Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Feliz Día del Sol Invicto

La fiesta central del cristianismo, la navidad, resulta ser una derivación de todas las fiesta que, antes de la era común, celebraban el solsticio de invierno como un acontecimiento astronómico esencial en la vida de los pueblos humanos.

Disco de plata dedicado al Sol Invicto. Arte romano
del siglo III. (Foto CC de
Marie-Lan Nguyen vía Wikimedia Commons)
Por un momento trate de no ser esa persona del siglo XXI, orgullosa de su consola de juegos, su móvil de última generación, su TDT y su ordenador. Imagínese como un humano de hace unos miles de años, que observa un extraño fenómeno cíclico: de pronto, los días son cada vez más largos, el sol está más tiempo por encima del horizonte y la noche dura menos, hasta que un día empieza a revertirse esta tendencia: el día decrece en duración y la noche va aumentando su duración, hasta que, un día, el ciclo vuelve a revertirse.

Parece claro que era natural que usted y sus compañeros de fatigas se alarmaran temiendo que el día siguiera acortándose hasta dejarnos sumidos en una noche eterna, y por tanto que encontraran motivo de celebración cuando el ciclo se invierte. Sobre todo porque le resulta evidente que mientras el día se va alargando hay más calor, la tierra tiene mejores frutos, hay caza abundante y el mundo reverdece, mientras que cuando el día se contrae viene el frío, incluso la nieve y el hielo, no hay frutas ni muchos alimentos verdes, la caza escasea.

Al no saber mucho de astronomía, el fenómeno del día después de la noche más larga bien podría interpretarse como un triunfo del sol contra la oscuridad, después de una larga lucha, prometiéndole a la tribu un año más de supervivencia, lo cual nunca es mala noticia.

Y ahora imagínese que alguien de la tribu, luego de mucho ver el cielo y mucho cavilar, anuncia que puede predecir, profetizar, adivinar, cuándo ocurrirán estos hechos: el día más largo (el solsticio de verano) y el más corto (el solsticio de invierno). Quizá ni siquiera haya contado los días, sólo ha observado que en la noche más larga, las tres estrellas del “cinturón de Orión” se alinean con la estrella más brillante del firmamento, Sirio, mostrando dónde saldrá el sol en el próximo amanecer.

Evidentemente, se podría creer que tal acucioso observador dispone de poderes mágicos, adivinatorios y extraterrenos. Pero también sería un hecho que su conocimiento le permitía al grupo planificar mejor sus actividades, prever exactamente cuándo comenzarían las lluvias, cuándo llegarían las manadas migratorias, cuándo era oportuno ir a recolectar a tal o cual zona del bosque.

Las distintas civilizaciones hicieron interpretaciones, muy similares, del solsticio de invierno. Agréguese a esto que la menor actividad agrícola y de caza de la tribu dejaba el tiempo necesario para el jolgorio, y que si las alacenas y graneros continuaban llenos se podía celebrar con una comilona porque pronto vendrían nuevos alimentos, y tiene todos los ingredientes necesarios para una fiesta.

Los japoneses del siglo VII celebraban el resurgimiento de la diosa solar Amaterasu. Los sámi, nativos de Finlandia, Suecia y Noruega, sacrificaban animales hembra y cubrían los postes de sus puertas con mantequilla para que Beiwe, la diosa del sol, se almentara y pudiera comenzar nuevamente su viaje. Para los zoroastrianos, en este “día del sol” el dios Ahura Mazda logra vencer al malvado Ahriman, empeñado en engañar a los humanos. Los incas de perú celebrabal el Festival del Sol o Inti Raymi, cuando “ataban” al sol para que no huyera. Los mayas realizaban cinco días de inactividad, días sin nombre, los Uayeb, cuando se unían el mundo real y el mundo espiritual, hasta que empezaba otro año.

En la Roma del siglo tercero de nuestra era, la celebración era del Dies Natalis Solis Invicti, “el día del nacimiento del sol invicto”, el renacimiento del sol.

Dado que la fecha de nacimiento de Jesucristo, Yeshua de Nazaret o el Mesías no está registrada, como tampoco lo está claramente su existencia individual, la iglesia católica tardó en definir la fecha de la festividad en cuestión. Entretanto, los cristianos de Roma empezaron a celebrar el nacimiento de Cristo precisamente el día del nacimiento del sol invicto, aunque había grupos, por ejemplo en Egipto, que lo celebraban el 6 de enero. Otros preferían el 28 de marzo, mientras que teólogos como Orígenes de Alejandría y Arnobius se oponían a toda celebración del nacimiento, afirmando que era absurdo pensar que los dioses nacen.

Las autoridades de la iglesia condenaron al principio esta celebración por considerarla pagana, pero pronto vieron que asimilar esta y otras fiestas, de distintos grupos que pretendían evangelizar, resultaba útil. Así, los días anteriores a Navidad, por decreto el 25 de diciembre, se convirtieron en fiestas que asimilaron la Saturnalia romana, del 17 al 23 de diciembre, con sus panes de dulce e intercambios de regalos.

Santa Claus (deformación lingüística de Saint Nicholas o Saint Nikolaus, San Nicolás) o Papá Noél proviene del Padre Navidad, que aparece hacia el siglo XVI como figura de las celebraciones de invierno del mundo anglosajón, de rojos carrillos por haber tomado quizá un vino de más, viejo como la fiesta misma y alegre como deben estar los celebrantes. La figura del Santa Claus moderno fue creada por el viñetista Thomas Nast en Estados Unidos en 1863, que convirió al delgaducho Padre Navidad en el redondo y feliz personaje que hoy está más o menos estandarizado en todo el mundo.

El árbol de Navidad, por su parte, parece tener raíces en la adoración druídica a los árboles y las celebraciones del invierno con árboles de hoja perenne, pero se identifica como parte de las fiestas, decorado y engalanado, apenas en el siglo XVII, en Alemania. Después, el marido de la Reina Victoria, el Príncipe Alberto, emprendería la tarea de popularizarlo en todo su imperio.

Más que el árbol de Navidad, claramente de origen protestante, el Belén, “pesebre” o “nacimiento” es el elemento identificador de la decoración en los países católicos. Fue primero promovido por San Francisco de Asís alrededor del 1220, a la vuelta de su viaje a Egipto y Acre, pero el primer Belén del tipo moderno, el que todos conocemos, se originó en uno que instalaron los Jesuitas en Praga, en 1562. La tradición del Belén llegó a España en el siglo XVIII desde Nápoles, traída al parecer por orden de Carlos III, decidido a que se popularizara en sus dominios.

Rosca de Reyes


Con raíces en los panes con higos, dátiles y miel que se repartían en la Saturnalia romana, ya en el siglo III se le introducía un haba o similar, y el que la hallaba era nombrado “rey de la fiesta”. Llegó a España probablemente con los soldados repatriados de Flandes y su relación con los reyes magos parece ser, únicamente, la similitud de su forma con una corona y de los frutos cristalizados con sus correspondientes joyas.