaló un modesto laboratorio privado para realizar sus propias investigaciones, a veces sin la anuencia de su jefe.
En 1843, Claude Bernard se graduó como médico con una tesis que marcó un cambio en la profesión, titulada “Sobre el jugo gástrico y su papel en la nutrición”, con sus descubrimientos sobre las transformaciones de los carbohidratos en los organismos animales. Pero no se planteó nunca practicar la medicina y fue nombrado suplente de Magendie para los cursos de verano.
La primera cátedra que dictó Claude Bernard a sus alumnos comenzó diciendo “La medicina científica que es mi deber enseñaros no existe…” La búsqueda de la verdad que le inspiraba la visión cartesiana aún no era el principio rector de la medicina. Su compatriota, Louis Pasteur, aún no emprendía el camino para demostrar el verdadero origen de las enfermedades.
Para entonces, ya había realizado algunos avances importantes: había conseguido determinar que el curare, legendario veneno del Amazonas, actuaba atacando a los necios motores, paralizando la respiración y causando la muerte por asfixia; descubrió que el páncreas tenía una importante función digestiva,
Bernard consiguió un puesto como profesor e investigador. Sin embargo, sus trabajos sobre la función de los órganos exigía numerosos experimentos en animales en vivo, la llamada “vivisección”, y se encontró con un creciente rechazo popular a esta práctica, incluso de su esposa, que pasó al activismo público contra su marido.
Bernard también descubrió que el hígado sintetiza la glucosa, cuando la creencia hasta ese momento era que sólo las plantas sintetizaban nutrientes, y demolió la creencia de que cada órgano del cuerpo tenía una sola función. De hecho, el hígado es uno de los órganos con más funciones diversas que tenemos.
Cuatro veces premiado por la Academia de Ciencias, pero también cansado de la resistencia que sus más tradicionales colegas ponían a sus trabajos, que estaban reinventando toda la medicina y enfermo, en 1860 se retiró a su heredad en Saint Julien, donde se dedicó al desarrollo de su visión filosófica del determinismo científico. Seguiría trabajando ocasionalmente, por ejemplo, ayudando a su amigo Louis Pasteur a demostrar la falsedad de la antigua concepción aristotélica de la generación espontánea.
En los años tardíos de su vida, Bernard se dedicó a desarrollar su filosofía de la medicina experimental y el método científico, ocasionalmente volviendo a la experimentación y disfrutando el reconocimiento de su sociedad, que lo llevaría a la Academia Francesa y al Senado del imperio de Luis Napoleón. Su último puesto público sería como Presidente de la Asdociación Francesa para el Avance de la Ciencia, mientras seguía trabajando sobre aspectos fisiológicos como los venenos, su eterno interés.
Claude Bernard murió el 10 de febrero de 1878, considerado uno de los principales científicos franceses de la época. Sin embargo, su última voluntad fue la publicación de su obra histórica “Arturo de Bretaña”. El ‘yo’ del arte convivió siempre con el ‘nosotros’ de la ciencia en el padre de la fisiología moderna.
Fragmentos de la verdad universal“El deseo ardiente del conocimiento es, de hecho, el motivo que atrae y sostiene a los investigadores en sus efuerzos; y sólo este conocimiento, realmente aprehebdido y sin embargo siempre volando ante ellos, se convierte a la vez en su único tormento y su única alegría… Un hombre de ciencia se eleva siempre, en la búsqueda de la verdad; y si nunca la encuentra en su totalidad, descubre sin embargo fragmentos muy significativos, y estos fragmentos de la verdad universal son precisamente lo que constituye la ciencia.” Claude Bernard en Introducción al estudio de la medicina experimental. |