Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento
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El abuelo de la evolución

¿Qué famoso apellido es el vínculo entre el sistema de conducción de los autos, la teoría de la evolución y las máquinas copiadoras?

Erasmus Darwin en 1770 en retrato de Joseph
Wright  of Derby (Dominio Público, vía
Wikimedia Commons)
Los relatos contemporáneos lo describen como un hombre jovial y bromista, más bien rotundo, con facilidad para hacer amigos, dado a los placeres mundanos y, sobre todo, como hombre de una curiosidad insaciable respecto de todo el mundo que lo rodeaba. No es tan conocido como merece, entre otras cosas, por lo avanzado de sus ideas sociales, y pese a que su nieto Charles Darwin, cuya fama lo superó con mucho, intentó rescatar su figura escribiendo su biografía.

Erasmus Darwin nació en los Midlands del Este, en Inglaterra, en 1731, en las agitadas aguas de la revolución científica y la ilustración que cambiaron radicalmente nuestra visión del universo y las relaciones sociales, con conceptos tales como el método científico, los derechos fundamentales o la democracia. Estudió medicina en la Escuela Médica de la Universidad de Edimburgo en Escocia y estableció su consulta médica en la ciudad de Lichfield, donde pasaría el resto de su vida.

Incluso su práctica médica reflejaría las ideas avanzadas y heterodoxas de Darwin, que se ganaba la vida tratando a los ricos y poderosos, al tiempo que ofrecía consultas gratuitas a los más pobres, y que rechazó ser médico personal del rey Jorge III para poder seguir su trabajo científico, técnico e, incluso, artístico.

Erasmus Darwin militó en la ilustración y la revolución científica junto con un grupo de pioneros intelectuales que en 1765 formaron la Sociedad Lunar, llamada así porque a falta de iluminación artificial, sus miembros se reunían en luna llena para tener luz con la cual volver de sus reuniones, cenas informales en las que la discusión de todos los temas era libre. La Sociedad Lunar comenzó cuando Darwin conoció al emprendedor Matthew Boulton a través de su amigo común James Watt, conocido como por haber perfeccionado la máquina de vapor y disparado la revolución industrial en Gran Bretaña, además de investigar en la naciente química. Darwin y Boulton empezaron a compartir sus intereses, incluyendo a otros amigos en sus diálogos, hasta que instituyeron un grupo informal que se reunía a cenar una vez al mes, del que fueron parte, entre otros, el médico William Small, el relojero y experto en hidráulica y geología John Whitehurst, el inventor Richard Lovell Edgeworth y el químico y polígrafo Joseph Priestley, descubridor del oxígeno. A ellos se uniría, primero en persona y luego por carta, Benjamin Franklin, con el que Erasmus Darwin estableció una estrecha amistad.

En el terreno de las invenciones, Darwin se interesó por los mecanismos de la voz humana, creando una máquina parlante con un fuelle y labios de cuero que, según testimonios, era capaz de engañar a quienes la escuchaban por primera vez y convencerlos de que estaban oyendo una voz humana decir “mamá” y “papá”. Creó una máquina para levantar las barcas en los canales y una copiadora de la que no quedan ni el diseño ni un ejemplar, pero sí testimonios de que era capaz de producir copias perfectas. Curiosamente, intentó que su amigo James Watt la comercializara, pero éste, en cambio, creó su propia copiadora química. Igualmente inventó un molino de viento horizontal, un pequeño pájaro artificial que pretendía que volara movido por un mecanismo neumático y del que se puede ver un modelo actualmente en su casa de Lichfield, convertida en museo. De modo muy relevante, diseñó un sistema para conducir carruajes permitiéndoles girar en las curvas y las esquinas con un sistema de varillas a fin de que ambas ruedas describieran círculos de diámetro diferente. Este sistema sería reinventado más de 100 años después y se utilizaría no sólo para carruajes sino para los automóviles.

