El etólogo Frans de Waal (Foto GFDL de Chowbok, enWikimedia Commons) |
Para el diseñador del experimento, el estudioso holandés de la conducta animal Frans de Waal, la reacción del segundo mono indica de modo claro que éste comprende el sentido de la justicia. “Esto son las protestas en Wall Street”, comenta.
De hecho, en algunos casos, el primer mono empieza a negarse a hacer la tarea hasta que no se empieza a premiar a su compañero de la misma manera que a él, con una uva, con un comportamiento altruista: incomodarse de modo desinteresado para que otro ser se beneficie.
La cooperación entre animales es una necesidad, sobre todo en las especies sociales que deben trabajar en equipo para sobrevivir: los lobos que cazan, los babuinos que se defienden de los leopardos, los lémures de cola anillada que defienden su territorio de los invasores. Pero el altruismo va más allá de la cooperación, porque no implica en apariencia un beneficio individual para el ser altruista.
El único animal que tiene una moral desarrollada, un concepto de lo bueno y lo malo, es el ser humano, que puede reflexionar sobre esa justicia elemental que parecen practicar otros animales. Somos el animal que puede empatizar con otros congéneres aunque nunca los haya visto y estén en otro continente. Somos también el único animal que empatiza con todos los demás animales, teniendo mascotas a las que cuida, salvando especies enteras y estableciendo estrictos lineamientos para el uso de animales en la alimentación o la experimentación.
¿Cómo surge esa moral, esa visión de lo correcto y lo incorrecto? La pregunta ha ocupado gran parte del pensamiento humano a lo largo de la historia, desde los filósofos griegos de la antigüedad, que sugerían que la razón humana bastaba para entender lo que era bueno y lo que era malo, y por tanto a practicar lo primero y evitar lo segundo.
Sin embargo, la visión dominante de muchas culturas era que la moralidad venía de fuera, que no era parte constituyente del ser humano, sino que eran los monarcas o los dioses quienes determinaban lo bueno y lo malo, premiando las buenas acciones y castigando las malas. Esta visión suponía que el ser humano tenía una naturaleza malévola que sólo se controlaba mediante una moral impuesta.
El debate sobre el origen de la moral se mantuvo en el terreno especulativo hasta la aparición de la teoría de la evolución por medio de la selección natural de Charles Darwin y Alfred Russell Wallace a mediados del siglo XIXa.
Si las características físicas son resultado de un proceso de selección que favorece ligeramente, generación tras generación, ciertos rasgos que aumentan poco a poco la probabilidad de reproducción de quienes los tienen, ¿no es lógico que pase lo mismo con el comportamiento y con los conceptos morales?
Los estudios realizados en los últimos años parecen indicar que la respuesta es “sí”. Las ventajas evolutivas de un comportamiento altruista, de conocer lo bueno y lo malo, y los mecanismos sociales para recompensar el bien y castigar el mal en función de su beneficio para la comunidad parecen estar en las bases mismas de la evolución de los homininos hasta su forma actual, que somos nosotros.
Recientes descubrimientos en una fosa funeraria neandertal de La Chapelle-aux-Saints, por ejemplo, demuestran que esta especie humana, pariente de la nuestra y parte de cuyos genes llevamos en mayor o menor medida, cuidaba de los ancianos.
En la mayoría de las especies sociales, los animales viejos, enfermos o lesionados son una carga para el grupo y suelen ser las presas preferidas de los depredadores. Pero para estos neandertales no era así, como lo evidencia el hallazgo del esqueleto de un hombre que vivió hace unos 50.000 años, que apenas podía caminar, había perdido todos los dientes y fue cuidadosamente enterrado después de su muerte.
Este ejemplar, por cierto, que tenía una deformidad en la columna vertebral, fue el responsable de que se creara la leyenda del neandertal poco inteligente que caminaba inclinado y como un gorila. Hoy sabemos que nuestros parientes caminaban tan erguidos y tan eficientemente como nosotros... o más. Este hombre había sido cuidado hasta los 40 años de edad, más o menos, una edad provecta según los estándares de la especie. William Rendu, del Centro Nacional de Investigaciones Científicas de Francia, explicaba que sin dientes, probablemente otros miembros del grupo masticaban su comida, y con la cadera dañada y varias vértebras fusionadas, no se podía mover por sí mismo. Y sin embargo, el grupo lo llevaba consigo aún a riesgo de quedar más expuestos a los ataques de depredadores o de otros grupos de neandertales y, quizá, Homo sapiens.
Aunque los biólogos evolutivos, genetistas, paleoantropólogos, psicólogos y otros científicos aún están desentrañando los mecanismos mediante los cuales el ser humano desarrolló los conceptos abstractos de bien y mal, entre ellos algunos tan universales como el tabú contra el asesinato o el robo, lo que parece cierto es que, en palabras del Frans de Waal, la moral antecedió con mucho a las religiones organizadas y quizá el valor de éstas es, precisamente, no crear la moral, sino fortalecer su cumplimiento, como un mecanismo de fortalecer lo que las sociedades ya conceptuaban como bueno o malo.
El biólogo Edward O. Wilson había dicho, en 1975, que la ética algún día sería retirada de las manos de los filósofos e incorporada en la síntesis evolutiva de la biología moderna. Quizá ese día ya ha llegado, con el trabajo de estudiosos como Richard Dawkins, Steven Pinker, Sam Harris, Joshua Green o Elizabeth Phelps, entre otros, que tienen ahora la misión de desentrañar los mecanismos del bien y el mal entre los seres humanos.
Bienestar y moral“La moralidad debe relacionarse, a algún nivel, con el bienestar de criaturas conscientes. Si hay formas más y menos efectivas mediante las cuales buscamos la felicidad y evitar la miseria en este mundo, y claramente las hay, entonces hay respuestas correctas e incorrectas a las cuestiones de la moral”. Sam Harris, neurocientífico. |