Carl Sagan con un modelo de la sonda Viking enviada a Marte. (Foto D.P. JPL/NASA, vía Wikimedia Commons) |
Pero muchos que no vieron esa serie de 1980 escrita y presentada por Carl Sagan, han oído hablar de éstas y otras maravillas gracias a los hombres y mujeres, jóvenes en 1980, que se vieron atraídos al conocimiento científico gracias a ella.
El hombre detrás de la serie había nacido en Brooklyn, Nueva York, en la proverbial familia judía rica únicamente en carencias, con un padre que había huído de la Rusia zarista y trabajaba como obrero textil para darle a su hijo el lujo de una educación universitaria. La universidad del joven Carl fue la de Chicago, donde estudió ciencias hasta conseguir un posgrado en física y un doctorado en astronomia y astrofísica con apenas 26 años.
La historia posterior de Carl Sagan siguió como la de muchos científicos, investigando e impartiendo clases en institutos y universidades como el Observatorio Astrofísico Smithsoniano o la Universidad de Harvard. Su interés por el espacio lo llevó además a ser asesor de la NASA, con tareas como la preparación previa al vuelo de los astronautas del programa Apolo.
Pero al tiempo que analizaba las temperaturas de la superficie de Venus o la posibilidad de que Europa, una luna de Júpiter, tuviera océanos bajo su superficie, Sagan ampliaba sus intereses.
Uno de ellos era la posibilidad de la existencia de inteligencia extraterrestre, que enfrentaba con la seriedad del científico que también señalaba por qué eran dudosos los testimonios sobre visitas extraterrestres. Así, propuso que las sondas Pioneer 10 y 11 y Voyager, destinadas a investigar las zonas externas del sistema solar para luego salir de él, y para las que diseñó algunos de sus experimentos, llevaran un mensaje que pudiera ser comprendido por alguna inteligencia extraterrestre que las hallara cuando salieran.
Las Pioneer 10 y 11 de 1972 y 1973 llevaron placas metálicas con las figuras de un hombre y una mujer, y símbolos que pretendían explicar de dónde habían salido las sondas. Las dos Voyager de 1977 llevaron discos similares a los vinilos (el CD aún no existía) con sonidos característicos de nuestro planeta (el canto de las ballenas, tormentas, viento), imágenes, música de varias culturas, saludos en 55 idiomas y mensajes impresos.
Estos intentos por comunicarse con hipotéticos extraterrestres llamaron la atención del público sobre Sagan que a partir de 1972 empezó a publicar libros sobre la comunicación con inteligencias extraterrestres, para después entregarse a la divulgación científica con libros que siguen vigentes, como “Los dragones del Edén”, sobre la evolución de la inteligencia humana o “El cerebro de Broca”, sobre la historia de los avances científicos.
Para fines de los 70, Sagan se había convencido de que la sociedad en general, y la estadounidense en particular, tenían un problema que resumió así: “Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología, en la cual prácticamente nadie sabe nada de ciencia y tecnología”.
Carl Sagan se convirtió entonces en el prototipo del gran divulgador científico. No era el primero. Tenía modelos como David Attenborough, naturalista y documentalista de la BBC y Premio Príncipe de Asturias 2009, o Jacob Bronowski, biólogo y matemático que en 1973 escribió y presentó la serie de la BBC “El ascenso del hombre”, inspiradora directa de “Cosmos”. Lo que tenía en común con ellos era la pasión por la ciencia, el conocimiento y el universo, pero tenía además una cercanía especial y una calidez que cautivó al público de televisión, una actitud de humildad ante el universo que chocaba contra el estereotipo, ciertamente injusto, del científico frío, deshumanizado, lejano, no muy de fiar.
Las preocupaciones de Carl Sagan lo llevaron a ser cofundador de dos organizaciones únicas. La primera fue el Comité para la Investigación de las Afirmaciones sobre lo Paranormal, CSICOP por sus siglas en inglés, que creó en 1976 junto con el filósofo Paul Kurtz, el escritor y divulgador Isaac Asimov, el psicólogo conductista B.F. Skinner y el periodista científico Philip J. Klass. El objetivo de esta organización, hoy llamada simplemente CSI (Comité para la Investigación Escéptica) con el propósito de promover el pensamiento cuestionador y crítico ante las afirmaciones paranormales, pseudocientíficas e irracionales que inundan los medios de comunicación en todo el mundo.
La segunda fue el Instituto SETI, siglas en inglés de “Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre”, nacido en 1984. Con la premisa de que mucho antes de que los extraterrestres aterrizaran en nuestro planeta para visitarnos –en el caso de que pudieran encontrarnos en la inmensidad del universo– nos llegarían sus emisiones de radiofrecuencias, el más conocido proyecto del SETI es el uso de radiotelescopios como el de Arecibo en Puerto Rico para recoger grandes cantidades de emisiones de radio de distintas zonas del universo y analizarlos en busca de alguna indicación de una emisión controlada y modulada por una inteligencia, algo claramente distinto del ruido de fondo.
Dejando un legado impresionante en la ciencia, la sociedad y la comprensión del público en general por la ciencia, Carl Sagan murió a los 62 años de una pulmonía provocada por su larga lucha contra la deficiencia sanguínea llamada mielodisplasia. Inspiración de científicos de las más diversas áreas, periodistas, escritores, especialistas de los medios, divulgadores y ciudadanos en general, la mejor forma de homenajearlo sigue siendo, por supuesto, leer sus libros y hacer de nuevo el “viaje personal” que era como llamaba a la serie que lo convirtió en icono de la cultura popular.
Sagan, en sus propias palabras“Los seres humanos pueden desear intensamente la certeza absoluta, pueden aspirar a ella, pueden fingir, como partidarios de ciertas religiones, que la han alcanzado. Pero la historia de la ciencia, que es con mucho la más exitosa reivindicación del conocimiento accesible a los seres humanos, nos enseña que lo más que podemos esperar es tener una mejora sucesiva de nuestra comprensión, aprender de nuestros errores, una aproximación asintótica al universo, pero con la salvedad de que la certeza absoluta siempre nos eludirá”, Carl Sagan, en ‘El mundo y sus demonios’. |