Como apasionado de la botánica, creó una asociación dedicada a la traducción de la obra de Linneo, promoviendo la clasificación taxonómica de la flora y fauna de su zona, además de hacer algunos descubrimientos de gran relevancia: identificó los azúcares y almidones como productos de la “digestión” vegetal y postuló la existencia de los estomas de las plantas, al suponer que respiraban mediante pequeños poros al ver que las plantas morían si sus hojas se cubrían con aceite.

Aficionado a excavar en busca de fósiles y apoyado en su conocimiento de los animales domésticos, en 1794 publicó el resultado de 25 años de observaciones y cavilaciones en el libro Zoonomía o las leyes de la vida orgánica, donde además de intentar una clasificación completa de las enfermedades y sus tratamientos, proponía una de las primeras teorías formales de la evolución de las especies. Aunque parte de su visión era todavía que las modificaciones que un ser experimentara en vida podrían transmitirse a su descendencia, una idea que Jean-Baptiste Lamarck desarrollaría años después. Pero ya se le sugería también la selección natural. Al hablar de la competencia por la reproducción, escribió: “El resultado final de este concurso entre machos parece ser que el animal más fuerte y más activo es el que propagará la especie, que así se verá mejorada”.

Pero de modo notable se atrevió a suponer que toda la vida había evolucionado a partir de un solo ancestro común, un “filamento viviente” al que llamó “la gran primera causa”, capaz de adquirir nuevas partes y mejorar, transmitiendo esas mejoras a su posteridad.

Erasmus Darwin murió en 1802. Pese a su intensa actividad intelectual, había tenido tiempo de casarse dos veces y tener una amante intermedia, tres mujeres con las que tuvo catorce hijos, aunque se habla de al menos un hijo más con otra amante. Siendo además un poeta altamente reconocido y admirado, dejó un largo poema que se publicó un año después de su muerte, El templo de la naturaleza, en el cual retoma su visión evolucionista en verso: “La vida orgánica, bajo las olas sin playas / nació y creció en las nacaradas cavernas del océano; / primero formas diminutas que no podrían verse con lente esférica, / se mueven en el barro o rompen la masa acuática; / Éstas, conforme florecen nuevas generaciones /adquieren nuevos poderes y asumen miembros más grandes; / donde brotan incontables grupos de vegetación, / y reinos que respiran con aleta, y pies, y alas.”

El revolucionario social

Erasmus Darwin fue uno de los pensadores socialmente avanzados de su tiempo. Republicano en un país tradicionalmente monárquico, no muy religioso, crítico de las supersticiones, libertario y con clara inclinación por lo que hoy llamaríamos “amor libre”, era además defensor de la abolición de la esclavitud y, como feminista, en 1797 publicó su Plan para la conducción de la educación femenina con la poco popular idea de que las mujeres tenían derecho a una formación científica, humanística y artística.

El bulldog de Darwin

Thomas H. Huxley defendió a Darwin pese a no estar de acuerdo con todos los elementos de su teoría. Era un paso hacia el conocimiento que no podía permitir que se rechazara sin más.

Thomas Henry Huxley
(Foto D.P. de la National Portrait
Gallery of London vía Wikimedia Commons)
La escena que más claramente ha colocado a Thomas Henry Huxley en la percepción popular es el debate del 30 de junio de 1860 en el Museo Universitario de Historia Natural de Oxford con el cirujano y fisiólogo Benjamin Brodie, el botánico Joseph Dalton Hooker y el vicealmirante Robert Fitzroy, excapitán del "Beagle", legendario barco en el que Darwin reunió los datos para sus descubrimientos.

