Artículos sobre ciencia y tecnología de Mauricio-José Schwarz publicados originalmente en El Correo y otros diarios del Grupo Vocento

Los insectos nos cuentan historias

Cynomya mortuorum, uno de los insectos que
emplea la entomología forense para determinar
el momento de la muerte.
(foto CC James K. Lindsey via Wikimedia Commons)
Los procesos que se desarrollan a partir del momento de la muerte son elemento fundamental para que los científicos forenses puedan decir cuándo y dónde murió alguien, e incluso quién fue el culpable.

La naturaleza muestra poca piedad por los sentimientos de quienes sobreviven a la muerte de un ser vivo. No deja tiempo para el duelo: en el instante mismo en que se apaga la vida, y con ella los sistemas de defensa y protección del organismo, entran en acción multitud de mecanismos diseñados para que la materia orgánica se recicle en el mundo de los vivos.

Así, a los pocos momentos de la muerte, una serie de bacterias que vivían pacíficamente en el organismo, comienzan a devorarlo. La descomposición produce sustancias aromáticas que informan que allí hay proteína disponible, y a ellas responden carroñeros y comensales varios, especialmente insectos.

Para el ser humano, la muerte es otra cosa. La tememos, y mucho. Hemos creado complejos edificios culturales, ritos y sistemas de creencias para enfrentar el temor – y la furia – que nos provoca el hecho de la muerte, perder a los seres queridos, quedarnos solos el saber, como no lo sabe ningún otro ser vivo en este planeta, que ése es precisamente el destino que nos espera.

Quizás por ello, la investigación de los procesos de la muerte quedó postergada hasta tiempos muy recientes, cuando las necesidades de la investigación policiaca de diversos delitos y de la identificación de cuerpos impulsaron los avances de ciencias como la patología, la antropología y la entomología forenses.

La excepción fue el trabajo singular del estudioso chino Sun Tz’u, para muchos uno de los primeros detectives de la humanidad. En el libro El lavado de los males que escribió en 1235, este “investigador de muertes” relata un asesinato ocurrido en una pequeña aldea, en el cual la víctima sufrió numerosas cuchilladas. El juez pensó que las heridas podían haber sido infligidas con una hoz. Como los interrogatorios no sirvieron para identificar al asesino, el juez utilizó el ingenioso procedimiento de ordenar que todos los hombres de la aldea se reunieran en la plaza, un cálido día de verano, cada uno con su hoz. Pronto empezaron a arremolinarse moscas azules alrededor de una hoz en concreto, la que tenía restos de sangre y pequeños trozos invisibles de tejido en la hoja y el mango. El dueño de la hoz confesó el asesinato.

En el libro de Sun Tz’u se narran además observaciones sobre la actividad de las moscas en las heridas y los orificios naturales del cuerpo, una explicación de la relación entre las larvas y las moscas adultas y el tiempo que tardan en invadir un cuerpo muerto. En occidente, por ejemplo, no fue sino hasta 1668 cuando Francesco Redi demostró que las larvas y las moscas son el mismo organismo, dándole un golpe mortal a la teoría de la generación espontánea.

Pero fue en el siglo XX cuando todos los estudios de la entomología, con frecuencia minuciosos y poco apasionantes, se conjuntaron con la investigación criminal para crear lo que hoy conocemos como entomología forense en su aspecto más conocido: el médico legal. La entomología forense utiliza el conocimiento sobre los insectos y otros artrópodos, y sus subproductos, como evidencia en investigaciones criminales.

El aspecto más conocido es la ayuda que ofrece la entomología forense en la determinación de la hora de la muerte y del lugar donde ésta ocurrió. Lee Goff nos relata el primer caso de uso de la entomología forense en occidente se remonta a 1855, cuando durante una serie de trabajos de restauración en una casa parisina se encontró en una chimenea el cuerpecito momificado de un bebé. Los sospechosos de inmediato fueron una joven pareja que por entonces habitaba la casa. El médico forense que hizo la autopsia determinó que el bebé había muerto en 1848, obervando que una mosca de la carne, la Sarcophaga carnaria se había alimentado del cuerpo durante el primer año, y los ácaros habían puesto huevos en el cadáver seco al año siguiente. Estas pruebas revelaban que la muerte había ocurrido bastante antes de 1855, con lo cual se identificó como responsables a los anteriores habitantes de la casa.

Estudiando las larvas, huevos, restos de pupa o insectos con desarrollo incompleto en un cuerpo, el entomólogo puede leer la sucesión de una serie de hechos que han acontecido de modo previsible en el cadáver. Al momento de la muerte, un organismo atrae a una serie de insectos que lo modifican y alteran, donde depositan sus huevos y sus desperdicios; esas modificaciones atraen a otro grupo de insectos totalmente distinto, y así se va desarrollando una sucesión de habitantes, cada uno de ellos indicando una etapa posterior a la muerte.

Los insectos son la forma de vida con mayor variedad del planeta. Conocemos alrededor de 900.000 especies distintas, pero los expertos nos dicen que esto es sólo una pequeña fracción del número real de especies. Debido a esta variedad, cada tipo de animal en cada lugar del mundo atrae a una sucesión única de insectos. Un cadáver en el campo con infestación de insectos sólo presentes en las ciudades le dice al entomólogo que su muerte ocurrió en la ciudad, y que su traslado al campo es, probablemente, un intento por despistar a la policía.

El desarrollo de la entomología forense, sin embargo, no es siempre tan glamuroso como quisieran presentárnoslo los creadores de series de televisión. El entomólogo y acarólogo forense Lee Goff, por ejemplo, ha realizado una serie de poco atractivos experimentos colocando cuerpos de cerdos en distintos puntos de Hawai, donde trabaja, para determinar qué sucesión de qué especies de insectos hay en cada distinto punto de las islas, y los tiempos que tardan en darse las infestaciones (las moscas, por ejemplo, siempre llegan mucho más rápido que los escarabajos). Los entomólogos forenses también trabajan en la famosa “granja de cadáveres” que fundó el antropólogo forense Bill Bass en Tennessee para estudiar los procesos de la descomposición del cuerpo humano.

Sin estos conocimientos como marco de referencia, obtenidos con duro trabajo científico con frecuencia poco agradecido y lejos de los reflectores, los entomólogos forenses del espectáculo no podrían hacer ninguna de sus asombrosas actuaciones.

Más allá de la descomposición

La entomología forense no sólo se ocupa de los insectos que atacan un cuerpo muerto, tiene otros muchos usos en la investigación. En ese sentido, se recuerda a un grupo de policías atónitos ante una serie de manchas de sangre de aspecto totalmente desusado en la escena de un asesinato, hasta que un entomólogo explicó que esos rasgos eran rastros de las muchas cucarachas que infestaban el sitio y que habían pasado por encima de las manchas nomrlaes de sangre, alterándolas.