Curiosamente, Fitzroy se oponía virulentamente a las ideas de Darwin, y algunas de sus intervenciones se hicieron blandiendo la Biblia con enfado. Pero en leyenda, el centro del debate fue entre Huxley, el biólogo de las largas patillas, y Samuel Wilberforce, obispo de Winchester. El momento memorable ocurrió cuando el obispo, en un desdeñoso gesto retórico, le preguntó a Huxley si creía ser un mono a través de su abuelo o de su abuela. Nadie registró las palabras exactas de Huxley, pero quedó el sentido general de sus palabras: no se avergonzaba de tener un mono como ancestro, pero sí se avergonzaría de estar emparentado con un hombre que usaba sus grandes dones para oscurecer la verdad científica.

Thomas Henry Huxley había nacido el 4 de mayo de 1825, el séptimo de ocho hijos en una familia de recursos limitados. Su padre, profesor de matemáticas, no pudo darle escuela al joven Thomas, quien procedió a obtener una impresionante educación autodidacta que le permitió a los 15 años comenzar a ser aprendiz de médico y pronto ganarse una beca para estudiar en el mítico hospital de Charing Cross. Seis años después, Huxley embarcaba como cirujano asistente en el "Rattlesnake", una fragata de la marina destinada a cartografiar los mares que rodeaban a Australia y Nueva Guinea.

Durante el viaje, que le resultó enormemente penoso por las condiciones de las embarcaciones de la época, se ocupó en recoger y estudiar diversos invertebrados marinos, enviando periódicamente los resultados de sus observaciones por correo a Inglaterra, de modo que cuando volvió a casa tras cuatro años de viaje, ya se había ganado un lugar entre la comunidad científica y empezó a dedicarse a la divulgación y a la educación.

Después de la aparición de "El origen de las especies", dedicó buena parte de su trabajo a dar conferencias sobre la evolución, además de trabajar en paleontología y zoología práctica, y fue presidente de la Asociación Británica para el Avance de las Ciencias y de la Real Sociedad londinense. Pero fue también un divulgador convencido de que la ciencia se podía explicar a cualquier persona y un escéptico que no admitía ninguna idea sin bases sólidas, demostraciones y pruebas, fuera una proposición metafísica o la teoría de su amigo Darwin.

Murió en 1895 como uno de los más reconocidos científicos británicos de su época.

Cambiar de forma de pensar de acuerdo a los datos

Huxley estaba originalmente convencido de que no había cambios evolutivos, pensando que en el registro fósil se hallarían los mismos grupos de seres de la actualidad. Pero los datos que aportaba la realidad, desde el registro fósil hasta los estudios de Darwin, lo llevaron incluso a decir "Qué estúpido fui de no haberlo pensado".

Para 1859, Huxley estaba convencido de que las especies evolucionaban, pero dudaba que esto ocurriera mediante una sucesión de pequeños cambios, el llamado "gradualismo" que estaba en la base de la teoría de Darwin, y así se lo hizo saber. Pensaba que una especie podía aparecer completamente identificable a partir de una anterior sin pasos intermedios. Aún así, se vio impactado por "El origen de las especies".

El 23 de noviembre de 1859, al día siguiente de terminar de leerlo, le escribió una entusiasta carta a Charles Darwin que decía, entre otras cosas que aunque habrá perros callejeros que ladrarán y chillarán, "debe recordar que algunos de sus amigos como sea están dotados con una cantidad de combatividad (aunque usted la ha reprendido con frecuencia y de modo justo) pueden defenderlo con eficacia", para terminar diciendo "Me estoy afilando las garras y el pico para prepararme".

Darwin no era hombre de deabtes y enfrentamientos, de controversias y duelos verbales. Huxley, sin embargo, era un polemista brillante, agudo (demasiado agudo, llegó a decir Darwin) y que disfrutaba del enfrentamiento, así que se lanzó sin más a confrontar a los muchos detractores de Darwin.

Curiosamente "El origen de las especies" Darwin no había mencionado al ser humano que había sido centro del debate de Oxford. Aunque la inferencia era obvia, la había omitido, quizá ingenuamente, para no causar demasiado revuelo.

Fue, sin embargo, Huxley quien publicó en 1863 el primer libro que aplicaba los principios de la evolución a los orígenes de la especie humana, "Evidencia del lugar del hombre en la naturaleza". Algunos grandes científicos como Richard Owen, fundador del Museo Británico de Historia Natural y antievolucionista, habían afirmado que el cerebro humano contenía partes que no estaban presentes en otros primates, pero Huxley y sus colaboradores demostraron que anatómicamente no había prácticamente diferencias entre los cerebros humanos y los de otros primates.

Quizá la pasión y dedicación de Huxley, hicieron que se le distinguiera por encima de otros brillantes defensores de los descubrimientos de Darwin, como Joseph Dalton Hooker, el primer científico reconocido que había apoyado a Darwin públicamente apenas un mes después de la publicación de "El origen de las especies", y que también participó en el debate de Oxford, además de ser amigo, confidente y primer lector crítico de los manuscritos de Darwin.

Así, pese a que la relación entre Huxley y Darwin no estuvo exenta de roces, sus nombres quedaron unidos en la defensa de una idea esencial, aunque los detalles quedaran aún por definirse conforme avanzaba el conocimiento. Quizá parte de su sano escepticismo se vio satisfecho cuando un año antes de su muerte se enteró de que había sido descubierto el fósil entonces llamado "hombre de Java", hoy clasificado como Homo erectus, ancestro de nuestra especie.

Una familia singular

El zoólogo autodidacta Thomas Huxley fue la raíz de una familia de gran relevancia en el mundo de las ciencias y las letras. Su hijo Leonard Huxley fue profesior y biógrafo, entre otros, de su propio padre. Entre sus nietos destacan Julian Huxley, biólogo, divulgador y primer director de la UNESCO; Andrew Huxley, biofísico ganador del Premio Nobel en 1963, y Aldous Huxley, poeta y escritor autor de "Un mundo feliz". El más conocido descendiente de Huxley en la actualidad es Crispin Tickell, diplomático, ecologista y académico británico que es tataranieto del genio.

Alfred Russell Wallace, el pionero oscuro

En la era de los grandes naturalistas ingleses del siglo XX, uno de los más brillantes es hoy uno de los más injustamente olvidados.

Alfred Russell Wallace en su libro sobre
sus viajes por el Río Negro.
(D.P., vía Wikimedia Commons)
La historia nos puede sonar conocida: joven británico emprende un viaje como naturalista de a bordo en una expedición hacia América. Analizando las especies que va encontrando empieza a germinar en su mente la idea de que cuanto ve es una prueba de que las especies se van formando, evolucionando por medio de un mecanismo llamado “selección natural”, mediante el cual los individuos mejor adaptados para la supervivencia tienen una probabilidad mayor de reproducirse, creándose una criba lenta que al paso de larguísimos períodos va llevando a una especie como tal a diferenciarse de otra, a cambiar, a mejorar su adaptación, a sobrevivir mejor.

Sin embargo, ésta no es la historia de Charles Darwin. Es la historia, paralela a la de éste,del segundo genio de la selección natural de la Inglaterra del siglo XIX, Alfred Russell Wallace.

Alfred Rusell Wallace, presuntamente descendiente del independentista escocés William Wallace, nació en Monmouthshire, Inglaterra (hoy Gales) en 1823, como el octavo de nueve hermanos. Cualquier inquietud intelectual que hubiera tenido en su niñez sufrió un duro golpe cuando, a los doce años de edad, su padre, arruinado a manos de unos estafadores, lo tuvo que sacar de la escuela y enviarlo con sus hermanos mayores, uno de los cuales, William, lo tomó como aprendiz de topógrafo.

En 1843, cuando sólo tenía 20 años, el joven Alfred consiguió un puesto como profesor de dibujo, topografía, inglés y aritmética en el Collegiate School de Leicester, donde además empezó a estudiar historia natural, disciplina que lo fascinó, especialmente en cuanto a los insectos y su clasificación.

En 1845, la lectura de un libro de Robert Chambers lo convenció de que la evolución (llamada por entonces “transmutación”) era un hecho real. Tres años después, en compañía de un amigo y colega entomólogo, emprendió el viaje a Brasil, inspirado por otros naturalistas como el propio Darwin, que había hecho su viaje en el “Beagle” en 1831.

Russell Wallace pasó cuatro años recorriendo las selvas brasileñas, recolectando especímenes, haciendo mapas, dibujando animales y escribiendo numerosas notas. Por desgracia, cuando decidió volver a Inglaterra en 1852, el barco en el que viajaba se hundió, dejándolo a la deriva durante 10 días y llevándose al fondo del mar todos los documentos reunidos por el joven naturalista. Sin arredrarse, en 1854 emprendió una nueva expedición, ahora al archipiélago malayo, donde pasó ocho años en total dedicado a documentar la fauna local, describiendo miles de especies hasta entonces desconocidas para la ciencia.

Fue en 1858 cuando, estando convalesciente de una enfermedad en la isla indonesia de Halmahera, Alfred Russell Wallace encontró finalmente una explicación plausible, integral y clarísima del proceso mediante el cual evolucionaban las especies, la selección natural. De inmediato escribió un extenso ensayo explicando su teoría y sus bases, y se la envió a Charles Darwin, con quien ya había tenido correspondencia sobre el tema de la evolución.

Darwin, por su parte, había descubierto el mecanismo de la selección natural años atrás, pero su visión sistemática y pausada (llevaba más de 25 años analizando los datos que había reunido en el “Beagle”, investigando e incluso experimentando sobre temas diversos relacionados con el tema) le había hecho mantener su idea en relativo secreto, hasta estar absolutamente seguro de que los datos la sustentaban. Ahora, sin embargo, el asunto debía saltar al público.

Asesorado por el geólogo Charles Lyell y el explorador y botánico Joseph Dalton Hooker, Darwin aceptó que ellos dos presentaran el ensayo de Wallace y dos extractos del libro que pacientemente había ido redactando Darwin (“El origen de las especies”) ante la Sociedad Linneana de Londres el 1º de julio de 1858, y que se publicaron ese año en la revista de la sociedad con el nombre conjunto de “Sobre la tendencia de las especies a formar variedades y sobre la perpetuación de las variedades y las especies por medios naturales de selección".

Durante los años siguientes, la teoría de la evolución por medio de la selección natural fue conocida como la teoría Darwin-Wallace, y los premios, reconocimientos y críticas recayeron por igual sobre los dos destacados naturalistas, el ya maduro (Darwin estaba por cumplir medio siglo) y el aún joven (Russell Wallace tenía casi la mitad, 25).

Mientras Darwin publicaba un año después su famoso libro y, con el apoyo de Thomas Henry Huxley, capeaba en el Reino Unido el temporal de críticas y malinterpretaciones que produjo, Alfred Russell Wallace continuó trabajando en Indonesia, clasificando, observando y tomando notas.

Cuando finalmente volvio a Inglaterra en 1862, Wallace se dedicó a difundir y explicar la teoría de la selección natural que había creado con Darwin, y a escribir más de 20 libros sobre viajes, zoología y biogeografía, entre ellos “El archipiélago malayo”, un clásico de la exploración y la aventura. Además de ello, tuvo tiempo bastante de disfrutar multitud de honores, premios y apoyos. Incluso cuando se vio en dificultades económicas, contó con la ayuda de Darwin, que consiguió que la corona inglesa le asignara a Wallace un estipendio vitalicio para que pudiera continuar su trabajo sin preocupaciones financieras.

Al morir Alfred Russell Wallace en 1913 a los 91 años, era probablemente el más conocido naturalista inglés. Y sin embargo, conforme la teoría de la selección natural se perfeccionó y afinó con nuevos descubrimientos como la genética para crear la síntesis que hoy explica el surgimiento de las especies, el nombre de Alfred Russell Wallace se fue borrando de la conciencia popular, pese al reconocimiento que Darwin siempre le dio como co-fundador de la teoría de la evolución mediante la selección natural.

Quizá haya alguna clave en el hecho de que Wallace escribiera, con base en las conferencias que dio sobre evolución en los Estados Unidos durante tres años, el libro simplemente intitulado “Darwinismo”, publicado en 1889 y que se convirtió en una de sus obras más citadas, dejándonos con la duda de por qué no lo llamó “Darwinismo-Wallacismo”.

La línea de Wallace

Alfred Russell Wallace fue también uno de los fundadores de la biogeografía, al notar que ,pese a que las islas de Bali y de Lombok, están separadas por apenas 35 kilómetros, la diferencia de su fauna era enorme. Las aves de Bali eran parientes de las que vivían en las islas mayores como Sumatra y Java, mientras que las de Lombok estaban relacionadas con las de Nueva Guinea y Australia. Había encontrado el punto que delimita dos zonas ecológicas distintas, lo que hoy se conoce como la Línea de Wallace.

Los enemigos de Darwin

Charles Darwin
Los 150 años de la publicación de la obra fundamental de Darwin son también 150 años de debate, controversia y ataques por parte de ciertos sectores religiosos contra lo que la biología nos enseña.

La controversia vigente entre la visión religiosa de la vida y la explicación científica de su evolución era algo que Darwin esperaba, quizá no con la violencia que se dio. Cuatro días antes de que El origen de las especies por medio de la selección natural saliera a la venta, una reseña atacó a la obra por implicar que el hombre procedía de los monos, y por creer que el hombre “nació ayer y perecerá mañana”.

La idea de que las especies cambiaban al paso del tiempo estaba en ebullición en la primera mitad del siglo XIX. Ver, como Darwin, a las distintas especies de pinzones de las Galápagos, adaptadas a distintos nichos ecológicos y necesidades de la supervivencia, sugería que todos procedían de un ancestro común, y habían cambiado para adaptarse a distintos entornos.

La idea de la transmutación de las especies era rechazada por parte del estamento religioso y favorecida por los científicos. Pero aún podía ser aceptable en la visión religiosa. Leifchild, autor de la reseña contra Darwin, expresaba: ”¿Por qué construir otra teoría para excluir a la Deidad de los actos de creación renovados? ¿Por qué no admitir de una vez que las nuevas especies fueron introducidas por la energía Creadora del Omnipotente?”

Entonces, parte del enfrentamiento inicial no era la evolución en sí, sino que Darwin propusiera la selección natural como su motor y que afirmara que dicha selección natural actuaba sobre todos los seres vivos, incluido el ser humano. Pero las controversias e insatisfacciones sobre la obra del naturalista han cambiado a lo largo del tiempo. Hoy en día, el creacionismo religioso pone en duda la existencia misma de la evolución, además de debatir no el origen de las especies, sino el de la vida misma.

El debate disparado por la publicación del libro el 24 de noviembre de 1859 se animó con reseñas negativas no firmadas como la del Obispo de Oxford, Richard Wilberforce, o la que The Times publicaba apoyando a Darwin y cuyo autor no acreditado era Thomas H. Huxley, quien se ganaría el mote de “El Bulldog de Darwin” en un debate organizado por la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en el que participaron tanto el obispo Wilberforce como Huxley. Los argumentos de Wilberforce terminaron preguntando si Darwin se consideraba descendiente de un mono por parte de su padre o de su madre. Thomas Huxley aprovechó la oportunidad y respondió que él no se avergonzaría de tener como ancestro a un mono, pero sí le avergonzaría verse conectado a un hombre utilizaba mal sus grandes talentos para tratar de ocultar la verdad. El golpe de efecto fue enorme.

La confrontación de ciertas visiones religiosas con los descubrimientos de Darwin ha tenido su más aguda expresión en los Estados Unidos, logrando, por ejemplo, que el estado de Tennessee prohibiera en 1925 enseñar que el hombre procede de animales inferiores. Como protesta, el profesor de instituo John Scopes se hizo arrestar por enseñar la evolución del hombre y fue juzgado en el “Juicio Scopes” o “Juicio de los Monos” de 1926, donde el fiscal y enemigo de la evolución William Jennings Bryant se enfrentó al defensor Clarence Darrow.

Darrow llamó a Bryant como “testigo experto de la defensa”, una acción legal sin precedentes, para que ilustrara al tribunal sobre la historicidad de la Biblia. El enfrentamiento favoreció a Darrow aunque, en última instancia, Scopes perdiera el juicio porque, claramente, había violado una ley. El efecto dramático del juicio sería profundo en los Estados Unidos, llegando a ser dramatizado en el teatro y el cine como Heredarás el viento, película donde Spencer Tracy hace el papel del sosías de Darrow y Frederic March interpreta a William Jennings Bryant.

En Estados Unidos, la guerra de algunos fundamentalistas contra la enseñanza de la evolución continúa con especial fuerza, y se puede decir que los movimientos creacionistas de distintos países y religiones obtienen su impulso, así sea para diferenciarse de ellos, de los creacionismos estadounidenses. En el extremo de éstos encontramos la idea de la Tierra Joven, que acepta la Biblia verbatim afirmando que el universo fue creado hace alrededor de 6.000 años, con lo cual se opone a la biología evolutiva y también a la física y la cosmología, la geología, la paleontología y otras disciplinas.

La forma más reciente y conocida de creacionismo es el llamado “Diseño inteligente”, que afirma que la evolución no está dirigida por leyes naturales, sino que es “evidente” que las especies y ciertos órganos han sido diseñados por una “fuerza” inteligente que no suelen llamar directamente Dios para intentar presentarse como una alternativa respetable. Surgió fundamentalmente como reacción a los tribunales estadounidenses cuando prohibieron la enseñanza de la creación según los relatos religiosos como si fueran ciencia.

Aunque la comunidad científica claramente define a estos intentos como pseudocientíficos, han logrado tener cierta relevancia en debates al interior de los consejos escolares que controlan los planes de estudios de modo autónomo en ciudades, distritos escolares, estados o provincias de los Estados Unidos, intentando expulsar de las aulas los conceptos esenciales de la biología evolutiva y sustituirlos por enseñanzas religiosas que quizás estarían mejor en los espacios de la casa y la iglesia.

En todo caso, el profundo significado de la labor de Charles Darwin sigue demostrándose por la intensidad del debate. Darwin demostró contundentemente que el universo viviente es tan ordenado, tan sujeto a leyes y tan comprensible por medio de la ciencia como el universo de la química y la física, y que el hombre es parte de ese universo viviente sin ningún privilegio. Los 150 años transcurridos desde la publicación de El origen de las especies no han hecho sino confirmar estos hechos. Si Galileo demostró que la Tierra no es el centro del universo, Darwin demostró que el hombre no es sino parte de un todo viviente. Algunos no perdonan todavía a ninguno de estos dos pilares del conocimiento.

Otras religiones


El catolicismo evitó en general el enfrentamiento y guardó sus distancias respecto a Darwin, afirmando únicamente que el ser humano es una “creación especial” distinta del resto de los animales. Esta posición fue ratificada en 1996 por Juan Pablo II y el Vaticano sostiene que el creacionismo “no es ciencia”. Esta posición coincide curiosamente con la del judaísmo, que considera, en un breve resumen, que “si hay selección natural, es porque Dios la quiere”. Tanto en el mundo católico como en el judío, los adversarios de Darwin son una minoría.